La fecha del bautizo estaba cerca, Eugenia había mandado a confeccionar el batín blanco para Azucena. Éste era fino y delicado propio para la piel de un bebé. Marcela y Rubén habían aceptado el compromiso de ser los padrinos, todo estaba preparado para ese día. Los invitados eran la familia y algunos amigos.
El menú del almuerzo para ese día estaba listo. Eugenia consultaba con su esposo cada detalle del almuerzo y bautizo, quería que él estuviera enterado de cada paso.
-Eduardo tus padres llegan mañana a la capital debes ir a recogerlos al puerto- decía Eugenia.
-Si, estoy enterado de ello, pero yo no puedo ir a recogerlos, tengo demasiado trabajo. Ya he dispuesto quien los ira a recoger para traerlos a la casa, no te preocupes van a estar felices de conocer a su nieta- comentó Eduardo.
-Eduardo, tengo dispuesta la habitación de huéspedes para que tus padres estén cómodos y puedan descansar del viaje que es bastante pesado- contestó Eugenia, mientras imaginaba ese día tan especial y feliz para la familia.
La casa, la comida y el vino estaban preparados para recibir a los invitados, Filomena y Celestina sabían que hacer y como atender a los comensales para ese día. Eugenia además no olvidó mandar la invitación con la fecha del día del bautizo para Virginia, su querida amiga.
En la noche antes de dormir llamaron a la puerta principal, eran los padres de Eduardo que recién llegaban del largo viaje en compañía del cochero contratado. Que alegría y felicidad, Eduardo los abrazó y los mismo hizo Eugenia, por fin iban a conocer a la pequeña Azucena. Muy despacio entraron a la habitación principal donde dormía la bebé en sus moisés, era una emoción indescriptible para los abuelos que recién la conocían. En el comedor se sirvió algo de comer para los recién llegados que estaban cansados y deseosos de ir a descansar.
Con las primeras horas de la mañana del día siguiente, las palabras de amor para la pequeña Azucena no podían faltar, los abuelos le hacían toda clase de mimos y abrazos.
Anella comentaba que era una bebé hermosa y se parecía a su padre cuando era un bebé, tenía la misma sonrisa.
-Querido hijo, nunca imagine que el viaje a la capital iba ha ser tan cansado y largo- dijo el padre de Eduardo.
-Si padre, el viaje es un poco complicado pero lo bueno que ya están aquí y que van a disfrutar el tiempo que pasen con la bebé- contestó Eduardo.
El domingo día del bautizo había llegado. Amaneció soleado y perfecto para el almuerzo en el patio que estaba cubierto por un gran vitral y dejaba pasar abundante luz. La casa era un gran alboroto. Filomena y Celestina eran las encargadas de los arreglos. La mesa lucía bien decorada con todo lo dispuesto para el almuerzo. Los arreglos florales en su sitio adornaban el lugar. Eugenia supervisaba los últimos detalles, nada debía quedar sin hacer o estar fuera de lugar. Para ese día había elegido un vestido azul con pequeñas flores doradas y Celestina se encargaba de vestir a la bebé, con el bello batín de bautizo para la ocasión. La familia en pleno debía estar a las doce del día en la iglesia de San Pedro, donde se llevaría a cabo la ceremonia.
Eduardo y Eugenia con Azucena en los brazos llegaron puntuales a la iglesia acompañados por el resto de la familia, los padrinos y amigos. También Filomena y Celestina con sus trajes de domingo estaban presentes.
El sacerdote esperaba en la pila bautismal, sus palabras fueron dedicadas a la pequeña Azucena que recién comenzaba su camino en la vida. El agua bendita caía sobre su frente y esto despertó a la bebé que dormía en los brazos de Rubén, su padrino. Azucena de Santa María ahora estaba protegida por la iglesia y la fe cristiana. Sus padrinos la sostenían y toda la familia la rodeaba.
