domingo, 14 de febrero de 2021

PRIMAVERA DE 1900

No, ya no eran rumores, ni comentarios que la gente hacía en las calles y avenidas, esto era una realidad, así publicaban los diarios de mañana. 
El gobierno por fin promulgaría la   ley para la jornada laboral de ocho horas. 
Era un gran avance en el desarrollo del pais los cambios no podían detenerse, pensaba Octavia mientras leía en su pequeño salón la noticia que traían los diarios.
La ciudad volvería a tener paz y tranquilidad para seguir realizando las obras que se necesitaban y los obreros volverían a sus trabajos en las fábricas y en el puerto. La capital había paralizado sus obras a raíz de tantas protestas y desorden. 
Era un triunfo, la jornada laboral de ocho horas  ya existía en otros paises y en ciudades importantes, se debía estar al compás de los nuevos tiempos y con el nuevo siglo 
Octavia detuvo su lectura un instante, extrañaba Aníbal y a Manuel, ellos estaban bien según el telegrama que recibió días antes, el cual decía: -Octavia no te preocupes, estamos bien. Manuel ya no quiere regresar-  y ella sabía que Aníbal estaba bromeando. También extrañaba demasiado a Rubí que se  fue de vacaciones hace varias semanas a la casa de campo que tenían las religiosas. Seguro que la niña disfrutaba jugando con los conejos que criaban y las caminatas por la campiña. Era hermoso el lugar, en Santa Clara no muy lejos de Lima. 
La casa se sentía más grande y vacía, solo estaban Octavia, Emiliana, Ondina y Felicitas. Ella sentía triste al no haber ido a pasar unos días de playa en el balneario junto a la tía Esperanza, pero fue imposible por el accidente de Manuel y ahora con  Emiliana de voluntaria en el hospital los tiempos habían cambiado y la vida también. 
Hubiera sido tan bueno para Rubí pasar unos días con la familia en la playa, ella no conocía el mar. Pero era seguro que estaba feliz en la casa de campo de las religiosas. No hubiera sido bueno para la niña ser testigo de la  tristeza de su madrina por lo ocurrido con Blanca, ella hace poco tiempo había perdido a su madre. 
Rubí algunas veces comentó a Octavia: -madrina, yo sueño casi todos los días con mi mamá, la veo que  está feliz y sonriente-.
-Claro pequeña, ella siempre va estar contigo-. contestaba Octavia.
Cuando recordaba a su prima, Octavia la extrañaba, aun sentía mucho dolor por su partida, ella nunca debió viajar tan lejos:   -mi querida Blanca- se lamentaba y sobre la cómoda en su dormitorio tenía su foto para saludarla todos los días. 
En la última reunion con las Damas del Patronato, Octavia les contó sobre el deceso de su prima, todas ellas conocían a Blanca y lamentaban lo ocurrido además de darle el pésame a Octavia. Ella no vio la necesidad de entrar en detalles sobre su muerte, solo comentó que enfermó de fiebres malignas que no se podían curar. 
-Octavia- dijo Ana Luisa: -es terrible lo ocurrido a Blanca, era tan buena y amable que parece que fue ayer que estaba con nosotras en las reuniones y disfrutaba de buena salud-. 
-Si es verdad- decían todas a coro, hubo unos minutos de silencio en nombre de Blanca para honrar su memoria.
Otro de los grandes proyectos que comentaban Octavia y sus amigas era la construcción de la primera línea del tranvía: -es fantástico y una realidad, solo faltan algunos detalles en el acuerdo del Municipio con el Gobierno para que se comiencen las obras. Vamos a ser una ciudad del nuevo siglo- decía con entusiasmo Petra. Ella se había enterado por su esposo Pier, que siempre estaba al día con los acontecimientos en la ciudad  para luego publicarlos en su revista familiar e informar al público.
La ciudad capital con cuatrocientos mil habitantes crecía a un ritmo vertiginoso, seguro en los próximos años crecería aun más. El tranvía era una necesidad para transportar a la gente a sus trabajos.
La reunión entre amigas como siempre fue amena y la mañana pasaba sin sentirse, era la hora de terminar la visita y las Damas de regresar a su vida diaria.
