domingo, 21 de abril de 2019

DOS PUEBLOS...DOS VILLAS

Doña Elvira terminó de hacer las cuentas y revisar la lista de pedidos, había que llevar un pedido al convento del Sagrario de las hermanas. 
Como todos los meses seguro que Rafaela quería entregar ese pedido y visitar a la madre superiora, la madre Clementina. 
Al día siguiente había bastante trabajo y esto le daba mucha alegría porque era un aviso de que todo marchaba bien, los cambios habían sido saludables para el negocio.  
El frío había aumentado, esto era tan extraño  para esa época del año  en Santa Emilia. 
Doña Elvira aseguro la puerta principal y las ventanas, era el momento de irse a descansar. Afuera en la calle soplaba un viento helado e inusual, el pueblo estaba en silencio. Todos en sus casas dormían. 
Doña Elvira vio el reloj en el salón, marcaba casi las doce de la noche, dio el último recorrido por la casa, apagó las luces y se aseguro que todo este en orden, luego se fue a dormir. 
No estaba tan cansada como otras noches, en su habitación, ya acostaba en la cama, tomó del velador su biblia para leer algunos pasajes de Mateo, como solía hacerlo. 
En ese instante recordó a su esposo, hace tanto tiempo que había partido que ella no alcanzaba a comprender cómo logró seguir adelante. Pensó que la fuerza para vivir se la dieron sus hijos que en ese momento eran muy jóvenes. 
Leyó dos pasajes de la biblia, se abrigó bien, apagó la luz de su lámpara de noche y se durmió lentamente. 
Afuera en la calle, la noche oscura era la única compañía para algunos parroquianos que deambulaban todavía y no se habían ido a sus casas.
Las horas de la noche avanzaban, el frío lo cubría todo, el viento silbaba al pasar entre las calles. A las  2.30 de la madrugada, un ruido ensordecedor se adueño del pueblo, entre sueños doña Elvira despertó no sabía que pasa,  a cada instante aumentaba más y más el ruido. 
Salió corriendo de su habitación para llamar a Rafaela, ella no se despertaba y doña Elvira la sacudió con fuerza.
-Rafaela vamos despierta no sé que sucede en la calle- decía esto casi a gritos porque el ruido aumentaba aun más.
Rafaela despertó y corrió al lado de su madre hacia la calle, no sabían que pasaba, solo abrieron la puerta y comenzaron a correr por la calle, vieron a mucha gente que salía de sus casa  y corrían también en diferentes direcciones, gritos, llantos y ruegos desesperados  se escuchaban, una gran confusión entre ellos hacia que se atropellen unos a otros por escapar.    
Doña Elvira tomó de la mano a su hija y corría en dirección a la salida del pueblo donde estaba el camino hacia la ciudadela Pre-Inca, ella misma no sabía porque escogió ese camino con la desesperación se encontraba desorientada. 
La gente corría, gritaba, el ruido continuaba y anunciaba una terrible tragedia, era como si el cielo estallara en mil pedazos y cayera sobre Santa Emilia y  San Pablo. Los gritos de la gente  llenaban las calles, se atropellaban y algunos caían.  
Rafaela y su madre corrían sin detenerse, era cuestión de vida o muerte, tenían que salvar sus vidas y su integridad.  
Atrás de ellas escuchaban los gritos y ruegos de la gente al cielo y el ruido cada vez más fuerte les impedía hablar entre ellas, solo seguir  corriendo. 
De pronto, ellas vieron una gran masa que por estar tan oscuro no sabían de que se trataba, por un momento Rafaela pensó ¿qué clase de broma era esa?  pero ¡no!...no era una broma era algo peor y terrible que lo cubría todo. 
Madre e hija llegaron al final del pueblo y se abrazaron, el ruido había cesado y dio paso al horror de la realidad. Las dos miraban aterradas tratando de comprender lo que tenían ante ellas. Algunas personas que estaba cerca también miraban con estupor.  
Una gran masa de lodo, piedras y nieve había caído sobre el pueblo cubriéndolo todo, no sabían de donde había salido toda esa masa.       
El frío era cada vez más intenso pero nadie se movía, todos  tenían miedo y además... a donde irían. Solo se escuchaban los llantos de la desesperación y los ruegos de no comprender lo sucedido.         