Terminada la ceremonia, los padres y presentes agradecieron al sacerdote, Eduardo entregó una donación a la iglesia y los padres e invitados se retiraron para dirigirse a la casa donde sería el almuerzo de celebración por el bautizo de Azucena. Cuando llegaron la mesa estaba dispuesta y adornada para la reunión que fue un momento festivo. Las palabras y los buenos deseos del padrino para la bebé antes del brindis, la emoción de la tía Rosalía que también quería dedicarle unas palabras a la bebé. Virginia había venido al bautizo como prometió a su amiga. Los padres de Eduardo presentes, las primas y la madrina de Eugenia brindaban y dedicaban todo su amor para Azucena que dormía en su moisés cerca a sus padres y ajena a todo el movimiento en general.
El almuerzo transcurrió en un ambiente cálido y alegre, los brindis iban y venían por la pequeña Azucena. En un instante la prima Felicia se puso de pie, ella quería hablar y dedicar sus buenos deseos para la pequeña. Su madre Rosalía le hacia señas para que vuelva a sentarse y no hable, temerosa que diga algo fuera de lugar, como aquello de que era independiente y libre como el viento, palabras que la molestaban, pero Felicia ignoro las señales de su madre y al contrario estuvo muy acertada en sus palabras de afecto para Azucena. Eugenia al escucharla pensaba que su prima tenía esa posición de rebeldía para molestar a su madre y llamar su atención.
-Que voy hacer con esta muchacha- decía la tía Rosalía a Eugenia que estaba cerca de ella.
-Querida tía, solo hay que tener un poco de paciencia, todavía es muy joven y no sabe realmente lo que es la vida independiente- contestó Eugenia para tranquilizarla.
La tarde aun era joven y los invitados seguían disfrutando de la reunión pero Virginia buscó a Eugenia porque tenía que irse, la esperaba un largo viaje.
En la puerta antes de despedirse Virginia volvió a reiterar la invitación a su boda y Eugenia prometió que haría todo lo posible por estar presente y festejar con ella el gran día -debes avisarme con tiempo la fecha de la boda- contestó.
Ambas amigas se abrazaron para despedirse y Eugenia se quedó parada en la puerta principal mientras el coche que llevaba a Virginia, se alejaba por la calle.
La reunión continuaba de lo más animada, los invitados no dejaban de brindar y al otro extremo de la mesa, Rubén conversaba con Eduardo sobre los últimos detalles de su investigación. Según él, a sus manos habían llegado documentos que demostraban que existía una conspiración contra el gobierno del presidente Cáceres: -Eduardo he sostenido acaloradas discusiones con mi tío el senador porque no cree que exista una conspiración- comentaba Rubén.
El tío Isaías Monasterio, era senador en el congreso. En esa época habían dos cámaras la de senadores y la de diputados. Además había amenazado a su sobrino prohibirle el ingreso al congreso o a las sesiones del partido si seguía con esas afirmaciones. El tío de Rubén pertenecía al mismo partido del presidente Avelino Cáceres.
La conversación de ambos caballeros, fue interrumpida por la tía Rosalía que le pedía a Eduardo decir algunas palabras alusivas a la reunión y a su pequeña hija. Eduardo aceptó en el acto y se puso de pie, agradeció primero a los invitados por asistir al bautizo, luego habló sobre su pequeña y lo feliz que era por su nacimiento. También dedicó unas palabras a su esposa por hacer cada día diferente y mejor, después levantó su copa e invitó a todos brindar por la bebé Azucena.
Ya casi comenzaba a oscurecer cuando los invitados se despedían de Eduardo y Eugenia y agradecían por pasar un momento tan feliz y agradable.
Los padres de Eduardo se retiraron a dormir, el día había estado lleno de agradables experiencias. Eugenia en la habitación conversaba con su esposo después de haber acostado a la bebé.
-Eduardo ¿qué conversaban tú y Rubén, se veían tan concentrados?- preguntó Eugenia con curiosidad.
-Nada importante- dijo Eduardo -cosas de su trabajo, eso es todo- luego se acercó a su esposa la abrazó con amor y la besó.
