El conteo de votos había terminado en todo el país, Andrés Avelino Cáceres, era el nuevo presidente. El alcalde de Cañete organizó una ceremonia en la plaza principal para celebrar dicho acontecimiento, la gente del pueblo estaba invitada para asistir a la plaza mayor.
Eugenia se preparaba en su casa para estar presente en los festejos. Vestida con un atuendo de medio luto se disponía a salir junto con Martín, Celestina y Filomena.
Todos subieron a la carreta y salieron de la casa vestidos con sus mejores atuendos de domingo. Cerraron la puerta con doble llave y se dirigieron al pueblo.
El día no podía acompañar mejor la fiesta, el cielo despejado y la luz del sol brillaba. Cuando llegaron a la plaza principal, las autoridades ya ocupaban sus respectivos sitios y estaban preparados para iniciar la ceremonia en honor del nuevo presidente.
La guerra había desgarrado en corazón de la nacían, todos pedían la paz y la estabilidad ¡No más guerra! decían en voz alta. La gente reunida esperaba impaciente las palabras del alcalde, había gran expectativa por el discurso. Ricos y pobres sin diferencias de clases esperaban y se unían para pedir por el nuevo renacimiento de la nación. Eugenia y sus acompañantes se encontraban entre el público, el alcalde se puso de pie y pidió a los presentes entonar juntos el himno nacional, nunca antes lo habían cantado con tanto fervor patriótico, de esperanza y de fe.
El alcalde tomó la palabra para anunciar el nombre del nuevo presidente -Andrés Avelino Cáceres es el nuevo mandatario de la nación por votos de la mayoría, aplausos cerrados se escuchaban en la plaza. En su discurso habló de los nuevos días que vendrían y del deseo de un tiempo mejor para cada uno de los peruanos. Pidió a todos los pobladores trabajar con más fuerza para levantar el espíritu y la economía de la nación.
Cuando terminó la ceremonia, la gente se quedó a celebrar en la plaza. Eugenia buscaba a Eduardo entre la multitud, ella sabía que él asistiría a dicho evento. Unos instantes de confusión y él la encontró primero. Los enamorados se paseaban por la calles, por doquier se podía ver la alegría y la felicidad de un nuevo amanecer y de la buena noticia, con tanta música y baile era inevitable contagiarse de la fiesta y de la felicidad de la gente.
Después de vivir tanto festejo y celebración en el pueblo, los días continuaban pasando, en el fundo había poco trabajo, la tierra estaba en descanso, más adelante sería preparada para iniciar el nuevo ciclo de siembra, pero por el momento el campo se encontraba limpio y despejado.
Eugenia en la biblioteca conversaba con Fermín sobre los gastos que se debían hacer para los preparativos de la nueva campaña. Los números estaban en orden y en azul, la campaña pasada había sido un éxito.
-Señorita Eugenia- decía Fermín -en la mañana estuve en el pueblo y pase por el correo, aquí le traigo su correspondencia y aquí también traigo el libro contable para que usted lo revise, además de la lista de cosas que se deben comprar y algunos arreglos que son necesarios realizar en la caballeriza aparte de las vallas que se estropearon. Pongo todo a su disposición para que usted de el visto bueno-.
-Muy bien Fermín, voy a revisar todo esto con mucho cuidado para dar la orden de lo que sea necesario, ahora que no hay mucho trabajo en el campo es mejor ocuparnos de arreglar lo que se necesita-. Juntos revisaron la lista de compras, cuidar el dinero era una prioridad. Cuando el trabajo se terminó, Fermín se retiró para organizar las compras.
