La guerra con Chile había terminado, el país se encontraba en paz, la noticia se extendía por todo el territorio nacional. Ahora no era tiempo de detenerse a preguntar ¿por qué sucedió? o ¿quiénes eran los responsables? solo se necesitaba trabajar para seguir adelante y fortalecer el país para que pueda recobrar su economía.
Era la época de los primeros días del gobierno del presidente Miguel Iglesias, habían revueltas e inestabilidad, volver a recomponer la economía y el orden social se convertía en prioridad. El país tenía que levantarse para llegar al nuevo siglo recuperado. La Guerra trajo dolor, tristeza, fue la peor tragedia vivida, puso a prueba el temple de toda su gente.
Pero había una parte del territorio nacional, al sur de la ciudad de Lima un pueblo que se llamaba Cañete, donde sus pobladores estaban al tanto de las últimas noticias y rogaban al cielo que pronto se inicie la reconstrucción del país. El clamor popular era que la agricultura se recupere porque la mayoría de estas personas, vivía de los frutos de la tierra y de las cosechas de algodón que representaban ingresos al estado y sostenían parte de la economía nacional.
Todos los pobladores sabían que no seria fácil volver a empezar, pero el positivismo acompañaba a esta gente cargada de fe y esperanza. Lo mismo ocurría en el resto del país.
En ese período turbulento se vivía otra tragedia en el fundo La Alborada, situado a poca distancia del pueblo de Cañete. El dueño de este fundo Leopoldo Castillo y Vidal padre de Eugenia, había fallecido víctima de un trágico accidente dentro de su propiedad. El dolor de la hija era profundo y no podía contener las lágrimas, se encontraba en la biblioteca frente al escritorio que era de su padre, desde donde atendía y administraba el fundo.
El velorio y entierro habían concluido hace unas horas, Eugenia no había dormido un segundo, ella estaba sorprendida de la cantidad de gente que asistió al funeral para darle el último adiós a su padre, entre ellos se encontraban los grandes hacendados, varias personas notables del pueblo, muchos amigos y hasta personas que no conocía. Los peones que trabajaban en el fundo también habían llegado para presentar sus condolencias. Leopoldo Castillo y Vidal había sido un hombre justo y honorable fue enterrado junto a su esposa que dos años antes había fallecido víctima de fiebres perniciosas. Las dos tumbas se hallaban ubicadas en los terrenos del fundo cerca a la pequeña capilla que el padre de Eugenia había mandado construir unos años antes.
El accidente fue tan inesperado que nada se pudo hacer. La mañana del fatídico día, Eugenia no acompañó a su padre hacer el recorrido de trabajo por el fundo como la hacía muchas veces.
Martin uno de los muchachos del servicio, vino a traer la mala noticia, entró en la casa gritando a viva voz:
-¡Señorita Eugenia! ¡señorita Eugenia!- gritaba el mozo, ella se encontraba en el jardín atendiendo los rosales, al escuchar que la llamaban fue al encuentro del muchacho y dijo con autoridad:
-¿Qué sucede'?,¿Porqué tanto alboroto y escándalo?- contestó Eugenia.
Martín habló desesperado -su padre ha sufrido un terrible accidente cerca a los cañaverales, venga pronto por favor-.
Eugenia dejó todo lo que estaba haciendo y con la carreta a caballo llegó hasta el lugar del accidente, vio a su padre tendido en el suelo a un costado del camino. El caporal de campo y algunos peones que fueron testigos del accidente lo rodeaban. Su padre tenía el rostro lleno de polvo por la violenta caída del caballo, se acercó a él se puso de rodillas a su lado y con un pañuelo limpió su rostro que tenía una expresión serena, como si estuviera dormido, de inmediato ordenó a los peones subirlo con cuidado a la carreta para llevarlo a la casa, a Martín lo mandó al pueblo para traer al doctor.
La caída que había sufrido su padre fue mortal y la muerte fue instantánea. Al parecer el caballo se asustó con una culebrilla que asomó en el camino, el animal lo arrojó con violencia sobre unas piedras, las consecuencias del accidente fueron fatales.
Leopoldo Castillo y Vidal era padre de Eugenia, él era dueño del fundo "La Alborada" éste poseía doscientas hectáreas de cultivos de algodón de primera calidad. Leopoldo amaba su fundo que era el trabajo de toda una vida.
La casa donde vivía con su familia quedaba dentro de los límites del fundo, era un lugar cómodo y amplio para vivir. La casa se encontraba construida sobre una loma desde donde se podía divisar todos los campos de cultivos de algodón. El padre de Eugenia se sentía orgulloso de su propiedad y de su trabajo.
Cuando el doctor llegó a la casa, encontró el cuerpo de Leopoldo tendido en la cama de su habitación, se acercó a la hija para hablar sobre el accidente. Luego se acercó al padre, lo examinó con cuidado y certificó su muerte.
Golpeada por el dolor Eugenia lloró en silencio la muerte del padre que se había ido de forma repentina e inexplicable, nunca más volvería a escuchar su voz, ni a tener las largas conversaciones. Leopoldo era un hombre culto y le gustaba conversar con su hija sobre diversos temas.
Nada en el mundo la había preparado para algo así. En el pueblo de Cañete Eugenia no tenía parientes, solo habían vivido ella y sus padres. La poca familia con la que contaba vivía en Lima y eran su tía Rosalía y sus tres hijas, además de su madrina que era viuda desde hace varios años.
