El día domingo era un día de descanso, un día familiar. Después del medio día se cerraba la pastelería. Eugenia aprovechaba ese tiempo para estar junto a su hija y jugar con ella. En los días de semana el trabajo era intenso y la mantenía ocupada. Por eso, esa tarde de domingo, Eugenia con su hija Azucena fueron a visitar a su madrina, pasaron una tarde amena conversando, tomaron el té y antes que caiga la noche Eugenia se despidió, era el momento de regresar a su hogar.
En el camino fue una casualidad encontrar a Jean Luca, para ella fue una sorpresa pues éste ya no visitaba tan seguido la pastelería como antes. Para Jean Luca también fue una sorpresa encontrarse con Eugenia y era la primera vez que conocía Azucena, antes de esa tarde nunca había visto a la niña, muy galante se ofreció acompañarla. Caminaron juntos por las avenidas del centro hasta llegar a su casa. Eugenia lo invitó a pasar para tomar un café.
Mientras conversaban en la sala y saboreaban el aromático café, Jean Luca le contaba a Eugenia como fue su viaje desde Italia al Perú y porque se animó a venir. Le comentó además sobre su vida en Italia y sobre su familia.
-Mi estimada amiga fue Vittorino el que me animó a viajar, cuando mi barco llegó a Panamá casi me quedo en ese lugar, estaba cansado, el viaje había sido largo y todavía me quedaba una larga ruta. Tengo que decir que me sentía desanimado y temeroso, no sabía como sería mi vida en la nueva ciudad, de nuevo fue Vittorino, él que me me convenció a segur el viaje. Ahora vivo en el Perú desde hace tres años, tengo que confesar que me acostumbre rápido a la vida y al trabajo en esta ciudad. Todo aquí es diferente a Italia pero no he tenido problemas para adaptarme-.
Eugenia lo escuchaba con atención, entre los dos surgió una confianza natural, era una forma de conocerse y poder hablar de sus vidas y de como el destino los había logrado encontrar. Eugenia también comentó sobre su vida en el campo, habló de su esposo y de como había llegado a la capital.
Era de noche cuando Jean Luca se despedía de Eugenia y ella lo acompañó hasta la puerta principal. Luego cenó algo frugal y le dio de comer a su hija, antes de acostarse mientras se cambiaba pensaba que era la primera vez que realmente conocía a Jean Luca, le agradó su conversación y la manera de tratarla.
En los días de semana, la actividad en la pastelería se normalizaba, el trabajo era intenso los nuevos empleados se acostumbraban al horario y los resultados eran positivos, esto se reflejaba en la aceptación del público que cada vez era más asiduo para comprar los deliciosos pasteles y tortas.
Desde algunos días, Eugenia llevaba en las mañanas Azucena a la pastelería, quería tenerla cerca, Celestina era la encargada de cuidarla mientras ellas se dedicaban a atender al publico. En las tarde la pequeña se quedaba en casa al cuidado de Filomena y Celestina.
En la mañana de lunes, Eugenia, su hija y Celestina llegaron a la pastelería. Felicia acomodaba en una de la vitrinas los deliciosos budines de trigo recién salidos del horno. Polonio llamó a Eugenia al taller para que supervise el trabajo de los muchachos y de su aprobación. Celestina mientras tanto cuidaba con dedicación Azucena. Alrededor de las diez de la mañana, era la hora de la fruta para la niña, Celestina la dejó sentada en una pequeña silla de paja en la puerta de entrada, ella fue a la trastienda para traer la fruta. De pronto se escucharon gritos, bulla y escándalo en la calle era un verdadero tumulto, un grupo de revoltosos venía corriendo desde el otro extremo de la calle para enfrentarse unas cuadras más abajo con un grupo contrario. La gente sabía que era una revuelta y había que correr. Felicia escuchó el escandalo de la calle y cerró la puerta principal para evitar algún destrozo dentro del local, Celestina venía con la fruta en las manos y pegó un grito llamando a Azucena, la niña no estaba, todo fue muy rápido. Felicia pensó que Celestina y Azucena estaban en la trastienda cuando vio la silla de paja vacía. Eugenia en el patio supervisaba el horno al escuchar los gritos corrió a ver que pasaba. La sangre se le helo en las venas, su hija no se encontraba.
-¿Donde está Azucena?- gritó y corrió abrir la puerta, la pequeña había desaparecido y en la calle los revoltosos se alejaban muy rápido, no había rastros de Azucena.
Eugenia ordenó cerrar la pastelería, y apagar el horno, Celestina lloraba y suplicaba perdón. Todos salieron a buscar a la pequeña. Polonio y los muchachos corrían tras el tumulto para ver si alguno de ellos se había llevado a la niña. Mientras Eugenia, Felicia y Celestina tocaban las puertas de las casas vecinas para saber si alguien la había visto -¡no puede ser!- gritó Eugenia desesperada -¿dónde está mi hija?- repetía una y otra vez.
