En la selva del Manu el silencio era total, todos los animales estaba a la espera de ver que sucedía.
Francisco tembloroso sobre la rama del árbol, retrocedía lentamente a pesar de que Pelayo insistía para que se lance al viento y pueda volar. Sus palabras eran en vano, Francisco no lo escuchaba, él no deseaba volar.
La expectativa que se había formado dentro de la familia de papagayos y del resto de los animales que los rodeaban se disipó, todos llegaron a la misma conclusión, Francisco nunca iba a volar.
Cerca de ellos, un mono los observaba y movía la cabeza, hablaba y se lamentaba de ver a Francisco y su terquedad de no hacer caso a su primo.
Pelayo volvió a insistir, no quería darse por vencido, entonces dijo:
-Francisco tu eres un ave, yo soy un ave, nosotros tenemos alas, ¡mira!- y Pelayo abrió sus alas para que su primo se de cuenta de lo que decía y luego agregó: -nosotros con ellas podemos volar, haz el intento y vas a darte cuenta que lo puedes hacer, observa y mira como vuelo.
Entonces Pelayo se lanzó al viento con las alas abierta y empezó a volar, dando algunas volteretas entre las ramas de los arboles cercanos, su primo lo miraba emocionado y sentía el deseo de seguirlo pero no se atrevía, su temor era más grande.
Francisco dudaba no estaba convencido, todo aquello era nuevo para él. Pelayo volvió a su lado y comentó:
-Viste lo fácil que es, solo tienes que animarte y lo puedes lograr, tus alas te guiaran y tu cuerpo pronto se acostumbrará al vuelo.
-Pelayo, porque no olvidamos esto de volar y conversamos de otro tema- dijo Francisco para cambiar la conversación y que su primo olvide del vuelo y de tantas palabras.
Los cientos de aves que pasaban por encima de ellos y eran testigos de los apuros de los primos, comentaban todas a las vez -Francisco no puede volar, no pierdas el tiempo Pelayo.
Pelayo trataba de ignorar todo aquello y no perder la calma con su primo, por eso guardó silencio un momento y saltó con cuidado a una rama cerca, desde ahí pensaba que podía hacer para convencer a Francisco.
Mientras en el resto de la selva del Manu, todos los animales volvían a sus actividades cotidianas, cansados de escuchar los pretextos de Francisco para no volar.
En el río cercano donde vivían las temibles pirañas comentaban:
-Pelayo pierde el tiempo, quiere convencer a su primo de volar y Francisco nunca le va hacer caso.
Los manatíes, los delfines rosados y la nutrias de río, estaban de acuerdo con ellas y agregaban:
-Pelayo debe pasear con sus amigos los otros papagayos y olvidarse de Francisco, es inútil estar a su lado, él no va a cambiar de idea.
La mañana transcurría lentamente Pelayo no escuchaba los comentarios de sus vecinos y después de recuperar la paciencia, regresó de nuevo al lado de su primo.
-Francisco no podemos cambiar de tema.
Yo quiero explicarte lo hermoso que es volar con el viento, ir donde quieras y sentir la sensación de libertad. Todo esto lo estás perdiendo porque no te lanzas a volar y no me escuchas.
Francisco se cubría con las alas, su cuerpo temblaba de miedo y un poco aturdido contestó:
-Yo, soy feliz así cómo vivo, no trates de cambiarme Pelayo.
-Si, yo sé que eres feliz así pero serias más feliz aún, si puedes volar porque irías a donde te lleve el viento y comerías las más deliciosas frutas que hay en los alrededores.
Francisco, cuando escuchó lo de las de las deliciosas frutas, se puso en guardia, era cierto lo que su primo decía; últimamente no estaba comiendo muy bien, muchas veces se quedaba con hambre y las frutas del árbol donde vivía se acababan muy rápido.
A los pies del árbol donde conversaban los primos, estaba el otorongo queriendo hacer una siesta y éste comentaba en voz alta para que lo escuchen Pelayo y Francisco.
-Ya están de nuevo esos papagayos parlanchines hablando y hablando, con tanto parloteo no me dejan dormir, necesito descansar después de haber comido. Desde que ha venido Pelayo, en está selva se acabó la tranquilidad. Todos están pendientes de los movimientos de ese par de papagayos.
El otorongo estaba muy molesto, para él. el descanso era importante porque tenía que digerir su comida y con tanto ruido no podía conciliar el sueño.
El día avanzaba sin novedades, Pelayo fue varias veces a buscar frutas para comer y traer a su primo para que se alimente. Él no perdía la esperanza de que Francisco lo siga.
Cuando llegó la noche y la selva del Manu dormía, Pelayo en una de las ramas del árbol y a la luz de la luna pensaba... ¿cómo podía ayudar a su primo Francisco a perder el miedo a volar?
Si, el plan A había fracasado, Pelayo tenía un plan B y era necesario ponerlo en práctica al día siguiente, de tanto pensar y preocuparse el sueño terminó por vencerlo.
Ajeno a todas las preocupaciones de su primo, Francisco acurrucado en otra rama del árbol dormía profundamente. Él soñaba con las deliciosas frutas que había mencionado Pelayo y se veía comiendo grandes cantidades de ellas, hasta reventar.
Dentro de la familia de los papagayos a esa hora todos dormían pero había uno que estaba despierto, él no le tenía mucha simpatía por Francisco y desconfiaba de Pelayo, en el fondo quería que se marche del Manu y deje a su primo.
Con los primeros rayos de sol del nuevo día, el Manu despertaba, las aves en el cielo, los animales en el bosque y los animales en el río, todos iniciaban sus actividades.
Pelayo estiraba sus alas y despertaba al nuevo día, buscó a su primo alrededor y de pronto escuchó a Francisco:
-¡Aquí estoy Pelayo! ¡buenos días!- y salío de entre las hojas de una de las ramas del árbol.
Estaba de buen humor pensó Pelayo entonces después de desayunar comenzaría a poner en practica su plan B.
Los dos primos comían las ricas y jugosas frutas que Pelayo en varios vuelos, había traído. Todo transcurría en una alegre conversación, hasta que Pelayo comentó:
-Ahora que hemos terminado de desayunar Francisco vamos a practicar algunos ejercicios para mantenernos en forma.
Pelayo no mencionó la palabra vuelo porque se había dado cuenta que Francisco con solo escucharla se ponía en guardia y comenzaba a temblar y se atropellaba con las palabras.
Pelayo con los ejercicios, enseñaba a su primo a batir las alas que por instinto toda ave sabía pero en el caso de Francisco se había quedado anulado por el miedo. Junto a él batía las alas, estiraba cada patita y esperaba con paciencia que su primo haga lo mismo.
A Francisco esto le parecía divertido, por fin estaban haciendo algo entretenido, cuando Pelayo se cansaba de los ejercicios, volaba por los alrededores para dominar con su vuelo el Manu.
Él veía a la región como un paraíso, donde todo funcionaba como un reloj y donde la naturaleza cumplía con vigor sus funciones de desarrollo y reproducción, sólo su hogar, podía superar al Manu. Pelayo comenzaba a extrañar a sus amigos y a su vida de hogar.
Así los días pasaban y pasaban, Pelayo seguía al lado de Francisco haciendo los ejercicios, éste comenzaba a fortalecer sus alas, sentía un nuevo brío y unas ganas de volar...pero cuando lo intentaba su cuerpo temblaba y su voz también: -Pepepelalalayoyoyo...¡no quiero volarrr!. Decía en voz alta para que todos en el Manu lo escuchen.
CONTINUARÁ.