domingo, 29 de enero de 2023

AL CALOR DE LOS RECUERDOS

El día domingo era un día de descanso, un día familiar. Después del medio día se cerraba la pastelería. Eugenia aprovechaba ese tiempo para estar junto a su hija y jugar con ella. En los días de semana el trabajo era intenso y la mantenía ocupada.  Por eso, esa tarde de domingo, Eugenia con su hija Azucena fueron a visitar a su madrina, pasaron una tarde amena conversando, tomaron el té y antes que caiga la noche Eugenia se despidió, era el momento de regresar a su hogar.
En el camino fue una casualidad encontrar a Jean Luca, para ella fue una sorpresa pues éste ya no visitaba tan seguido la pastelería como antes. Para Jean Luca también fue una sorpresa encontrarse con Eugenia y era la primera vez que conocía Azucena, antes de esa tarde  nunca había visto a la niña, muy galante se ofreció acompañarla. Caminaron juntos por las avenidas del centro hasta llegar a su casa. Eugenia lo invitó a pasar para tomar un café.
Mientras conversaban en la sala y saboreaban el aromático café, Jean Luca le contaba a Eugenia como fue su viaje desde Italia al Perú y porque se animó a venir. Le comentó además sobre su vida en Italia y sobre su familia.
-Mi estimada amiga fue Vittorino el que me animó a viajar, cuando mi barco llegó a Panamá casi me quedo en ese lugar, estaba cansado, el viaje había sido largo y todavía me quedaba una larga ruta. Tengo que decir que me sentía desanimado y temeroso, no sabía como sería mi vida en la nueva ciudad, de nuevo fue Vittorino, él que me me convenció a segur el viaje. Ahora vivo en el Perú desde hace tres años, tengo que confesar que me acostumbre rápido a la vida y al trabajo en esta ciudad. Todo aquí es diferente a Italia pero no he tenido problemas para adaptarme-.
Eugenia lo escuchaba con atención, entre los dos surgió una confianza natural, era una forma de conocerse y poder hablar de sus vidas y de como el destino los había logrado encontrar. Eugenia también comentó sobre su vida en el campo, habló de su esposo y de como había llegado a la capital. 
Era de noche cuando Jean Luca se despedía de Eugenia y ella lo acompañó hasta la puerta principal. Luego cenó algo frugal y le dio de comer a su hija, antes de acostarse mientras se cambiaba pensaba que era la primera vez que realmente conocía a Jean Luca, le agradó su conversación y la manera de tratarla. 
En los días de semana, la actividad en la pastelería se normalizaba, el trabajo era intenso los nuevos empleados se acostumbraban al horario y los resultados eran positivos, esto se reflejaba en la aceptación del público que cada vez era más asiduo para comprar los deliciosos pasteles y tortas.  
Desde algunos días, Eugenia llevaba en las mañanas Azucena a la pastelería, quería tenerla cerca, Celestina era la encargada de cuidarla mientras ellas se dedicaban a atender al publico. En las tarde la pequeña se quedaba en casa al cuidado de Filomena y Celestina. 
En la mañana de lunes, Eugenia, su hija y Celestina llegaron a la pastelería. Felicia acomodaba en una de la vitrinas los deliciosos budines de trigo recién salidos del horno. Polonio llamó a Eugenia al taller para que supervise el trabajo de los muchachos y de su aprobación. Celestina mientras tanto cuidaba con dedicación Azucena. Alrededor de las diez de la mañana, era la hora de la fruta para la niña, Celestina la dejó sentada en una pequeña silla de paja en la puerta de entrada, ella fue a la trastienda para traer la fruta. De pronto se escucharon gritos, bulla y escándalo en la calle era un verdadero tumulto, un grupo de revoltosos venía corriendo desde el otro extremo de la calle para enfrentarse unas cuadras más abajo con un grupo contrario. La gente sabía que era una revuelta y había que correr. Felicia escuchó el escandalo de la calle y cerró la puerta principal para evitar algún destrozo dentro del local, Celestina venía con la fruta en las manos y pegó un grito llamando a Azucena, la niña no estaba, todo fue muy rápido. Felicia pensó que Celestina y Azucena estaban en la trastienda cuando vio la silla de paja vacía. Eugenia en el patio supervisaba el horno al escuchar los gritos corrió a ver que pasaba. La sangre se le helo en las venas, su hija no se encontraba.
