domingo, 13 de febrero de 2022

UNA CORTA HISTORIA

Mateo amaneció muy temprano en la mañana, quería aprovechar el tiempo, eran pocos días que tenía de permiso en el trabajo para respetar el duelo que vivía. 
Tomó desayuno en la cocina, Justa, la señora que ayudaba en la limpieza desde el tiempo de su madre estaba por llegar y él quería comenzar  cuanto antes el trabajo de desocupar la casa familiar. No iba hacer fácil despedirse de una etapa de su vida, de sus recuerdos y momentos familiares. 
En su agenda tenía el número de la señora del corretaje, la iba a llamar a partir de las nueve de la mañana, esa hora era adecuada para conversar con ella.
Se cambió y se puso una ropa sencilla que trajo para pasar los días que se quedaría a dormir en la casa de sus padres. Parecía algo extraño, él estaba habituado a su departamento y volver a la casa de su niñez y juventud era como retroceder en el tiempo cuando sus padres vivían y todo era más fácil. Mateo y su hermano no tenían preocupaciones de ninguna clase, solo la responsabilidad de estudiar. Ellos jamás se preguntaron de donde salían las cosas, era natural encontrar todo en casa y listo. Sus padres eran los que se preocupaban que Vicente y Mateo tuvieran a su alcance todo lo que necesitaban pero exigían a cambio buenas notas en sus estudios. 
Sonó el timbre de la puerta, era Justa, la señora del servicio que ayudaba a mantener todo limpio y en orden. Ella tenía la confianza de la familia y sufrió cuando partieron primero la madre y luego el padre. Justa era parte de la familia. 
-Joven Mateo, buenos días-  saludó -ya está preparado para comenzar el trabajo-.
-Así es Justa, ya estoy preparado y voy a comenzar por las cosas más pequeñas y luego me ocuparé de los muebles- dijo Mateo que sentía que era una tarea complicada por todos los objetos que habían.
Tomó una caja y abrió cajón por cajón para desocupar el aparador del comedor, muchas de las cosas de los cajones fueron a dar a una bolsa negra para ser luego despachadas. Justa observaba como se desocupaban los cajones y mencionó si podía llevarse algunas libretas que estaban nuevas. Mateo aceptó, él no las iba a usar.
Cuando el reloj marcó las nueve Mateo llamó a la señora del corretaje para que visite la casa y le de su opinión sobre la propiedad y si podía venderla. Amanda Roble aceptó visitar a Mateo.
-En una hora estoy llegando para conversar- contestó.
Mateo conocía Amanda Roble, ella le había conseguido el departamento que alquilaba cerca a su trabajo. Cuando sintió que era una realidad vender la casa de sus padres un apretón en el pecho lo sacudió porque en ella estaban todos los momentos familiares que vivió junto a sus seres queridos. Iba a ser difícil despedirse de todo aquello.  Por momentos se molestaba porque él se llevaba todo el trabajo y Vicente muy tranquilo en New York, solo esperaba su llamada para firmar los papeles. Cierto es que su trabajo lo retenía en esa ciudad y no podía viajar para ayudar a su hermano pero eso no  disculpaba el trabajo que iba a hacer Mateo. 
Su hermano mayor le había dado permiso para disponer de las cosas de su habitación: -Mateo no te preocupes tienes carta blanca para disponer de todas las pertenencias que puedas encontrar-.
Cuando acabe con el primer piso se iba a ocupar del segundo piso y las habitaciones, así lo había planificado. 
Siguió con su trabajo de seleccionar las cosas que encontraba en el aparador del comedor cuando volvió a sonar el timbre y fue abrir la puerta. 
-Mateo, buenos días- saludó Amanda Roble.
-Amanda buenos días y gracias por venir, para mí es importante conversar con usted y saber su opinión sobre la casa-.
-Bien Mateo, comencemos por el primer piso y luego por el segundo- comentó Amanda y acompañada  por Mateo comenzó su inspección.
Recorrieron juntos todo el primer piso, Amanda en una libreta apuntaba los detalles y observaciones sobre la casa.  Cuando terminaron subieron al segundo piso del mismo modo recorrieron habitación por habitación, el hall y los servicio. La azotea fue el último lugar y después bajaron por la escalera auxiliar al primer piso. Mateo le  pidió Amanda sentarse y conversar en la sala.
La pregunta de rigor: -¿Amanda dígame que opina de la casa y sus posibilidades?- dijo Mateo esperando una repuesta.
-Puedo decirte con toda seguridad que la casa está en muy buenas condiciones, todo se encuentra bien conservado, impecable y con pintura nueva. Puedes venderla con algunos muebles si deseas, la sala y el comedor están impecables. Esto era gracias a su madre que le gustaba tener los muebles bien conservados. Los sillones de sala habian sido tapizados en dos ocasiones con un tapiz fino y de buen gusto, del comedor no había nada que decir, eran clásicos sin ser demasiado serios y se encontraban bien tratado con un líquido especial para madera. Su padre se encargó de hacer pintar la casa un año antes de su enfermedad.
