lunes, 28 de febrero de 2022

UNA CORTA HISTORIA

Lucinda insistió de nuevo y preguntó a Mateo que le parecía la visita de Dalila a los Cerezos.
Mateo reaccionó con serenidad, más su corazón latía con fuerza. Volver a encontrarse con Dalila no sería fácil, se detuvo un instante y pensó: Ella no ha venido a visitarme, ella ha venido a visitar a sus padres, por lo tanto serenidad, no tienes que decir nada.
Mateo habló a Lucinda con la serenidad de la que podía ser capaz:    -Me alegra que Dalila visite a sus padres pero su viaje no es para visitarme  y al contrario no sé si está permitido que yo vaya a saludarla-.
-Mi estimado amigo, creo que ella se dará un tiempo para venir a saludarte estoy segura de ello. Dalila llegó de Portugal ayer en la noche, es lo que  comentó doña Santa-. 
Mateo no quería hacer más comentarios, la vida de ambos había cambiado y cada uno siguió su rumbo. Su corazón trataba de comportarse con sabiduría. 
-Bueno... yo cumplí con avisarte, no sé que hará ella pero saber que está en los Cerezos es una buena noticia- contestó y no se dio cuenta que Mateo se puso algo tenso con la noticia.
Lucinda se despidió y dejó a su amigo solo con sus pensamientos, éste se sentó un momento en la sala, tenía tantas emociones juntas que no sabía  en realidad si quería ver a Dalila o tal vez sería mejor recordarla como cuando eran adolescentes y soñaban con un futuro juntos. No podía imaginar cuanto había cambiado y como sería su forma de ser. Las dudas lo asaltaban y las preguntas venían, estaba nervioso y tenso. 
Se puso de pie, fue a la cocina a  preparar un café para distraer la mente y pensar en todas las cosas que tenía que organizar con respecto a la mudanza para poner la casa en orden. En cualquier momento llamaría la señora Amanda Roble para hablar  sobre la venta y si había alguna familia interesada en  la casa.
Se disponía a tomar su café cuando sonó el timbre de la puerta, Mateo dijo -y ahora de que se ha olvidado Lucinda, que más tiene que decir- al abrir, se dio con una gran sorpresa, estaba Dalila frente a él. Por unos segundos hubo silencio entre los dos, nadie hablaba, entonces fue Dalila la que rompió el silencio y dijo: 
-Mateo como estás, me enteré lo de tu padre y mi madre me comentó que estabas en tu casa por eso he venido a darte el pésame- Dalila se acercó a Mateo y le dio su pesar -Lo siento tanto, tu padre era una persona tan amable. No es fácil aceptar que un ser querido se ha ido. Tantos años que no nos vemos y encontrarnos en estas circunstancias es extraño-. finalizó Dalila. 
Mateo reaccionó de su silencio y la hizo pasar a la sala. -disculpa el desorden, estoy desocupando la casa y todo es un caos- agregó para decir algo mientras trataba de calmarse. Dalila seguía siendo hermosa y su cabello corto le daba un aire fresco y juvenil. Era la misma solo con algunos años más.
Los dos se sentaron a conversar sobre las cosas que hacian y a que se dedicaban. Dalila contó  a Mateo que por una beca de estudio, ella primero viajo a México y después a Portugal donde conoció a su esposo, él es arquitecto y trabaja en una compañía muy grande y reconocida en Europa y ella trabajaba en la asistencia social. -Mateo tengo un niño de cinco años que es mi adoración se ha quedado con mi suegra y su padre mientras yo viajo a Perú, no puedo demorar mucho mi estadía en Lima. Además de visitar a mis padres he venido también a tramitar unos documentos que necesito- Dalila hablaba mientras Mateo escuchaba atentamente.
-Cuéntame ¿qué ha sido de ti a qué te dedicas? ¿tienes familia?- preguntó Dalila para saber algo más de Mateo.
-Bueno yo trabajo en un banco muy grande e importante de la ciudad, soy gerente de la sección tarjetas de crédito y no tengo familia, todavía no se ha dado la oportunidad. Tuve una novia, fue una relacion seria pero con el paso del tiempo nos dimos cuenta que era mejor quedar como amigos y así fue- contestó Mateo a la pregunta de Dalila. 
-¿Qué pasó con nosotros Mateo? ¿por qué no nos volvimos a buscar?. Todo el tiempo me hago esta pregunta y no sé cual es la respuesta- dijo Dalila para saber si Mateo tenía algo que decir.
-Lo único que puede responder a tu pregunta es que nosotros teníamos diecisiete años y recién comenzábamos a vivir, ninguno buscó al otro y entonces tomamos rumbos diferentes. No supe de ti en mucho tiempo y ahora es bueno hablar de esto y despejar las dudas... ¿no te parece?-.
-Sí, creo que si, no quería ser impertinente pero tenía que saber que pensabas al respecto- Dalila estaba pendiente de las palabras de Mateo.
La conversación se desarrolló en un clima amical, cada uno había llevado su vida a otro nivel y ahora estaban seguros que serían buenos amigos, no habían dudas ni quejas. Dalila no podía decir nada en contra de su vida actual, Mateo la veía feliz y completa con su familia. Él estaba viviendo un tiempo de transición y cambios, aun no sabía lo  que le deparaba el destino.
Ambos recordaron juntos a todos los amigos del vecindario. Mateo la puso al corriente de todas las cosas que habían pasado desde que se fue con su familia al norte del pais, que hacia cada amigo y a que se dedicaban.
El tiempo pasó volando y ya era hora de despedirse. Dalila se puso de pie, Mateo la acompaño hasta la puerta: -Mi querido amigo ha llegado el momento de despedirme, ha sido bueno volverte a ver  recordar a los amigos y hablar de nosotros sin reproches ni quejas-.
Mateo sonrió y estuvo de acuerdo con ella. Los dos se abrazaron: -Dalila deja que te acompañe hasta tu casa, está muy cerca- completó Mateo. 
Caminaron  en silencio, los dos sentían paz y tranquilidad. La amistad no se había arruinado y eso era un gran alivio. Mateo y Dalila llegaron al portal de la casa, se volvieron abrazar. Ella entró y Mateo dio media vuelta prometiendo venir a despedirse de ella el día de su partida.
De regreso a su casa sentía que flotaba, tal vez era un poco la sensación de alegría y un poco de emoción. Su encuentro con Dalila había despejado sus inquietudes. 
Era muy tarde y se disponía a dormir cuando el teléfono sonó. Mateo comentó -¿a quién se le ocurre llamar a esta hora?- contestó y al hablar, era su hermano Vicente que decía: -Mateo ¿cómo estas? ¿cuéntame como van los asuntos sobre la casa?-.
¡Hay! solo a él se le podía ocurrir llamar tan tarde, era un horario diferente: -Vicente estoy bien, sobre la casa puedo decir que no hay ninguna  noticia relevante, debemos seguir esperando hasta que llegue algún interesado. Por lo demás me está tomando tiempo desocupar y saber que hacer con todas las cosas que hay en la casa, es una tarea que no se termina.
-Mateo puedes entregarlas para la caridad, existen varias casas que reciben muebles y demás- contestó Vicente.
Si, era verdad pero todo tomaba su tiempo, Vicente siempre práctico no se hacia problema de nada, Mateo en cambio sentía que era triste deshacerse de las cosas de sus padres.
-No te preocupes Vicente, yo me encargo de todo y lo primero que haré es sacar tus cosas y regalarlas- rió con su ocurrencia, Vicente entendió la broma de su hermano y rió con él.
