Mateo abrió la puerta de la casa familiar, su corazón y su espíritu estaban llenos de tristeza. El padre había partido al viaje infinito y con ello se había cerrado, una etapa de su vida.
La casa estaba en silencio no había nadie, su madre se había ido cinco años antes, después de una penosa enfermedad.
Se dirigió hacía la sala, las piernas le pesaban y sus pasos eran lentos. Se detuvo y contempló la habitación, llena de muebles, ésta tenía grandes ventanas por donde entraba la luz natural que a su madre Esther le gustaba tanto. Luego dio media vuelta y fue al comedor, en el lugar se podía ver una vitrina con adornos y copas de cristal, Esther disfrutaba tanto coleccionar adornos finos y delicados. Luego sus pasos lo llevaron al hall, abrió la puerta de vidrio que daba a un pequeño jardín interior. En una esquina donde el sol no caía con fuerza, su madre tenía en un estante una colección de violetas y begonias que ella cuidaba con dedicación. Había aprendido todo sobre el cuidado de estas flores y como mantenerlas vivas. Cuando ella se fue, el padre no supo como cuidarlas y una a una fueron muriendo. Las que habían sobrevivido muy bien eran las rosas que el padre de Mateo cuidaba y mantenía siempre con riego.
Cada rincón de la casa tenía recuerdos de celebraciones familiares, aniversarios y cumpleaños, no había duda, el corazón del hogar era la madre que organizaba todo y mantenía a su familia unida.
Cuando ella no estuvo más, la casa parecía un barco a punto de naufragar. El padre hacía grandes esfuerzos por manejarla pero no era lo mismo sin su esposa.
Mateo regresó a la sala, se sentó cerca a la ventana que daba a un jardín exterior y podía recordar con claridad el primer día que entraron a la propiedad. Ese día fue su padre quien abrió la puerta, Vicente su hermano mayor tenía diez años y Mateo siete años. Los niños corrían por todos lados, subían y bajaban las escaleras pero él alcanzó a escuchar a su madre que le decía a su esposo: -Aurelio estas seguro que esta casa es nuestra-.
Su esposo contestaba con toda paciencia -si mujer, esta casa es nuestra, solo falta firmar los papeles de propiedad-.
El padre de Mateo había comprado una casa y veinte años de hipoteca. Su esposa estaba feliz y no podía creer que esa propiedad era su casa.
La casa de la familia quedaba dentro de la urbanización Los Cerezos, que estaba muy cerca de una gran avenida y arteria principal de la ciudad capital. La avenida Javier Prado tenía gran cantidad de tráfico.
En el segundo piso Vicente y Mateo escogían sus habitaciones, el hermano menor pensaba -por fin iba a tener su propia habitación y ya no compartiría con su hermano mayor la habitación y su desorden.
Mateo era muy ordenado y le gustaba cuidar sus cosas, Vicente era todo lo contrario donde caía su camisa o su pantalón, ahí quedaban hasta que su madre recogía todo para llevarlo a lavar.
La casa había vivido momentos felices pero también momentos tristes, hubo un tiempo en que algunas veces encontraba a su madre llorando en la cocina, ella disimulaba y él no preguntaba, tenía miedo hacerlo. Con el paso del tiempo las cosas volvieron a la normalidad y se podía ver la alegría en el rostro de su madre. Mateo nunca supo que pasó entre sus padres y pensó que era mejor así. Eso era algo de lo que no deseaba enterarse.
Como era de comprender el padre sentía preocupación de que el dinero alcance para pagar la hipoteca y los demás gastos de la familia-.
Su esposa le decía -no te preocupes Aurelio vamos hacer ahorros, yo voy a coser todas las cortinas que necesita la casa, ésta tiene muchas ventanas-.
Así fue, la madre cosió las cortinas de toda la casa y para ayudar al presupuesto familiar, ella cosía vestidos para niñas de cero meses a 12 años. Se había especializado en ese rubro y todas las madres del vecindario cuando se enteraron llegaban a la casa para que Esther confeccione a sus hijas bonitos vestidos de telas frescas y coloridas si era verano y en invierno de telas mas gruesas, la tela preferida era el terciopelo para los vestidos de manga larga que se usaban en las fiestas y matrimonios. Las niñas lucían felices sus vestidos nuevos que la madre de Mateo cosía para ayudar al presupuesto de la familia.