Octavia unos días después de la reunión con sus amigas compraba en el Gran Almacén, cintas y blondas que necesitaba para Emiliana, en ese lugar se podía encontrar de todo y muchas de las cosas eran importadas, la tienda era el lugar donde compraba media ciudad, mientras hacía su pedido a una de las empleadas, se acercó a ella Rosalina: 
-Señora Octavia, ¡buenos días¡ ¿cómo está?- la saludo cortés.
Por unos segundos hubo silencio entre las dos, Octavia se sorprendió al encontrarse  con Rosalina, ella lucía elegante y bien arreglada, venía en compañía de su ama de llaves. 
-¿Cómo estás Rosalina? te veo muy bien- contestó después de reaccionar de la sorpresa.
Ambas hicieron comentarios sobre la tienda y lo maravilloso que era encontrar cosas tan bellas. Octavia quiso preguntarle por Hortensia pero guardó silencio. Rosalina en ningún momento mencionó a su madre, en cambio seguía conversando sobre la tienda y sus maravillas.
Octavia se despidió de la joven y en el camino de regreso sintió tristeza que una hija olvide así a sus padres que hicieron lo indecible por ella. 
Hortensia continuaba en el norte de vacaciones en la casa de su hermana. Rosalina seguro pensaba que Octavia ignoraba todo con respecto a su vida y el rechazo a sus padres. Estaba equivocada, no solo lo sabía ella, si no toda la ciudad y la condenaban por ello.
En la casa, Octavia le mostraba a Emiliana las blondas y cintas que había comprado para su vestido -Son hermosas madre, con ellas mi vestido lucirá perfecto-. 
Luego comentó con su hija el encuentro con Rosalina:
-Emiliana, Ella lucía bien elegante y arreglada, lo triste es que no mencionó a sus padres. Rosalina es una hija muy ingrata-.
-Madre, no me sorprende, en el colegio también se comportaba distante con las demás compañeras de su salón-. Rosalina era mayor que Emiliana pero estudiaron en el mismo colegio.
Aunque parezca algo trivial, Octavia mientras caminaba hacia su habitación sintió molestias en uno de sus zapatos, era ya necesario mandarse a hacer  zapatos nuevos. En esos días aun no existía el calzado hecho en serie, si la gente deseaba zapatos nuevos, debía mandarlos a hacer. Octavia iría a visitar el taller  de Teófilo Ponce para mandar hacer zapatos para ella y Emiliana de una vez. 
En la tarde después del almuerzo, Octavia y Emiliana salían para visitar el taller de calzado, pero encontraron que la puerta estaba cerrada, tocaron varias veces, nadie salía atender:
-Emiliana tenemos que regresar mañana, en el taller parece que no hay nadie- comentó con desilusión Octavia, quería ordenar de una vez la confección de sus zapatos, no deseaba sufrir un inconveniente con ellos por la calle, además se demoraba algunas semanas confeccionar un calzado.
Al día siguiente regresaron de nuevo al taller a una hora diferente y seguía cerrado: -que fastidio comentó Octavia, ella buscaba especialmente a Teófilo Ponce porque el tenía las hormas con las medidas de los pies de su familia y también porque era un artista en la confección del calzado hecho a mano. 
Una de las vecinas que las vio venir desde el día anterior conversó con Octavia: -señora, Teófilo no abre hace dos semanas su taller, nadie sabe donde está, es raro que él no atienda a sus clientes ya  han venido varios a buscarlo, dicen que alguien lo vio salir del taller a la media noche pero no sabemos donde está-. puntualizó la vecina.
Octavia agradeció la información, el inconveniente le creaba un problema, necesitaba zapatos, tendría que mandarlos hacer a otro taller y eso no le agradaba mucho.
De los rumores que corrían sobre la vida de Teófilo, algunos eran ciertos, siendo muy joven entró a trabajar al taller de los hermanos Venegas, estos eran maestros en la confección de calzado. 