Los padres de Eduardo se quedaron de visita dos semanas, luego se despedían de su hijo y de Eugenia, daban besos Azucena y la llenaban de bendiciones. La bebé era su engreída, tenían que regresar a la hacienda, el trabajo los esperaba y no podían demorar más su partida.
Antes de partir al puerto Anella abrazó a Eugenia y con mucha pena se despidió de su nieta. El padre le decía a su hijo que esperaba verlo pronto de visita en la hacienda. Eduardo le prometió que así lo haría.
Días después de la partida de los padres de Eduardo, la madrina de Eugenia la visitaba en su casa, era una mujer de carácter sereno, en eso se diferenciaba de la tía Rosalía. Las dos mujeres se trataban con cortesía pero a cierta distancia. Su madrina la visitaba con frecuencia, como no tenía hijos consideraba a Eugenia como a su hija, entre las dos había gran confianza y conversaban de cualquier tema. El motivo de su visita era para entregarle un rosario y un misal que habían pertenecido a la madre de Eugenia. El misal era un pequeño libro con un empaste de nácar en la tapa y el rosario era de cuentas de lapislázuli, los dos objetos eran finos. Su madrina los había guardado desde el tiempo que las dos eran jóvenes, solteras y grandes amigas. Se los entregó a su ahijada, con la seguridad de que ella querría tenerlos, pues pertenecían a su madre. En la conversación su madrina le contaba anécdotas de juventud y recuerdos de como habían conocido al padre de Eugenia.
Después de la agradable visita de su madrina, ésta se despedía y ella corrió junto a Azucena para alimentarla y cambiarla, la bebé era su adoración.
En el transcurso de los días, una idea rondaba en la cabeza de Eugenia, todavía no sabía como darle forma y hacerla realidad. Deseaba esperar un tiempo más para que su hija esté más grande. En su momento le comentaría a Eduardo de que se trataba.
Filomena una mañana, anunciaba que el almuerzo estaba listo y Celestina entregaba a Eugenia la correspondencia. El almuerzo no se servía hasta que Eduardo llegaba, esto le daba tiempo para leer la correspondencia y el informe de Fermín sobre el trabajo en el fundo
Fermín le explicaba con detalle los trabajos en el campo y le comunicaba que ya había terminado la cosecha y el algodón estaba empacado y guardado en el almacén para ser vendido a los grandes acopiadores que llegaban en unas semanas.
-Señorita Eugenia es necesaria su presencia para supervisar la venta y firmar los documentos que se necesiten- decia Fermín en su informe. Esto último preocupaba a Eugenia como iba ha hacer un viaje tan pesado con una bebé tan pequeña. Tendría que hablar con Eduardo para ver cómo resolvían el tema.
Cuando Eduardo llegó al hogar y antes de sentarse almorzar Eugenia le comentaba sobre el informe de Fermín y el viaje que debía hacer:
-Eduardo no puedo viajar con la bebé y no la puedo dejar porque le estoy dando de tomar el pecho- dijo Eugenia con tristeza.
-Calma querida, es verdad no puedes viajar por nuestra hija pero yo si puedo viajar, tú dame un poder escrito para realizar la venta de algodón y firmar los documentos que deba firmar.
Eugenia refutó -Eduardo tu trabajo, cómo vas hacer. No creo que te permitan faltar-.
-Con mi trabajo no hay problema, no creo que me nieguen unos días de permiso para resolver la venta. Además puedo aprovechar la oportunidad de buscar contratos y llenar las bodegas del barco, con algodón y lana que viene desde la cordillera, estoy seguro que a la naviera le va a interesar- contestó Eduardo con serenidad para tranquilizar a su esposa.
Eugenia respiro profundamente, el problema de su viaje estaba solucionado, Eduardo la iba a representar en todas las transacciones comerciales con respecto a a la venta de algodón. A ella le hubiera gustado pasar unos días en el fundo pero en su situación era imposible. Azucena estaba muy pequeña para hacer un viaje tan largo y pesado
CONTINUARÁ
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