La primavera había llegado después de pasar un invierno inusualmente frío.
En esa época la ciudad amanecía todos los días con una fina garúa que mojaba las calles y creaba pequeños charcos de agua.
Los abrigos y bufandas estaban a la orden del día pero ahora en cambio con la venida de la primavera los días oscuros y grises quedaban atrás, el sol irradiaba luz y calor. La temperatura había subido, la ropa gruesa quedaba guardada al fondo de los roperos y en los baúles.
!900 sería un año para recordar porque era la llegada de un nuevo año y el comienzo de un nuevo siglo.
La ciudad había festejado el nuevo siglo con luces artificiales y bombardas, por doquier hubieron festejos y alegría. En general el mundo celebró el comienzo del nuevo siglo. La esperanza y la expectativa de nuevos descubrimientos eran un gran comienzo. Los inventos, los avances en la medicina y en el mundo científico e industrial fueron celebrados como milagros por la sociedad.
La humanidad parecía vivir una nueva etapa de progreso y prosperidad y la venida de la primavera alegraba aun más el espíritu festivo en la ciudad.
En un pequeño salón de su casa, Octavia no estaba ajena a la algarabía que se vivía por el cambio de estación y el nuevo año, ahora podía usar sus blusas blancas de tela fresca, con blondas y encajes que tanto amaba, sus faldas le llegaban a la altura de los tobillos según la moda de la época y eran de tela más delgada, sus finos y pequeños botines amarrados con pasadores hacían juego con todo el atuendo. Su cabello atado en un pequeño moño a la altura de la nuca la hacia lucir atractiva, delgada y moderna. 1900 era un año de cambios y había que ir con los tiempos según pensaba ella.
Octavia estaba casada con Aníbal y tenía dos hijos: Emiliana que en pocas semanas cumpliría 17 años y Manuelito de 14 años. Era una familia pequeña y unida.
La casa donde vivían era la herencia que sus padres le habían dejado a Octavia entre otras propiedades que le producían rentas, además de dinero guardado en el banco todo esto le permitía tener una vida cómoda y holgada. Aníbal su esposo también aportaba parte del dinero para el sustento del hogar.
Su casa era bastante grande, la entrada tenía un gran portón con una puerta más pequeña por donde se entraba al patio principal, al fondo se podía ver la puerta de la sala, esta era de gran tamaño con finos muebles y decorada con buen gusto, al costado de esta sala, había otra sala auxiliar más pequeña donde se celebraban reuniones familiares, después seguía el comedor que podía recibir 12 comensales cómodamente sentados a la mesa, luego venía el pequeño salón que era el refugio de Octavia, donde ella podía leer, escribir y contestar sus cartas, llevar las cuentas de la casa y organizar su día para las diferentes actividades en las que participaba. En la casa también habían varios dormitorios y cuartos de huéspedes. La amplia cocina tenía una gran puerta que daba a un patio interior, las habitaciones para el servicio quedaban al fondo, y más al fondo un gran huerto que era casi tan grande como la casa, en el había sembrado árboles frutales, algunos pinos, bellas y variadas flores y entre ellas su preferida la buganvilias, que su madre había sembrado años atrás y que daba hermosas flores rojas.
El huerto era cuidado con cariño y dedicación por Octavia y en esta tarea la ayudaba el jardinero Cesáreo que venía una vez al mes a podar y cuidar las plantas.
En el pequeño salón Octavia terminaba de ordenar las cuentas además de la lista de cosas que se necesitaban comprar para la semana, en ese momento irrumpió Ondina empujando la puerta y dijo en voz alta: -señora- y ahí quedó en silencio porque Octavia le llamó la atención.
-Cuantas veces te he repetido Ondina que no debes entrar corriendo ni levantando la voz, salga usted del salón y vuelva a entrar como debe ser-.
Ondina un poco encogida salió y volvió a entrar despacio, casi contando sus pasos y dijo con voz moderada: -señora Octavia un cochero trajo está carta par usted-.
Octavia recibió la carta y contestó -está el cochero esperando respuesta-.
-No señora solo entregó la carta y se fue-.
-Está bien puedes retirarte Ondina-. Octavia miró el sobre que le habían traído.
Ondina y su madre Felicitas trabajaban para Octavia, ellas eran personas de confianza para la familia y se encargaban de los quehaceres del hogar.
Cuando se quedó a solas en el salón Octavia se preguntaba de quien era el sobre, de inmediato leyó el remitente, su sorpresa fue mayúscula al comprobar que era de su prima Blanca, entonces abrió el sobre con prisa, quería saber que le escribía Blanca.
Querida Octavia:Hace unos instantes hemos llegado al puerto sin novedad, en pocas horas nos embarcaremos para el viaje con destino a Vevey Suiza. Como tú sabes yo trabajo como institutriz para la familia De la Torre y Valle, ellos van a vivir en esta ciudad por negocios que la familia desea hacer en Europa. Quiero agradecerte además la protección que siempre me brindaste y el calor de hogar que recibí en tu casa, pero ahora es tiempo de independizarme e ir por mi camino. De nuevo te doy las gracias querida prima.
Te prometo escribir seguido para contarte como me va. No sé cuando volveremos a ver pero estaré en contacto.
Tu prima.
Blanca.
Octavia leyó la corta misiva con tristeza, ella y su prima habían crecido juntas como hermanas porque los padres de Blanca fallecieron y los padres de Octavia la recibieron en el hogar.
