El sacerdote que había invitado Eugenia para la bendición del local ya estaba presente. Oficio una breve ceremonia y con agua bendita rociaba el lugar.
Cuando terminó la breve ceremonia, todos estaban felices y agradecían al padre sus palabras y sus buenas bendiciones.
Felicia y los ayudantes del taller con sus mandiles blancos impecables y sus gorros cubriendo sus cabezas por ordenes de Eugenia pasaban las fuentes con los bocaditos para que todos los invitados se sirvan.
En medio de la reunión y cuando los presentes hacían un brindis, entró en el local el senador Isaías Monasterio, todo el público lo saludaba y el levantaba la mano para corresponder los saludos. Marcela se acercó a Eugenia y le habló en voz baja que se había tomado la libertad de invitar al senador pero que no dijo nada porque no sabía si iba a venir.
Eugenia le contestó que no se preocupe que el senador era bienvenido a la pastelería siempre que él lo desee.
Al parecer entre el público asistente, los pasteles de Eugenia y su equipo estaba pasando la prueba del sabor. Muchos repetían para seguir probando pero había un dulce que se acabo muy rápido y que había sido todo un éxito, éste era, el budín de trigo que tenía un ingrediente secreto y especial en su preparación que lo hacía suave y exquisito al paladar, muchos preguntaban por la receta pero Eugenia guardaba silencio y sonreía. Era una receta de su madre, ella le enseñó la preparación del exquisito manjar.
Pasado el medio día, los invitados comenzaron a retirarse no sin antes felicitar a Eugenia por el éxito rotundo de sus pasteles y de su pastelería. Cuando el local quedó vacío, Eduardo abrazó a su esposa y comentó: -ahora si puedes estar tranquila y decir adiós a los nervios, los invitados han dado su aprobación y les han gustado todos los pasteles. Vamos a nuestro hogar para descansar te lo tienes bien merecido-.
Pasaron algunos días desde la inauguración de la pastelería y a pesar de la situación política y social que vivia el país, siempre se estaban abriendo nuevos negocios y talleres, el trabajo no se detenía.
A nuestras costas llegaban barcos con emigrantes de diferentes partes del mundo, venían a quedarse a trabajar y fundar sus familias. Ellos también formaban parte del desarrollo y eran la nueva cara de la ciudad.
Era el tiempo en que cumplía el tercer año de gobierno del presidente Andres Avelino Cáceres, la economía todavía se mostraba inestable y volátil, la gente tenía fe de que todo cambiaría para bien y deseaban un clima de paz y prosperidad.
La población en general temía que ocurriera en cualquier momento un levantamiento o golpe de estado como en un pasado no muy lejano, este temor no era infundado. La lucha por el poder había sido fratricida y demasiado derramamiento de sangre en los enfrentamientos.
Eugenia no podía sentirse más feliz y satisfecha con la inauguración de la pastelería, era consciente que debía esperar algunos meses para ver los resultados económicos, esto no iba hacer tan fácil, se tenía que trabajar para mantener la calidad y el sabor de los dulces y pasteles.
Felicia había resultado una gran sorpresa porque era responsable en le trabajo y en su trato con el público era siempre amable y atenta. Si Eugenia por algún motivo se ausentaba de la tienda, no tenía problema, Felicia se quedaba al mando y podía confiar en ella. En cuanto a los nuevos empleados se desenvolvían bien y aprendían rápido, ya estaban acostumbrados al nuevo horario. La pastelería se cerraba al medio día como era la costumbre y se volvía ha abrir en la tarde.
Después de almuerzo en la casa de Eugenia, se solía hacer una corta siesta, pero ese día Eduardo había tardado en llegar a casa, de pronto la puerta principal se abrió y era el esposo que traía una sorpresa.
Eugenia preguntó -¿es un regalo para mí?-.
-No mi querida Eugenia, esta vez no es un regalo para ti, es para nuestra pequeña hija que ya esta por dar sus primeros pasos- Eduardo abrió el regalo que hace poco había mandado a confeccionar, eran una hermosas botitas de caña baja y de cuero muy suave para que no lastime los delicados pies de Azucena. Los padres se sentían emocionados al imaginar que en poco tiempo estaría su pequeña dando los primeros pasos en esas graciosas y finas botitas.
En un breve descanso en el salón mientras disfrutaban de un aromático café, Eduardo comentaba con su esposa: -Eugenia voy a tener que viajar unos días al norte del país para conseguir más contratos de carga y llenar las bodegas del barco- cada vez tenía que viajar más lejos para poder conseguir los contratos -voy a demorar algunos días- terminó de decir.
A Eugenia no le agradaban demasiado esos viajes pero ¿Qué podía hacer?, era el trabajo de su esposo. Por otro lado no se podía quejar, a la pastelería le iba cada día muy bien. El negocio prosperaba y se hacía más conocido en la ciudad. Los pasteles bañados en crema, los panes dulces rellenos de manjarblanco, las bombas de azúcar con crema pastelera eran muy pedidos pero el éxito del budín de trigo con el ingrediente secreto era aún mejor. Pronto llegarían los días de sacar a la venta los panes de niños envueltos con una pecana como ombligo y no debemos olvidar de los bombones de chocolate únicos en la ciudad. El único bocadito salado que se vendía, eran las empanadas de carne que salían caliente y deliciosas en la tardes.
Su madrina, primas y su tía Rosalía eran asiduas visitantes del lugar y disfrutaban de las delicias que se vendían. De vez en cuando Jean Luca y Teodoro también visitaban la pastelería para comprar muchos de los bocaditos. Era gratificante el trabajo que Eugenia y su equipo realizaban. A las seis de la tarde se cerraba la pastelería y todos se iban a descansar.
