Habían pasado algunas semanas desde los trágicos sucesos ocurridos con la muerte de Eduardo. En su casa, Eugenia había recibido una carta extensa de Anella, madre de Eduardo. En ella escribía y se podía sentir todo el dolor y tristeza de perder a un hijo. En uno de los párrafos Anella escribía:
-Querida Eugenia, no es natural que un padre entierre a un hijo, lo natural es que los hijos entierren a su padre, es la ley de la naturaleza. Perder a un hijo es un dolor terrible que no se puede explicar.
La carta seguía y en varias líneas escribía los recuerdos vividos junto al hijo que ya no estaba.
Al terminar de leer la misiva, Eugenia comprendía el dolor y la tristeza de Anella, ella también era madre.
Junto con la carta de Anella también llegaron cartas del Dr. Murillo, Fermín Benites, de su amiga Virginia, en cada una de ellas se podía leer las palabras de pesar y aliento para Eugenia por la terrible tragedia que vivía.
La boda de Virginia estaba cerca y Eugenia le envió un telegrama pidiendo disculpas por no poder asistir a su matrimonio pero debía comprender que estaba de luto.
Eugenia daba gracias al cielo porque el trabajo de la pastelería la mantenía ocupada y la ayudaba a llevar el duelo. Ella no podía abandonarse a la tristeza y renunciar a la vida, tenía a su hija Azucena que la necesitaba. La pequeña había perdido a su padre, no podía perder también a su madre.
En la casa, todavía se podía sentir la presencia de Eduardo en todas las habitaciones, Eugenia tenía la impresión que en cualquier momento se iba abrir la puerta principal y su esposo iba entrar, trayendo consigo algún regalo o flores.
En la pastelería Eugenia recibía la visita de su tía Rosalía y sus primas que querían acompañarla y reconfortarla, ella agradecía su presencia pero en general lo que la mantenía en pie era su hija Azucena y el trabajo.
El tiempo pasaba muy rápido, la pequeña Azucena ya daba sus primeros pasos y usaba las botitas que su padre le había mandado hacer. En dos semanas más la niña cumpliría un año, Eugenia le iba a celebrar el santo pero sería una reunión sencilla solo con la familia. Nada de alboroto y menos música.
El domingo día de la celebración del cumpleaños, los invitados llegarían a las cuatro de la tarde. Había que vestir a la niña con su vestidito rosa con blondas y encaje, zapatitos blancos y un lazo en la cabeza. La mesa tenía un bello mantel, en ella habían pasteles, budines, bombones, caramelos, empanadas y en el centro, una gran torta adornada cubierta con una fina capa de mazapán y pequeñas flores blancas de azúcar completaban la decoración. Todos los bocaditos y la torta fueron preparados en la pastelería.
A las cuatro de la tarde comenzaron a llegar los invitados, Eugenia tenía en los brazos a su hija Azucena, la bebé recibia a todos con una sonrisa. La tarde de la celebración fue sencilla pero amena, todas las mujeres de la familia habían traído regalos, en todo momento se evitó hablar de temas tristes, era el cumpleaños de Azucena y había que celebrarlo.
Al final de la tarde la reunión terminó. La familia se despedía, Marcela madrina de Azucena abrazó y beso a su ahijada, ella comprendía el dolor de Eugenia porque también había perdido a su esposo. El día domingo había terminado y la celebración también, Eugenia agradecía a toda la familia por acompañarla a celebrar el primer año de la pequeña Azucena.
Al día siguiente era Lunes, el trabajo en la pastelería como siempre se desenvolvía en forma normal. Los resultados económicos poco a poco se reflejaban en el libro contable, los números estaban en azul. Sin embargo Eugenia siempre recordaba las palabras de su esposo que decía: -querida, no todo el dinero que entra en la pastelería es ganancia, ¡nunca debes olvidar! de esta manera los ingresos y egresos se mantendrán en orden y tendrás el valor real de la inversión
Con el incidente de la nota anónima y la experiencia vivida por Eugenia, Felicia había desarrollado una teoría que no estaba del todo equivocada. En la mañana mientras atendían al público Felicia explicaba:
-Eugenia, casi tengo la seguridad que los que enviaron la nota anónima eran enemigos de Eduardo o de la naviera, nadie más podía saber que él había desaparecido. Tú no comentaste nada de lo sucedido a tu esposo-.
Felicia podía tener razón, pensó Eugenia, su esposo había desarrollado un buen trabajo y gracias a ello la naviera ganó muchos contratos de carga para llenar las bodegas del barco. Esto pudo despertar molestias en la competencia. Eugenia prohibió a Felicia hablar sobre el tema, era peligroso asegurar algo sin tener pruebas. Además para ella lo ocurrido en ese lugar donde se criaban los toros de lidia, fue una experiencia desagradable y aterradora.
Dos a tres días de la semana solía llegar de visita a la pastelería Jean Luca, amigo de Vittorino esposo de Elina prima de Eugenia y hermana de Felicia. Éste solía comprar empanadas para la merienda de la tarde. Felicia lo atendía y mientras ella envolvía su pedido, él se acercaba para saludar a Eugenia y conversar unos minutos, cada vez eran más seguidas sus visitas a la tienda.
