El Sargento Sánchez por un instante quedó en silencio, Elia Ruiz la asistente estaba nerviosa y asustada al ver que el paciente no hablaba y apenas respiraba.
Luego de unos segundos Gerardo Sánchez se recompuso y dijo -calma señorita, ya estoy bien fue una pequeña descompensación nerviosa al recordar episodios de mi vida que son tristes, amargos y me llenan de culpa, el más grande de ellos es haber sido un hijo ingrato-. Elia quiso interrumpir al Sargento pero éste volvió a decir: -sí, tengo que decirlo, he sido un hijo ingrato y esa es una carga que llevo de por vida. Cuando bajé de la montaña y me despedí de mi familia, nunca volví a regresar, siempre estaba ocupado, nunca tenía tiempo, siempre era el trabajo o algo más. Ni siquiera cuando mis padres murieron fui a despedirme de ellos. Me considero un mal hijo y estoy lleno de culpa y tristeza. Sabía como estaba mi familia por uno de mis hermanos que bajo de la montaña años después y ahora es doctor, él vive en Ayacucho, en esa ciudad ejerce su carrera de medicina. Con él estuve siempre conectado, él me buscó para decirme como estaban nuestros padres. Nada justifica mi descuido, nada justifica el olvido a mis padres y hermanos. Es una culpa que llevo y en muchas ocasiones me aprieta el corazón- terminó de decir el Sargento con voz triste y guardó silencio.
-Elia- respodio -usted no debe atormentarse de esa manera, es cierto que cometió un grave error, pero debe saber que los padres perdonan las faltas de sus hijos y yo estoy segura que ellos antes de dejar este mundo ya lo habían perdonado porque sabían que usted estaba luchando solo en la ciudad para abrirse camino y eso no es fácil de lograr cuando no se tiene la ayuda de la familia. No sea demasiado duro con usted y cuando rece por sus padres, pídales perdón. Donde ellos están ya lo han perdonado. Además la vida de un policía no es fácil, el trabajo que tienen es difícil y complicado y las horas de trabajo no son siempre de 9 a 5 pm.
-Gracias señorita Elia- dijo el Sargento -mi esposa dice lo mismo que no debo juzgarme con dureza. Ahora voy a continuar con mi historia. Como le comentaba mi vida en la escuela era muy parecida a la del ejército salvó por los estudios que teníamos para formarnos como buenos policías. El trabajo en las calles muchas veces es muy peligroso. En los dos años de la escuela estudié y trabajé fuerte para lograr mis objetivos, también hice buenos amigos entre ellos Andrés Cassolino, mi segundo hijo lleva su nombre como muestra de nuestra amistad y además él era su padrino. Habló en pasado porque después voy a contarle que pasó con este querido amigo. En la escuela y en el trabajo nosotros éramos Cassolino y Sánchez esa era la costumbre y así nos quedamos. En cuanto a mi querida Amanda la vida nos volvió a juntar. Yo habia terminado mis estudios y era el día de mi graduación, toda la promoción estaba lista para salir y ejercer su trabajo, recuerdo que Cassolino y yo fuimos destacados a la misma Comandancia, estábamos felices. Después de la ceremonia de graduación y las palabras de los Comandantes y Generales, hubo una pequeña celebración en la casa de la familia Cassolino, disfrutamos de la alegría, de las felicitaciones de la familia, amigos y vecinos, hasta ese momento había cumplido mis sueños. Al día siguiente fue una casualidad encontrar Amanda en mi camino, ella me saludó y felicitó por mi graduación, me sorprendió su actitud amigable y cortés. No me atreví a invitarla a salir porque no deseaba recibir un no por respuesta. Me contó que todavía le faltaba unos meses para terminar su carrera de obstetris. Me alegre por ella y también la felicite, entonces me dijo:
