lunes, 28 de noviembre de 2022

AL CALOR DE LOS RECUERDOS

 La mañana amaneció en la ciudad con el cielo  despejado, pronto se iría  el invierno. Eugenia después de su última conversación con Eduardo, visitó la notaria, quería tramitar una carta poder para  que su esposo pueda representarla en cualquier trámite comercial con respecto a la venta de algodón en su fundo. 
Ya en su casa, tenía en  los brazos a Azucena, la madre jugaba con su hija, tomaba sus pequeñas manitas y las besaba. En un instante se abrió la puerta de la calle, era Eduardo que entraba, sus pasos se dirigieron  al patio donde estaban su esposa y su hija. En su rostro se podía ver una expresión de tristeza y pesar. 
Eugenia al verlo así, se alarmó, llamó a Celestina para que lleve a la bebé a cambiar.
Se acercó a su esposo y preguntó: -Eduardo, ¿Qué sucede? ¿Porqué estás así? te noto apesadumbrado-. 
Eduardo se acercó a ella, la abrazó y con voz grave dijo: -Querida Eugenia le ha sucedido algo grave a nuestro amigo Rubén, hoy al mediodía, su cuerpo fue encontrado en una calle vacía, a las afueras de la ciudad. Al parecer había desaparecido varias horas antes-. 
Eugenia se estremeció en los brazos de su esposo que le comentaba como había sucedido. Al comienzo ella se negaba a creer lo ocurrido, varios pensamientos se juntaban en su mente, era un horror y algo difícil de creer. 
-Estamos viviendo día turbulentos Eugenia- decía Eduardo -el país no se termina de estabilizarse, cada día no sabemos lo que pueda suceder. Hay gente que tiene mucho poder y trabaja a la sombra para que sus intereses no se vean afectados, a ellos les conviene el caos para seguir adelante. Rubén era una amenaza, entonces había que silenciarlo. Tú lo conocías, él no se iba ha detener hasta llegar a la verdad. Estoy seguro que nuestro amigo jamás espero algo así. 
Eduardo y Eugenia se quedaron un momento en silencio abrazados y afligidos en medio del patio, ellos apreciaban a Rubén y a su esposa. 
-¿Ahora qué va a pasar con Marcela y sus hijos? debemos ir apoyarlos- decía Eugenia con tristeza y preocupación.
-Si, vamos a ir para apoyar a nuestra amiga pero debemos esperar a que se resuelvan todos los papeles y la autopsia para que  podamos asistir al sepelio- contestó Eduardo. 
Bien entrada la tarde, casi de noche, la familia de Rubén había resuelto que se velaría su cuerpo, en el taller donde se publicaba la revista, para que puedan asistir todos los que deseen dar su último adiós al amigo y compañero.
Cuando Eduardo y Eugenia llegaron al recinto, había mucha gente del medio periodístico, amigos y familiares, en pocas horas la noticia corría por la ciudad. Los esposos se acercaron a Marcela para darle su apoyo, ella tenía el rostro desencajado por el dolor y casi no podía hablar. Eugenia le dio palabras de apoyo pero en esas circunstancias, ninguna palabra es suficiente. 
Las hora parecían pasar lentamente y de pronto entró al lugar el tío de Rubén, el senador Isaías Monasterio con el rostro serio. Los presentes que lo conocían se pusieron de pie en señal de saludo y respeto. El senador levantó la mano como saludo y se acercó al féretro, se quedó de pie junto a él cerca de quince minutos, Después se acercó a Marcela para presentar sus respetos y pidió hablar con ella en privado. Marcela lo condujo a la oficina de su esposo y a puerta cerrada conversaron por más de una hora. Cuando abrieron la puerta el senador en silencio se acercó a un grupo de gente que lo conocía y Marcela se acercó a sus amigos Eduardo y Eugenia y les comentó la conversación que había tenido con el tío de su esposo. Primero le comentó lo sucedido la noche que desapareció Rubén, según el portero del taller, dos caballeros lo vinieron a buscar y hablaron amistosamente con él. Luego salieron los tres a la calle y se perdieron en la oscuridad de la noche, para ese momento eran más de la doce. El portero no hizo nada porque pensó que eran amigos y se iban ha algún lugar conocido.  
Marcela decía a sus amigos que el senador la escuchó en silencio, sin interrumpirla, cuando terminó de hablar sobre todo lo sucedido, el senador Isaías la preguntó: - ¿donde están los documentos y pruebas escritas de las que hablaba Rubén?-. 
Marcela  contestó: -el los tenía guardados en un maletín que nunca sacaba a la calle pero esa noche se llevó el maletín acompañado de los dos hombres, es por eso que me parece más sospechoso todo lo sucedido pero aquí tengo algo- y del cajón de su escritorio, sacó un cuaderno donde Rubén apuntaba todo lo concerniente al caso, era como un seguro, en caso le sucediera algo. Le contó además al senador que él tenia un informante al que apodaba Ivega -no sé su verdadero nombre- señaló Marcela.