-¿Donde está Azucena?- gritó y corrió abrir la puerta, la pequeña había desaparecido y en la calle los revoltosos se alejaban muy rápido, no había rastros de Azucena. 
Eugenia ordenó cerrar la pastelería, y apagar el horno, Celestina lloraba y suplicaba perdón. Todos salieron a buscar a la pequeña. Polonio y los muchachos corrían tras el tumulto para ver si alguno de ellos se había llevado a la niña. Mientras Eugenia, Felicia y Celestina tocaban las puertas de las casas vecinas para saber si alguien la había visto -¡no puede ser!- gritó Eugenia desesperada -¿dónde está mi hija?- repetía una y otra vez. 
En la cuadra ninguno de los vecinos sabía nada de la niña, Celestina seguía pidiendo perdón a Eugenia y ella le reclamaba el por qué había dejado sola a Azucena -tú jamás debiste separarte de mi hija- gritó. 
Ahora tenía que ir lo más pronto a la jefatura de policía para presentar la denuncia por la desaparición de su hija, dejó a Felicia y a Celestina en la puerta de la pastelería para que esperen las noticias de Polonio. Mientras ella se dirigía a la jefatura pensaba que estaba viviendo la peor pesadilla, no era justo y quería gritar, las lágrimas caían por sus mejillas y el dolor desgarraba su alma, rogaba al cielo que su hija donde esté, se encuentre bien. 
En la comisaria presentó la denuncia para que la ayuden a encontrar a su bebé. Los trámites burocráticos, demoraban una eternidad,  las preguntas para que explique al detalle cómo había desaparecido su hija. Eugenia con la voz entrecortada contestaba cada pregunta que le hacía el comisario. Al terminar la entrevista el oficial superior le habló para tranquilizarla: -señora no se preocupe en este momento vamos a salir a buscar a su hija, solo le pido que comprenda que el grueso de mi personal está controlando a los revoltosos en la riña callejera, pero uno de mis guardias la va acompañar para comenzar la investigación- terminó de decir.
Eugenia se puso de pie y salió acompañada por un policía para ir al lugar exacto donde había desaparecido Azucena. 
En la puerta de la pastelería la esperaban Polonio, los muchachos nuevos, Felicia y Celestina. La expresión de sus rostros lo decían todo, no habían buenas noticias, nadie había visto nada y menos a la niña. El policía interrogó a cada uno de los presentes, era importante saber como había sucedido y si podía ser un caso de negligencia o lo que es peor un secuestro.  
Cuando el policía se retiró para informar a su superior, Eugenia con dolor y desesperación ordenó:
-Nosotros vamos a seguir buscando, es mejor separarnos para tocar puertas y preguntar a la gente, alguien tiene que haber visto algo, mi hija no puede desaparecer sin dejar rastro-.  La madre no iba a esperar sentada que la policía la encuentre. 
El grupo se separó y buscaron por las calles cercanas, junto al río, caminaron por la orilla y nada no se encontraban rastros de Azucena. Las horas avanzaban y la desesperación, el dolor crecían a cada instante en el corazón de Eugenia. 
Había ya oscurecido cuando llegó a su casa cansada y con el corazón adolorido. En la sala la esperaba la tía Rosalía y sus primas que se habían enterado del terrible suceso, junto a ellas también estaba Jean Luca dispuesto ayudar en lo que sea para encontrar a la hija de Eugenia. Todos los presentes le daban palabras de aliento, le decían que la policía la iba a encontrar. Ella agradecía sus palabras pero de solo escuchar, su desesperación crecía aun más.
Una hora más tarde llegó a casa de Eugenia, Marcela:
-Querida amiga, me enterado de la terrible tragedia, vamos a encontrar a tu hija ya veras, la ciudad no es tan grande como para no saber donde está. Mañana a primera hora en la redacción voy hacer imprimir avisos para repartir por toda la ciudad, todos deben estar enterados. La gente en estos casos es muy solidaria y nos van ayudar en la tarea de encontrar a Azucena- finalizó y abrazó a Eugenia que no dejaba de llorar y agradecer su ayuda.
Era muy tarde en la noche cuando la familia y amigos se despidieron. Eugenia se quedó sola en su habitación, se acercó a la cuna de su hija, rogaba al cielo que se encuentre bien. No podía dormir solo quería que amanezca pronto para salir de nuevo a buscar a su hija. Se sentía culpable y el dolor le apretaba el pecho. Por un segundo imaginó a Eduardo e imaginó cómo reaccionaria él con la desaparición de su amada hija. 