-Bueno Mateo, me despido, cualquier novedad me avisas, yo estoy al tanto... Cuídate-
Vicente siempre Vicente, él era un poco distraído y demasiado práctico pensaba Mateo, tal vez era bueno ser así para no detenerse a pensar demasiado. Si él, seguía la ruta de su hermano seguro que traía un camión y que se lleve todo de una sola vez. Mateo no podía ser de esa manera, tenía que pensar bien a donde iba mandar las cosas de sus padres.
En su habitación por fin pudo dormir, había sido un día cargado de emociones. Antes de quedar completamente dormido se acordó del baúl. Al día siguiente que venia Justa a trabajar le preguntaría que sabía sobre aquello.
El despertador sonó a las seis de la mañana, hora que había señalado Mateo, éste se despertó sobresaltado nunca le habían gustado los despertadores pero que podía hacer, debía levantarse temprano,. éste seria su último día de permiso en el trabajo y quería aprovecharlo al máximo.
Cuando llegó Justa a trabajar, Mateo le preguntó que sabía sobre el baúl en la habitación de su padre. Ella contestó que no sabía nada: -Joven Mateo su padre lo trajo una tarde y solo me dijo que tuviera cuidado a la hora de realizar la limpieza. Yo pensé que usted sabía sobre él por eso nunca hablé del baúl- señaló Justa. Mateo no comprendía nada, su padre jamás le habló del baúl-.
-¿Cuando trajo mi padre  el baúl a la casa?-. preguntó.
-Su padre llegó con el baúl a las pocas semanas que usted se mudo, no habló nunca de que se trataba ni que guardaba en su interior- contestó Justa.
Mateo agregó -sabes donde está la llave-. 
-No joven, como le vuelvo a repetir, su padre no habló nunca sobre el tema y menos de donde guardaba la llave- para mi fue un misterio su actuar.
Todo esto despertó aun más la curiosidad de Mateo ¿por qué su padre no habló con él sobre el misterioso baúl?  más tarde se ocuparía de eso, ahora debía encargarse de terminar de desocupar el primer piso.
Toda la mañana trabajó en separar los cosas pequeñas y los muebles del cuarto de costura de su madre. La máquina de coser estaba cubierta con su funda y casi podía escuchar el sonido que hacía cuando su madre confeccionaba alguna prenda ¿Qué hacer con ella? las hermanas de la Caridad tenían una sala de costura, otra máquina de coser no estaría demás.
Antes de la hora de almuerzo sonó el teléfono, era Amanda Roble. -Mateo buenas días puedo ir a visitar la casa a las 4 de la tarde, tengo un posible comprador y quiere conocer la casa, es una familia. Debes poner todo en orden para que puedan apreciar las dimensiones de la propiedad- terminó de decir Amanda y Mateo estuvo de acuerdo, la esperaría a la hora acordada.
Amanda Roble llegó puntual a la hora con la pareja que tenía interés en la propiedad. Mateo con la ayuda de Justa habían puesto todo en orden para la visita de los interesados. Amanda presentó a Mateo con el matrimonio que quería conocer la casa, luego iniciaron el recorrido.
 En el primer piso se quedó Mateo mientras Amanda hacía su trabajo, al final al matrimonio les gustó la casa y quedaron en responder, ellos llamarían si tomaban una decisión.
-Bueno Mateo, debemos esperar y si no seguir adelante, vamos a tener varios interesados, la venta continua- señaló  Amanda y se despidió. 
Mateo regreso a sus tareas. Justa fue abrir la puerta cuando el timbre sonó al regresar  dijo -Joven hay una señorita preguntando por usted. 
Mateo imaginó que era alguna compradora de la casa pero él no estaba seguro y fue a atender.
-¿Cómo estás Mateo?- saludó la joven -venía a darte el pésame por lo sucedido a tu padre, disculpa que no pude asistir al funeral-.
Mateo no sabía quien le hablaba, ante él estaba una joven atractiva. 
-¡Oh!... por favor, no me digas que no me reconoces- comentó.
Mateo no quería ser mal educado ni descortés pero en realidad no sabía quien le hablaba. 
-Soy yo,  Isoline tu vecina que vive en la casa del frente- dijo esto sorprendida al no ser reconocida.
Mateo sin demora la hizo pasar a la sala y se disculpó con ella. Él recordaba a Isoline como una niña con el cabello amarrado en dos coletas que siempre lo saludaba -¡Hola Mateo!- y seguía su camino. Ahora ella se había convertido en una joven muy atractiva de voz agradable.
-Mateo, que tristeza lo de tu padre, pero debes estar tranquilo él está en un lugar muy feliz- decía Isoline para consolar a Mateo.
-Gracias Isoline y no te preocupes,  no estoy molesto por que no hayas asistido al funeral, comprendo que estás ocupada con el trabajo-. contestó.
-Estuve por esos días de viaje, tuve que supervisar algunas oficinas en el interior del país-. decía Isoline a Mateo.
Ella comentó con su amigo sobre su trabajo y que tenía que viajar muchas veces luego agregó: -Mateo estás de mudanza, sé que tu casa está a la venta, es difícil decir adiós a una etapa de la vida con nuestros padres- comentó Isoline, los dos hablaban sobre sus trabajos y sus actividades. 
-Mateo no quiero distraerte más, tienes muchas cosas que hacer, fue grato venir. Recuerda soy tu vecina Isoline- finalizó y se despidió de su amigo.
Fue agradable su visita y sus palabras, Isoline había venido a visitarlo. 
Trabajo todo el día en la casa sin detenerse para avanzar, era necesario separar todo para disponer a que lugar enviarlo.
En la noche después de cenar y cuando se encontraba solo en la casa, se dispuso a ocuparse del baúl de su padre y saber que había a dentro. Subio a la habitación con un desarmador en la mano, forzó la cerradura con cuidado, al no tener la llave no quería malograr el baúl.   
La cerradura cedió, Mateo abrió la tapa y con asombro vio que había en su interior un uniforme militar que comprendia una casaquilla, un pantalón y un par de botas.
¿Cómo había llegado esto a las manos de su padre? ¿por qué guardaba ese baúl?. Puso con cuidado el uniforme sobre la cama y las botas a un lado, era bastante antiguo. Al levantar la casaquilla tenía un corte a un costado. El soldado que era dueño del uniforme había sido herido o muerto en alguna batalla.
Buscó de  nuevo dentro del baúl, en una esquina de éste encontró cinco cartas, tomó una de ellas y con el mismo cuidado la abrió, el papel era delgado y no quería romperlo. Mateo se sentó en el piso junto al baúl y comenzó a leer... la carta decía:
Amelia amada mía... no sabes como te extraño y como extraño nuestros paseos por la vereda del jazmín, nuestras conversaciones sobre los planes a futuro que nos llevaban a otra vida. Ahora en cambio estoy en campaña, nuestro batallón se ha detenido a descansar a la un lado del camino y el General que es nuestro jefe nos habla para alentarnos y que no caiga el desánimo y nuestra moral. Somos el batallón Libertador de los Andes y tenemos una misión. 
Mateo detuvo su lectura, de que batallón hablaba el soldado, no era acaso el batallón de la guerra de Independencia, el uniforme era bastante antiguo, ¡podía ser así! Sus dudas crecieron aun más y sus preguntas igual ¿de donde había sacado su padre ese baúl? ¿por qué no habló con él al respecto?. Mateo todavía no podía comprender el misterio de todo aquello y las dudas lo asaltaban, seguir leyendo tal vez le aclare el misterio del baúl.   