-No te preocupes yo sé quien es ese hombre- contestó el tío de Rubén.
Al final de la conversación, el senador le prometió que llegaría al fondo de la investigación, le dijo además que era el momento de sacar a la luz a estos hombres que se mueven en las sombras -es hora de que todos se enteren de sus nombres y neutralizarlos para que no sigan haciendo sus fechorías y al que cometió el atentado contra mi sobrino le caerá todo el peso de la ley- Era una promesa y una deuda que tenía con Rubén.
Marcela no quizo culpar al senador, pero si él hubiera escuchado a Rubén, éste estaría vivo y los culpables serían detenidos. Ahora nada lo podía traer de nuevo a la vida. 
Por varios días la noticia de lo sucedido salía en los diarios, toda la ciudad comentaba el caso, nunca antes se había vivido algo así. El tío de Rubén cumplió su palabra y se abrió una investigación. Se comenzó por llamar al informante para ser interrogado, él sería el hilo conductor que los llevaría a descubrir a los involucrados en el complot. 
Isaías Monasterio, el senador, era un hombre amable pero de carácter fuerte, no dudaría en castigar a los culpables. La policía encargada del caso, ubicó al informante y éste delato  al que había cometido el atentado contra Rubén, su nombre era Rigoberto Cela, fue detenido dé inmediato, en el interrogatorio declaraba que  estuvo ebrio y que no se acordaba de nada, suplicaba por su inocencia y no dio nombres de quienes lo habían contratado. Lo que más sorprendió en la investigación del caso que al grupo del complot pertenecían dos miembros del partido del presidente que fueron expulsados de inmediato. Esto causó un gran escándalo, los culpables  no tendrían inmunidad y serían detenidos para ser interrogados y que se aclare cuan involucrados estaban en el atentado. El fin de este grupo del complot era apoderarse de las arcas del estado y de los contratos para obras que los beneficiaban y seguir lucrando a su favor, todo aquel que se interpusiera en su camino sería aniquilado. No importaba crear el caos o lo que fuera, en tales circunstancias hasta el presidente corría peligro. 
Marcela, Eduardo y Eugenia se enteraron que el culpable del caso había sido detenido y que los demás estaban siendo interrogados, al menos la lucha de Rubén por descubrir el complot no había sido en vano. 
En esos días de cambios económicos y de incertidumbre política y social. La vida en la capital se hacía más dinámica. Atrás quedaron los días de la riqueza de la explotación del guano y el salitre que permitió al país que fuera uno de los pocos en el mundo capaces de vivir sin que sus ciudadanos paguen impuestos. La sociedad y sus costumbres también cambiaban rápidamente. En el fondo los ciudadanos esperaban que los próximos años traigan consigo paz y prosperidad para todos.  
Eduardo, como había conversado con su esposa, partió al sur para tratar el tema de la venta de algodón y supervisar el trabajo en el fundo. Eugenia esperaba que todo vaya bien en su viaje. Mientras tanto,  ella no dejaba de pensar en el proyecto que tenía en mente, solo necesitaba darle algo más de forma para hacerlo realidad. 
La tía Rosalía la había visitado un día antes, para mostrarle a su sobrina el hermoso velo de novia de su hija e invitar a ella y a Eduardo  a la boda de Elina, prima de Eugenia. La joven desde hace un tiempo estaba de compromiso con Vittorio Verme, un emigrante Italiano nativo de la región de la Liguria de un pueblo llamado Rapallo. 
La tía Rosalía decía: -Eugenia, por fin se casa Elina, mi segunda hija ya era tiempo, el noviazgo estaba demasiado largo. Ahora la única que falta casarse es Felicia y ahí si puedo morir en paz al ver a mis hijas casadas y cada una con su familia. Debo decir que la última de mis hijas tiene cada idea, esa muchacha es un dolor de cabeza, no sé que hacer me preocupa tanto- comentaba angustiada.
Eugenia escuchaba con paciencia, su tía solía exagerar un poco, a Felicia solo había que dejarla vivir a su viento y ella sola encontraría su camino. Tampoco era una joven díscola como para no confiar en ella. 
Asistir a una boda después  de lo ocurrido a Rubén, era lo último en que pensaba Eugenia y estaba segura que Eduardo pensaba lo mismo, pero no podía hacerle un desaire a su prima en una fecha tan importante. Recibió la invitación de las manos de su tía y la guardó.