En la noche en su casa, Eugenia revisaba el correo que había llegado en la mañana, con el informe de Fermín y los detalles del trabajo en el fundo, debía mandar el dinero que iba a necesitar el fundo. Además el correo también traía, una carta de Virginia que la felicitaba por el éxito de su nuevo negocio y la sorpresa era que invitaba a Eugenia y a su familia a su próxima boda a realizarse dentro de un mes.
Fermín aparte de su informe escribía a Eugenia una nota comentando sobre el estado de salud del padre de Virginia que estaba bastante enfermo. Eugenia lamentaba la situación y escribía a su amiga para que sepa como se encontraba su padre.
Querida Virginia- decía en unas líneas -por intermedio de mi administrador, me he enterado que tu padre se encuentra muy delicado de salud. Sería conveniente que le escribas algunas líneas o tal vez le escribas a Anselmo el administrador para que te cuente los detalles. Yo cumplo con informarte y espero que tu padre pueda superar este mal momento. Luego le felicitaba por su próxima boda y le prometía estar presente. Eugenia lamentaba esta mala noticia con respecto al padre de su amiga.
La pastelería con el paso de los días no podía irle mejor. Felicia comentaba a Eugenia que faltaban los insumos que se usan en la preparación de los dulces.
Eugenia contestó: -Felicia, tú eres la encargada de controlar que no nos falte los suministros, no esperes hasta el último momento para hacer los pedidos-.
-No te preocupes Eugenia, hoy mismo me encargo de ello, nada nos va a faltar. Estoy feliz de trabajar en la pastelería porque lo bueno de todo esto, es que no tengo a mi madre indicando lo que debo hacer, ella no comprende que deseo tomar mis decisiones con calma y que soy dueña de mi vida-.
Eugenia la escuchó con atención y agregó -Felicia he notado que todas las tardes viene un joven a recogerte-.
-Si... es Esteban un amigo y vecino, vive muy cerca de mi casa y después de sus clases pasa a recogerme. Con el me siento cómoda para conversar y supongo que a él también le sucede lo mismo.
La conversación de ambas fue interrumpida por Polonio que pedía a Eugenia que se acerque al taller para verificar que todo vaya bien, mientras Justo el otro empleado pasaba una fuente llena de bombones de chocolates para exhibir en las vitrinas.
Al día siguiente muy temprano Eduardo se despedía de su familia, sus viajes cada vez eran más largos y complicados. En Huaral la compañía quería abrir una oficina de carga para conseguir más contratos.
-Está vez iremos por tierra y no por barco como otras veces- comentó Eduardo y llevaba en sus alforjas varios fiambres preparados por Filomena para el camino. Las vías de comunicación en ese entonces eran complicadas y no había facilidades para transitar.
El trabajo del día a día en la pastelería la absorbía cada vez más, Eugenia y Felicia se multiplicaban para atender a los clientes. Cuando llegaba las seis de la tarde Felicia era la encargada de cerrar el local y de ver que todo quede limpio y en orden.
Eugenia caminaba de prisa a su hogar, no quería que la noche la sorprenda y deseaba de corazón estar junto a su pequeña Azucena que era todo su mundo.
A la hora de la cena Eugenia le daba de comer a su hija y Filomena la ponía al tanto de todo lo que se necesitaba en la casa y que era necesario comprar.
-Filomena, en el cajón de mi escritorio hay un sobre con dinero para estos menesteres, puedes retirar lo que necesites- contestó Eugenia para que pueda hacer las compras al día siguiente.
Había transcurrido el segundo día del viaje de Eduardo, a la hora de dormir la casa quedaba en silencio, la noche no podía ser más oscura, en el cielo no alumbraba la luna. Filomena y Celestina se habían ido a dormir después de poner la casa en orden. Azucena dormía en su cuna y Eugenia leía un libro a la luz de las velas, pronto el sueño acabo por vencerla, apagó las velas y se quedó profundamente dormida. Las horas de la noche avanzaban sin novedad de pronto en un segundo escuchó la voz de Eduardo que la llamaba con insistencia -¡Eugenia! ¡Eugenia!-
Ella se despertó con sobresalto, se sentó en la cama, pensó que era su esposo que había llegado. Se levantó de la cama salió al pasillo, no había nadie, un frío helado recorrió su cuerpo, estaba segura que escuchó la voz de Eduardo que mencionaba su nombre pero la puerta de la calle estaba cerrada. Confundida por lo ocurrido, volvió a la cama, no podía dormir de nuevo ¿qué fue lo que pasó? se preguntaba.
Cuando amaneció a la hora del desayuno, comentaba con Filomena lo que había pasado en la noche.
-Señorita Eugenia, seguro fue un sueño y usted ha creído que fue real- contestó.
-Si, puede ser que así sea pero ya no estoy segura de lo ocurrido- contestó Eugenia pensativa, trataba de darle una explicación a lo sucedido.
La mañana de trabajo en la pastelería transcurrió sin muchas novedades y a la hora de almuerzo en el hogar de Eugenia, Celestina entró apresurada al comedor y dijo: -Señorita Eugenia en la puerta hay unos señores que preguntan por usted-.
Eugenia, sorprendida contestó: -Celestina que pasen a la sala, enseguida voy- no sabía de que se trataba y quienes eran esos caballeros que deseaban hablar con ella a esa hora del día.
CONTINUARÁ
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