CONTINUARÁ  


 
  
    
   

 
  
         

  
 
     

 



 

domingo, 20 de febrero de 2022

UNA CORTA HISTORIA

Doña Ernestina no quería abrumar a Mateo con su pedido sobre la mecedora por eso le pidió que lo piense y que no decida ahora mismo.
-Querido Mateo, no te sientas obligado, conmigo toma la decisión que debas tomar- terminó de decir y se despidió de él para dejarlo descansar. Lucinda hizo lo mismo y ambas se marcharon a su casa. 
Por el momento Mateo no deseaba saber nada sobre a quien le iba a regalar la mecedora era un dilema que esperaba resolver el los días siguientes.
Se acercó a la mecedora, se sentó en ella y su suave vaivén invitaba a relajarse, en realidad era algo agradable mecerse suavemente y no pensar en nada más, por un instante se escapó de la realidad hacía un mundo soñado. Necesitaba unos minutos de serenidad para volver con ímpetu a la vida real. Recordaba a su padre sentado disfrutando de un reposo, en las tardes de verano. 
Mateo con el suave vaivén de la mecedora comenzó a sentir  sueño, éste casi lo vencía, era hora de  ir a dormir, mañana volvería a comenzar con el trabajo de desocupar la casa de sus padres. Unas horas de descanso le vendrían bien.
Después de un día de trabajo Mateo disfruto de un profundo sueño, cuando la luz del nuevo día comenzaba a brillar, sonó el despertador, era domingo -que pereza levantarse temprano- pensó. Desde hace unos días no había pausa en su vida, tenía que comenzar de nuevo con el trabajo de seleccionar las cosas que habían en la casa.
Tomó un desayuno ligero; mientras saboreaba su café desde la ventana de la cocina  podía apreciar el pequeño jardín que su madre cuidó siempre con devoción. Los rosales estaban florecidos y con  el verdor del césped hacían un bonito contraste. Rosas amarillas, rojas y sus preferidas las naranjas eran de admirar. Su padre después continúo con la tarea de ocuparse del jardin como un recuerdo de su esposa, nunca dejó  que la hierba invada y malogre las rosas o ahogue el pasto. 
Terminó de desayunar y salió de la cocina, más tarde pensaría donde almorzar, se dispuso a empezar su tarea cuando sonó el telefono de la sala, Era la prima Aidé: -querido Mateo te invito almorzar, por favor no me digas que no, te espero a la 1 p.m ¿estás de acuerdo?- sentenció.
-Mi estimada prima no me dejas otra alternativa,  acepto la invitación estaré puntual en tu casa a la hora indicada- contestó Mateo. 
-Que bueno primo entonces nos vemos más tarde-. se despidió la prima Aidé y colgó.
Mateo trajo una caja para guardar la vajilla fina que su madre compró varios años antes, era un recuerdo muy querido. Él se quedaría con ella pues era una hermosa y fina vajilla para doce personas con todo lo necesario para una cena especial. Su madre la usaba para celebrar cumpleaños, aniversarios, fiestas de fin de año y otras fechas importantes. Ella adoraba ese juego de porcelana que cuidaba con delicadeza, era un recuerdo especial que guardaría por siempre.
Esta vez Mateo estaba dispuesto a trabajar todo el día para avanzar con su tarea pero hubo un corte, el timbre de la puerta sonó,  ¿Quién podía visitarlo la mañana de domingo?
Caminó hacía la puerta y abrió, no pudo articular palabra alguna pues Armando su amigo de toda la vida lo abrazó para saludarlo y darle el pésame por su padre.
-Mateo como siento lo ocurrido a tu padre, recibe mi pésame. Ha pasado mucho tiempo sin vernos- dijo Armando.
-Gracias estimado amigo, es verdad ha pasado mucho tiempo que no tenemos una reunión con todos los muchacho del vecindario- contestó.
-Si, tal vez debería organizar un encuentro con los amigos para recordar nuestro tiempo de juego y amistad.
-Mi estimado, por el momento yo no puedo, estoy de duelo y no siento ánimo para ir a reuniones- contestó Mateo serio.
-Por supuesto la reunión sería dentro de unos meses, no te preocupes, es muy difícil aceptar la partida de un padre-. 
Armando y Mateo conversaban en la sala sobre  el trabajo y las actividades que cada uno realizaba. El primero se había casado dos años antes, Mateo y todos los amigos habían asistido a la boda que fue una gran celebración. Tenía dos pequeños y su vida era la familia y el trabajo.
-Estás de mudanza, veo cajas por todos lados, pensé que te ibas a mudar de nuevo a los Cerezos a la  casa de tus padres- comentó Armando.
-Si, tengo un buen trabajo que hacer pero tengo que realizarlo no hay alternativa y no voy a mudarme de nuevo a la casa de mis padres. Hay otros planes para mí- comentó Mateo para no dar más explicación. 
Los dos amigos conversaron un rato de los recuerdos del ayer y de sus planes futuro, Armando luego se despidió para dejar a Mateo trabajar.
-Espero que podamos reunirnos en alguna ocasión- aseguró Armando.
Mateo le contestó que seria muy bueno volver a encontrar a los muchachos del vecindario.
La puerta se cerró detrás de Armando la casa se quedó  en silencio, llena de objetos y muebles que serían un buen trabajo disponer de ellos, Mateo no tenía demasiadas alternativas de a donde llevarlos. 
Aprovechó el tiempo que tenia y continuo  guardando  la vajilla de su madre en las cajas y antes que el reloj marque la 1 p.m. comenzó alistarse para llegar puntual al almuerzo de su prima. 
Con cuidado cerró la puerta de la casa  y partió en su carro. Por suerte Aidé vivía cerca, a solo veinte minutos de distancia. Le tomó poco tiempo llegar a la casa de su prima, tocó la puerta, está salió a recibirlo.
-Mateo gracias por venir, todos te estamos esperando- su prima lo invitó a pasar a la sala y después de saludar a Felipe, el esposo de Aidé y a sus pequeños hijos, ella lo llevó al comedor para mostrarle como había quedado su vitrina con las bellas figuras de la tía Esther. 
-Mateo gracias por todos estos regalos, sé que tu madre los apreciaba mucho y yo los voy a cuidar en su nombre- comentó Aidé llena de emoción y felicidad, al contemplar el mueble lleno de figuras finas y delicadas. 
-Se que así será,  tu eres la persona indicada para tenerlos- contestó Mateo.
Aidé invitó a su primo a sentarse junto a la familia para disfrutar del almuerzo. Mateo pasó un agradable tiempo familiar junto a ellos, la comida estaba exquisita, su prima se había esmerado. Él agradecía la invitación y conversaba con Felipe sobre su trabajo, los niños muy tranquilos comían en silencio.
Felipe era contador de carrera y tenía su propia oficina de contabilidad, siempre fue una persona metódica debido a su profesión que sin querrer aplicaba la contabilidad a su vida de familia, él le decía a su esposa: -Aidé  debemos estar pendientes de los ingresos y egresos en el hogar, no hay que gastar el dinero en cosas que no son necesarias- a veces esto cansaba Aidé que contestaba: 
-Felipe otra vez estas comparando nuestra vida familiar  como si fuera un trabajo de contabilidad-.
Mateo disfrutó de un delicioso almuerzo y una agradable conversación, le agradecía a su prima pero era la hora de retirarse. Se despidió de la familia y regresó a la casa de sus padres. 
Cada rincón y cada mueble tenía su historia que él solía recordar de un tiempo pasado. Terminó de llenar las dos cajas con la vajilla de su madre y las puso en una esquina del comedor, se irían a su departamento donde las iba a guardar hasta encontrar un mueble apropiado donde tenerlas con todo aquello terminó de desocupar el comedor, de la cocina se ocuparía al día siguiente. En el hall que iba hacía el jardín no había mucho que hacer solo tenía una consola, dos pequeños sillones y algunos floreros que servían de adorno. Todo esto lo llevaría al convento de las Hermanas de la Caridad, era una casa muy grande y las religiosas siempre estaban necesitando muebles. 
Seis de la tarde, hizo una pausa para tomar un café y  planificar qué haría con los jarrones del jardín que su padre había mandado pintar unos meses antes de enfermar. Pensó que tendrían el mismo destino que los muebles del hall, de pronto escuchó de nuevo el timbre, Mateo no podía imaginar quien llamaba.
Abrió la puerta, esta vez era Benjamín: -¿Mateo cómo estás?-  abrazó al amigo de la niñez y de los interminables partidos de fútbol.
-¡Benjamín!- saludó Mateo -aquí estoy como puedes ver con la casa hecha un caos- contestó a su amigo del que  no sabía nada desde hace varios meses.
-Siento lo de tu padre, sé que es un dolor muy grande despedirse de ellos pero no podemos hacer nada al respecto- comentó Benjamín para reconfortar al amigo.
-Cuéntame que ha sido de ti, desapareciste de los Cerezos y recién te vuelvo a ver-. preguntó Mateo a Benjamín.
-Estuve trabajando en el interior, en la selva central, ahora estoy de vacaciones y vine a la ciudad, me encontré con Armando y de esta forma  me enteré lo de tu padre-. contestó.
Benjamín era ingeniero forestal y trabajaba para una entidad del gobierno que se ocupaba del medio ambiente: -no me puedo quejar me va bien y pronto voy a ir más hacía las selva baja, tú sabes el trabajo te ocupa gran cantidad de tiempo, no tienes vida para hacer nada más- decía con algo de nostalgia recordando el tiempo pasado.
Mateo le daba la razón el trabajo era importante para desarrollarse. Sabía que Benjamín era muy responsable y no dejaba las cosas en el aire o de hacer bien su trabajo. 
Para los dos era inevitable recordar a los amigos del vecindario y los tiempo donde la vida transcurria sin mayor preocupación. 
Benjamín se despidió de Mateo después de una hora de conversación. Fue un agradable encuentro, él tenía un buen recuerdo del padre de su amigo, era una persona  agradable y siempre estaba de buen humor. En la puerta comentó a Mateo: -Tenemos que reunirnos de nuevo para encontrar a todos los muchachos del vecindario.  