En la cuadra ninguno de los vecinos sabía nada de la niña, Celestina seguía pidiendo perdón a Eugenia y ella le reclamaba el por qué había dejado sola a Azucena -tú jamás debiste separarte de mi hija- gritó.
Ahora tenía que ir lo más pronto a la jefatura de policía para presentar la denuncia por la desaparición de su hija, dejó a Felicia y a Celestina en la puerta de la pastelería para que esperen las noticias de Polonio. Mientras ella se dirigía a la jefatura pensaba que estaba viviendo la peor pesadilla, no era justo y quería gritar, las lágrimas caían por sus mejillas y el dolor desgarraba su alma, rogaba al cielo que su hija donde esté, se encuentre bien.
En la comisaria presentó la denuncia para que la ayuden a encontrar a su bebé. Los trámites burocráticos, demoraban una eternidad, las preguntas para que explique al detalle cómo había desaparecido su hija. Eugenia con la voz entrecortada contestaba cada pregunta que le hacía el comisario. Al terminar la entrevista el oficial superior le habló para tranquilizarla: -señora no se preocupe en este momento vamos a salir a buscar a su hija, solo le pido que comprenda que el grueso de mi personal está controlando a los revoltosos en la riña callejera, pero uno de mis guardias la va acompañar para comenzar la investigación- terminó de decir.
Eugenia se puso de pie y salió acompañada por un policía para ir al lugar exacto donde había desaparecido Azucena.
En la puerta de la pastelería la esperaban Polonio, los muchachos nuevos, Felicia y Celestina. La expresión de sus rostros lo decían todo, no habían buenas noticias, nadie había visto nada y menos a la niña. El policía interrogó a cada uno de los presentes, era importante saber como había sucedido y si podía ser un caso de negligencia o lo que es peor un secuestro.
-Nosotros vamos a seguir buscando, es mejor separarnos para tocar puertas y preguntar a la gente, alguien tiene que haber visto algo, mi hija no puede desaparecer sin dejar rastro-. La madre no iba a esperar sentada que la policía la encuentre.
El grupo se separó y buscaron por las calles cercanas, junto al río, caminaron por la orilla y nada no se encontraban rastros de Azucena. Las horas avanzaban y la desesperación, el dolor crecían a cada instante en el corazón de Eugenia.
Había ya oscurecido cuando llegó a su casa cansada y con el corazón adolorido. En la sala la esperaba la tía Rosalía y sus primas que se habían enterado del terrible suceso, junto a ellas también estaba Jean Luca dispuesto ayudar en lo que sea para encontrar a la hija de Eugenia. Todos los presentes le daban palabras de aliento, le decían que la policía la iba a encontrar. Ella agradecía sus palabras pero de solo escuchar, su desesperación crecía aun más.
Una hora más tarde llegó a casa de Eugenia, Marcela:
-Querida amiga, me enterado de la terrible tragedia, vamos a encontrar a tu hija ya veras, la ciudad no es tan grande como para no saber donde está. Mañana a primera hora en la redacción voy hacer imprimir avisos para repartir por toda la ciudad, todos deben estar enterados. La gente en estos casos es muy solidaria y nos van ayudar en la tarea de encontrar a Azucena- finalizó y abrazó a Eugenia que no dejaba de llorar y agradecer su ayuda.
Era muy tarde en la noche cuando la familia y amigos se despidieron. Eugenia se quedó sola en su habitación, se acercó a la cuna de su hija, rogaba al cielo que se encuentre bien. No podía dormir solo quería que amanezca pronto para salir de nuevo a buscar a su hija. Se sentía culpable y el dolor le apretaba el pecho. Por un segundo imaginó a Eduardo e imaginó cómo reaccionaria él con la desaparición de su amada hija.
Amaneció, muy temprano, Eugenia no durmió, se alistó como pudo, se peinó y cuando salía a la calle Filomena le alcanzó un vaso con leche pero ella lo rechazó, no había comido nada desde el día anterior, pero a ella no le importaba, su hija estaba primero.
Celestina le avisó que Felicia y Jean Luca habían venido. Eugenia los recibió pero se disculpó les dijo que tenía que salir a buscar a su hija.
Felicia comentó: -hemos venido para ayudarte- Jean Luca agregó -vamos a organizarnos para seguir buscando, solo debemos saber por donde comenzar-.
En el momento que salían se encontraron con Marcela que traía los avisos impresos para repartir por la ciudad. También llegó Polonio y los nuevos empleados, ellos querían ayudar. Entonces era mejor separarse para cubrir una zona más grande de la ciudad. Los hombres irían por las calles de la periferia que eran un poco peligrosos y las mujeres recorrerían las calles del centro y la orilla del río, todos llevaban avisos para repartir donde se hablaba de Azucena.
Eugenia no deseaba quedarse de brazos cruzados y esperar que la policía encuentre a su hija, tenía que salir a buscarla. Felicia y Celestina hacían lo mismo por otras calles del centro. Filomena se quedó en casa a la espera de la tía Rosalía y de alguna noticia de la policía.