Amaneció, muy temprano, Eugenia no durmió, se alistó como pudo, se peinó y cuando salía a la calle Filomena le alcanzó un vaso con leche pero ella lo rechazó, no había comido nada desde el día anterior, pero a ella no le importaba, su hija estaba primero. 
Celestina le avisó que Felicia y Jean Luca habían venido. Eugenia los recibió pero se disculpó les dijo que tenía que salir a buscar a su hija. 
Felicia comentó: -hemos venido para ayudarte- Jean Luca agregó -vamos a organizarnos para seguir buscando, solo debemos saber por donde comenzar-. 
En el momento que salían se encontraron con Marcela que traía los avisos impresos para repartir por la ciudad. También llegó Polonio y los nuevos empleados, ellos querían ayudar. Entonces era mejor separarse para cubrir una zona más grande de la ciudad. Los hombres irían por las calles de la periferia que eran un poco peligrosos y las mujeres recorrerían las calles del centro y la orilla del río, todos llevaban avisos para repartir donde se hablaba de Azucena. 
Eugenia no deseaba quedarse de brazos cruzados y esperar que la policía  encuentre a su hija, tenía que salir a buscarla. Felicia y Celestina hacían lo mismo por otras calles del centro. Filomena se quedó en casa a la espera de la tía Rosalía y de alguna noticia de la policía.  
El grupo caminó todo el día en diferentes direcciones, repartían los avisos, peinaron una zona más grande de la ciudad y otra vez lo mismo, nadie sabía nada. Era frustrante no saber donde estaba su niña, Eugenia se desesperó, no podía contener las lágrimas. No quería rendirse, no podía rendirse en la búsqueda de Azucena. 
El reloj del comedor marcaba las once de la noche del segundo día desde que su niña había desaparecido y no tenia noticias de Azucena. Eugenia había caminado todo el día buscando y preguntando por su hija para ver si alguna persona sabía algo de ella. La policía hasta ese momento tampoco tenía buenas noticias. En su habitación lloraba, sentía que Dios le había dado la espalda y que el cielo se había cerrado sobre su cabeza. Si su hija no aparecía era mejor morir, sin Azucena la vida no tenía sentido para ella. Se reprochaba y decía en voz alta, como le había fallado, se supone que ella, su madre debía protegerla.
Filomena consolaba a su señora y Celestina lloraba desolada en la cocina, que podía pasar ahora donde estaba su querida bebé y que iba ha hacer con ella su señora.
Pasada la media noche se escucharon unos golpes fuertes en la puerta de calle, Filomena fue abrir, era su amiga Marcela que venía acompañada de su hermano, ella quería conversar con Eugenia. 
Filomena la hizo pasar a la sala y fue en busca de su señora, no fue necesario Eugenia había escuchado la voz de su amiga y venía por el corredor a la sala. Marcela al verla entrar a la sala se puso de pie caminó hacia ella y dijo: -¡Eugenia! ¡Eugenia! sé donde está tu hija, no podía esperar hasta mañana para darte la noticia. Azucena se encuentra en la casa de la señora Encarnación, es una dama ecuatoriana y está casada con el Dr. Torres, ellos viven a seis cuadras de la pastelería, no puedo decir cómo llegó a esa casa. Una vecina del matrimonio fue la que vino a la redacción para informar que la bebé perdida estaba en la casa del Dr. Torres. Ahora vamos a buscarla para traerla  a su hogar de nuevo- terminó de decir. 
Eugenia se puso a llorar, no podía creerlo  y no dejaba de dar gracias al cielo, su hija había aparecido. Se envolvió en un chal de lana y en las manos llevaba la frazadita de Azucena para abrigarla, junto a Marcela y el hermano de ésta salieron de la casa para ir a buscarla. 
Llegaron a la casa del Dr. Torres y un mayordomo les abrió la puerta, él anuncio a los esposos que habían venido a buscarlo. El Dr. Torres al ver a los visitantes sabía el porque estaban en su casa a esas horas de la noche. 
Eugenia junto a Marcela entraron a la habitación donde dormía Azucena, la niña estaba bien abrigada y cuidada. La esposa del doctor le juro que nunca fue su intención quedarse con la bebé, pero no sabía donde se encontraban sus padres, ella estaba segura que en algún momento ellos vendrían a buscarla. Luego comenzó a contar como fue que Azucena llegó a su casa.