Siempre con buena intención la tía aconsejaba a Eugenia como criar a la bebé Azucena: -Hijita no olvides nunca echarle harina de chuño a la bebé después de lavarla y cambiar su pañal,  eso es muy bueno para evitar el roce en su delicada piel- Eugenia le daba las gracias por sus consejos y siempre estaba atenta a sus palabras, era una consideración hacia su tía.
La tía Rosalía hizo una pausa y volvió al tema de la boda.-Querida Eugenia, la boda será una celebración sencilla, solo con algunos amigos y familiares. Los novios no quieren gastar mucho dinero pues su presupuesto es un poco ajustado, claro está que nosotros sus padres vamos a colaborar con ellos pero siempre quieren tener cuidado de que no se les vaya el presupuesto de las manos. 
-Tía Rosalía- dijo Eugenia -dígame por favor en que puedo colaborar, somos familia y me gustaría ayudar en algo-.
-¡No! no hijita yo no te he contado esto para que tú te sientas obligada a colaborar en algo- contestó la tía.
Poniendo énfasis en la voz Eugenia insistió: -Tía Rosalía si usted no me permita ayudar, entonces no asistiré a la boda- Eugenia fue directa y no admitió más discusión. 
La tía Rosalía era un poco orgullosa y su intención no fue molestar a Eugenia o que piense que había algún interés, por eso agregó: -No pretendo pedir nada Eugenia pero tampoco deseo que faltes a la boda-.
Eugenia cambio la conversación, no deseaba discutir con su tía, en su fuero interno sabía lo que iba hacer, ella le entregaría personalmente a su prima Elina un sobre cerrado con algo dinero como regalo de boda. La tía Rosalía se despidio de Eugenia después de darle un beso en cada mejilla, quería conservar las buenas relaciones con su sobrina. 
Una semana después de su viaje al sur, Eduardo estaba de regreso en Lima, el reencuentro con Eugenia y Azucena su pequeña hija fue emotivo y lleno de amor. Se sentía feliz de estar en su casa junto a su familia, además traía buenas noticias, la venta de algodón del fundo había sido un éxito porque el precio por quintal se mantuvo elevado y el trabajo de Fermín y Odilo no podía ser mejor. El primero le entregó el informe completo sobre la contabilidad y los precios del algodón. Eduardo también aprovechó la oportunidad de visitar a sus padres y se quedó todos esos días hospedado en la casa de la hacienda. 
Eugenia estaba feliz con el regreso de Eduardo, comentaba con su esposo los últimos acontecimientos ocurridos en su ausencia, entre ellos la boda de la prima Elina y el pequeño impasse con la tía Rosalía, nada grave en verdad, ni de que preocuparse. Ella todavía no había querido comentar a Eduardo el proyecto que tenía en mente, todavía debía esperar. 
En diario del día, leyó el anuncio que se hacía sobre un local que se alquilaba, estaba decidida ir a visitarlo y de ser posible conversar con los dueños. Deseaba que sus planes lleguen a realizarse. 
En el transcurso de la semana, había visitado a Marcela en el taller donde se imprimía la revista, ella se hizo cargo de la dirección apoyada por los trabajadores. Gracias a su esposo había aprendido mucho del oficio. Rubén le enseñó cómo debía escribir y cómo debía publicar un artículo, Se sentía en paz porque el nombre de su esposo no iba hacer olvidado. Ahora su trabajo y sus hijos ocupaban sus días.
Eugenia estrechó su amistad con Marcela y la visitaba seguido en el taller, por eso tenía pensado visitarla después de ir al local que se anunciaba en el diario. 
El día había amanecido con un sol radiante, el verano estaba cerca y siempre para Eugenia esa estación era una época de buenos augurios. Desayunó junto a Eduardo pero no comentó con él sobre lo que iba hacer esa mañana, quería que fuera una sorpresa, si las cosas salían bien se lo diría más tarde. Por el momento prefería guardar silencio.
Diez de la mañana se despidió de su bebé con un beso en la frente y la dejó en brazos de Celestina para que la cuide. Vestía una blusa blanca de tela fresca y manga larga, una falda azul marino y un cinto que ajustaba su delicada cintura. Eugenia caminaba por la avenida cerca al edificio del Congreso de la República, la dirección no estaba lejos, era la Calle del Colegio Real # 700. El local que se anunciaba estaba cerrado pero era perfecto para lo que ella deseaba, la puerta de dos hojas era amplia y la ubicación no podía ser mejor. Había decidido que buscaría a los dueños para hablar con ellos y llegar a un trato, junto las manos y pidió al cielo que todavía se encuentre vacía. 