Cuando él se retiró, Felicia que no se le escapaba nada comentó: -Jean luca viene cada vez más seguido a la pastelería, creo que le gustan los pasteles que se venden aquí-.
Eugenia no comentó ni dijo palabra alguna, entonces Felicia insistió: -¿tú que opinas? ¿crees que estoy equivocada?-.
-Felicia, tienes demasiada imaginación, las personas son libres de ir donde lo deseen y comprar a su gusto- contestó un tanto molesta.
El comentario de Felicia a Eugenia le parecía exagerado, Jean Luca era una persona amiga, pasaba a saludarla compraba lo que le gustaba y se retiraba. Su conversación siempre fue amable y cordial.
Sin embargo, la gran felicidad para Eugenia era su pastelería "Las Delicias", se hacía cada vez más conocida en la ciudad, esto significaba que al público le agradaba la calidad y el sabor de los pasteles, los panes dulces y las deliciosas empanadas, ni hablar del budín de trigo que se acaba ni bien salía del horno. El secreto de su éxito, conservar siempre el sabor y la calidad, además de tener bien decorado e impecable el local.
En las noches antes de hacer dormir a su pequeña hija, jugaba con ella y le contaba cuentos, cuando Azucena se dormía, Eugenia se ocupaba de revisar las cuentas y los pedidos de la pastelería. A la hora de irse a dormir guardó su prendedor en el joyero y sacó la sortija de compromiso que un día le diera Eduardo, esa joya debía volver a la familia de su esposo, a ellos les pertenecía. En la primera oportunidad Eugenia se la entregaría Anella, madre de Eduardo.
Temprano en la mañana, antes de salir de su casa para ir a trabajar, le dio las recomendaciones del caso a Celestina para que cuide bien Azucena. Como la niña ya caminaba Eugenia pensó que sería bueno llevarla a la pastelería algunos días, para tenerla cerca.
La mañana de trabajo se desarrollo en forma normal, unos minutos antes de cerrar la pastelería al medio día, Polonio entró agitado a la tienda, estaba pálido: -señorita Eugenia, debe venir pronto a la trastienda- insistió.
Eugenia alarmada dejó lo que estaba haciendo, pensó que el horno se incendiaba o los pasteles que debían salir en la mañana se habían quemado ¡qué tragedia! repetía.
En el patio se escuchaba bulla y palabras altisonantes, al acercarse para ver lo que sucedía, eran Atencio y Justo los que armaban el alboroto lo peor fue que estaban encaramados en una lucha cada uno de ellos con medio cuerpo descubierto y en las manos tenían filosas cuchillas con las que se habían cortado los brazos. Eugenia al ver el deplorable espectáculo levantó la voz -¡deténganse! repetía una y otra vez- pero los muchachos no hacían caso y seguían luchando, se golpeaban con ferocidad.
-¡Polonio dame tu cinto!- gritó Eugenia y éste obedeció.
Por temor a que se corten con heridas profundas que podían causarles la muerte, con el cinto en la mano Eugenia les dio un latigazo en la espalda a cada uno. El dolor los hizo reaccionar y se soltaron rápidamente. Fue la única manera de conseguir que se detengan, recién en ese instante, ellos se percataron de la presencia de Eugenia.
-Cómo es posible que se comporten como delincuentes- les increpó molesta -esto es algo inconcebible que no puedo tolerar, pónganse las camisas en este momento y desde ya les anuncio que están despedidos. Ahora mismo voy a pagarles el salario que se les debe- señaló con autoridad.
Los dos muchachos se arrodillaron ante Eugenia para suplicar su perdón y rogar por su trabajo. Ella detestaban dejar a sus empleados sin empleo pero en este caso no tenía salida, como podía en el futuro confiar en ellos y en que momento, ella misma se podía ver amenazada por la mala conducta de estos empleados.
Antes de aceptar el empleo los dos jóvenes sabían las reglas que debían acatar dentro del trabajo.
Eugenia muy seria dio la media vuelta fue hasta la caja para pagarles el salario que se les debía, ordenó a Felicia cerrar la puerta de entrada. Los dos muchachos se acercaron a ella para recibir su paga, ambos trataron de justificar su comportamiento pero Eugenia les ordenó retirarse. Se sentó cansada en una de las sillas detrás de la vitrina, estaba molesta y contrariada. Le dolía la garganta por haber levantado la voz, luego comentó con Felicia lo sucedido y ésta contestó: -vas a denunciarlos con la policía-.
-No, no voy a denunciarlos ya es bastante castigo el quedarse sin empleo, esto es una lección que nunca olvidaran-. contestó todavía molesta por lo sucedido.
Polonio fue llamado por Eugenia para pedirle que busque a dos jóvenes, sus nombres habían quedado seleccionados cuando se solicitó personal para trabajar: -es necesario que busque a estos dos muchachos para que comiencen hoy mismo a trabajar. No podemos cerrar la pastelería por este incidente- aseguró Eugenia.