La mañana de los sucesos, La señora venía caminando por la calle del colegio Real cuando vio a Azucena que caminaba por la vereda opuesta, al otro extremo de la calle venían corriendo un tumulto de hombres que gritaban. Él grupo se acercaba peligrosamente a la bebé, ella por temor a que la atropellen o lo que es peor  alguien se la lleve, cruzó la pista y corrió a su lado, tomó Azucena en sus brazos y no paró de correr hasta llegar a su casa por temor a que la turba le de alcance. Es así como la bebé llegó a mi hogar. 
-Yo le juro señora que si pasaba un día más iríamos a la policía junto con mi esposo a denunciar el caso de la bebé perdida, no lo hicimos antes porque no queríamos que la lleven a un orfelinato- señaló la esposa del doctor. 
Eugenia no culpaba a los esposos, al contrario les agradecía haber protegido a su hija. Ahora era el momento de llevar Azucena al hogar. Antes de partir  volvió agradecer al matrimonio por salvar a su niña. Abrigó bien  Azucena, la cargó en sus brazos y partió junto con Marcela y su hermano. Al llegar al hogar de Eugenia, Marcela abrazó a su ahijada y le dio un beso en la frente luego agregó: -Eugenia esta noche ha sido una noche de emociones y felicidad porque tu hija esta de nuevo junto a ti y eso es lo más importante-.
-Marcela... nunca voy a terminar de pagarte lo que has hecho por mi hija y por mí, querida amiga me haz devuelto la vida- contestó agradecida.
A la hora de dormir en su habitación Eugenia estaba al lado de su hija, no quería separarse un instante de ella, la sola idea de perderla para siempre la llenó de temor, tristeza  y sacudió hasta la fibra más intima de su ser. En la oscuridad de la noche pensaba que ya era tiempo de ejecutar la idea que daba vueltas en su cabeza, desde lo ocurrido con su esposo no dejaba de pensar en ello. No iba hacer fácil pero debía hacerlo, esto conlleva firmar algunos documentos y tratar de poner orden en su casa y en su vida.


CONTINUARÁ 
                                             
  
    
        
         


 

lunes, 9 de enero de 2023

AL CALOR DE LOS RECUERDOS

Habían pasado algunas semanas desde los trágicos sucesos ocurridos con la muerte de Eduardo. En su casa, Eugenia había recibido una carta extensa de Anella, madre de Eduardo. En ella escribía y se podía sentir todo el dolor y tristeza de perder a un hijo. En uno de los párrafos Anella escribía:
-Querida Eugenia, no es natural que un padre entierre a un hijo, lo natural es que los hijos entierren a su padre, es la ley de la naturaleza. Perder a un hijo es un dolor terrible que no se puede explicar. 
La carta seguía y en varias líneas escribía los recuerdos vividos junto al hijo que ya no estaba. 
Al terminar de leer la misiva, Eugenia comprendía el dolor y la tristeza de Anella, ella también era madre. 
Junto con la carta de Anella también llegaron cartas del Dr. Murillo, Fermín Benites, de su amiga Virginia, en cada una de ellas se podía leer las palabras de pesar y aliento para Eugenia por la terrible tragedia que vivía.
La boda de Virginia estaba cerca y Eugenia le envió un telegrama pidiendo disculpas por no poder asistir a su matrimonio pero debía comprender que estaba de luto.
Eugenia daba gracias al cielo porque el trabajo de la pastelería la mantenía ocupada y la ayudaba a llevar el duelo. Ella no podía abandonarse a la tristeza y renunciar a la vida, tenía a su hija Azucena que la necesitaba. La pequeña había perdido a su padre, no podía perder también a su madre.
En la casa, todavía se podía sentir la presencia de Eduardo en todas las habitaciones, Eugenia tenía la impresión  que en cualquier momento se iba abrir la puerta principal y su esposo iba entrar, trayendo consigo algún regalo o flores. 
En la pastelería Eugenia recibía la visita de su tía Rosalía y sus primas que querían acompañarla y reconfortarla, ella agradecía su presencia pero en general lo que la mantenía en pie era su hija Azucena y el trabajo.
El tiempo pasaba muy rápido, la pequeña Azucena ya daba sus primeros pasos y usaba las botitas que su padre le había mandado hacer. En dos semanas más la niña cumpliría un año, Eugenia le iba a celebrar el santo pero sería una reunión sencilla solo con la familia. Nada de alboroto y menos música.
