Doña Ernestina no quería abrumar a Mateo con su pedido sobre la mecedora por eso le pidió que lo piense y que no decida ahora mismo.
-Querido Mateo, no te sientas obligado, conmigo toma la decisión que debas tomar- terminó de decir y se despidió de él para dejarlo descansar. Lucinda hizo lo mismo y ambas se marcharon a su casa.
Por el momento Mateo no deseaba saber nada sobre a quien le iba a regalar la mecedora era un dilema que esperaba resolver el los días siguientes.
Se acercó a la mecedora, se sentó en ella y su suave vaivén invitaba a relajarse, en realidad era algo agradable mecerse suavemente y no pensar en nada más, por un instante se escapó de la realidad hacía un mundo soñado. Necesitaba unos minutos de serenidad para volver con ímpetu a la vida real. Recordaba a su padre sentado disfrutando de un reposo, en las tardes de verano.
Mateo con el suave vaivén de la mecedora comenzó a sentir sueño, éste casi lo vencía, era hora de ir a dormir, mañana volvería a comenzar con el trabajo de desocupar la casa de sus padres. Unas horas de descanso le vendrían bien.
Después de un día de trabajo Mateo disfruto de un profundo sueño, cuando la luz del nuevo día comenzaba a brillar, sonó el despertador, era domingo -que pereza levantarse temprano- pensó. Desde hace unos días no había pausa en su vida, tenía que comenzar de nuevo con el trabajo de seleccionar las cosas que habían en la casa.
Tomó un desayuno ligero; mientras saboreaba su café desde la ventana de la cocina podía apreciar el pequeño jardín que su madre cuidó siempre con devoción. Los rosales estaban florecidos y con el verdor del césped hacían un bonito contraste. Rosas amarillas, rojas y sus preferidas las naranjas eran de admirar. Su padre después continúo con la tarea de ocuparse del jardin como un recuerdo de su esposa, nunca dejó que la hierba invada y malogre las rosas o ahogue el pasto.
Terminó de desayunar y salió de la cocina, más tarde pensaría donde almorzar, se dispuso a empezar su tarea cuando sonó el telefono de la sala, Era la prima Aidé: -querido Mateo te invito almorzar, por favor no me digas que no, te espero a la 1 p.m ¿estás de acuerdo?- sentenció.
-Mi estimada prima no me dejas otra alternativa, acepto la invitación estaré puntual en tu casa a la hora indicada- contestó Mateo.
-Que bueno primo entonces nos vemos más tarde-. se despidió la prima Aidé y colgó.
Mateo trajo una caja para guardar la vajilla fina que su madre compró varios años antes, era un recuerdo muy querido. Él se quedaría con ella pues era una hermosa y fina vajilla para doce personas con todo lo necesario para una cena especial. Su madre la usaba para celebrar cumpleaños, aniversarios, fiestas de fin de año y otras fechas importantes. Ella adoraba ese juego de porcelana que cuidaba con delicadeza, era un recuerdo especial que guardaría por siempre.
Esta vez Mateo estaba dispuesto a trabajar todo el día para avanzar con su tarea pero hubo un corte, el timbre de la puerta sonó, ¿Quién podía visitarlo la mañana de domingo?
Caminó hacía la puerta y abrió, no pudo articular palabra alguna pues Armando su amigo de toda la vida lo abrazó para saludarlo y darle el pésame por su padre.
-Mateo como siento lo ocurrido a tu padre, recibe mi pésame. Ha pasado mucho tiempo sin vernos- dijo Armando.
-Gracias estimado amigo, es verdad ha pasado mucho tiempo que no tenemos una reunión con todos los muchacho del vecindario- contestó.
-Si, tal vez debería organizar un encuentro con los amigos para recordar nuestro tiempo de juego y amistad.
-Mi estimado, por el momento yo no puedo, estoy de duelo y no siento ánimo para ir a reuniones- contestó Mateo serio.
-Por supuesto la reunión sería dentro de unos meses, no te preocupes, es muy difícil aceptar la partida de un padre-.
Armando y Mateo conversaban en la sala sobre el trabajo y las actividades que cada uno realizaba. El primero se había casado dos años antes, Mateo y todos los amigos habían asistido a la boda que fue una gran celebración. Tenía dos pequeños y su vida era la familia y el trabajo.