CONTINUARÁ          


 
   
     
                  

             
 


 

martes, 22 de noviembre de 2022

AL CALOR DE LOS RECUERDOS

La fecha del bautizo estaba cerca, Eugenia había mandado a confeccionar el batín blanco  para Azucena. Éste era fino y delicado propio para la piel de un bebé. Marcela y Rubén habían aceptado el compromiso de ser los padrinos, todo estaba preparado para ese día. Los invitados eran la familia y algunos amigos. 
El menú del almuerzo para ese día estaba listo. Eugenia consultaba con su esposo cada detalle del almuerzo y bautizo, quería que él estuviera enterado de cada paso.
-Eduardo tus padres llegan mañana a la capital debes ir a recogerlos al puerto- decía Eugenia.
-Si, estoy enterado de ello, pero yo no puedo ir a recogerlos, tengo demasiado trabajo. Ya he dispuesto quien los ira a recoger para traerlos a la casa, no te preocupes van a estar felices de conocer a su nieta- comentó Eduardo.  
-Eduardo, tengo dispuesta la habitación de huéspedes para que tus padres estén cómodos y puedan descansar del viaje que es bastante pesado- contestó Eugenia, mientras imaginaba ese día tan especial y feliz para la familia. 
La casa, la comida y el vino estaban preparados para recibir a los invitados, Filomena y Celestina sabían que hacer y como atender a los comensales para ese día. Eugenia además no olvidó mandar la invitación con la fecha del día del bautizo para Virginia, su querida amiga. 
En la noche antes de dormir llamaron a la puerta principal, eran los padres de Eduardo que recién llegaban del largo viaje en compañía del cochero contratado. Que alegría y felicidad, Eduardo los abrazó y los mismo hizo Eugenia, por fin iban a conocer a la pequeña Azucena. Muy despacio entraron a la habitación principal donde dormía la bebé en sus moisés, era una emoción indescriptible para los abuelos que recién la conocían. En el comedor se sirvió algo de comer para los recién llegados que estaban cansados y deseosos de ir a descansar. 
Con las primeras horas de la mañana del día siguiente, las palabras de amor para la pequeña Azucena no podían faltar, los abuelos le hacían toda clase de mimos y abrazos. 
Anella comentaba que era una bebé hermosa y se parecía a su padre cuando era un bebé, tenía la misma sonrisa.  
-Querido hijo, nunca imagine que el viaje a la capital iba ha ser tan cansado y largo- dijo el padre de Eduardo.
-Si padre, el viaje es un poco complicado pero lo bueno que ya están aquí y que van a disfrutar el tiempo que pasen con la bebé- contestó Eduardo. 
El domingo día del bautizo había llegado. Amaneció soleado y perfecto para el almuerzo en el patio que estaba cubierto por un gran vitral y dejaba pasar abundante luz. La casa era un gran alboroto. Filomena y Celestina eran las encargadas de los arreglos. La mesa lucía bien decorada con todo lo dispuesto para el almuerzo. Los arreglos florales en su sitio adornaban el lugar. Eugenia supervisaba los últimos detalles, nada debía quedar sin hacer o estar  fuera de lugar. Para ese día había elegido un vestido azul con pequeñas flores doradas y Celestina se encargaba de vestir a la bebé, con el bello batín de bautizo para la ocasión. La familia en pleno debía estar a las doce del día en la iglesia de San Pedro, donde se llevaría a cabo la ceremonia.  
Eduardo y Eugenia con Azucena en los brazos llegaron puntuales a la iglesia acompañados por el resto de la familia, los padrinos y amigos. También Filomena y Celestina con sus trajes de domingo estaban presentes. 
El sacerdote esperaba en la pila bautismal, sus palabras fueron dedicadas a la pequeña Azucena que recién comenzaba su camino en la vida. El agua bendita caía sobre su frente y esto despertó a la bebé que dormía en los brazos de Rubén, su padrino. Azucena de Santa María ahora estaba protegida por la iglesia y la fe cristiana. Sus padrinos la sostenían y toda la familia la rodeaba. 
Terminada la ceremonia, los padres y presentes agradecieron al sacerdote, Eduardo entregó una donación a la iglesia y los padres e invitados se retiraron para dirigirse a la casa donde sería el almuerzo de celebración por el bautizo de Azucena. Cuando llegaron la mesa estaba dispuesta y adornada para la reunión que fue un momento festivo. Las palabras y los buenos deseos del padrino para la bebé  antes del brindis, la emoción de la tía Rosalía que también quería dedicarle unas palabras a la bebé. Virginia había venido al bautizo como prometió a su amiga. Los padres de Eduardo presentes, las primas y la madrina de Eugenia brindaban y dedicaban todo su amor para Azucena que dormía en su moisés cerca a sus padres y ajena a todo el movimiento en general.
El almuerzo transcurrió en un ambiente cálido y alegre, los brindis iban y venían por la pequeña Azucena. En un instante la prima Felicia se puso de pie, ella quería hablar y dedicar sus buenos deseos para la pequeña. Su madre Rosalía le hacia señas para que vuelva a sentarse y no hable, temerosa que diga algo fuera de lugar, como aquello de que era independiente y libre como el viento, palabras que la molestaban, pero Felicia ignoro las señales de su madre y al contrario estuvo muy acertada en sus palabras de afecto para Azucena. Eugenia al escucharla pensaba que su prima tenía esa posición de rebeldía para molestar a su madre y llamar su atención.
-Que voy hacer con esta muchacha- decía la tía Rosalía a Eugenia que estaba cerca de ella.
-Querida tía, solo hay que tener un poco de paciencia, todavía es muy joven y no sabe realmente lo que es la vida independiente- contestó Eugenia para tranquilizarla. 
La tarde aun era joven y los invitados seguían disfrutando de la reunión pero Virginia buscó a Eugenia porque tenía que irse, la esperaba un largo viaje. 
En la puerta antes de despedirse Virginia volvió a reiterar la invitación a su boda y Eugenia prometió que haría todo lo posible por estar presente y festejar con ella el gran día -debes avisarme con tiempo la fecha de la boda- contestó. 