Eugenia se quedó a solas y examinó las cartas que había traído Fermín, una era de su madrina, la otra de su tía Rosalía y de Virginia, con premura abrió está ultima quería enterarse de como se encontraba en la capital su amiga y la madre de ésta. Según lo que escribía en la carta, le comentaba que vivían en el pueblo de Magdalena, la casa no era muy grande pero era cómoda y a pocas cuadras se podía ver el mar, además habían logrado hacer amistad con las familias vecinas: -mi querida amiga, tú no te imaginas lo tranquilo que es vivir acá. Lo único que lamento es que mi madre esté delicada de salud y que sus nervios no anden bien, hay momentos que no deja de llorar, se acuerda siempre de Lucrecia y habla de ella. De mi padre no sé nada, nosotras no le escribimos, tal vez tú puedas contarme algo sobre él y de cómo está la hacienda. La carta continuaba con más detalles sobre su nueva vida en la ciudad y algunas anécdotas curiosas. Al final de la página se despedía y le deseaba toda clase de parabienes.
Lo que Virginia escribió en su carta llenó de tristeza a Eugenia, de inmediato se puso a escribir para contestar a su amiga, era imperativo que ella le cuente sobre su padre y sobre la hacienda:
-Mi querida Virginia- escribía Eugenia en una de las líneas de su carta -tu padre vive encerrado, él no sale para nada de la casa y tampoco recibe visitas, al parecer su estado de salud se está deteriorando. En un párrafo más abajo, rogaba por la salud de su madre y que pueda pronto superar el dolor de perder a su hija. Aunque la partida de un hijo es un sufrimiento eterno y peor aún en las circunstancias en las que se había ido Lucrecia. Al terminar de escribir su carta, Eugenia mandó a Martín al correo para que deposite cuanto antes su misiva y Virginia pueda tener noticias de su padre.
Muy temprano en la mañana del día siguiente, Fermín muy serio buscaba a Eugenia: -señorita, buenos días, aquí está el administrador del señor Rodrigo de Las Casas que desea hablar con usted-.
Eugenia se sorprendió porque solo el día anterior escribía a Virginia sobre su padre: -hágalo pasar Fermín- contestó la joven.
-Señorita buenos días, soy Anselmo el administrador del señor De las Casas, él pide a usted si le es posible visitarlo a las 10 de la mañana del día de hoy. Mi patrón desea hablar con la señorita, él se disculpa de no poder venir personalmente porque se encuentra un poco delicado de salud- dijo Anselmo de parte de su jefe.
El pedido de Rodrigo De las Casas lleno de sorpresa a Eugenia porque él no hablaba con nadie y mucho menos recibia visitas, era un poco extraño todo aquello.
-Muy bien Anselmo dígale al señor De las Casas que iré a su casa a la hora indicada- contestó Eugenia.
-Señorita- interrumpió Fermín -permita que yo la acompañe, usted no puede ir sola a la hacienda vecina-.
-No se preocupes Fermín, no va a suceder nada- agregó Eugenia.
-Señorita por favor, yo insisto en acompañarla y la espero en la puerta de la casa- señaló con preocupación el administrador.
-Está bien Fermín, usted me va acompañar a visitar al señor Rodrigo- agregó Eugenia.
Anselmo se despidio de la señorita de la casa para ir a toda prisa donde el jefe y comunicarle la respuesta. Fermín lo acompañó hasta la puerta.
Media hora antes de la diez de la mañana, Eugenia y Fermín partían en la carreta a la casa del hacendado. Cuando llegaron vieron que la puerta principal estaba abierta y Anselmo salió a recibirlos: -Pase usted señorita Eugenia, el señor la espera- la puerta quedó abierta para tranquilidad de Fermín. Él esperaba afuera por si se presentaba algún percance, no confiaba en el señor De las Casas.
Anselmo llevó a Eugenia hasta el estudio donde la esperaba el padre de Virginia. Rodrigo de las Casa con aspecto fatigado y enfermo se disculpó por no ponerse de pie y la invitó a sentarse frente a él.