-Estás de mudanza, veo cajas por todos lados, pensé que te ibas a mudar de nuevo a los Cerezos a la casa de tus padres- comentó Armando.
-Si, tengo un buen trabajo que hacer pero tengo que realizarlo no hay alternativa y no voy a mudarme de nuevo a la casa de mis padres. Hay otros planes para mí- comentó Mateo para no dar más explicación.
Los dos amigos conversaron un rato de los recuerdos del ayer y de sus planes futuro, Armando luego se despidió para dejar a Mateo trabajar.
-Espero que podamos reunirnos en alguna ocasión- aseguró Armando.
Mateo le contestó que seria muy bueno volver a encontrar a los muchachos del vecindario.
La puerta se cerró detrás de Armando la casa se quedó en silencio, llena de objetos y muebles que serían un buen trabajo disponer de ellos, Mateo no tenía demasiadas alternativas de a donde llevarlos.
Aprovechó el tiempo que tenia y continuo guardando la vajilla de su madre en las cajas y antes que el reloj marque la 1 p.m. comenzó alistarse para llegar puntual al almuerzo de su prima.
Con cuidado cerró la puerta de la casa y partió en su carro. Por suerte Aidé vivía cerca, a solo veinte minutos de distancia. Le tomó poco tiempo llegar a la casa de su prima, tocó la puerta, está salió a recibirlo.
-Mateo gracias por venir, todos te estamos esperando- su prima lo invitó a pasar a la sala y después de saludar a Felipe, el esposo de Aidé y a sus pequeños hijos, ella lo llevó al comedor para mostrarle como había quedado su vitrina con las bellas figuras de la tía Esther.
-Mateo gracias por todos estos regalos, sé que tu madre los apreciaba mucho y yo los voy a cuidar en su nombre- comentó Aidé llena de emoción y felicidad, al contemplar el mueble lleno de figuras finas y delicadas.
-Se que así será, tu eres la persona indicada para tenerlos- contestó Mateo.
Aidé invitó a su primo a sentarse junto a la familia para disfrutar del almuerzo. Mateo pasó un agradable tiempo familiar junto a ellos, la comida estaba exquisita, su prima se había esmerado. Él agradecía la invitación y conversaba con Felipe sobre su trabajo, los niños muy tranquilos comían en silencio.
Felipe era contador de carrera y tenía su propia oficina de contabilidad, siempre fue una persona metódica debido a su profesión que sin querrer aplicaba la contabilidad a su vida de familia, él le decía a su esposa: -Aidé debemos estar pendientes de los ingresos y egresos en el hogar, no hay que gastar el dinero en cosas que no son necesarias- a veces esto cansaba Aidé que contestaba:
-Felipe otra vez estas comparando nuestra vida familiar como si fuera un trabajo de contabilidad-.
Mateo disfrutó de un delicioso almuerzo y una agradable conversación, le agradecía a su prima pero era la hora de retirarse. Se despidió de la familia y regresó a la casa de sus padres.
Cada rincón y cada mueble tenía su historia que él solía recordar de un tiempo pasado. Terminó de llenar las dos cajas con la vajilla de su madre y las puso en una esquina del comedor, se irían a su departamento donde las iba a guardar hasta encontrar un mueble apropiado donde tenerlas con todo aquello terminó de desocupar el comedor, de la cocina se ocuparía al día siguiente. En el hall que iba hacía el jardín no había mucho que hacer solo tenía una consola, dos pequeños sillones y algunos floreros que servían de adorno. Todo esto lo llevaría al convento de las Hermanas de la Caridad, era una casa muy grande y las religiosas siempre estaban necesitando muebles.
Seis de la tarde, hizo una pausa para tomar un café y planificar qué haría con los jarrones del jardín que su padre había mandado pintar unos meses antes de enfermar. Pensó que tendrían el mismo destino que los muebles del hall, de pronto escuchó de nuevo el timbre, Mateo no podía imaginar quien llamaba.
Abrió la puerta, esta vez era Benjamín: -¿Mateo cómo estás?- abrazó al amigo de la niñez y de los interminables partidos de fútbol.
-¡Benjamín!- saludó Mateo -aquí estoy como puedes ver con la casa hecha un caos- contestó a su amigo del que no sabía nada desde hace varios meses.