Ambas amigas se abrazaron para despedirse y Eugenia se quedó parada en la puerta principal mientras el coche que llevaba a Virginia, se alejaba por la calle. 
La reunión continuaba de lo más animada, los invitados no dejaban de brindar y al otro extremo de la mesa, Rubén conversaba con Eduardo sobre los últimos detalles de su investigación. Según él, a sus manos habían llegado documentos que demostraban que existía una conspiración contra el gobierno del presidente Cáceres: -Eduardo he sostenido acaloradas discusiones con mi tío el senador porque no cree que exista una conspiración- comentaba Rubén. 
El tío Isaías Monasterio, era senador en el congreso. En esa época habían dos cámaras la de senadores y la de diputados. Además había amenazado a su sobrino prohibirle el ingreso al congreso o a las sesiones del partido si seguía con esas afirmaciones. El tío de Rubén pertenecía al mismo partido del presidente Avelino Cáceres. 
La conversación de ambos caballeros, fue interrumpida por la tía Rosalía que le pedía a Eduardo decir algunas palabras alusivas a la reunión y a su pequeña hija. Eduardo aceptó en el acto y se puso de pie, agradeció primero a los invitados por asistir al bautizo, luego habló sobre su pequeña y lo feliz que era por su nacimiento. También dedicó unas palabras a su esposa por hacer  cada día diferente y mejor, después levantó su copa e invitó a todos brindar por la bebé Azucena. 
Ya casi comenzaba a oscurecer cuando los invitados se despedían de Eduardo y Eugenia y agradecían por pasar un momento tan feliz y agradable. 
Los padres de Eduardo se retiraron a dormir, el día había estado lleno de agradables experiencias. Eugenia en la habitación conversaba con su esposo después de haber acostado a la bebé. 
-Eduardo ¿qué conversaban tú y Rubén, se veían tan concentrados?- preguntó Eugenia con curiosidad.
-Nada importante- dijo Eduardo -cosas de su trabajo, eso es todo- luego se acercó a su esposa la abrazó con amor y la besó.
Los padres de Eduardo se quedaron de visita dos semanas, luego se despedían de su hijo y de Eugenia, daban besos Azucena y la llenaban de bendiciones. La bebé era su engreída, tenían que regresar a la hacienda, el trabajo los esperaba y no podían demorar más su partida.  
Antes de partir al puerto Anella abrazó a Eugenia y con mucha pena se despidió de su nieta. El padre le decía a su hijo que esperaba verlo pronto de visita en la hacienda. Eduardo le prometió que así lo haría. 
Días después de la partida de los padres de Eduardo, la madrina de Eugenia la visitaba en su casa, era una mujer de carácter sereno, en eso se diferenciaba de la tía Rosalía. Las dos mujeres se trataban con cortesía pero a cierta distancia. Su madrina la visitaba con frecuencia, como no tenía hijos consideraba a Eugenia como a su hija, entre las dos había gran confianza y conversaban de cualquier tema. El motivo de su visita era para entregarle un rosario y un misal que habían pertenecido a la madre de Eugenia. El misal era un pequeño libro con un empaste de nácar en la tapa y el rosario era de cuentas de lapislázuli, los dos objetos eran finos. Su madrina los había guardado desde el tiempo que las dos eran jóvenes, solteras y grandes amigas. Se los entregó a su ahijada, con la seguridad de que ella querría tenerlos, pues pertenecían a su madre. En la conversación su madrina le contaba  anécdotas de juventud y recuerdos de como habían conocido al padre de Eugenia. 
Después de la agradable visita de su madrina, ésta se despedía y ella corrió junto a Azucena para alimentarla y cambiarla, la bebé era su adoración.
En el transcurso de los días, una idea rondaba en la cabeza de Eugenia, todavía no sabía como darle forma y hacerla realidad. Deseaba esperar un tiempo más para que su hija esté más grande. En su momento le comentaría a Eduardo de que se trataba. 
Filomena una mañana, anunciaba que el almuerzo estaba listo y Celestina entregaba a Eugenia la correspondencia. El almuerzo no se servía hasta que Eduardo llegaba, esto le daba tiempo para leer la correspondencia y el informe de Fermín sobre el trabajo en el fundo 
Fermín le explicaba con detalle los trabajos en el campo y le comunicaba que ya había terminado la cosecha y el algodón estaba empacado y guardado en el almacén para ser vendido a los grandes acopiadores que llegaban en unas semanas.
-Señorita Eugenia es necesaria su presencia para supervisar la venta y firmar los documentos que se necesiten- decia Fermín en su informe. Esto último preocupaba a Eugenia como iba ha hacer un viaje tan pesado con una bebé tan pequeña. Tendría que hablar con Eduardo para ver cómo resolvían el tema. 
Cuando Eduardo llegó al hogar y antes de sentarse almorzar Eugenia le comentaba sobre el informe de Fermín y el viaje que debía hacer: 
-Eduardo no puedo viajar con la bebé y no la puedo dejar porque le estoy dando de tomar el pecho- dijo Eugenia con tristeza. 
-Calma querida, es verdad no puedes viajar por nuestra hija pero yo si puedo viajar, tú dame un poder escrito  para realizar la venta de algodón y firmar los documentos que deba firmar. 
Eugenia refutó -Eduardo tu trabajo, cómo vas hacer. No creo que te permitan faltar-. 
-Con mi trabajo no hay problema, no creo que me nieguen unos días de permiso para resolver la venta. Además puedo aprovechar la oportunidad de buscar contratos y llenar las bodegas del barco, con algodón y lana que viene desde la cordillera,  estoy seguro que a la naviera le va a interesar- contestó Eduardo con serenidad para tranquilizar a su esposa. 
Eugenia respiro profundamente, el problema de su viaje estaba solucionado, Eduardo la iba a representar en todas las transacciones comerciales con respecto a a la venta de algodón. A ella le hubiera gustado pasar unos días en el fundo pero en su situación era imposible. Azucena estaba muy pequeña para hacer un viaje tan largo y pesado