En esas horas nada más tenía importancia que ocuparse del entierro de su padre. Aturdida por el dolor no escuchó los pasos que se acercaban a la biblioteca, solo se dio cuenta de ello cuando una voz la llamó por su nombre y la sacó de sus pensamientos: -Eugenia puedo pasar- dijo el doctor Godofredo Murillo abogado y encargado de los asuntos legales del fundo y un gran amigo de su padre.
-Dr. Murillo pase usted por favor- contestó Eugenia mostrándose más serena ante el abogado.
-Gracias por recibirme Eugenia, ahora que todas las personas se han retirado después de presentar sus condolencias, vengo hablar contigo, sé que no es el momento de tocar estos temas por los tristes acontecimientos ocurridos pero es necesario hablar por muy doloroso que sea. Como sabes pronto será el tiempo de cosecha y tú tendrás que firmar facturas, contratos y recibos por todo aquello deben estar los papeles de fundo en orden y legalmente registrados a tu nombre, eres la única heredera de los bienes de tu padre por lo tanto es necesario empezar los trámites legales para que puedas tomar posesión de tu herencia.
Eugenia con tristeza en el corazón contestó -usted tiene razón Dr. Murillo estoy de acuerdo con sus palabras, proceda a iniciar los trámites legales.
El Dr. Murillo trató de consolar a Eugenia con palabras de aliento: -quiero que sepas que no estas sola, si en algo puedo ayudarte no dudes en recurrir a mí. Tú sabes cuanto estimaba a tú padre, nosotros éramos muy buenos amigos-.
De esta manera el Dr. Murillo se declaraba protector legal y amigo, él veía a Eugenia como a una hija, ella había estudiado junto a su hija mayor Anabela las dos eran de las misma edad y asistieron al mismo colegio de las Hermanas de la Virgen del Socorro.
-Gracias Dr. Murillo- contestó Eugenia -yo sé que puedo confiar en usted como lo hacía mi padre-.
Por el momento no había más que decir, el abogado se dio cuenta que debía retirarse, Eugenia tenía que estar a solas para mitigar su dolor. Se despidio en silencio y salió de la biblioteca para regresar al pueblo y empezar los trámites de documentos que necesitaba su nueva protegida para tomar posesión de su legado.
Nunca la noche fue más oscura, la casa estaba en silencio parecía más grande y vacía. Ahora era ella la que tenía que hacerse cargo del fundo y del trabajo de su padre, debía prepararse para estar a la altura de las circunstancias y de lo que el futuro le depare.
Caminó despacio por el pasillo que llevaba a las habitaciones, al pasar por la habitación de sus padres no tuvo valor para entrar, no porque sintiera miedo si no por que lo extrañaba demasiado y esto hacía que el dolor por su pérdida fuera más grande.
En casa de Eugenia vivía también su personal de servicio, como Filomena que fue su niñera cuando ella era pequeña y ahora se encargaba de la cocina , también estaba Celestina la joven que realizaba las tareas de limpieza y por ultimo Martín el muchacho del mandado y de los trabajos de arreglos y carpintería en la casa. Todos ellos sentían un gran afecto por señor Leopoldo el padre de Eugenia y su tristeza por el patrón era sincera. Ellos sentían que en la ausencia del padre debían proteger a la hija y nueva dueña del fundo La Alborada.
Al día siguiente como todos los días Filomena entró en la habitación de Eugenia con la bandeja del desayuno para despertarla, la joven ya estaba despierta, se sentó en la cama recibió la bandeja y comentó: -desde mañana tomaré el desayuno en el comedor, no más desayunos en la habitación-. Filomena asintió con la cabeza la orden que le daban. Desde ese día se harían algunos cambios en el manejo de la casa.
Filomena era la empleada de máxima confianza en la casa, conocía a Eugenia desde pequeña y sentía por ella un afecto maternal. Sin embargo no se atrevía a contrariar las ordenes de su joven ama.
Mientras Eugenia tomaba el desayuno pensaba en hacer algunos cambios en la casa y en el fundo, no serían demasiados pero habrían otros cambios que sí debía hacer para tomar sus nuevas responsabilidades con la seriedad que demandaban. Estos cambios tenían que ver con su persona, decidió que ya no iría tan seguido a las ferias del pueblos acompañada por sus amigas, ya no serían tan seguidos sus paseos a la playa o las reuniones en casa de Lucrecia y Virginia sus amigas y vecinas del fundo. Ellas eran hermanas y pertenecían a unas de las familias más ricas e importantes de la zona, sus padres eran dueños de la hacienda más grande de la región. Eugenia deseaba utilizar el tiempo en administrar el fundo como lo hacía su padre, haría el trabajo con responsabilidad.
Ese día tomaría un descanso y al día siguiente comenzaría a trabajar en la administración del fundo que su padre trabajó y amó tanto.
Después de terminar el desayuno, Filomena entró de nuevo en la habitación con un ramo de rosas y una esquela que le enviaban sus amigas Lucrecia y Virginia. La esquela decía que estaban a su lado y la apoyaban en todo lo que fuera necesario -Cuenta con nosotras querida amiga-.
La nueva vida de Eugenia se presentaba con nuevas responsabilidades, ella quería guardar el legado de su padre y trabajar para mantener el fundo activo, esa era la forma de mantener vivo el recuerdo de sus padres.
CONTINUARÁ
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