Teófilo aprendió con ellos todas las artes y secretos para hacer buenos zapatos, con el tiempo y la práctica superó a sus maestros y estos se dieron cuenta de ello, lo felicitaron y lo ascendieron a jefe maestro del taller. Teófilo controlaba y corregía alguna mala confección de los demás artesanos. Comenzó a ganar buen dinero y a vestir buena ropa, tenía un sastre que le cocía los ternos y camisas cuando entraba al taller, vestía siempre elegante, los fines de semana era típico verlo pasear por las calles del centro con ropa y zapatos finos. 
Una mañana mientras trabajaba en el taller, vio que una hermosa joven entró a buscar a uno de los dueños, era la hija de Máximo Venegas, Teófilo no pudo evitar quedar prendado de ella, otro de los artesanos que observó a su amigo comentó: -maestro, tiene que mantener su lugar, la joven es la hija del dueño y está muy lejos de nosotros-. 
Teófilo aparentemente no escuchó las palabras del compañero y confió en que los dueños lo iban aceptar, al ser él un maestro y jefe del taller. Se empeño en conocer a la joven, averiguó donde vivía y se acercó a ella con palabras amables y atenciones, le contó que trabajaba en el taller de su padre y al parecer la joven aceptó su amistad. En los días que sigueron Teófilo y Marcela, así se llamaba  paseaban sin que el padre supiera sobre ellos. Él llevó a Marcela al estudio de fotografía más famoso de la ciudad por esos días, el Estudio Courret, quería tener una foto de los dos juntos, era su sueño.  
Solía hacerle regalos y compraba cajas de finos chocolates para ella, Marcela se sentía alagada siempre decía: -Teófilo no es necesario que gastes dinero en regalos para mí-.
-No te preocupes, yo quiero hacerlo, me gusta halagarte-. contestaba prendado de Marcela.
Pero la felicidad no podía durar mucho al menos no para la pareja, alguien había ido con chismes al padre sobre ellos. Una tarde mientras trabajaba en el taller, Máximo Venegas lo mandó llamar y en su oficina, daba de gritos cuando vio a Teófilo: 
-¡Qué te has creído tú un simple trabajador! acercarte a mi hija y pretender su mano, no puedes jamás volver a salir con ella y estás despedido desde este momento, toma tus cosas, no quiero volver a verte- gritaba enojado.
Teófilo quiso explicar la seriedad de sus sentimientos pero Máximo casi lo golpea, si no fue por el otro hermano que lo detuvo.
En el taller todos los artesanos escuchaban los gritos y vieron salir al maestro jefe. Teófilo fue a buscar a Marcela pero no podía tocar la puerta eso era demasiado, paso varios días haciendo guardia a la casa para ver si ella salía en algún momento pero el padre mando a su hija lejos, como castigo. Teófilo espero y espero varios días y nada, uno de los compañeros del taller le contó a su amigo: 
-Maestro, el padre ha mandado a su hija lejos, nadie sabe donde-. 
Teófilo sintió que su corazón sufría,  él quería a Marcela. Las semanas pasaron y el maestro contrató un pequeño local para comenzar a confeccionar zapatos a sus clientes, en uno de los estantes puso la foto de él con Marcela. Al comienzo todo parecía marchar bien, los clientes lo buscaban y él cumplía con los pedidos pero poco a poco fue decayendo, dejaba de ser cumplido y sus clientes se quejaban y a pesar de ello lo seguían buscando porque sabían que  él podía confeccionar el mejor calzado. 
Una noche algunos vecinos lo vieron salir del taller y perderse en las calles, nadie sabía donde se fue.
Por el dolor, Teófilo había olvidado que tenía arte en las manos,  nadie como él sabia trabajar el cuero hasta convertirlo en un material suave y flexible con el que confeccionaba los zapatos más cómodos, elegantes y de bello diseño en la ciudad, su acabado era de un artista.
Octavia lamentaba lo ocurrido con Teófilo, ella con gran pesar tenia que buscar otro taller para mandar hacer los zapatos que necesitaba no podía esperar más. 
Sabia que el maestro era un artista del calzado y solo deseaba que pueda regresar pronto para seguir confeccionando los zapatos más bellos y cómodos de la ciudad.

CONTINUARÁ                            
         

 
       
  
   
     



 

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