Mateo despidió a su amigo, fue muy bueno conversar con él  a pesar de las circunstancias y lo sucedido a su padre.
Después de cerrar la puerta buscó su agenda donde tenía anotado todos los números de telefono y  pensó.
-Mañana voy a llamar a los de la mudanza para concertar una entrevista y mover los muebles que se tienen que irse-.
Subió al segundo piso donde habían más cosas que mudar, todavía nada de aquello había sido tocado. 
Eran cuatro habitaciones que debía desocupar. Entró a la habitación de Vicente, donde su padre se había mudado  para conservar la habitación principal con los recuerdos de su esposa. Mateo hasta ese momento no había  entrado eran recuerdos dolorosos sobre la enfermedad de su padre. 
Abrió el closet toda la ropa estaba en orden, sus zapatos impecables y en fila. Sus objetos y recuerdos estaban en su sitio.
Sobre la cómoda tenía una foto grande de su esposa y de sus hijos, los cuatro se mostraban felices y sonrientes. En la mesa de noche la foto de matrimonio de sus padres, los dos estaban jóvenes y recién iniciaban su vida juntos. En el interior del cajón de la mesita había una libreta con anotaciones, direcciones y un lapicero. 
Fue algo inesperado cuando vio debajo de la cama  un baúl, no era muy grande ni muy alto, cabía muy bien en ese lugar. Mateo jaló de él, su padre jamás le había hablado de su existencia, es más, él no tenía idea que estaba en la habitación y no sabía que guardaba en su interior. Buscó la llave por todos lados  pero no la encontró, no quería romper el seguro y malograr el baúl.
Lo distrajo el timbre de la puerta que sonó otra vez, alguien lo venía a visitar. Bajó las escaleras y al abrir la puerta se encontró con Lucinda que  paso delante de él como una ráfaga de viento.
-Mateo- le dijo apresurada -disculpa que venga a molestar pero nunca vas adivinar quien ha llegado a los Cerezos-.
-Lucinda, no me gustan las adivinanzas- contestó Mateo un poco impaciente.
-¡Oh! perdona, perdona, es verdad nunca adivinarías pero te voy a decir, quien ha llegado a los Cerezos es Dalila, me encontré con doña Santa en el Mini Marquet y ella me contó, tú bien sabes que su casa  está junto a la casa de los  padres de Dalila-.
-Mateo en pocos segundos viajó al pasado, al tiempo de adolescente y a sus diecisiete años. Dalila en los Cerezos era una sorpresa y un recuerdo imborrable, ellos no habían vuelto a encontrarse desde los años de adolescentes. 
-Mateo que te parece la visita de Dalila a sus padres- decia Lucinda pero éste ya no la escuchaba, él solo recordaba el pasado y sus paseos en el  parque tomados de la mano junto a Dalila. El baúl y su misterio había quedado en el olvido. 