Los vestidos eran de modelos diversos, con cuello bebe y mangas abullonadas, con corte en la cintura, en línea A o corte princesa, en la pechera les hacia los adornos de nido de abeja. Mateo de eso no entendía nada pero veía como se iban las madres felices con los vestidos para sus niñas.
Esther para hacer aun más ahorros, cosía las camisas de su esposo con la que iba a trabajar y para sus hijos hacia lo mismo. Entonces los hombres de la casa con sus camisas nuevas podía salir a visitar a los abuelos por parte de padre un domingo y a los abuelos por parte de madre, el otro domingo. La vida para ellos estaba completa.
Una tarde entró Vicente al cuarto de costura de su madre y le dijo -mamá necesito zapatillas, me duelen mucho los pies.
La madre sorprendida contestó -Vicente esas zapatillas las he comprado hace poco, ¡están nuevas!-.
-Lo sé mamá pero me duelen los dedos-
La madre comprendió al instante, los pies de su hijo habían crecido y las zapatillas no le quedaban, había que comprar unas nuevas, era el desarrollo y no había nada que hacer.
La casa de la familia de Mateo estaba rodeada de otras casas que formaban el vecindario, muy pronto los niños se hicieron amigos de otros niños y salían a jugar a un parque dentro de la urbanización. En las tardes de verano eran infaltables los partidos de futbol.
Armando llegaba hasta la casa familiar y llamaba desde la calle
-¡Vicente, Mateo! necesitamos gente para el equipo, ¡vamos al parque!-
Los dos niños salían corriendo de su casa para jugar los partidos y conversar con los amigos. Su madre siempre les advertía que antes de oscurecer ellos debían estar de regreso a la casa.
Luego llegó la adolescencia Mateo tenía diecisiete años cuando conoció a Dalila que tenía la misma edad y era hermosa como una flor de primavera. Sonrió al recordar sus primeras palabras: -mi nombre es Dalila pero no tengo nada que ver con la historia de Sansón y Dalila... ¡Si!-.
Los dos jóvenes tomados de la mano paseaban por el parque se sentaban en un banco y hacían planes para el futuro como si a esa edad uno fuera dueño de su vida. Dalila era un dulce recuerdo para Mateo, sus conversaciones y sus planes los unían en un mismo pensamiento pero siete meses más tarde de haber comenzado su relacion, Dalila lloraba en los brazos de Mateo.
-Que vamos hacer ahora- decia sollozando.
Mateo contestaba -debe haber alguna solución, para esto-
-No, no hay solución para esto Mateo, mi padre por su trabajo debe ir con la familia a trabajar al norte y yo debo ir con ellos- lloraba Dalila como si la vida se hubiera terminado.
Los jóvenes enamorados se separaron con la promesa de mantenerse comunicados, al principio fue así se escribían cartas y se llamaban por teléfono pero el tiempo y la distancia fue cobrando espacio y poco a poco la comunicación se fue cortando. La casa de los padres de Dalila se había alquilada y estuvo así por muchos años.
Mateo estudio en la universidad y suponía que Dalila también. La vida siguió su rumbo y llevó a cada uno por un camino diferente. Unos años después se enteró que Dalila vivia en Portugal y se había casado.
Ahora debía dejar los recuerdos aun lado, tenía una enorme tarea que realizar para desocupar la casa, con su hermano habian conversado y quedaron en que la iban a vender. Vicente vivia en New York y había venido solo unos días para despedir al padre, habló con su hermano -Mateo estas seguro que no quieres vivir en la casa familiar, en algún momento te vas a casar y la propiedad es muy cómoda para tener una familia-
-No, tu sabes que yo me mudé hace unos años a un departamento más cerca de mi trabajo, entonces para mi sería complicado vivir en la casa de nuestros padres-.
-Muy bien, entonces tú encárgate de todo y me avisas cuando estén listos los papeles para la venta, yo vengo a firmar. No puedo quedarme más tiempo debo regresar a mi trabajo-.
Vicente se había vuelto un hombre práctico y no se hacía problemas ni complicaciones cuando tomaba una decisión.
Ahora Mateo debía pensar que hacer con los muebles, y las cosas de sus padres. Era mejor empezar habitación por habitación así seria más fácil. Los adornos de la sala y el comedor se los regalaría a su prima Aidé, ella tenía la misma afición que su tía Esther, le gustaba coleccionar adornos y los cuidaba muy bien.