La prima Blanca era maestra y la familia De la Torre y Valle la contrató como profesora particular para sus hijos. Ellos eran personas de la alta sociedad, tenían mucho dinero y querían una educación privada para sus niños. Blanca había pasado todas las pruebas que exigía la familia para el puesto de institutriz.
Nunca Octavia estuvo completamente de acuerdo que su prima viaje sola, pero ella había querido hacerlo, según decía era una nueva experiencia en su vida: -Octavia ya conozco a la familia, recuerda que trabajo con ellos desde hace dos años- comentaba Blanca par tranquilizar a su prima.
En uno de los cajones de su escritorio guardó la carta no sin antes desearle todos los parabienes y bendiciones en su nueva vida tan lejos de la familia.
Una hora más tarde llegaba a la casa Emiliana, su joven hija que cursaba el último año de su educación escolar en el Corazón de María de las hermanas Estrada, este era un colegio exclusivo para señoritas donde recibían una estricta educación que las preparaba para seguir estudios superiores si así lo deseaban.
Emiliana una joven atractiva y de buen carácter saludaba a su madre al mismo tiempo que le decía:
-Madre muero de hambre, hoy las clases han estado muy complicadas y las profesoras demasiado exigentes, después hubo un alboroto en el salón para ponerse de acuerdo de cómo debía ser la reunión de fin de año para nuestra graduación, en resumen no se llegó a ningún acuerdo, mañana volveremos a intentar ponernos de acuerdo ¿por qué tiene que ser todo tan complicado madre?-.
Octavia escuchaba con atención a su hija y todos los detalles que ella le contaba sobre su colegio. Mientras se ordenaba en el comedor todo para el almuerzo, aún no se podían sentar a la mesa, era la costumbre esperar a Aníbal y Manuelito que entraban en ese momento diciendo -madre ya llegué ¿qué tenemos de almuerzo?- todos los días era la misma pregunta. Manuelito estudiaba en el colegio de los padres Agustinos donde le educación era también exigente, con sus catorce años todavía no sabía que iba a elegir cuando termine sus estudios del colegio, para él todo era aún juego y alboroto.
Pocos instantes después Aníbal entraba a la casa, sus hijos lo saludaban con alegría y la familia por fin estaba junta y todos podían sentarse almorzar como era la costumbre en el hogar.
Primavera de 1900 era también una época de cambios para la ciudad, ya habían llegado los primeros autos que paseaban por las calles, estos eran propiedad de personas de dinero, la gente común todavía hacia uso de los carruajes a caballo para transportarse. Se hablaba que el gobierno pensaba construir la primera línea del tranvía que tendría la ciudad pero esto aun eran solo palabras, no era una realidad.
Después de almorzar y en el salón de descanso Aníbal leyendo el diario comentaba con Octavia:
-No puede ser, el diario dice que los obreros piensan convocar una huelga para exigir sus derechos, qué te parece Octavia, esto va crear todo un desorden en las calles- y seguía leyendo la noticia en voz alta para que su esposa se entere.
-Es terrible Aníbal la medida, pero tienen derecho a protestar, todos sabemos que sus condiciones de vida son muy difíciles y su trabajo mal pagado- contestó Octavia.
Aníbal no contestó pero siguió leyendo y luego comentó: -las calles se van a convertir en tierra de nadie y si dura mucho tiempo la huelga habrá escasez de alimentos. Aquí el diario dice que los obreros también exigen el horario de trabajo de 8 horas según dicen, es su derecho. Esto Octavia va ser un problema que el gobierno debe resolver cuanto antes-.
-Si en eso tienes razón, el gobierno debe resolver el problema lo más pronto posible para evitar la agitación y las revueltas. En el fondo el resto de la población los apoya-.
Octavia tenía razón en lo que decía, pero los obreros tendrían que luchar aun más para conseguir las mejoras salariales y el respeto a las 8 horas de trabajo, además de la regulación del trabajo para las mujeres y los niños.
La casa de Octavia quedaba en la calle del Naranjo# 1316 muy cerca a la plazuela de la Reconciliación donde quedaba al frente la iglesia del mismo nombre. Esta plazuela no era redonda como solían ser las demás plazuela, esta era alargada y en uno de los extremo había la copia exacta de la pileta de agua que había en la plaza mayor de la ciudad.
Los domingos en la tarde, en las bancas de la plazuela los vecinos solían sentarse a conversar o descansar, era un lugar de reunión para el vecindario y a la misa de 11 de la mañana era obligación asistir, todos lo hacían con respeto y recogimiento.
Octavia amaba su casa, en ella había nacido y conocía a muchas familias del vecindario que vivían en sus casonas vecinas a la de ella.
En una de las esquinas de la plazuela había un viejo árbol fuerte y macizo, que ella recordaba desde que era pequeña y solía pasear con su madre. Tenía altas ramas que daban una agradable sombra en verano. Este hermoso árbol siempre la impresiono por su belleza.
En la otra esquina estaba la farmacia de la familia Albujar, al costado la casa de la enfermera Eda encargada de poner inyecciones y tomar la presión a todo el vecindario. Más allá la tienda de lanas y pasamanería, luego venía la panadería donde se vendían deliciosos pasteles y panes calentitos, al frente de la iglesia, la tienda de sombreros con los últimos modelos para damas y caballeros, no podemos olvidar el bazar de ropa para damas donde se encontrar todo tipo de prendas femeninas. La plazuela era un lugar agradable en las tardes de verano.
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