domingo, 19 de agosto de 2018

DOS PUEBLOS...DOS VILLAS

Era bien entrada la noche cuando Rafaela llegó al pueblo de Santa Emilia. Sentía frío, la noche estaba serena y el pueblo tranquilo.
Bajó del bus tomó sus maletas y en un taxi fue directo a su casa. 
En el camino era inevitable evocar los recuerdos de su vida, de sus padres, las amigas del colegio, los juegos y las primeras fiestas. Cada calle cada esquina había cambiado, Santa Emilia prosperaba y crecía. 
La casa de Rafaela quedaba a dos cuadras de la plaza principal en una de las calles céntricas. El carro se detuvo en la puerta y el chófer la ayudó a bajar sus maletas. 
Frente a su casa Rafaela respiró profundamente, tocó  la puerta, pensó tamaña sorpresa que se llevaría su madre al verla, ella ignoraba que su hija llegaba  a Santa Emilia.
Cuando la puerta se abrió y doña Elvira la vio la sorpresa iluminó su rostro y dijo:
-¡Rafaela! que ha pasado, porque no me has avisado que venías. ¿Ha sucedido algo en el trabajo? y abrazó a su hija,  ella  no podía hablar porque su madre la interrumpía.
Se separó un instante y contestó -Calma, madre...calma, no ha pasado nada, vengo a casa para pasar una temporada, ahora estoy cansada, el viaje ha sido largo, deseo comer si es que tienes algo en tu cocina y luego quiero ir a descansar, te prometo que mañana te cuento al detalle todo lo que quieras saber. 
Doña Elvira le sirvió a su hija algo de cenar y luego de terminar, Rafaela abrazó a su madre de nuevo y se fue a su habitación, al abrir la puerta todo estaba igual que siempre, como ella en su momento la había dejado. 
Se sentía realmente cansada las horas de viaje la habían agotado y solo deseaba dormir en su cama. 
Su madre se quedó en la cocina, estaba preocupada, pensaba que había sucedido con su hija porque esta visita tan repentina.  
Al día siguiente muy temprano, Rafaela en su habitación despertó al escuchar el ir y venir de su madre en la cocina. Doña Elvira no había cambiado, era la misma mujer activa de siempre. Ella  pertenecía a la generación de mujeres que pensaban que habían cosas que no se debían conversar con los hijos, pero con el paso de los años había cambiado esta idea y conversaba con Rafaela que ya era una joven adulta, sobre su vida, su primer trabajo, el miedo que tenía de equivocarse al atender al público con alguna receta, ella era dependiente en una farmacia. 
Un día entró un joven a comprar pastillas para el dolor de estomago, ella le recomendó unas píldoras y al día siguiente el joven regresó para agradecerle y luego volvió a regresar al otro día con el pretexto de comprar unas venditas y así sucesivamente día tras  día hasta que se hicieron amigos, luego novios y más tarde se casaron se mudaron de la capital para vivir en Santa Emilia donde iniciaron su familia. 
Con el correr de los años doña Elvira inicio un pequeño negocio de venta de mermeladas elaborada en forma cacera, es decir sin preservantes y de exquisito sabor, eran hechas de pura de fruta, sus mermeladas habían ganado fama entre la gente del pueblo y los turistas que visitaban Santa Emilia, no solo porque eran de pura fruta, si no por su exquisito sabor. 
Vendía las mermeladas de los sabores clásicos como fresa, naranja, piña y además las originales de ají y rocoto pero la que tenía mayor demanda y se agotaba muy rápido era la mermelada de ciruela y tomate con el punto justo entre lo dulce y lo ácido. Cada mermelada tenía su formula secreta que las hacían exquisitas  y de gran éxito . 
En su tienda ubicada en una calle céntrica de la ciudad vendía las mermeladas, además  de aútentica miel de abeja de la región, polen  y los más deliciosos quesos y mantequillas del valle, comprados en el fundo lechero Torre Alba.
Rafaela se levantó, era hora de conversar con su madre y explicar el porqué de su regreso a Santa Emilia. 
Su casa era cómoda y amplia, solo vivía en ella su madre; el hermano mayor de Rafaela, Tadeo, él tenía el mismo nombre que su padre, vivía con su esposa y dos pequeños hijos en la casa del fundo que pertenecía a la familia, estaba ubicada a pocos kilómetros del pueblo, él se encargaba del trabajo que su padre había dejado. 
En la cocina doña Elvira terminaba de llenar los frascos con las deliciosas mermeladas cuando Rafaela entró  la saludo con un beso de buenos días, ella ahora estaba tranquila y podía conversar. 
Sin que su madre le pidiera explicaciones, Rafaela comenzó a contarle porque llegaba de improviso a casa sin avisar. 
Primero quería darle una sorpresa y después  decirle que había renunciado al trabajo, que necesitaba ordenar sus ideas y pensar lo que iba hacer en el futuro. Por el momento quería quedarse en casa con ella y luego se ofreció ayudarla en su negocio: 