CONTINUARÁ        
            
   
   
         


 

martes, 15 de noviembre de 2022

AL CALOR DE LOS RECUERDOS

En esos días de desconcierto que vivía el país, con demasiadas protestas y desilusión sobre la política económica  a la casa de Eugenia y Eduardo llegaban puntuales los informes de Fermín Cerro  sobre trabajo realizado en el fundo y como se iba desarrollando el cultivo en el campo. Éste  mandaba al detalle los gastos realizados y el envió de dinero que necesitaba, el balance de los números no excedían  lo normal para el pago de los jornales y las necesidades del fundo. Eugenia tenía que estar al tanto de los informes para enviar a Fermín el dinero necesario. 
La vida en la ciudad para la familia de Santa María tomaba su propio rumbo, ya faltaba pocas semanas para que se cumplan los nueves meses y Eugenia se preparaba para enfrentar esta nueva etapa de ser madre. Se sentía nerviosa y tenía algo de miedo, pero sabía que su cuerpo estaba preparado para este milagro de traer un nuevo ser al mundo. En sus momentos de reflexión conversaba con Filomena sobre sus temores pero ésta la animaba y trataba de calmarla -señora no se preocupe todo va salir bien y tendrá el bebé que siempre ha deseado- .
-Tengo miedo Filomena y estoy nerviosa porque sé que siempre existen los riesgos a la hora del parto, debo confiar en Dios y pedir que me proteja  a mí y al bebé. 
Las palabras de Filomena no le daban alivio a Eugenia, ella tenía todo preparado para el parto que sería en su casa como era la costumbre de la época. La partera estaba contratada, era una mujer de mucha experiencia y conocimiento para ayudar a una parturienta. 
Eduardo muchas veces bromeaba con Eugenia y le decía -querida, este será el primer bebé de los seis hijos que pienso tener-.
Eugenia contestaba preocupada -¡no Eduardo!, eso es tener demasiados niños y no estoy segura que mi cuerpo pueda responder-.
Eduardo contestaba lleno de entusiasmo -Eugenia imagina por un instante la casa llena de niños, sería una gran alegría-. 
Podía ser muy bonito y sonaba muy romántico, pero Eugenia seguía diciendo -son demasiados nuños, no podría alimentar a tantos, recuerda que no voy a contratar a una ama de leche de las que se anunciaban en los diarios. Yo misma le voy a dar el pecho para alimentar a nuestro bebé, para ello me estoy preparando tomando mucha agua de manzanilla con avena y quinua que Filomena me asegura  que va a llenar mis pechos con la leche materna. 
Los días pasaban, era inevitable y una noche cuando el reloj marcaba las 11 p.m Eugenia comenzaba a sentir los malestares, la hora del parto se acercaba. El dolor que sentía en su cuerpo le anunciaba que pronto alumbraría, ya se habían cumplido los nueve meses y solo faltaban pocas horas para el nacimiento.
En la habitación de la casa que se había preparado para el parto, Eugenia se paseaba de un lado a otro para mitigar el dolor. Eduardo había salido a toda prisa para buscar a la partera, no podía perder tiempo. Cuando pasó cerca de una hora, regresó con la partera. Ésta era una mujer experimentada  que sabía como ayudar a una parturienta. Examinó a Eugenia y comentó que todavía no era la hora del parto, se debía esperar. Dos horas más tarde la mujer volvió a examinarla, movió la cabeza y agregó -no es el momento,  falta  más grados de dilate.   
Eduardo nervioso esperaba en el comedor cualquier noticia, las horas pasaban lentamente y no sabía nada, sentía mucho temor que algo pueda salir mal. El tiempo era cada vez más largo, los dolores más intensos Eugenia pensó en un segundo que iba a morir, las fuerzas la abandonaban, su cuerpo no respondía  y la criatura en su vientre aun no quería nacer. Filomena y Celestina asistían a la partera y tenían todo preparado para el momento crucial. El parto seguía demorando y se temía por la vida de la criatura, Filomena salió de la habitación y le dijo: 
-Señor Eduardo vaya por el doctor, la criatura todavía no nace y no sabemos la razón, la señora está sufriendo-. 
Eduardo corrió en busca del doctor y no tardó en regresar, éste después de examinar a la madre y escuchar en su vientre los latidos del corazón del bebé habló con seriedad: -todo va bien no hay sufrimiento fetal. Muchas madres primerizas se demoran en el parto, es algo normal, debemos esperar-.  A las 6 a.m de la mañana, del día siguiente después de una noche tensa y de fuertes dolores, por fin llegó al mundo una hermosa niña que lloraba a todo pulmón. Eugenia no podía hablar por el cansancio, solo lloraba de felicidad cuando vio a su hija y daba gracias al cielo que todo había terminado.