-Entonces se puede vender, deseo que usted se encarga de ello para mí seria estupendo que acepte- habló Mateo.
-Bien, te enviaré con mi agente el contrato para iniciar la venta, tú ya conoces mi seriedad y como trabajo-.
Mateo aceptó y quedaron de acuerdo con la cantidad en que se vendería la casa y los porcentajes. Amanda se pondría a trabajar de inmediato en la venta. Se despidió de Mateo no sin antes advertir.
-Los tiempos están difíciles en la economía del pais pero a pesar de ello siempre hay gente que desea invertir en una propiedad. Se puede demorar un poco pero saldrá la venta-.
No habian pasado ni diez minutos de la salida de Amanda Roble cuando el timbre volvió a sonar. Mateo con expresión de interrogación en el rostro -¡Quien es!-  exclamó.
-Mateo soy yo Lucinda- contestó.
 Al abrir la puerta la sorpresa de Mateo fue mayúscula, Lucinda traía en las manos  una fuente que estaba tapada.
-Mateo, mi madre te envía esta lasaña como agradecimiento por tu amabilidad y los obsequios de las figuras de porcelana. Gracias, me envió a decir-. 
Mateo podía saborear en su imaginación la lasaña de doña Ernestina.  Estas eran famosas en el vecindario, ella una época se dedicó a vender lasañas para ayudarse y poder pagar las medicinas de la enfermedad de su esposo. Todo el vecindario compraba el delicioso plato y siempre pedían más.
-No puede ser Lucinda porque se ha molestado tu madre, no era necesario hacer esto-  mintió estaba feliz con la lasaña -Por favor dale las gracias por tanta molestia-.
-Tú conoces a mi madre, ella es un pan de Dios y siempre le gusta decir gracias-. Si, Mateo conocía a doña Ernestina y sabía que eran ciertas las palabras de su hija. 
Lucinda se despidió de Mateo para dejar que siga con su tarea, recién comenzaba y tenía mucho que hacer. 
-Justa ya tenemos almuerzo, las lasañas de doña Ernestina son famosas por su exquisito sabor- comentó Mateo y ordenó a Justa guardar la lasaña, todavía era muy temprano para almorzar. 
Se dispuso a continuar toda la mañana  su tarea de desocupar los cajones y puertas del aparador, el tiempo pasaba y cuando el reloj marcó la 1 p.m Mateo y Justa se prepararon para almorzar en la mesa del pequeño comedor de la cocina. Justa calentó la lasaña puso la mesa y probaron el primer bocado, Mateo en la boca saboreó lentamente y dijo: -doña Ernestina no ha perdido su toque, esta lasaña es deliciosa, nada la puede superar- Justa le dio la razón, la lasaña era de un sabor exquisito.
Terminado el almuerzo Mateo volvió a sus tareas y Justa limpio y ordenó todo, después  de dos horas de trabajo se despedía: -joven Mateo ya me retiro, mañana es sábado, ¿quiere  usted que venga para ayudarlo con el trabajo de guardar las cosas? 
-No Justa, vaya usted a descansar el lunes nos vemos-contestó algo distraído Mateo.
-Joven quisiera pedirle algo si no es molestia- dijo Justa.
-Hable usted que es lo que desea-
-Si no va a necesitar la mecedora de su padre me la puede vender, yo quisiera llevarla. 
Mateo pensó unos segundos antes de contestar: -Justa, no puedo venderla y aun no se que voy hacer con ella cuando decida le prometo que voy hablar con usted- contestó Mateo para terminar la conversación.
Justa se retiró de la casa y Mateo se puso a pensar -no podía vender la mecedora, si decidía dársela se la iba a regalar era lo recomendable. Ella tenia años trabajando para la familia con mucha responsabilidad y su trabajo siempre fue impecable-.
En la noche Mateo tomó un descanso, había avanzado bastante con el comedor y pensó  llamar a su prima Aidé para saber si podía venir al día siguiente a la casa, ella se iba a dar con una sorpresa. 
Aidé contestó rápido el teléfono: -claro querido primo, estoy en tu casa en la mañana, te parece a las 10 a.m los niños se van con su padre a la piscina y yo puedo estar libre a esa hora-. 
Mateo estuvo de acuerdo, sabía que Aidé sería feliz, ella también disfrutaba coleccionar  figuras finas de porcelana, auténtica loza china.
Antes de dormir en su habitación fue a la habitación de sus padres, abrió la puerta y todo estaba impecable y ordenado, la cama lucía como en tiempos de su madre y su ropa estaba guardada en el closet. Su padre nunca había querido deshacerse de las cosas de su esposa, él las conservaba como un recuerdo. Mateo un día le dijo a su padre porque no llevamos la ropa de mi madre donde las hermanas de la Caridad y éste se molesto: -No te atrevas a disponer de las cosas de tu madre, déjalas donde están-. 
Mateo nunca volvió hablar sobre el tema y su padre para no mover las cosas de su esposa, se mudó al dormitorio de Vicente y ahí llevó su ropa y demás objetos personales. 