CONTINUARÁ            
   

       
  

  
  
   


 

domingo, 13 de febrero de 2022

UNA CORTA HISTORIA

Mateo amaneció muy temprano en la mañana, quería aprovechar el tiempo, eran pocos días que tenía de permiso en el trabajo para respetar el duelo que vivía. 
Tomó desayuno en la cocina, Justa, la señora que ayudaba en la limpieza desde el tiempo de su madre estaba por llegar y él quería comenzar  cuanto antes el trabajo de desocupar la casa familiar. No iba hacer fácil despedirse de una etapa de su vida, de sus recuerdos y momentos familiares. 
En su agenda tenía el número de la señora del corretaje, la iba a llamar a partir de las nueve de la mañana, esa hora era adecuada para conversar con ella.
Se cambió y se puso una ropa sencilla que trajo para pasar los días que se quedaría a dormir en la casa de sus padres. Parecía algo extraño, él estaba habituado a su departamento y volver a la casa de su niñez y juventud era como retroceder en el tiempo cuando sus padres vivían y todo era más fácil. Mateo y su hermano no tenían preocupaciones de ninguna clase, solo la responsabilidad de estudiar. Ellos jamás se preguntaron de donde salían las cosas, era natural encontrar todo en casa y listo. Sus padres eran los que se preocupaban que Vicente y Mateo tuvieran a su alcance todo lo que necesitaban pero exigían a cambio buenas notas en sus estudios. 
Sonó el timbre de la puerta, era Justa, la señora del servicio que ayudaba a mantener todo limpio y en orden. Ella tenía la confianza de la familia y sufrió cuando partieron primero la madre y luego el padre. Justa era parte de la familia. 
-Joven Mateo, buenos días-  saludó -ya está preparado para comenzar el trabajo-.
-Así es Justa, ya estoy preparado y voy a comenzar por las cosas más pequeñas y luego me ocuparé de los muebles- dijo Mateo que sentía que era una tarea complicada por todos los objetos que habían.
Tomó una caja y abrió cajón por cajón para desocupar el aparador del comedor, muchas de las cosas de los cajones fueron a dar a una bolsa negra para ser luego despachadas. Justa observaba como se desocupaban los cajones y mencionó si podía llevarse algunas libretas que estaban nuevas. Mateo aceptó, él no las iba a usar.
Cuando el reloj marcó las nueve Mateo llamó a la señora del corretaje para que visite la casa y le de su opinión sobre la propiedad y si podía venderla. Amanda Roble aceptó visitar a Mateo.
-En una hora estoy llegando para conversar- contestó.
Mateo conocía Amanda Roble, ella le había conseguido el departamento que alquilaba cerca a su trabajo. Cuando sintió que era una realidad vender la casa de sus padres un apretón en el pecho lo sacudió porque en ella estaban todos los momentos familiares que vivió junto a sus seres queridos. Iba a ser difícil despedirse de todo aquello.  Por momentos se molestaba porque él se llevaba todo el trabajo y Vicente muy tranquilo en New York, solo esperaba su llamada para firmar los papeles. Cierto es que su trabajo lo retenía en esa ciudad y no podía viajar para ayudar a su hermano pero eso no  disculpaba el trabajo que iba a hacer Mateo. 
Su hermano mayor le había dado permiso para disponer de las cosas de su habitación: -Mateo no te preocupes tienes carta blanca para disponer de todas las pertenencias que puedas encontrar-.
Cuando acabe con el primer piso se iba a ocupar del segundo piso y las habitaciones, así lo había planificado. 
Siguió con su trabajo de seleccionar las cosas que encontraba en el aparador del comedor cuando volvió a sonar el timbre y fue abrir la puerta. 
-Mateo, buenos días- saludó Amanda Roble.
-Amanda buenos días y gracias por venir, para mí es importante conversar con usted y saber su opinión sobre la casa-.
-Bien Mateo, comencemos por el primer piso y luego por el segundo- comentó Amanda y acompañada  por Mateo comenzó su inspección.
Recorrieron juntos todo el primer piso, Amanda en una libreta apuntaba los detalles y observaciones sobre la casa.  Cuando terminaron subieron al segundo piso del mismo modo recorrieron habitación por habitación, el hall y los servicio. La azotea fue el último lugar y después bajaron por la escalera auxiliar al primer piso. Mateo le  pidió Amanda sentarse y conversar en la sala.
La pregunta de rigor: -¿Amanda dígame que opina de la casa y sus posibilidades?- dijo Mateo esperando una repuesta.
-Puedo decirte con toda seguridad que la casa está en muy buenas condiciones, todo se encuentra bien conservado, impecable y con pintura nueva. Puedes venderla con algunos muebles si deseas, la sala y el comedor están impecables. Esto era gracias a su madre que le gustaba tener los muebles bien conservados. Los sillones de sala habian sido tapizados en dos ocasiones con un tapiz fino y de buen gusto, del comedor no había nada que decir, eran clásicos sin ser demasiado serios y se encontraban bien tratado con un líquido especial para madera. Su padre se encargó de hacer pintar la casa un año antes de su enfermedad.
-Entonces se puede vender, deseo que usted se encarga de ello para mí seria estupendo que acepte- habló Mateo.
-Bien, te enviaré con mi agente el contrato para iniciar la venta, tú ya conoces mi seriedad y como trabajo-.
Mateo aceptó y quedaron de acuerdo con la cantidad en que se vendería la casa y los porcentajes. Amanda se pondría a trabajar de inmediato en la venta. Se despidió de Mateo no sin antes advertir.
-Los tiempos están difíciles en la economía del pais pero a pesar de ello siempre hay gente que desea invertir en una propiedad. Se puede demorar un poco pero saldrá la venta-.
No habian pasado ni diez minutos de la salida de Amanda Roble cuando el timbre volvió a sonar. Mateo con expresión de interrogación en el rostro -¡Quien es!-  exclamó.
-Mateo soy yo Lucinda- contestó.
 Al abrir la puerta la sorpresa de Mateo fue mayúscula, Lucinda traía en las manos  una fuente que estaba tapada.
-Mateo, mi madre te envía esta lasaña como agradecimiento por tu amabilidad y los obsequios de las figuras de porcelana. Gracias, me envió a decir-. 
Mateo podía saborear en su imaginación la lasaña de doña Ernestina.  Estas eran famosas en el vecindario, ella una época se dedicó a vender lasañas para ayudarse y poder pagar las medicinas de la enfermedad de su esposo. Todo el vecindario compraba el delicioso plato y siempre pedían más.
-No puede ser Lucinda porque se ha molestado tu madre, no era necesario hacer esto-  mintió estaba feliz con la lasaña -Por favor dale las gracias por tanta molestia-.
-Tú conoces a mi madre, ella es un pan de Dios y siempre le gusta decir gracias-. Si, Mateo conocía a doña Ernestina y sabía que eran ciertas las palabras de su hija. 
Lucinda se despidió de Mateo para dejar que siga con su tarea, recién comenzaba y tenía mucho que hacer. 
-Justa ya tenemos almuerzo, las lasañas de doña Ernestina son famosas por su exquisito sabor- comentó Mateo y ordenó a Justa guardar la lasaña, todavía era muy temprano para almorzar. 