En ese instante sonó el timbre de la puerta, Mateo fue ha abrir y se encontró con Lucinda y su madre doña Ernestina, ésta última fue muy amiga de su madre Esther, además de confidente. Ellas vivían en la casa de a lado y siempre estaban pendientes de ellos.
-Mateo- decia doña Ernestina -¿cómo estás? disculpa que lleguemos a molestarte pero quería darte el pésame por el adiós a tu padre- abrazó a Mateo y agregó -estuve en el sepelio pero no pude ir al cementerio-
-No se preocupe doña Ernestina, todo esta bien. Mi padre necesitaba descansar, su enfermedad lo había debilitado bastante y ya no había más que hacer- dijo Mateo con tristeza. Él visitaba la casa familiar los domingos para acompañar a su padre y almorzar juntos.
Lucinda en una época salió con Vicente pero el romance no prospero y ambos quedaron como buenos amigos. Después él se fue a vivir y a trabajar a New York y ella se casó y vino a vivir con su esposo y sus hijos a la casa de su madre que había quedado viuda y era su única hija.
Doña Ernestina y Lucinda conversaban con Mateo ellas estaban curiosas de saber que haría con la casa.
-Con mi hermano la pensamos vender- contestó Mateo.
-Es una pena pero comprendo la decisión cada uno tiene su trabajo y su vida- comentó doña Ernestina.
-Mateo la casa es amplia para tener una familia debes pensarlo dos veces antes de vender- agregó Lucinda.
-Hija por favor no intervengas en las decisiones ajenas, Mateo sabe lo que hace- contestó la madre como una reprimenda a su hija que estaba siendo impertinente.
-No se preocupe doña Ernestina, Lucinda lo dice con buena intención pero si en el futuro necesito algún consejo consultaré con ella-. Los tres rieron con la ocurrencia y continuaron la conversación.
La madre de Lucinda unos segundos quedó en silencio y luego dijo -Mateo muero de vergüenza por lo que voy a pedir pero existe la confianza entre nosotros, si tú me dices que no, yo no me voy a molestar-.
-Hable mi señora que yo la escucho- contestó Mateo.
-Querido hijo, puedes regalarme algunos adornos de la vitrina que está en el comedor prometo cuidarlos con mucha esmero, me gustaría tener recuerdos de tu madre, mi gran amiga-.
-Doña Ernestina no faltaba más pasemos al comedor y usted escoja todos los adornos que desee yo no me opongo. Mi madre estaría contenta que su mejor amiga tenga sus recuerdos-.
-Solo serán algunos, pueden ser más de cinco- comentó en voz baja.
Mateo sonrió y dijo -pueden ser más de cinco no se preocupe-.
La madre ordenó a su hija traer una caja para llevarlos con cuidado, abrió la puerta de la vitrina y escogió una por una las bellas figuras de porcelana de la madre de Mateo.
Fueron seis y Mateo comentó -Mi señora complete la docena, hay bastantes y yo solo me quedaré con algunos como recuerdo de mi madre.
Doña Ernestina casi estaba al borde de las lágrimas de alegría y agradecimiento a Mateo por tanta gentileza de su parte. Ella escogió figuras estilizadas de damas antiguas y pastores todos ellos de porcelana fina. Entre las compras de Esther en una casa de antigüedades encontró un plato de porcelana de Limoges. Con ese plato se quedaría Mateo y algunas otras figuras. El resto se las daría a su prima Aidé, solo tenía que llamarla.
Lucinda llegó con la caja y las dos con mucho cuidado guardaron el tesoro que Mateo les había obsequiado.
-Hijo me has hecho muy feliz, siempre tendré el recuerdo de mi gran amiga Esther y sus preciosas figuras de porcelana.
Madre e hija se retiraron de la casa muy agradecidas con Mateo por los regalos.
Mateo después de cerrar la puerta se sentó en la mecedora que estaba junto a una ventana, era de su padre. Él solía usarla en las tardes o para descansar un momento: -¿Qué haría con ella?- se preguntaba. Tal vez la lleve a su departamento como recuerdo de su padre pero aún no tenía la seguridad hacerlo. Al día siguiente comenzaría con el trabajo. Era una gran tarea desocupar la casa de sus padres que por doquier tenía muebles y objetos que eran su herencia y parte de la historia familiar.
CONTINUARÁ
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