Sobre la cómoda estaba una imagen de la virgen y al otro lado, dos álbumes con fotos familiares que Mateo conocía de memoria.  En el closet en la parte alta se guardaba el joyero de su madre, Mateo lo sacó del lugar para ver si todo estaba en orden. Abrió la caja y en su interior guardaba los aros de boda de sus padres, dos anillos, cadenas y una medalla de la virgen todos estas joyas eran de oro. También habían dos relojes finos uno de su padre y otro de su madre eran de marca Cartier y un anillo de oro que pertenecía a su padre.
Estas joyas las iba a guardar para que Vicente escoja con que joyas se quedaría, como recuerdo de sus padres. Guardó todo en su lugar y se fue a dormir. Su habitación se conservaba igual como si él viviera en la casa, algunos objetos de su propiedad todavía estaban en su sitio. Mateo se sentía cansado y pronto se quedó dormido. 
Al día siguiente, tal como lo había prometido la prima Aidé se presentó en la casa. Ella era una persona agradable y quería mucho a Vicente y Mateo pero tenía un pequeño problema, cuando comenzaba hablar no había nada que pudiera callarla. Ella habla, habla y habla, Mateo tenía que interrumpirla para poder decir algo.
-Querido Mateo aquí estoy como lo conversamos ayer- lo saludó con un abrazo.
Mateo rápidamente explicó para que la había invitado a venir. Aidé dio un grito de felicidad.
-Querido primo no puede ser, gracias por pensar en mí, tú sabes que yo soy como mi tía Esther me encantan coleccionar adornos finos y delicados. Tu madre siempre fue una mujer tan distinguida, ella era mi tía favorita.... Y así podía hablar hablar y hablar. Mateo le señaló el comedor y en dos cajas comenzaron a guardar las bellas piezas. Mientras ella seguía hablando de los recuerdos de la tía Esther y sus bellos adornos. 
Mateo Interrumpió a su prima para decir -todo este grupo no lo puedes tocar, es mío y lo quiero como recuerdo de mi madre- Entre ellos estaba el plato de porcelana de Limoges que él apreciaba tanto.  
-Mateo ese plato es tan bello yo lo hubiera querido para mí pero no te preocupes yo respeto tu voluntad y tu amabilidad para conmigo.....y así la prima seguía hablando y hablando, mientras Mateo guardaba dentro de las cajas el resto de figuras.
Al terminar, la vitrina lucia  casi vacía, era un poco triste verla así pero había sido necesario, Aidé las cuidaría y Esther su madre estaría contenta al saber que sus piezas queridas quedaban en buenas manos.
-Primo, cómo puedo darte las gracias por tanta fortuna que me concedes, estoy anonadada y no sé que más decir, solo infinitas gracias por siempre....
Mateo volvió a interrumpir -no te preocupes por nada, solo te pido cuídalas, sé que así será-
Aidé seguía hablando mientras llevaba con Mateo las cajas a su camioneta. Al despedirse los dos primos, está le comentó -Mateo no quiero que pienses que soy una persona mal agradecida pero sería mucho pedir que me regales la mecedora del tío Aurelio, sería un buen recuerdo de su persona.
Mateo respiró era la segunda persona que le pedía la mecedora, no sabía que hacer y contestó: -Aidé todavía no sé que voy hacer con ella pero yo te llamo si decido algo- 
-Gracias primo siempre estaré agradecida decidas lo que decidas- contestó Aidé y subió a su camioneta para regresar a su hogar. 
Se iba feliz con los preciosos adornos de la tía Esther, ahora eran suyos y los cuidaría con esmero.
Mateo estaba cansado de tan solo escuchar a la prima hablar y hablar durante dos horas, tomó una pastilla para el dolor de cabeza.
Aidé era un encanto de persona pero podía ocasionar terribles dolores de cabeza con su imparable conversación.
Toda la tarde estuvo trabajando Mateo para preparar la casa, ya estaba decidido los muebles de sala y comedor se quedaban y la casa se vendería con ellos. 
Más tarde en la noche Lucinda y su madre fueron a visitarlo, este lucía un poco cansado pero las recibió como siempre amable y de buena disposición.
Los tres conversaban sobre el futuro y de lo que haría Mateo, después de vender la casa era un tema que lo ponía nervioso, por suerte doña Ernestina cambio de conversación.
-Mi estimado hijo, sé que vas a pensar que soy una persona que se pasa de la confianza pero crees que puede ser posible que me vendas la mecedora de tu padre me gustaría conservarla.
Doña Ernestina sabía muy bien que Mateo no le iba a vender la mecedora si no regalársela y éste pensaba para si mismo. Esa mecedora está comenzando hacer un dolor de cabeza ya son tres personas que la quieren  y él no sabia a quien entregarla. -¡Qué dilema, por favor!- pensaba en su interior.  


CONTINUARÁ       

 




  
     
     
 


 

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