El domingo día de la celebración del cumpleaños, los invitados llegarían a las cuatro de la tarde. Había que vestir a la niña con su vestidito rosa con blondas y encaje, zapatitos blancos y un lazo en la cabeza. La mesa tenía un bello mantel, en ella habían pasteles, budines, bombones, caramelos, empanadas y en el centro, una gran torta adornada cubierta con una fina capa de mazapán y pequeñas flores blancas de azúcar completaban la decoración. Todos los bocaditos y la torta fueron preparados en la pastelería. 
A las cuatro de la tarde comenzaron a llegar los invitados, Eugenia tenía en los brazos a su hija Azucena, la bebé recibia  a todos con una sonrisa. La tarde de la celebración fue sencilla pero amena, todas las mujeres de la familia habían traído regalos, en todo momento se evitó hablar de temas tristes, era el cumpleaños de Azucena y había que celebrarlo.
Al final de la tarde la reunión terminó. La familia se despedía, Marcela madrina de Azucena abrazó y beso a su ahijada, ella comprendía el dolor de Eugenia porque también había perdido a su esposo. El día domingo había terminado y la celebración también, Eugenia agradecía a toda la familia por acompañarla a celebrar el primer año de la pequeña Azucena.
Al día siguiente era Lunes, el trabajo en la pastelería como siempre se desenvolvía en forma normal. Los resultados económicos poco a poco se  reflejaban en el libro contable, los números estaban en azul. Sin embargo Eugenia siempre recordaba las palabras de su esposo que decía: -querida, no todo el dinero que entra en la pastelería es ganancia, ¡nunca debes olvidar! de esta manera los ingresos y egresos se mantendrán en orden y tendrás el valor real de la inversión  
Con el incidente de la nota anónima y la experiencia vivida por Eugenia, Felicia había desarrollado una teoría que no estaba del todo equivocada. En la mañana mientras atendían al público Felicia explicaba:  
-Eugenia, casi tengo la seguridad que los que enviaron la nota anónima eran enemigos de Eduardo o de la naviera, nadie más podía saber que él había desaparecido. Tú no comentaste nada de lo sucedido a tu esposo-.
Felicia podía tener razón, pensó Eugenia, su esposo había desarrollado un buen trabajo y gracias a ello la naviera ganó muchos contratos de carga para llenar las bodegas del barco. Esto pudo despertar molestias en la competencia. Eugenia prohibió a Felicia hablar sobre el tema, era peligroso asegurar algo sin tener pruebas. Además para ella lo ocurrido en ese lugar donde se criaban los toros de lidia, fue una experiencia desagradable y aterradora.  
Dos a tres días de la semana solía llegar de visita a la pastelería Jean Luca, amigo de Vittorino esposo de Elina prima de Eugenia y hermana de Felicia. Éste solía comprar empanadas para la merienda de la tarde. Felicia lo atendía y mientras ella envolvía su pedido, él se acercaba para saludar a Eugenia y conversar unos minutos, cada vez eran más seguidas sus visitas a la tienda.
Cuando él se retiró, Felicia que no se le escapaba nada comentó: -Jean luca viene cada vez más seguido a la pastelería, creo que le gustan los pasteles que se venden aquí-.
Eugenia no comentó ni dijo palabra alguna, entonces Felicia insistió: -¿tú que opinas? ¿crees que estoy equivocada?-. 
-Felicia, tienes demasiada imaginación, las personas son libres de ir donde lo deseen y comprar a su gusto- contestó un tanto molesta.
El comentario de Felicia a Eugenia le parecía exagerado, Jean Luca era una persona amiga, pasaba a saludarla compraba lo que le gustaba y se retiraba. Su conversación siempre fue amable y cordial.
Sin embargo, la gran felicidad para Eugenia era su pastelería "Las Delicias", se hacía cada vez más conocida en la ciudad, esto significaba que al público le agradaba la calidad y el sabor de los pasteles, los panes dulces y las deliciosas empanadas, ni hablar del budín de trigo que se acaba ni bien salía del horno. El secreto de su éxito, conservar siempre el sabor y la calidad, además de tener bien decorado e impecable el local.