-Madre el tiempo que me quede en Santa Emilia puedo hacer las entregas de las mermeladas y demás productos a los hoteles de turistas y a las casas particulares que te las compran- decía Rafaela con entusiasmo.
En el pueblo había muchos hoteles por  el aumento del turismo y la demanda y los pedidos de mermeladas había crecido en cantidad. 
-Rafaela, tú sabes que tengo un joven que se encarga de esos mandados pero no me pongo a que me ayudes. Es tu decisión y es tu futuro, me alegro que te quedes un tiempo conmigo, solo te pido que pienses bien los pasos que vas a dar, aquí siempre eres bienvenida y sabes que tu ayuda me viene muy bien. No quiero ser egoísta y pensar solo en el negocio, espero que tomes las decisiones correctas y pienses en tu carrera.    
-Gracias madre, sabía que podía contar contigo que me escucharías sin criticarme y sobretodo que confies en mí. 
Madre e hija se abrazaron, ahora Rafaela podía estar tranquila y tomarse el tiempo necesario para pensar con serenidad mientras ayudaba  a su madre por un tiempo.  
Después de desayunar y conversar con ella  sobre las últimas novedades en Santa Emilia, de sus amigas y de la familia, Rafaela volvió a su habitación para cambiarse y ordenarla.  Sobre el velador vio la foto de su padre y los recuerdos que tenía de él vinieron a su mente, él ya no estaba con la familia, había muerto cuando ella tenía catorce años, desde entonces siempre lo extrañó, siempre le hizo falta. Su padre era su confidente y protector.
El padre de Rafaela había sido muy cercano a sus hijos, siempre conversaba con ellos.  Él se dedicaba con sus empleados a trabajar el fundo que servía de sustento a la familia y algunos fines de semana le gustaba llevarlos a la ciudadela arqueológica a unos pocos kilómetros de a ciudad. 
Su padre era un arqueólogo aficionado, era un gran lector y se documentaba bien  sobre la antigua cultura que había habitado el valle más o menos 3000 años antes. 
Les hablaba sobre el pasado y las construcciones que  quedaban en el lugar,  él estaba seguro que pertenecían a la cultura Huari por el tipo de mantos de exquisitos dibujos y colores, además de las vasijas y cerámicas aunque las dudas crecían al ver algunas cabezas clavas en las paredes que indicaban que podían ser de la cultura Recuay con influencia de la cultura Chavin.
Su padre se enfurecía cuando encontraba que el lugar había sido saqueado por gente sin respeto al pasado y a la historia. Él siempre se hacía estas preguntas ¿qué había pasado con los habitantes? ¿por qué habían abandonado la ciudad? ¿tal vez había acontecido un fenómeno climático, alguna catástrofe o la muerte de su líder y se sintieron en abandono, sin tener a quien seguir?. 
Todo esto era una gran incógnita para él y sintió un gran alivio cuando el municipio de Santa Emilia tomó bajo su protección la ciudadela. 
Rafaela también recordó la tragedia que había vivido  la familia, fue un duro golpe que sufrieron con la pérdida del padre.         
Un día que  su padre regresaba del fundo en su camioneta con uno de los empleados, vio a un agricultor que trataba de cruzar la carretera,  de pronto una camioneta de color azul que venia a gran velocidad en el carril contrario, no pudo detenerse y atropelló al hombre arrojándolo varios metros en el pavimento. 
La camioneta azul se dio a la fuga y el hombre quedó tendido en la pista. Don Tadeo padre de Rafaela,  detuvo la camioneta, bajó del vehículo para correr auxiliar al agricultor, era increíble, el accidentado estaba vivo pero sin conocimiento, Don Tadeo con su empleado levantaron el cuerpo lo llevaron a la camioneta y rápidamente fueron al hospital de Santa Emilia que era pequeño pero eficiente. En emergencia don Tadeo dejó al hombre y explicó a las enfermeras cómo había sucedido el accidente. Luego se retiró para ir a su casa. 
Tres horas más tarde llegaba la policía a buscarlo y un agente con voz muy fría le dijo:
-Está usted detenido por atropellar a un hombre en la carretera. 
El padre de Rafaela quedó sorprendido, levantó la voz indignado -¡esto es una injusticia! ¿cómo es posible que me culpen de algo que no he cometido?. Tengo un testigo que puede corroborar lo que sucedió.  
No fue escuchado e insistieron en llevárselo, a la jefatura, la ira invadió a don Tadeo que cayó al piso sin conocimiento. De inmediato fue llevado al hospital donde los doctores le diagnosticaron un derrame cerebral. Como una ironía del destino el hombre accidentado y don Tadeo compartian la misma sala, ambos sin conocimiento.
CONTINUARÁ                  

              
          


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