A las tres de la tarde, cuando se abría de nuevo la tienda, Polonio presentó a Eugenia los dos nuevos empleados sus nombres eran Aquilino y Percy. Ellos serían supervisados hasta comprobar que sabían su oficio.
Al final de tarde Polonio comentó con Eugenia y Felicia sobre el altercado de la mañana con Justo y Atencio, a ellas les contó porque se habían peleado: - desde hace varios días se llevaban mal y se trataban mal, ya no se podía trabajar junto a ellos, discutían todo el tiempo. Tarde o temprano tenían que terminar en pleito. No se bien el motivo de su pleito pero creo que tenía que ver con la hermana de uno de ellos.
Eugenia no quería saber más del asunto, era un tema acabado, hacer comentarios era una pérdida de tiempo.
Con el trabajo de cada día los nuevos empleados tomaban experiencia y aprendían las recetas y las cantidades exactas que debían respetar para no cambiar el sabor de cada pastel o dulce. Polonio supervisaba el trabajo de los nuevos empleados y si había alguna duda consultaba con Eugenia para que de su aprobación.
En las tardes como ya era una costumbre Jean Luca pasaba por la pastelería para visitar y conversar con Eugenia, una tarde la invitó a salir y ella declinó amablemente su invitación, se justificó diciendo que estaba de luto y que no podía salir. Jean Luca no insistió.
-Eugenia, supongo que puedo seguir visitándola en la pastelería-. habló un poco decepcionado.
-Nosotros seguimos siendo amigos y usted siempre es bienvenido- contestó Eugenia.
Cuando se retiró Jean Luca, Felicia iba hacer un comentario pero Eugenia se lo impidió: -no es necesario que des tu opinión-. Su prima estaba molesta y Felicia no deseaba tener un altercado con ella, le tenía un gran respeto y estima.
Después de la visita de Jean Luca, Marcela llegó a visitar a Eugenia a la pastelería comentó con ella:
-Mi querida amiga, mañana tengo una reunión en mi casa y estás invitada, el motivo un aniversario más de la revista, van asistir gente del medio y de la política. Te espero a las 7 p.m no lo olvides, la reunión es con vestido elegante- señaló Marcela a su amiga y se despidió.
Eugenia no sabía que ponerse, podía parecer algo frívolo que pensará de esa forma si estaba de luto pero era una reunión elegante y debía ir con un vestido apropiado para la ocasión.
En la tarde del día siguiente se alistaba en su habitación para asistir a la reunión de su amiga Marcela. Eligió para la ocasión un vestido de brocado con adornos dorados, de escote redondo y manga tres cuartos, ceñido en la cintura con un cinturón de fantasía, guantes pequeños de terciopelo, zapatos que hacían juego con el vestido y una pequeña cartera de satén. Llevaba en el cuello un fino collar de perlas y aretes de oro, sobre los hombros llevaba un chal con hilos dorados, para finalizar se perfumó con agua de lavanda. Con todo aquello estaba completo su arreglo, solo esperaba el coche de alquiler que venía a recogerla para llevarla a la casa de Marcela.
Antes de salir dio las recomendaciones del caso a Filomena y Celestina para que cuiden bien Azucena, ella estaría de regreso a la media noche.
Al llegar a la casa de Marcela ya habían algunos invitados, todos ellos vestían elegantes. Eugenia entró en el gran salón con su vestido fino, su porte y juventud la hacían lucir más distinguida. El ambiente de la reunion estaba muy animado, Marcela al percatarse de su presencia fue a saludarla. Los invitados eran lo mejor del ambiente político, periodístico, literario, además de empresarios y personas notables de la ciudad.
Entre los invitados se encontraba el senador Isaías Monasterio que no podía faltar.
En el transcurso de la velada no faltaron los discursos alusivos al aniversario. Se recordaron los nombres notables de las personas que pasaron por la redacción y por supuesto el nombre de Rubén se mencionó. Marcela presentó a Eugenia a varios de sus conocidos, entre políticos y escritores. La reunión era un éxito. En un momento aparte Eugenia comentó con su amiga que había escuchado algunos comentarios de los invitados que se hablaba de un levantamiento contra el gobierno.
-Siempre vamos a escuchar rumores, mi querida Eugenia. Lima es una ciudad de rumores, es algo que he aprendido en estos últimos años. Lo importantes es saber cuando son verdad y cuando son solo comentarios que crean desconcierto en la población, es ahí donde está la duda y se debe investigar antes de publicar una noticia.
Salvo estos comentarios la reunión fue amena, entretenida y una nueva experiencia para Eugenia. Tuvo oportunidad de conocer gente notable del ambiente y conversar con el senador Isaías Monasterio que era una persona divertida y un notable orador.
Alrededor de las doce de la noche, Eugenia se despedía de su amiga Marcela, del senador y otros invitados. Subió al coche que vino a recogerla, estaba cansada con sueño pero feliz porque había pasado una velada diferente y entretenida.
CONTINUARÁ
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