En las noches antes de hacer dormir a su pequeña hija, jugaba con ella y le contaba cuentos, cuando Azucena se dormía, Eugenia se ocupaba de revisar las cuentas y los pedidos de la pastelería. A la hora de irse a dormir guardó su prendedor en el joyero y sacó la sortija de compromiso que un día le diera Eduardo, esa joya debía volver a la familia de su esposo, a ellos les pertenecía. En la primera oportunidad Eugenia se la entregaría Anella, madre de Eduardo.
Temprano en la mañana, antes de salir de su casa para ir a trabajar, le dio las recomendaciones del caso a Celestina para que cuide bien Azucena. Como la niña ya caminaba Eugenia pensó que sería bueno llevarla a la pastelería algunos días, para tenerla cerca.  
La mañana de trabajo se desarrollo en forma normal, unos minutos antes de cerrar la pastelería al medio día, Polonio entró agitado a la tienda, estaba pálido: -señorita Eugenia, debe venir pronto a la trastienda- insistió. 
Eugenia alarmada dejó lo que estaba haciendo, pensó que el horno se incendiaba o los pasteles que debían salir en la mañana se habían quemado ¡qué tragedia!  repetía.
En el patio se escuchaba bulla y palabras altisonantes, al acercarse para ver lo que sucedía, eran Atencio y Justo los que armaban el alboroto lo peor fue que estaban encaramados en una lucha cada uno de ellos con medio cuerpo descubierto y en las manos tenían filosas cuchillas con las que se habían cortado los brazos. Eugenia al ver el deplorable espectáculo levantó la voz -¡deténganse! repetía una y otra vez- pero los muchachos no hacían caso y seguían luchando, se golpeaban con ferocidad.
-¡Polonio dame tu cinto!- gritó Eugenia y éste obedeció. 
Por temor a que se corten con  heridas profundas que podían causarles la muerte, con el cinto en la mano Eugenia les dio un latigazo en la espalda a cada uno. El dolor los hizo reaccionar y se soltaron rápidamente. Fue la única manera de conseguir que se detengan, recién en ese instante, ellos  se percataron de la presencia de Eugenia.
-Cómo es posible que se comporten como delincuentes- les increpó  molesta -esto es algo inconcebible que no puedo tolerar, pónganse las camisas en este momento y desde ya les anuncio que están despedidos. Ahora mismo voy a pagarles el salario que se les debe- señaló con autoridad. 
Los dos muchachos se arrodillaron ante Eugenia para suplicar su perdón y rogar por su trabajo. Ella detestaban dejar a sus empleados sin empleo pero en este caso no tenía salida, como podía en el futuro confiar en ellos y en que momento, ella misma se podía ver amenazada por la mala conducta de estos empleados. 
Antes de aceptar el empleo los dos jóvenes sabían las reglas que debían acatar dentro del trabajo. 
Eugenia muy seria dio la media vuelta fue hasta la caja para pagarles el salario que se les debía, ordenó a Felicia cerrar la puerta de entrada. Los dos muchachos se acercaron a ella para recibir su paga, ambos trataron de justificar su comportamiento pero Eugenia les ordenó retirarse. Se sentó cansada en una de las sillas detrás de la vitrina, estaba molesta y contrariada. Le dolía la garganta por haber levantado la voz, luego comentó con Felicia lo sucedido y ésta contestó: -vas a denunciarlos con la policía-.
-No, no voy a denunciarlos ya es bastante castigo el quedarse sin empleo, esto es una lección que nunca olvidaran-. contestó todavía molesta por lo sucedido. 
Polonio fue llamado por Eugenia para pedirle que busque a dos jóvenes,  sus nombres habían quedado  seleccionados cuando se solicitó personal para trabajar: -es necesario que busque a estos dos muchachos para que comiencen hoy mismo a trabajar. No podemos cerrar la pastelería por este incidente- aseguró Eugenia.
A las tres de la tarde, cuando se abría de nuevo la tienda, Polonio presentó a Eugenia los dos nuevos empleados sus nombres eran Aquilino y Percy. Ellos serían supervisados hasta comprobar que sabían su oficio.  
Al final de tarde Polonio comentó con Eugenia y Felicia sobre el altercado de la mañana con Justo y Atencio, a ellas les contó porque se habían peleado: - desde hace varios días se llevaban mal y se trataban mal, ya no se podía trabajar junto a ellos, discutían todo el tiempo. Tarde o temprano tenían que terminar en pleito. No se bien el motivo de su pleito pero creo que tenía que ver con la hermana de uno de ellos. 