El grupo caminó todo el día en diferentes direcciones, repartían los avisos, peinaron una zona más grande de la ciudad y otra vez lo mismo, nadie sabía nada. Era frustrante no saber donde estaba su niña, Eugenia se desesperó, no podía contener las lágrimas. No quería rendirse, no podía rendirse en la búsqueda de Azucena.
El reloj del comedor marcaba las once de la noche del segundo día desde que su niña había desaparecido y no tenia noticias de Azucena. Eugenia había caminado todo el día buscando y preguntando por su hija para ver si alguna persona sabía algo de ella. La policía hasta ese momento tampoco tenía buenas noticias. En su habitación lloraba, sentía que Dios le había dado la espalda y que el cielo se había cerrado sobre su cabeza. Si su hija no aparecía era mejor morir, sin Azucena la vida no tenía sentido para ella. Se reprochaba y decía en voz alta, como le había fallado, se supone que ella, su madre debía protegerla.
Filomena consolaba a su señora y Celestina lloraba desolada en la cocina, que podía pasar ahora donde estaba su querida bebé y que iba ha hacer con ella su señora.
Pasada la media noche se escucharon unos golpes fuertes en la puerta de calle, Filomena fue abrir, era su amiga Marcela que venía acompañada de su hermano, ella quería conversar con Eugenia.
Filomena la hizo pasar a la sala y fue en busca de su señora, no fue necesario Eugenia había escuchado la voz de su amiga y venía por el corredor a la sala. Marcela al verla entrar a la sala se puso de pie caminó hacia ella y dijo: -¡Eugenia! ¡Eugenia! sé donde está tu hija, no podía esperar hasta mañana para darte la noticia. Azucena se encuentra en la casa de la señora Encarnación, es una dama ecuatoriana y está casada con el Dr. Torres, ellos viven a seis cuadras de la pastelería, no puedo decir cómo llegó a esa casa. Una vecina del matrimonio fue la que vino a la redacción para informar que la bebé perdida estaba en la casa del Dr. Torres. Ahora vamos a buscarla para traerla a su hogar de nuevo- terminó de decir.
Eugenia se puso a llorar, no podía creerlo y no dejaba de dar gracias al cielo, su hija había aparecido. Se envolvió en un chal de lana y en las manos llevaba la frazadita de Azucena para abrigarla, junto a Marcela y el hermano de ésta salieron de la casa para ir a buscarla.
Llegaron a la casa del Dr. Torres y un mayordomo les abrió la puerta, él anuncio a los esposos que habían venido a buscarlo. El Dr. Torres al ver a los visitantes sabía el porque estaban en su casa a esas horas de la noche.
Eugenia junto a Marcela entraron a la habitación donde dormía Azucena, la niña estaba bien abrigada y cuidada. La esposa del doctor le juro que nunca fue su intención quedarse con la bebé, pero no sabía donde se encontraban sus padres, ella estaba segura que en algún momento ellos vendrían a buscarla. Luego comenzó a contar como fue que Azucena llegó a su casa.
La mañana de los sucesos, La señora venía caminando por la calle del colegio Real cuando vio a Azucena que caminaba por la vereda opuesta, al otro extremo de la calle venían corriendo un tumulto de hombres que gritaban. Él grupo se acercaba peligrosamente a la bebé, ella por temor a que la atropellen o lo que es peor alguien se la lleve, cruzó la pista y corrió a su lado, tomó Azucena en sus brazos y no paró de correr hasta llegar a su casa por temor a que la turba le de alcance. Es así como la bebé llegó a mi hogar.
-Yo le juro señora que si pasaba un día más iríamos a la policía junto con mi esposo a denunciar el caso de la bebé perdida, no lo hicimos antes porque no queríamos que la lleven a un orfelinato- señaló la esposa del doctor.
Eugenia no culpaba a los esposos, al contrario les agradecía haber protegido a su hija. Ahora era el momento de llevar Azucena al hogar. Antes de partir volvió agradecer al matrimonio por salvar a su niña. Abrigó bien Azucena, la cargó en sus brazos y partió junto con Marcela y su hermano. Al llegar al hogar de Eugenia, Marcela abrazó a su ahijada y le dio un beso en la frente luego agregó: -Eugenia esta noche ha sido una noche de emociones y felicidad porque tu hija esta de nuevo junto a ti y eso es lo más importante-.
-Marcela... nunca voy a terminar de pagarte lo que has hecho por mi hija y por mí, querida amiga me haz devuelto la vida- contestó agradecida.
A la hora de dormir en su habitación Eugenia estaba al lado de su hija, no quería separarse un instante de ella, la sola idea de perderla para siempre la llenó de temor, tristeza y sacudió hasta la fibra más intima de su ser. En la oscuridad de la noche pensaba que ya era tiempo de ejecutar la idea que daba vueltas en su cabeza, desde lo ocurrido con su esposo no dejaba de pensar en ello. No iba hacer fácil pero debía hacerlo, esto conlleva firmar algunos documentos y tratar de poner orden en su casa y en su vida.
CONTINUARÁ