Se dispuso a continuar toda la mañana  su tarea de desocupar los cajones y puertas del aparador, el tiempo pasaba y cuando el reloj marcó la 1 p.m Mateo y Justa se prepararon para almorzar en la mesa del pequeño comedor de la cocina. Justa calentó la lasaña puso la mesa y probaron el primer bocado, Mateo en la boca saboreó lentamente y dijo: -doña Ernestina no ha perdido su toque, esta lasaña es deliciosa, nada la puede superar- Justa le dio la razón, la lasaña era de un sabor exquisito.
Terminado el almuerzo Mateo volvió a sus tareas y Justa limpio y ordenó todo, después  de dos horas de trabajo se despedía: -joven Mateo ya me retiro, mañana es sábado, ¿quiere  usted que venga para ayudarlo con el trabajo de guardar las cosas? 
-No Justa, vaya usted a descansar el lunes nos vemos-contestó algo distraído Mateo.
-Joven quisiera pedirle algo si no es molestia- dijo Justa.
-Hable usted que es lo que desea-
-Si no va a necesitar la mecedora de su padre me la puede vender, yo quisiera llevarla. 
Mateo pensó unos segundos antes de contestar: -Justa, no puedo venderla y aun no se que voy hacer con ella cuando decida le prometo que voy hablar con usted- contestó Mateo para terminar la conversación.
Justa se retiró de la casa y Mateo se puso a pensar -no podía vender la mecedora, si decidía dársela se la iba a regalar era lo recomendable. Ella tenia años trabajando para la familia con mucha responsabilidad y su trabajo siempre fue impecable-.
En la noche Mateo tomó un descanso, había avanzado bastante con el comedor y pensó  llamar a su prima Aidé para saber si podía venir al día siguiente a la casa, ella se iba a dar con una sorpresa. 
Aidé contestó rápido el teléfono: -claro querido primo, estoy en tu casa en la mañana, te parece a las 10 a.m los niños se van con su padre a la piscina y yo puedo estar libre a esa hora-. 
Mateo estuvo de acuerdo, sabía que Aidé sería feliz, ella también disfrutaba coleccionar  figuras finas de porcelana, auténtica loza china.
Antes de dormir en su habitación fue a la habitación de sus padres, abrió la puerta y todo estaba impecable y ordenado, la cama lucía como en tiempos de su madre y su ropa estaba guardada en el closet. Su padre nunca había querido deshacerse de las cosas de su esposa, él las conservaba como un recuerdo. Mateo un día le dijo a su padre porque no llevamos la ropa de mi madre donde las hermanas de la Caridad y éste se molesto: -No te atrevas a disponer de las cosas de tu madre, déjalas donde están-. 
Mateo nunca volvió hablar sobre el tema y su padre para no mover las cosas de su esposa, se mudó al dormitorio de Vicente y ahí llevó su ropa y demás objetos personales. 
Sobre la cómoda estaba una imagen de la virgen y al otro lado, dos álbumes con fotos familiares que Mateo conocía de memoria.  En el closet en la parte alta se guardaba el joyero de su madre, Mateo lo sacó del lugar para ver si todo estaba en orden. Abrió la caja y en su interior guardaba los aros de boda de sus padres, dos anillos, cadenas y una medalla de la virgen todos estas joyas eran de oro. También habían dos relojes finos uno de su padre y otro de su madre eran de marca Cartier y un anillo de oro que pertenecía a su padre.
Estas joyas las iba a guardar para que Vicente escoja con que joyas se quedaría, como recuerdo de sus padres. Guardó todo en su lugar y se fue a dormir. Su habitación se conservaba igual como si él viviera en la casa, algunos objetos de su propiedad todavía estaban en su sitio. Mateo se sentía cansado y pronto se quedó dormido. 
Al día siguiente, tal como lo había prometido la prima Aidé se presentó en la casa. Ella era una persona agradable y quería mucho a Vicente y Mateo pero tenía un pequeño problema, cuando comenzaba hablar no había nada que pudiera callarla. Ella habla, habla y habla, Mateo tenía que interrumpirla para poder decir algo.
-Querido Mateo aquí estoy como lo conversamos ayer- lo saludó con un abrazo.
Mateo rápidamente explicó para que la había invitado a venir. Aidé dio un grito de felicidad.
-Querido primo no puede ser, gracias por pensar en mí, tú sabes que yo soy como mi tía Esther me encantan coleccionar adornos finos y delicados. Tu madre siempre fue una mujer tan distinguida, ella era mi tía favorita.... Y así podía hablar hablar y hablar. Mateo le señaló el comedor y en dos cajas comenzaron a guardar las bellas piezas. Mientras ella seguía hablando de los recuerdos de la tía Esther y sus bellos adornos. 
Mateo Interrumpió a su prima para decir -todo este grupo no lo puedes tocar, es mío y lo quiero como recuerdo de mi madre- Entre ellos estaba el plato de porcelana de Limoges que él apreciaba tanto.  
-Mateo ese plato es tan bello yo lo hubiera querido para mí pero no te preocupes yo respeto tu voluntad y tu amabilidad para conmigo.....y así la prima seguía hablando y hablando, mientras Mateo guardaba dentro de las cajas el resto de figuras.
Al terminar, la vitrina lucia  casi vacía, era un poco triste verla así pero había sido necesario, Aidé las cuidaría y Esther su madre estaría contenta al saber que sus piezas queridas quedaban en buenas manos.
-Primo, cómo puedo darte las gracias por tanta fortuna que me concedes, estoy anonadada y no sé que más decir, solo infinitas gracias por siempre....
Mateo volvió a interrumpir -no te preocupes por nada, solo te pido cuídalas, sé que así será-
Aidé seguía hablando mientras llevaba con Mateo las cajas a su camioneta. Al despedirse los dos primos, está le comentó -Mateo no quiero que pienses que soy una persona mal agradecida pero sería mucho pedir que me regales la mecedora del tío Aurelio, sería un buen recuerdo de su persona.
Mateo respiró era la segunda persona que le pedía la mecedora, no sabía que hacer y contestó: -Aidé todavía no sé que voy hacer con ella pero yo te llamo si decido algo- 
-Gracias primo siempre estaré agradecida decidas lo que decidas- contestó Aidé y subió a su camioneta para regresar a su hogar. 
Se iba feliz con los preciosos adornos de la tía Esther, ahora eran suyos y los cuidaría con esmero.
Mateo estaba cansado de tan solo escuchar a la prima hablar y hablar durante dos horas, tomó una pastilla para el dolor de cabeza.
Aidé era un encanto de persona pero podía ocasionar terribles dolores de cabeza con su imparable conversación.
Toda la tarde estuvo trabajando Mateo para preparar la casa, ya estaba decidido los muebles de sala y comedor se quedaban y la casa se vendería con ellos. 
Más tarde en la noche Lucinda y su madre fueron a visitarlo, este lucía un poco cansado pero las recibió como siempre amable y de buena disposición.
Los tres conversaban sobre el futuro y de lo que haría Mateo, después de vender la casa era un tema que lo ponía nervioso, por suerte doña Ernestina cambio de conversación.
-Mi estimado hijo, sé que vas a pensar que soy una persona que se pasa de la confianza pero crees que puede ser posible que me vendas la mecedora de tu padre me gustaría conservarla.
Doña Ernestina sabía muy bien que Mateo no le iba a vender la mecedora si no regalársela y éste pensaba para si mismo. Esa mecedora está comenzando hacer un dolor de cabeza ya son tres personas que la quieren  y él no sabia a quien entregarla. -¡Qué dilema, por favor!- pensaba en su interior.  