Filomena salió de la habitación para darle la noticia al padre que había nacido su hija. Eduardo entró en la   estancia para saber como estaban su esposa y su bebé. El padre se encontraba feliz de saber que todo estaba bien y que había arribado a este mundo su hermosa bebé, era el milagro de la vida. La tomó en brazos y casi lloraba de felicidad. Eugenia cuando vio a su pequeña hija pensó que su  nombre debía ser Azucena, Eduardo estuvo de acuerdo con el nombre y dispuesto a complacer a su esposa que había vivido un momento difícil con el parto. 
Después que el doctor y la partera se fueron, Eugenia y la pequeña Azucena fueron trasladadas a la habitación principal donde iban a descansar y esperar la recuperación. Al día siguiente del nacimiento vinieron de visita la tía Rosalía y sus hijas, su madrina.  Eduardo mandó un telegrama a sus padres para contarle sobre el nacimiento de Azucena.
La recién nacida vestía los roponcitos que su madre le había tejido, la bebe estaba abrigada y protegida.
La visita de la familia fue corta porque Eugenia debía descansar, la tía Rosalía la besó en la frente y comentó: -descansa querida ya tendremos tiempo para más visitas-.
Los días pasaban en el calendario los primeros rayos de sol comenzaba a calentar la ciudad, se anunciaba la primavera y atrás quedaba el invierno frío y gris.
La turbulencia política era lo único que no se calmaba, el presidente Cáceres se encontraba en medio de la controversia, por esos días fundó el Partido Constitucional que se convirtió en uno de los partidos más importantes de fines de siglo. 
Para los ciudadanos era una incógnita que iba a suceder después. En la casa de Eugenia y Eduardo solo había felicidad por el nacimiento de su hija. La pequeña Azucena crecida rápidamente gracias a los cuidados de sus padres. Eduardo era el que más la cargaba y mimaba. 
El fin de semana después de haber transcurrido cuatro meses del nacimiento de Azucena, Eugenia estaba recuperada del parto, Eduardo había invitado a su casa a Rubén Monasterio y a su esposa Marcela, ellos eran amigos de muchos años. La pareja tenía tres hijos y eran dueños de una revista de variedades que publicaban una vez a la semana y circulaba por toda la ciudad. En ella se tocaban temas sobre la actualidad política, el hogar y la familia.
En un momento de la conversación Eduardo y Rubén que estaban en la sala mientras sus esposas conversaban en el pequeño recibidor sobre los hijos y temas relacionados con la familia, los caballeros tomaban café y conversaban sobre los últimos acontecimientos en la ciudad.
Rubén comentaba con Eduardo sobre las medidas económicas dictadas por el gobierno que había ocasionado malestar en la población: -Eduardo los resultados no van hacer inmediatos ya pasó la época de oro del guano y el salitre, ninguna obra se realizó con ese dinero. Ahora pagamos las consecuencias de tanto descuido y despilfarro. 
-Mi estimado amigo, recuerda que hemos sufrido una guerra- comentaba Eduardo -el pais quedó en bancarrota, no es fácil salir de ello. Las medidas toman su tiempo para que se vean los resultados-. 
Rubén no quedó tan convencido con las palabras de Eduardo y agregó -todavía vivimos como en tiempos de la colonia, nada ha cambiado. En estos días, nuevas ideas recorren el mundo y nosotros seguimos en lo mismo. Sé que muchos me dicen que soy anarquista, reaccionario y que estoy contra el gobierno porque digo las cosas como son. Es más debo decir algo que es muy secreto porque aun no tengo pruebas, pero estoy investigando un complot contra el gobierno- y en tono confidencial Rubén le contó a Eduardo que estaba cerca de descubrir un atentado contra el presidente. 
Eduardo se sorprendió con las palabras de su amigo y dijo: -cuidado con lo que dices no puedes acusar a nadie sin pruebas, son palabras mayores y peligrosas-.
Rubén era periodista y los editoriales que escribía en su revista eran cada ves más encendidos y hablaba de casos concretos, todo esto estaba molestando a gente que no quería ser descubierta si acaso existía un complot. 
Un tío de Rubén era Senador de la República y le permitía ingresar a las reuniones del congreso, de esta forma conoció a un informante que le daba importantes datos para su investigación. Lo que Rubén no contaba es que se había hecho de enemigos e incluso recibía anónimos donde le advertían que no debía publicar sus editoriales. 
Eduardo prometió a su amigo no comentar con nadie, ni siquiera con su esposa sobre lo que acababa de escuchar, era mejor guardar silencio. 
