Los hermanos Ripay y los montañistas holandeses llegaron a la pequeña meseta cuando ya había oscurecido, en ese lugar pasarían la noche. Todos los miembros del grupo estaban agotados, el esfuerzo físico había cansado los músculos.
Las mujeres se acercaron a Lana para reconfortarla, ella estuvo cara a cara con la muerte, conservó la calma para estar atenta y porque además era una mujer entrenada, pero el miedo y el peligro la habían hecho llorar en silencio.
Los hombres también se acercaron a ella y al final todos juntos se abrazaron para apoyarse, la travesía cada vez se hacía más dura y el camino difícil.
Más adelante venía lo peligroso, no en vano el coloso de nieve y hielo se había ganado el nombre de una montaña rebelde y difícil de escalar.
Cada montañista se acomodo en su lugar, no muy lejos uno del otro, era conveniente estar cerca, cada uno traía consigo unas carpas individuales donde entraba una persona, era el tipo de carpa pequeña, portátil que se pueden llevar en la cintura, estas se ponen en el piso y se abren permitiendo a la persona protegerse del frío.
Ángel Ripay habló con el grupo para explicarles como sería la caminata del día siguiente, porque lo que venía era cada vez más complicado, no solo por el terreno sino porque se ganaba más altura con cada paso que se daba, debía tener cuidado. Él pidió a todos mantenerse alertas y ante el peligro conservar la calma porque el grupo no los iba abandonar.
Luego se despidió y todos se fueron a dormir, el frío helado no permitía más conversación, lo mejor era protegerse para estar en buenas condiciones físicas al amanecer y seguir el camino a la cumbre.
Cada montañista se cubrió dentro de su carpa, el cansancio los venció y pronto todos ellos entraron en un profundo sueño, que debía ser reparador para estar listos con la nueva luz del día. El gran coloso los esperaba y los retos también.
A la primera hora del día, el grupo se despertó y se alistaba para seguir adelante. De desayuno comieron unas barrita energética, las mismas de la noche anterior, no debían comer demasiado, no era bueno para escalar y mantenerse ágiles.
Cada uno se aseo con la nieve, no había otra manera de hacerlo, luego alistaron su equipo de escalar y volvieron amarrarse la cuerda a la cintura para iniciar la travesía.
Con las últimas advertencias de Ángel Ripay todos avanzaron cuesta arriba. Esta vez en el grupo de Roberto, Lana iba detrás de él, quería asegurarse de que no tuviera ningún inconveniente.
La mañana era propicia para seguir el camino, la luz del día los acompañaba y ahora todos confiaban en su destreza y habilidad pero también en la unión del grupo para estar a salvo.
El cielo parecía más azul que nunca, la nieve más blanca.
El frío helado golpeaba sus cuerpos y los mantenía alerta, cada uno pisaba las rocas con cuidado y se agarraban de ellas para no caer.
El frío helado golpeaba sus cuerpos y los mantenía alerta, cada uno pisaba las rocas con cuidado y se agarraban de ellas para no caer.
La altura aún no los afectaba porque no habían superado los cuatro mil metros, cada montañista se sentía ágil y fuerte, todos con la misma consigna, seguir adelante y lograr dominar al Gran Nevado.
En Santa Emilia nadie había olvidado a los montañistas, algunas comunicaciones por radio que Ángel Ripay tenía con su estación los ponía en alerta y aviso de como se encontraban. En el pueblo todos esperaban que no falte la comunicación.
Rafaela mientras tanto en su casa, trazaba como iba hacer la nueva ampliación de la cocina para preparar las mermeladas y demás. Ella le indicaba al maestro albañil como debían ser los arreglos.
Doña Elvira estaba de acuerdo con su hija, ya no ponía objeción alguna, eran nuevas ideas y un tiempo nuevo para el negocio.
Barzan llegó a visitar a Rafaela y no traía muy buena cara, las noticias no eran buenas para él. La noche anterior había hablado con su
padre por teléfono y éste tenía la intención
de vender el fundo.
Barzan no estaba de acuerdo y le comentó a Rafaela que quería viajar a Lima para hablar con su padre personalmente y convencerlo de no vender el fundo, que su producción iba muy bien y no había motivo para venderlo, además ahí estaba enterrado el abuelo.
Rafaela lamentó la decisión del padre y apoyó a Barzan.
-Si tienes que viajar para hablar con tu padre, es mejor tratar el tema cuanto antes- dijo Rafaela tratando de tranquilizar a Barzan.
-Viajo mañana temprano, necesito convencer a mi padre de no vender, el fundo significa mucho para mí, ahora que conozco bien su funcionamiento y la producción va en aumento. Pensar que en las primeras semanas no quería estar aquí y ahora no deseo irme.
Ambos enamorados se abrazaron, ellos entendían el lenguaje del amor, nada los iba a separar.
Al otro extremo del pueblo el ingeniero Andrés Seminario recorría la zona en la camioneta que Hipolito Mancilla le había prestado para que estudie el lugar y de su opinión sobre la construcción del aeropuerto.
Él estudiaba todos los ángulos del territorio y ver sus posibilidades, no solo cerca de Santa Emilia sino además de San Pablo y alrededores. No quería adelantar juicios y en su libreta apuntaba cada lugar, cada medida del terreno y de la región, por momentos recurría al mapa para saber donde con exactitud se encontraba situado.
Cuando en la tarde llegaba a la casa de Hipólito Mancilla, éste le preguntaba que pensaba, cuál era su opinión pero Andrés Seminario decía -todavía no tengo una opinión segura, espere unos días y le entregaré un informe completo de la situación.