CONTINUARÁ       

 




  
     
     
 


 

domingo, 6 de febrero de 2022

UNA CORTA HISTORIA

Mateo abrió la puerta de la casa familiar, su corazón y su espíritu estaban llenos de tristeza. El  padre había partido al viaje infinito y con ello se había cerrado, una etapa de su vida. 
La casa estaba en silencio no había nadie, su madre se había ido cinco años antes, después de una penosa enfermedad. 
Se dirigió hacía la sala, las piernas le pesaban y sus pasos eran lentos. Se detuvo y contempló la habitación, llena de muebles, ésta tenía grandes ventanas por donde entraba la luz natural que a su madre Esther  le gustaba tanto. Luego dio media vuelta y fue al comedor, en el lugar se podía ver una  vitrina con adornos y copas de cristal, Esther disfrutaba tanto coleccionar adornos finos y delicados. Luego sus pasos lo llevaron  al hall, abrió la puerta de vidrio que daba a un pequeño jardín interior. En una esquina donde el sol no caía con fuerza, su madre tenía en un estante   una colección  de violetas y begonias que ella cuidaba con dedicación. Había aprendido todo sobre el cuidado de estas flores y como mantenerlas vivas.  Cuando ella se fue, el padre no supo como cuidarlas y una a una fueron muriendo. Las que habían sobrevivido muy bien eran las rosas que el padre de Mateo cuidaba y mantenía siempre con riego. 
Cada rincón de la casa tenía recuerdos de celebraciones familiares, aniversarios y cumpleaños, no había duda, el corazón del hogar era la madre que organizaba todo y mantenía a su familia unida.
Cuando ella no estuvo más, la casa parecía un barco a punto de naufragar. El padre hacía grandes esfuerzos por manejarla  pero no era lo mismo sin su esposa.
Mateo regresó a la sala, se sentó cerca a la ventana que daba a un jardín exterior y podía recordar con claridad el primer día que entraron a la propiedad. Ese día fue su padre quien abrió la puerta, Vicente su hermano mayor tenía diez años y Mateo siete años. Los niños corrían por todos lados, subían y bajaban las escaleras pero él alcanzó a escuchar a su madre que le decía a su esposo: -Aurelio estas seguro que esta casa es nuestra-.
Su esposo contestaba con toda paciencia -si mujer, esta casa es nuestra, solo falta firmar los papeles de propiedad-.
El padre de Mateo había comprado una casa y veinte años de hipoteca. Su esposa estaba feliz y no podía creer que esa propiedad era su casa.
La casa de la familia quedaba dentro de la urbanización Los Cerezos, que estaba muy cerca de una gran avenida y arteria principal de la ciudad capital. La avenida Javier Prado tenía gran cantidad de tráfico.   
En el segundo piso Vicente y Mateo escogían sus habitaciones, el hermano menor pensaba -por fin iba a tener su propia habitación y ya no compartiría con su hermano mayor la habitación y su desorden. 
Mateo era muy ordenado y le gustaba cuidar sus cosas, Vicente era todo lo contrario donde caía su camisa o su pantalón, ahí quedaban hasta que su madre recogía todo para llevarlo a lavar.  
La casa había vivido momentos felices pero también momentos tristes, hubo un tiempo en que algunas veces encontraba a su madre llorando en la cocina, ella disimulaba y él no preguntaba, tenía miedo hacerlo. Con el paso del tiempo las cosas volvieron a la normalidad y se podía ver la alegría en el rostro de su madre. Mateo nunca supo que pasó entre sus padres y pensó que era mejor así. Eso era algo de lo que no deseaba enterarse.
Como era de comprender el padre sentía preocupación de que el dinero alcance para pagar la hipoteca y los demás gastos de la familia-.
Su esposa le decía -no te preocupes Aurelio vamos hacer ahorros, yo voy a coser todas las cortinas que necesita la casa, ésta tiene muchas ventanas-. 
Así fue, la madre cosió las cortinas de toda la casa y para ayudar al presupuesto familiar, ella cosía vestidos para niñas de cero meses a 12 años. Se había especializado en ese rubro y todas las madres del vecindario cuando se enteraron llegaban a la casa para que Esther confeccione a sus hijas bonitos vestidos de telas frescas y coloridas si era verano y en invierno de telas mas gruesas, la tela preferida era el terciopelo para los vestidos de manga larga que se usaban en las fiestas y matrimonios. Las niñas lucían felices sus vestidos nuevos que la madre de Mateo cosía para ayudar al presupuesto de la familia. 
Los vestidos eran de modelos diversos, con cuello bebe y mangas abullonadas, con corte en la cintura, en línea A o corte princesa, en la pechera les hacia los adornos de nido de abeja.  Mateo de eso no entendía nada pero veía como se iban las madres felices con los vestidos para sus niñas. 
Esther para hacer aun más ahorros, cosía las camisas de su esposo con la que iba a trabajar y para sus hijos hacia lo mismo. Entonces los hombres de la casa con sus camisas nuevas podía salir a visitar a los abuelos por parte de padre un domingo y a los abuelos por parte de madre, el otro domingo. La vida para ellos estaba completa.   
Una tarde entró Vicente al cuarto de costura de su madre y le dijo -mamá necesito zapatillas, me duelen mucho los pies. 
La madre sorprendida contestó -Vicente esas zapatillas las he comprado hace poco, ¡están nuevas!-.
-Lo sé mamá pero me duelen los dedos-
La madre comprendió al instante, los pies de su hijo habían crecido y las zapatillas no le quedaban, había que comprar unas nuevas, era el desarrollo y no había nada que hacer. 
La casa de la familia de Mateo estaba rodeada de otras casas que formaban el vecindario, muy pronto los niños se hicieron amigos de otros niños y salían a jugar a un parque dentro de la urbanización. En las tardes de verano eran infaltables los partidos de futbol.
Armando llegaba hasta la casa familiar  y llamaba desde la calle 
-¡Vicente, Mateo! necesitamos gente para el equipo, ¡vamos al parque!- 
Los dos niños salían corriendo de su casa para jugar los partidos y conversar con los amigos. Su madre siempre les advertía que antes de oscurecer ellos debían estar de regreso a la casa.
Luego llegó la adolescencia Mateo tenía diecisiete años cuando conoció a Dalila que tenía la misma edad y era hermosa como una flor de primavera. Sonrió al recordar sus primeras palabras: -mi nombre es Dalila pero no tengo nada que ver con la historia de Sansón y Dalila... ¡Si!-. 