La visita llegó a su fin y la pareja de esposos se despedía de Eduardo y Eugenia, había sido una reunión agradable y cálida. Marcela y Eugenia se habían convertido en buenas amigas.
En la noche en su habitación Eugenia y Eduardo comentaban sobre sus amigos y lo amables que se mostraban. Al final de la noche y antes de apagar las velas, Eugenia comentó : -es hora de pensar en bautizar a Azucena, es necesario que reciba el sacramento. Será algo familiar e íntimo, pienso invitar a pocos amigos, a la familia y a nuestra querida amiga Virginia.
El padre de la bebé estuvo de acuerdo con su esposa y le pidió que ella se ocupe de los detalles. 
Al día siguiente la hora del desayuno, Eduardo se despedía de su hija y esposa y salió para ir a su oficina. Celestina entró al comedor con el correo y lo puso sobre la mesa. Eugenia leyó primero la carta del Doctor Murillo, siempre era grato recibir sus noticias, además de los informes de Fermín con las novedades y el trabajo en el fundo. Distraída en su lectura no se percató cuando Virginia sin previo aviso ingresó al comedor, la sorpresa de Eugenia fue mayúscula al ver a su amiga.
-Querida Eugenia- saludó Virginia -pedí que no me anunciaran porque deseaba darte la sorpresa con mi visita, disculpa si vine sin avisar. Desde hace tiempo deseaba  verte pero no podía dejar a mi madre sola,  ella tiene su enfermera pero tú sabes como me preocupo. Su estado de salud es delicado. 
Eugenia muy feliz con la visita de Virginia llevó a su amiga para conocer a la pequeña Azucena, la bebé dormía plácidamente y se veía como un pequeño capullo en flor, era hermosa y sonrosada.
Luego las dos amigas fueron hasta al salón para conversar de lo que habían vivído en el tiempo que no se habían visto. Virginia contaba a Eugenia que cuidaba a su madre y que se encontraba delicada de salud -además debo contarte que estoy comprometida en matrimonio con un caballero que es muy bueno y comprensivo y en unos meses más será mi boda, ojalá puedas venir- terminó de decir.
-Virginia trataré de estar presente en tu boda. También tengo que decirte que tu padre las extraña mucho ¿porqué no le escribes una carta para contarle como están?- preguntó Eugenia.
-Sé que te debe sonar extraño, pero he tratado de escribirle más cuando recuerdo lo sucedido a  Lucrecia no puedo escribir una sola palabra, siento mucha tristeza y rabia a la vez-. 
Eugenia no insistió porque en las palabras de su amiga había un tono de resentimiento que no podía disimular. Virginia se quedó almorzar y conoció a Eduardo, se llevó una buena impresión de él, sus padres conocían a la familia de Eduardo, él no era extraño pera ella. La conversación en el comedor fue amena y estuvo llena de recuerdos y anécdotas.
Virginia alabó a la bebé y felicitó a los padres. Antes de despedirse le prometió a Eugenia que vendría para el bautizo de Azucena -no te olvides de enviarme la invitación. Con un abrazo se despedían y mientras el coche de Virginia se alejaba, Eugenia no podía evitar recordar los paseos y las tertulias con sus queridas amigas cuando vivían en el fundo y la vida era más sencilla y nada parecía presagiar la tragedia de Lucrecia.
Los diarios llegaban puntuales todas las mañanas a la casa de Eugenia, Eduardo leía y luego  comentaba los acontecimientos de cada día, parecía que nada podía tener solución y que el clima de inestabilidad nunca se iba acabar. El país se tambaleaba entre tanta inseguridad. 
Eduardo dijo Eugenia para cambiar la conversación: - coma sabes, invité a Virginia para el bautizo de nuestra hija. A tus padres les envié un telegrama para que estén presentes, espero que puedan venir- rogaba Eugenia para que conozcan a su nieta.
-Estoy de acuerdo contigo querida, tú sabes como organizar todos los detalles para el bautizo de nuestra hija y seguro que mis padres van a estar presentes. 
-Eduardo he pensado que los padrinos pueden ser nuestros amigos Rubén y Marcela, tú los conoces hace bastante tiempo ¿estás de acuerdo? ¿crees que pueden aceptar ser los padrinos?- preguntó al final Eugenia.
-Bueno Eugenia es un compromiso muy serio, yo creo que ellos estarán de acuerdo, es mejor preguntarles para saber si aceptan-. 
Era importante para Eugenia saber si sus amigos aceptaban el compromiso, un bautizo no podía realizarse sin padrinos, los días pasaban y el tiempo era oro. La familia ya tenia la fecha del bautizo. La ilusión de los padres con su hija era el amor que los unía. 


CONTUNIARÁ