Esto para Mancilla era exasperante él quería ya su opinión, él soñaba y vivía en los últimos tiempos con la esperanza de hacer realidad el aeropuerto.
Lázaro Ventura alcalde de San Pablo seguía de cerca los incidentes en Santa Emilia con respecto al aeropuerto, ¿cuál sería la conclusión final? se preguntaba y que haría él para equiparar un proyecto así.
Por otro lado había conversado con con el secretario del partido, Ernesto Monteagudo y se habían definido las cartas sobre la mesa, él fue el autor de los terribles panfletos, algo que por supuesto nunca aceptó. La conversación entre los dos hombre no fue nada cordial y días más tarde se enteró que el secretario iría en campaña para las próximas elecciones por la alcaldía, esto en el fondo había sido el móvil de la campaña con los panfletos. ¡Monteagudo quería ser alcalde!.
Lejos de esos conflictos Mariano Arias estaba concentrado en la ampliación de su fábrica de ceramios y souvenirs, los que cada vez eran más apreciados por sus vistosos colores y sus diseños.
Su fundo ganadero producía muy bien y la vida para él era tranquila y amable, solo le faltaba la presencia de su hijo Mariano Jr. No quería nada más en este mundo que tenerlo cerca y abrazarlo.
Otro día más había terminado y otra noche encontraba a los montañista en lo alto del Gran Nevado, estaba vez no era una meseta donde pasar la noche, el terreno donde se encontraban era inhóspito y algo incomodo, pero debían detenerse a descansar.
Ambos enamorados se abrazaron, ellos entendían el lenguaje del amor, nada los iba a separar.
Al otro extremo del pueblo el ingeniero Andrés Seminario recorría la zona en la camioneta que Hipolito Mancilla le había prestado para que estudie el lugar y de su opinión sobre la construcción del aeropuerto.
Él estudiaba todos los ángulos del territorio y ver sus posibilidades, no solo cerca de Santa Emilia sino además de San Pablo y alrededores. No quería adelantar juicios y en su libreta apuntaba cada lugar, cada medida del terreno y de la región, por momentos recurría al mapa para saber donde con exactitud se encontraba situado.
Cuando en la tarde llegaba a la casa de Hipólito Mancilla, éste le preguntaba que pensaba, cuál era su opinión pero Andrés Seminario decía -todavía no tengo una opinión segura, espere unos días y le entregaré un informe completo de la situación.
Esto para Mancilla era exasperante él quería ya su opinión, él soñaba y vivía en los últimos tiempos con la esperanza de hacer realidad el aeropuerto.
Lázaro Ventura alcalde de San Pablo seguía de cerca los incidentes en Santa Emilia con respecto al aeropuerto, ¿cuál sería la conclusión final? se preguntaba y que haría él para equiparar un proyecto así.
Por otro lado había conversado con con el secretario del partido, Ernesto Monteagudo y se habían definido las cartas sobre la mesa, él fue el autor de los terribles panfletos, algo que por supuesto nunca aceptó. La conversación entre los dos hombre no fue nada cordial y días más tarde se enteró que el secretario iría en campaña para las próximas elecciones por la alcaldía, esto en el fondo había sido el móvil de la campaña con los panfletos. ¡Monteagudo quería ser alcalde!.
Lejos de esos conflictos Mariano Arias estaba concentrado en la ampliación de su fábrica de ceramios y souvenirs, los que cada vez eran más apreciados por sus vistosos colores y sus diseños.
Su fundo ganadero producía muy bien y la vida para él era tranquila y amable, solo le faltaba la presencia de su hijo Mariano Jr. No quería nada más en este mundo que tenerlo cerca y abrazarlo.
Otro día más había terminado y otra noche encontraba a los montañista en lo alto del Gran Nevado, estaba vez no era una meseta donde pasar la noche, el terreno donde se encontraban era inhóspito y algo incomodo, pero debían detenerse a descansar.
No hubo incidentes graves que lamentar en este día, si bien es cierto el terreno por momentos era difícil y escarpado, en otras momentos podían caminar porque el terreno así lo permitía.
Los montañistas holandeses como siempre estaban agotados, la montaña seguía siendo un desafío y un entrenamiento para ellos, era importante saber cuanta altura podrían resistir y como reaccionaban sus cuerpos al terreno donde se encontraban.
Todo aquello era parte de lo que vendría después para escalar el monte Everest.
La noche los acompañaba en las alturas del gran coloso, donde todo era silencio y solo el viento silbaba y golpeaba las pequeñas carpas donde estaban refugiados los montañistas. De lejos se podían ver como si fueran hongos que crecían sobre la blanca nieve.
El paisaje de la cordillera era abrumador, la cadena de montañas eran testigos de la presencia de los holandeses y desde ese lugar se observaba la fuerza y belleza del paisaje que los envolvía y hacía sentir a todos que eran muy pequeños comparados con esas grandes montañas.
CONTINUARÁ
Los montañistas holandeses como siempre estaban agotados, la montaña seguía siendo un desafío y un entrenamiento para ellos, era importante saber cuanta altura podrían resistir y como reaccionaban sus cuerpos al terreno donde se encontraban.
Todo aquello era parte de lo que vendría después para escalar el monte Everest.
La noche los acompañaba en las alturas del gran coloso, donde todo era silencio y solo el viento silbaba y golpeaba las pequeñas carpas donde estaban refugiados los montañistas. De lejos se podían ver como si fueran hongos que crecían sobre la blanca nieve.
El paisaje de la cordillera era abrumador, la cadena de montañas eran testigos de la presencia de los holandeses y desde ese lugar se observaba la fuerza y belleza del paisaje que los envolvía y hacía sentir a todos que eran muy pequeños comparados con esas grandes montañas.
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