-Gerardo si deseas podemos ir a tomar un jugo, conozco un pequeño restaurante que tiene mesitas en la calle y es muy agradable el ambiente, preparan unos deliciosos jugos, tal vez ahí podemos conversar-. Me quedé sorprendido estaba escuchando correctamente o era una alucinación. Reaccioné de mi estupor y conteste rápidamente, por supuesto Amanda podemos ir donde tú desees. En la juguería conversamos de temas varios, ella tenía razón los jugos en el lugar eran deliciosos y se convirtió en nuestro lugar de encuentro siempre que podíamos hacernos un tiempo, yo por mi trabajo y ella por sus estudios. Recuerdo en una oportunidad que ella llevaba un libro de anatomía, me dio el libro y dijo:
-sabes cuantos músculos entran en acción a la hora del parto, el cuerpo humano es asombroso-. El destino nos había juntado de nuevo y no iba a desaprovechar, esta oportunidad. Cuando Amanda terminó su carrera y se gradúo comenzó a trabajar en un hospital, sus horarios también eran complicados pero los fines de semana eran nuestros, siempre que no nos tocará trabajar haciendo guardias en nuestros respectivos trabajos. El noviazgo fue una época muy buena, nosotros estábamos enamorados y soñábamos con casarnos y vivir juntos Cuando cumplí los 29 años le pedí matrimonio, ella era un año menor y aceptó mi propuesta solo con una condición, que iba a seguir trabajando y ejerciendo su carrera. Yo no debía impedir aquello, estuve de acuerdo, pensé que no en vano había estudiado tanto para luego quedarse de sin hacer nada. Nos casamos como lo habíamos planeado, mi amigo Cassolino fue el padrino de boda. Después vinieron nuestros hijos, juntos hemos vivido tiempos buenos pero también momentos difíciles, logramos salir adelante hasta llegar a estos días. Ha sido grato y feliz compartir mi vida con Amanda y mis hijos. En cuanto a mi carrera como policía he visto y vivido de todo y puedo decir que no siempre eran cosas buenas. Recuerdo un caso que me afectó demasiado porque cuando hay niños de por medio esto se vuelve más complicado y triste, nunca te llagas acostumbrar.
Era mediados de la década del setenta yo trabajaba en la comisaria de Lince. Habían pasado más de diez años que había salido de la escuela, mi amigo Cassolino fue cambiado a otra comisaria, ya no trabajábamos juntos pero siempre nos visitábamos, para ese entonces él también estaba casado y nuestras esposas eran buenas amigas, nuestros hijos jugaban juntos y la vida parecía no tener fin. Si mal no recuerdo era el mes de octubre y el invierno frío y gris había terminado. En la comisaria todo estaba tranquilo, parecía que iba hacer un día normal, con algunas capturas de delincuentes menores, quejas de algunos vecinos por disturbios en la vía pública, además de papeletas con multas de tránsito. El Mayor de la comisaria me llamó -Sánchez donde está su informe sobre las detenciones a los delincuentes menores, lo quiero en mi escritorio en un hora-. Tenía que darme prisa para escribir a máquina el informe que deseaba el Comisario. Sentado en mi escritorio comencé a redactar el informe, en la tercera linea fui interrumpido por uno de mis compañeros que dijo:
-Sánchez tienes que ocuparte de este caso-. No puedo contesté, voy a escribir mi informe. Pero mi compañero insistió, me puse de pie y fui averiguar de que se trataba, era un hombre joven que entró en la comisaria, había sido asaltado en una de la calles del distrito muy cerca a la jefatura, estaba en ropa interior y sin zapatos, le dieron algunos cortes por resistirse. Fue lamentable lo que le había sucedido apenas podía hablar de la indignación y el miedo que sentía. Le dimos una manta para que se cubra y tomamos su denuncia y la descripción de lo que había pasado, luego en un carro patrullero lo llevaron a su casa. Terminado el papeleo del caso, volví a mi escritorio para ocuparme del informe. De pronto un terrible estruendo sacudió las ventanas y puertas de la comisaria, mi escritorio se movió. ¡Qué había sucedido! ¿Era un atentado? ¡una bomba!. Fue muy cerca de la comisaria el estruendo, el ruido habia sido fuerte, todo el cuerpo policial se puso en alerta y nos dispusimos a salir para buscar el lugar donde habia ocurrido el atentado.
CONTINUARÁ
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