Los dos jóvenes tomados de la mano paseaban por el parque se sentaban en un banco y hacían planes para el futuro como si a esa edad uno fuera dueño de su vida. Dalila era un dulce recuerdo para Mateo, sus conversaciones y sus planes los unían en un mismo pensamiento pero siete meses más tarde de haber comenzado su relacion, Dalila lloraba en los brazos de Mateo.
-Que vamos hacer ahora- decia sollozando.
Mateo contestaba -debe haber alguna solución, para esto-
-No, no hay solución para esto Mateo, mi padre por su trabajo debe ir con la familia a trabajar al norte y yo debo ir con ellos- lloraba Dalila como si la vida se hubiera terminado. 
Los jóvenes enamorados se separaron con la promesa de mantenerse comunicados, al principio fue así se escribían cartas y se llamaban por teléfono pero el tiempo y la distancia fue cobrando espacio y poco a poco la comunicación se fue cortando. La casa de los padres de Dalila se había alquilada y estuvo así por muchos años. 
Mateo estudio en la universidad y suponía que Dalila también. La vida siguió su rumbo y llevó a cada uno por un  camino diferente. Unos años después se enteró que Dalila vivia en Portugal y se había casado.
Ahora debía dejar los recuerdos aun lado, tenía una enorme tarea que realizar para desocupar la casa, con su hermano habian conversado y quedaron en que la iban a vender. Vicente vivia en New York y había venido solo unos días para despedir al padre, habló con su hermano -Mateo estas seguro que no quieres vivir en la casa familiar, en algún momento te vas a casar y la propiedad es muy cómoda para tener una familia-
-No, tu sabes que yo me mudé hace unos años a un departamento más cerca de mi trabajo, entonces para mi sería complicado vivir en la casa de nuestros padres-.
-Muy bien, entonces  tú encárgate de todo y me avisas cuando estén listos los papeles para la venta, yo vengo a firmar. No puedo quedarme más tiempo debo regresar a mi trabajo-.
Vicente se había vuelto un hombre práctico y no se hacía problemas ni complicaciones cuando tomaba una decisión.
Ahora Mateo debía pensar que hacer con los muebles, y las cosas de sus padres. Era mejor empezar habitación por habitación así seria más fácil. Los adornos de la sala y el comedor se los regalaría a su prima Aidé, ella tenía la misma afición que su tía Esther, le gustaba coleccionar  adornos y los cuidaba muy bien.
En ese instante sonó el timbre de la puerta, Mateo fue ha abrir y se encontró con Lucinda y su madre doña Ernestina, ésta última fue muy amiga de su madre Esther, además de confidente. Ellas vivían en la casa de a lado y siempre estaban pendientes de ellos. 
-Mateo- decia doña Ernestina -¿cómo estás? disculpa que lleguemos a molestarte pero quería darte el pésame por el adiós a tu padre- abrazó a Mateo y agregó -estuve en el sepelio pero no pude ir al cementerio-
-No se preocupe doña Ernestina, todo esta bien. Mi padre necesitaba descansar, su enfermedad lo había debilitado bastante y ya no había más que hacer- dijo Mateo con tristeza. Él visitaba la casa familiar los domingos para acompañar a su padre y almorzar juntos. 
Lucinda en una época salió con Vicente pero el romance no prospero y ambos quedaron como buenos amigos. Después él se fue a vivir y a trabajar a New York y ella se casó y vino a vivir con su esposo y sus hijos a la casa de su madre que había quedado viuda y era su única hija. 
Doña Ernestina y Lucinda conversaban con Mateo ellas estaban curiosas de saber que haría con la casa.
-Con mi hermano la pensamos vender- contestó Mateo.
-Es una pena pero comprendo la decisión cada uno tiene su trabajo y su vida- comentó doña Ernestina.
-Mateo la casa es amplia para tener una familia debes pensarlo dos veces antes de vender- agregó Lucinda.
-Hija por favor no intervengas en las decisiones ajenas, Mateo sabe lo que hace- contestó la madre como una reprimenda a su hija que estaba siendo impertinente.
-No se preocupe doña Ernestina, Lucinda lo dice con buena intención pero si en el futuro necesito algún consejo consultaré con ella-. Los tres rieron con la ocurrencia y continuaron  la conversación.
La madre de Lucinda unos segundos quedó en silencio y luego dijo -Mateo muero de vergüenza por lo que voy a pedir pero existe la confianza entre nosotros, si tú me dices que no, yo no me voy a molestar-.
-Hable mi señora que yo la escucho- contestó Mateo.
-Querido hijo, puedes regalarme algunos adornos de la vitrina que está en el comedor prometo cuidarlos con mucha esmero, me gustaría tener recuerdos de tu madre, mi gran amiga-.
-Doña Ernestina no faltaba más pasemos al comedor y usted escoja todos los adornos que desee yo no me opongo. Mi madre estaría contenta que su mejor amiga tenga sus recuerdos-.
-Solo serán algunos, pueden ser más de cinco- comentó en voz baja.
Mateo sonrió y dijo -pueden ser más de cinco no se preocupe-. 
La madre ordenó a su hija traer una caja para llevarlos con cuidado, abrió la puerta de la vitrina y escogió una por una las bellas figuras de porcelana de la madre de Mateo.
Fueron seis y Mateo comentó -Mi señora complete la docena, hay bastantes y yo solo me quedaré con algunos como recuerdo de mi madre.
Doña Ernestina casi estaba al borde de las lágrimas de alegría y agradecimiento a Mateo por tanta  gentileza de su parte. Ella escogió figuras estilizadas de damas antiguas y pastores todos ellos de porcelana fina. Entre las compras de Esther en una casa de antigüedades encontró un plato de porcelana de Limoges. Con ese plato se quedaría Mateo y algunas otras figuras. El resto se las daría a su prima Aidé, solo tenía que llamarla.
Lucinda llegó con la caja y las dos con mucho cuidado guardaron el tesoro que Mateo les había obsequiado. 
-Hijo me has hecho muy feliz, siempre tendré el recuerdo de mi gran amiga Esther y sus preciosas figuras de porcelana.
Madre e hija se retiraron de la casa muy agradecidas con Mateo por los regalos.
Mateo después de cerrar la puerta se sentó en la mecedora que estaba junto a una ventana, era de su padre. Él solía usarla en las tardes o para descansar un momento: -¿Qué haría con ella?- se preguntaba. Tal vez la lleve a su departamento como recuerdo de su padre pero aún no tenía la seguridad hacerlo. Al día siguiente comenzaría con el trabajo. Era una gran tarea  desocupar la casa de sus padres que por doquier tenía muebles y objetos que eran su herencia y parte de la historia familiar.


CONTINUARÁ