-Siento lo de tu padre, sé que es un dolor muy grande despedirse de ellos pero no podemos hacer nada al respecto- comentó Benjamín para reconfortar al amigo.
-Cuéntame que ha sido de ti, desapareciste de los Cerezos y recién te vuelvo a ver-. preguntó Mateo a Benjamín.
-Estuve trabajando en el interior, en la selva central, ahora estoy de vacaciones y vine a la ciudad, me encontré con Armando y de esta forma me enteré lo de tu padre-. contestó.
Benjamín era ingeniero forestal y trabajaba para una entidad del gobierno que se ocupaba del medio ambiente: -no me puedo quejar me va bien y pronto voy a ir más hacía las selva baja, tú sabes el trabajo te ocupa gran cantidad de tiempo, no tienes vida para hacer nada más- decía con algo de nostalgia recordando el tiempo pasado.
Mateo le daba la razón el trabajo era importante para desarrollarse. Sabía que Benjamín era muy responsable y no dejaba las cosas en el aire o de hacer bien su trabajo.
Para los dos era inevitable recordar a los amigos del vecindario y los tiempo donde la vida transcurria sin mayor preocupación.
Benjamín se despidió de Mateo después de una hora de conversación. Fue un agradable encuentro, él tenía un buen recuerdo del padre de su amigo, era una persona agradable y siempre estaba de buen humor. En la puerta comentó a Mateo: -Tenemos que reunirnos de nuevo para encontrar a todos los muchachos del vecindario.
Mateo despidió a su amigo, fue muy bueno conversar con él a pesar de las circunstancias y lo sucedido a su padre.
Después de cerrar la puerta buscó su agenda donde tenía anotado todos los números de telefono y pensó.
-Mañana voy a llamar a los de la mudanza para concertar una entrevista y mover los muebles que se tienen que irse-.
Subió al segundo piso donde habían más cosas que mudar, todavía nada de aquello había sido tocado.
Eran cuatro habitaciones que debía desocupar. Entró a la habitación de Vicente, donde su padre se había mudado para conservar la habitación principal con los recuerdos de su esposa. Mateo hasta ese momento no había entrado eran recuerdos dolorosos sobre la enfermedad de su padre.
Abrió el closet toda la ropa estaba en orden, sus zapatos impecables y en fila. Sus objetos y recuerdos estaban en su sitio.
Sobre la cómoda tenía una foto grande de su esposa y de sus hijos, los cuatro se mostraban felices y sonrientes. En la mesa de noche la foto de matrimonio de sus padres, los dos estaban jóvenes y recién iniciaban su vida juntos. En el interior del cajón de la mesita había una libreta con anotaciones, direcciones y un lapicero.
Fue algo inesperado cuando vio debajo de la cama un baúl, no era muy grande ni muy alto, cabía muy bien en ese lugar. Mateo jaló de él, su padre jamás le había hablado de su existencia, es más, él no tenía idea que estaba en la habitación y no sabía que guardaba en su interior. Buscó la llave por todos lados pero no la encontró, no quería romper el seguro y malograr el baúl.
Lo distrajo el timbre de la puerta que sonó otra vez, alguien lo venía a visitar. Bajó las escaleras y al abrir la puerta se encontró con Lucinda que paso delante de él como una ráfaga de viento.
-Mateo- le dijo apresurada -disculpa que venga a molestar pero nunca vas adivinar quien ha llegado a los Cerezos-.
-Lucinda, no me gustan las adivinanzas- contestó Mateo un poco impaciente.
-¡Oh! perdona, perdona, es verdad nunca adivinarías pero te voy a decir, quien ha llegado a los Cerezos es Dalila, me encontré con doña Santa en el Mini Marquet y ella me contó, tú bien sabes que su casa está junto a la casa de los padres de Dalila-.
-Mateo en pocos segundos viajó al pasado, al tiempo de adolescente y a sus diecisiete años. Dalila en los Cerezos era una sorpresa y un recuerdo imborrable, ellos no habían vuelto a encontrarse desde los años de adolescentes.
-Mateo que te parece la visita de Dalila a sus padres- decia Lucinda pero éste ya no la escuchaba, él solo recordaba el pasado y sus paseos en el parque tomados de la mano junto a Dalila. El baúl y su misterio había quedado en el olvido.
CONTINUARÁ
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