Eugenia no quería saber más del asunto, era un tema acabado,  hacer comentarios era una pérdida de tiempo. 
Con el trabajo de cada día los nuevos empleados tomaban experiencia y aprendían las recetas y las cantidades exactas que debían respetar para no cambiar el sabor de cada pastel o dulce. Polonio supervisaba el trabajo de los nuevos empleados y si había alguna duda consultaba con Eugenia para que de su aprobación. 
En las tardes como ya era una costumbre Jean Luca pasaba por la pastelería para visitar y conversar con Eugenia, una tarde la invitó a salir y ella declinó amablemente su invitación, se justificó diciendo que estaba de luto y que no podía salir. Jean Luca no insistió.
-Eugenia, supongo que puedo seguir visitándola en la pastelería-. habló un poco decepcionado.
-Nosotros seguimos siendo amigos y usted siempre es bienvenido- contestó Eugenia.    
Cuando se retiró Jean Luca, Felicia iba hacer un comentario pero Eugenia se lo impidió: -no es necesario que des tu opinión-. Su prima estaba molesta y Felicia no deseaba tener un altercado con ella, le tenía un gran respeto y estima. 
Después de la visita de Jean Luca, Marcela llegó a visitar a Eugenia a la pastelería comentó con ella:
-Mi querida amiga, mañana tengo una reunión en mi casa y estás invitada, el motivo un aniversario más de la revista, van asistir gente del medio y de la política. Te espero a las 7 p.m no lo olvides, la reunión  es con vestido elegante- señaló Marcela a su amiga y se despidió.
Eugenia no sabía que ponerse, podía parecer algo frívolo que pensará de esa forma si estaba de luto pero era una reunión elegante y debía ir con un vestido apropiado para la ocasión. 
En la tarde del día siguiente se alistaba en su habitación para asistir a la reunión de su amiga Marcela. Eligió para la ocasión un vestido de brocado con adornos dorados, de escote redondo y manga tres cuartos, ceñido en la cintura con un cinturón de fantasía, guantes pequeños de terciopelo, zapatos que hacían juego con el vestido y una pequeña cartera de satén. Llevaba en el cuello un fino collar de perlas y aretes de oro, sobre los hombros llevaba un chal con hilos dorados, para finalizar se perfumó con agua de lavanda. Con todo aquello estaba completo su arreglo, solo esperaba el coche de alquiler que venía a recogerla para llevarla a la casa de Marcela. 
Antes de salir dio las recomendaciones del caso a Filomena y Celestina para que cuiden bien Azucena, ella estaría de regreso a la media noche. 
Al llegar a la casa de Marcela ya habían algunos invitados, todos ellos vestían elegantes. Eugenia entró en el gran salón con su vestido fino,  su porte y juventud la hacían lucir más distinguida. El ambiente de la reunion estaba muy animado, Marcela al percatarse de su presencia fue a saludarla. Los invitados eran lo mejor del ambiente político, periodístico, literario, además de empresarios y personas notables de la ciudad. 
Entre los invitados se encontraba el senador Isaías Monasterio que no podía faltar. 
En el transcurso de la velada no faltaron los discursos alusivos al aniversario. Se recordaron los nombres notables de las personas que pasaron por la redacción y por supuesto el nombre de Rubén se mencionó. Marcela presentó a Eugenia a varios de sus conocidos, entre políticos y escritores. La reunión era un éxito. En un momento aparte Eugenia comentó con su amiga que había escuchado algunos comentarios de los invitados que se hablaba de un levantamiento contra el gobierno. 
-Siempre vamos a escuchar rumores, mi querida Eugenia. Lima es una ciudad de rumores, es algo que he aprendido en estos últimos años. Lo importantes es saber cuando son verdad y cuando son solo comentarios que crean desconcierto en la población, es ahí donde está la duda y se debe investigar antes de publicar una noticia. 
Salvo estos comentarios la reunión fue amena, entretenida y una nueva experiencia para Eugenia. Tuvo oportunidad de conocer gente notable del ambiente y conversar con el senador Isaías Monasterio que era una persona divertida y un notable orador. 
Alrededor de las doce de la noche, Eugenia se despedía de su amiga Marcela, del senador y otros invitados. Subió al coche que vino a recogerla, estaba cansada con sueño pero feliz porque había pasado una velada diferente y entretenida.


CONTINUARÁ