sábado, 18 de febrero de 2017

LA CONOCÍ EN ABRIL

¡Si! la conocí en Abril del año pasado, su nombre Dorita Lindauro, más conocida como la doctora Lindauro. Su vestimenta impecable y su cabello bien arreglado, su maquillaje muy suave, ella es de la idea de que una mujer debe cuidar su arreglo personal. Su edad, noventa años. Llamó mi atención su carácter alegre y jovial. 
Esa tarde estábamos en una reunión familiar en casa de Estela, su hija.

Su personalidad y facilidad de palabra, su sonrisa y sus recuerdos me dejaron intrigada. Cuando comenzó a contarme su historia quedé en silencio para escucharla.
Yo pertenezco a la generación de mujeres que fueron educadas solo para estar en el hogar, cuidar de los hijos y de la familia lo cual es correcto pero yo quería hacer algo más en la vida. Recuerdo  que cuando le dije a mi padre que quería estudiar medicina; él era doctor,  me quedó mirando y dijo:        -estás segura Dorita que quieres estudiar medicina, es una carrera exigente y rigurosa- yo le conteste que si estaba segura. Mi padre era un hombre de mentalidad avanzada, él siempre decía que hombres y mujeres debían prepararse por igual. 

Eramos tres hermanas y las otras dos estudiaban magisterio para dedicarse a la enseñanza. Mi padre dudo un momento, luego me habló de lo que iba a encontrar en mi camino no para desanimarme sino para asegurarse de que la medicina era lo que quería estudiar. 
Me preparé y  presenté a la facultad de medicina;, cuando ingrese a la universidad fue un día muy feliz. Mi padre me felicito y me dijo -ahora tienes que exigirte mucho-  Mi madre y hermanas también estaban felices. 

Cuando iniciaron las clases me encontré que eramos solo dos mujeres en una promoción de cincuenta alumnos. Al comienzo sentí temor, los compañeros de la facultad nos miraron con fastidio como preguntándose que hacíamos dos mujeres estudiando medicina. Los primeros días fueron incómodos y las primeras semanas aún más. Como eramos solo dos mujeres, andábamos juntas y nos apoyábamos siempre. 

A medida que pasaban las semanas los estudios se ponían cada vez más difíciles. Un día, uno de los profesores se acercó a mí y dijo -¿qué haces estudiando medicina? si después te vas a casar y  no vas a ejercer la carrera- mi intención jamás fue esa, mi idea era convertirme en doctor y practicar la medicina. Dorita entonces guardó silencio unos segundos y después comentó  - esa era otra época donde la mujer debía estar solo en el hogar, casi me atrevo a decir que de las manos del padre pasábamos a las manos del esposo- Mi padre me había advertido que era posible que encuentre mucha incomprensión. 

Pero también tengo que decir esto: al final del primer año, nuestros compañeros de estudios nos habían aceptado a Gloria y a mí  como unas estudiantes más de la promoción en la facultad. Es más a veces nos hacían bromas y decían que cuando iniciemos los estudios con cuerpos humanos íbamos a ver sangre y nos íbamos a desmayar, por supuesto eso nunca sucedió. La medicina te abre la mente y vez la vida de una forma distinta. 
Al termino de mis estudios, cuando me recibí como doctora, mi primer trabajo fue en el hospital  Dos de Mayo dirigido entonces  por las religiosas cartujas de San Vicente de Paúl. El hospital era impecable y bien organizado, nada le faltaba. En mis primeras consultas tuve algunas desconfianzas pero eso se acabó muy pronto, cuando vieron que yo era una profesional competente. Mi especialidad pediatría. 
En ese entonces la ciudad de Lima no era muy grande y la población era menor en número de habitantes.

Conocí a mi futuro esposo en un congreso médico, él trabajaba en el hospital Loayza, era cardiologo y mayor que yo por eso nunca lo vi en la universidad. Cuando nos casamos fue un matrimonio de doctores, algunos les llamaba la atención pero nosotros disfrutábamos ejerciendo  nuestras carreras, nunca hubo competencia entre los dos, nos respetábamos mutuamente y en muchas ocasiones busque su opinión cuando llegaban a mi consulta niños con problemas cardíacos. Era muy difícil para mí ver el sufrimiento de un niño pero uno tiene que atender a todos sus pacientes por igual.
He practicado la medicina hasta que Dios me ha dado fuerzas, ahora estoy retirada pero siempre hay personas que me consultan algo y yo que no puedo con mi genio las escucho y atiendo. 
Mi vida no ha sido fácil, con una carrera que atender y tres hijos que criar, fue un trabajo exhausto, yo sabía que la prioridad eran mis hijos por esos mientras ellos estaban pequeños yo solo trabajaba en el hospital, no hacía consulta privada, quería estar con ellos todo el tiempo posible.
En mi camino alguna vez encontré algo de resistencia por parte de la gente  al ver a una mujer doctor, pero los tiempos cambian muy rápido  y ahora se puede ver mujer a la par de los hombres estudiando medicina. Eso es algo muy bueno. 
  
Mi esposo se fue hace dos años, me causó un gran dolor y realmente lo extraño pero esa es la vida. Ahora son mis nietas, mujeres jóvenes  que me ponen en contacto con las ideas de la actualidad  me gusta conversar con ellas porque me cuentan como piensan las mujeres de hoy.
 En mi casa hacemos reuniones  una vez al mes para que inviten a sus amigas y conversen de todo los temas. Ellas no se dan cuenta que esas reuniones alimentan mi energía, mi espíritu y mantiene mi mente ágil.
Me gusta ver ahora como ha avanzado la mujer en la educación y en el campo profesional. Es necesario preparase para la vida.
Sentí un gran placer al conocer su historia y conversar con la Doctora Lindauro, realmente es una persona llena de energía  y actitud alegre, en sus palabras me decía...Se puede todo lo que queremos hacer,   el futuro les pertenece por igual a  ¡hombres y mujeres!        
     
    
  
            

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