Con las primeras horas de luz del nuevo día, la tragedia se comenzó a develar. 
Lo primero que vieron los sobrevivientes  era que toneladas de lodo, piedra y nieve habían caído sobre Santa Emilia y San Pablo, la tragedia era un desastre de proporciones apocalípticas.  
Mucha gente mientras corrían en la noche creían  que era el fin del mundo.  
La gente lo había perdido todo, a sus seres queridos, sus casas, sus negocios, sus vidas.  
Las ambiciones, las ansias de poder estaban enterradas bajo los escombros. quedaron enter
El dolor, la tragedia, el llanto y pedir al cielo misericordia, era lo único que quedaba.
Rafaela abrazaba a su madre y lloraba, ninguna de las dos tenía palabras para comprender lo que en segundos y a gran velocidad, destruyó el pueblo. 
Muchas personas conocidas estaban desaparecidas bajo el derrumbe. Más de la mitad del pueblo de Santa Emilia  desapareció y el pueblo de San Pablo había corrido la misma suerte.  
La noticia de la tragedia se extendió a las localidades y pueblos cercanos, llegó al fundo de la familia de Tadeo y este  se desesperó pensando en su madre y su hermana. 
El fundo por estar en dirección opuesta al derrumbe no le sucedió nada. Tadeo habló con su esposa y en la camioneta salió para buscar a doña Elvira y Rafaela.  Él todavía no sabía la magnitud de la tragedia.
Barzan por otro lado, también se enteró de la terrible noticia y salió al igual que Tadeo para buscar a Rafaela y a su madre. Su fundo tampoco fue afectado pero otros terrenos si se vieron comprometidos.   
Dolor y llanto por las calles de lo que quedaba del pueblo. La iglesia, la plaza principal, el convento de las hermanas, el municipio y cantidades de casas, estaban bajo los escombros al igual que las personas que no habían podido salvarse, algunas sin darse cuenta y presas del pánico,  corrieron en  dirección al derrumbe y quedaron enterradas, otras no tuvieron tiempo de salir de sus casas y quedaron bajo el lodo. 
Llanto y búsqueda de los seres queridos, ¡nada... nada! quedó.  El pueblo estaba cubierto por piedras y lodo. 
Tadeo llegó con su camioneta hasta un lugar donde era posible, de ahí tenía que continuar a pie el dolor comenzaba a invadirlo pensando que su madre y hermana estaban enterradas, él caminaba por un estrecho paso que había quedado, no sabía a donde dirigirse pues el derrumbe cubría todo el camino. Por doquier la escena que se veía era de dolor.    
La noticia de lo sucedido llegó  a la capital y en segundos dio la vuelta al mundo, los noticieros anunciaban la desaparecían de los dos pueblos, era una hecatombe. 
Mientras en Santa Emilia a medida que pasaban las horas se iba comprendiendo lo que sucedió en la madrugada.  
Una roca gigantesca de la cumbre del Gran Nevado, se había desprendido y en su camino había arrastrado todo a su paso, la roca cayó sobre la laguna que proporcionaba agua a los dos pueblos y siguió su camino creciendo más y más  en tamaño y forma hasta caer sobre San Pablo y Santa Emilia. 
Los sobrevivientes se acercaron a los escombros para ver si podían salvar algo, pero no había nada que hacer, algunos subieron sobre los escombros para ver con más claridad, estos  quedaron estupefactos con lo que se veían.   
Santa Emilia había desaparecido y  a sus pies estaban desenterradas cinco momias que eran la prueba que en el pasado los antiguos pobladores del valle, realizaban sacrificios humanos como ofrenda a sus dioses. Pero aún había algo más que dejó a la gente inmóvil, muchos comenzaron a llorar y rezar. 
Como dirían los antiguos habitantes del valle: La montaña había hablado y había dejado al descubierto sus secretos. 
Los jóvenes, hijos de Hipolito Mancilla y Mariano Arias que habían desaparecido 30 años atrás, estaban en medio del derrumbe, sus cuerpos se encontraban intactos conservados por el hielo y la nieve. tenían la misma ropa que vestían la noche en la que había fugado de sus casas.
Al parecer Angela Mancilla y Mariano Arias Jr. tomaron la decisión de quitarse la vida ante la incomprensión de sus padres de que su amor era verdadero. Ellos nunca los hubieran encontrado, porque sus hijos ya se habían ido para siempre. 
Hasta ese momento, nadie sabía si Hipolito Mancilla o Mariano Arias estaban vivos. La gente comenzó a pasar la voz de unos a otros para preguntar si alguien sabía del señor Mancilla o del señor Arias.  
Ninguno se atrevió a mover los cuerpos. Los jóvenes estaban abrazados y así los había sorprendido la muerte por congelamiento.

CONTINUARÁ                     
     

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