-Eugenia, seguro te causa extrañeza que te haya invitado a venir a mi casa, ¡si! en las actuales circunstancias yo no recibo a nadie. Mi intención en este momento es ofrecerte la venta de cien hectáreas de tierra de cultivo que colinda con el fundo de tu propiedad. En el pasado se las ofrecí a tu padre y ahora te las ofrezco a ti, es un buen lote de tierra. Deseo hacerte esta propuesta porque sé de buena fuente que has tenido una campaña exitosa con la cosecha de algodón. Tengo que admitir que tuve mis reservas cuando tu padre murió de que puedas sacar adelante el fundo pero veo que me equivoqué. Las tierras han florecido como si tu padre estuviera al mando. Sé que vas a decir que Fermín y Odilo te ayudan con el trabajo, ellos son hombres experimentados y conocen bien el campo pero si tú no estuvieras al frente eso andaría de cabeza. Ahora bien Eugenia que opinas de mi propuesta-.
Lo que Rodrigo de las Casas le ofrecía era una buena oportunidad, conocía muy bien el lote que vendía. Eugenia lamentó no poder aceptar la propuesta que le hacia. El trabajo en el fundo era bastante fuerte, como para querer complicarse aun más.
-Señor Rodrigo, yo agradezco su propuesta, es muy tentadora debo admitir pero por el momento no puedo comprar más tierras de las que puedo manejar- Eugenia fue cortés para rechazar la oferta.
-Bueno Eugenia, yo también lamento que no aceptes comprar mis tierras y comprendo tus razones. Dejando de lado el tema de las tierras, te preguntó si Virginia te escribe, porque no sé nada de ella y de su madre, desde que se fueron a la ciudad. Cada mes les envió el dinero puntual para que vivan sin que les falte nada. Desde la trágica muerte de mi hija, no tengo paz- concluyó el hacendado lleno de pesar.
Eugenia escuchaba en silencio las palabras de el padre de su amiga, se daba cuenta que sentía un gran dolor.
Rodrigo de las Casas ya no era el hombre altivo del pasado, ahora se veía muy triste y comentaba con Eugenia: -jamás deseé poner a mi hija en estado de desesperación, al punto de tomar una decisión trágica que ha castigado a toda la familia. Si tu sabes algo de Virginia y su madre dime ¿cómo están?- preguntó afligido el hacendado.
Eugenia le contó al padre que había recibido carta de Virginia donde le decía que estaban bien dentro de lo que se puede imaginar. La madre sufre por la ausencia de su hija mayor pero en medio de todo van pasando los días. Le dijo además que el lugar era muy tranquilo y que ya conocían algunos vecinos. La joven no entró en detalles para no entristecer más al padre.
Parte de la mañana, Rodrigo de la Casas se quedó conversando con Eugenia, él le contó que veía a Lucrecia en cada habitación de la casa y que la extrañaba demasiado,
-este sentimiento me esta quitando la vida-. Era las doce del día, cuando Eugenia se despedía del padre de Lucrecia. Al salir de la casa rogó por él y deseo que pronto pueda conseguir consuelo para su dolor. Ya no la animaba el sentimiento de ira hacia él, ahora solo trataba de comprenderlo.
Días después de la conversación con el padre de Lucrecia y Virginia, en la carreta del fundo iban Eugenia, Martin y Celestina al pueblo, en la plaza de armas se iba a encontrar con Eduardo, así lo habían acordado. Era el momento de conocer a la familia de su novio. Eduardo se lo pidió varias veces y ella dilataba el tiempo, ahora ya no podía poner más excusas. Conocer a la familia, la ponía nerviosa, se preguntaba ¿cómo la recibirían? el padre y los hermanos, pero sobretodo, cómo la recibiría la madre de Eduardo al conocerla. Ella estaba segura que ese día sería un día de emociones y nervios.
Para suavizar en algo su ingreso a la familia, llevaba algunos regalos y flores para la madre que sabía por su novio que era un poco exigente y reservada. Eugenia quería llevarse bien con la señora que podría ser su futura suegra.
CONTINUARÁ
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