sábado, 28 de julio de 2018
domingo, 22 de julio de 2018
EL ESPÍRITU DE LA SELVA
PELAYO VISITA EL MANU:
La extensa alfombra verde de la selva del Manu se extendía en miles de kilómetros. Los animales que allí vivían podían sentirse tranquilos y felices, el peligro se había terminado.
Después de dos días de festejos el Manu volvía a la rutina de cada día.
Pelayo y Francisco volaban sin descanso para disfrutar de su libertad y de los maravillosos paisajes.
El sol en lo alto del cielo era testigo de tanta alegría, por momentos ambos primos se daban sendos baños en un recodo del río, donde se formaba una pequeña laguna y podían remojarse sin peligro. Ellos lavaban sus plumas y descansaban, luego levantaban el vuelo para posarse en el árbol más cargado de frutos y comer hasta repletarse, de ahí una larga siesta era indispensable.
Francisco no se cansaba de volar, él ahora iba a donde lo llevaba el viento y daba volteretas sin cesar, de árbol en árbol.
No había en toda la selva amazónica papagayo más feliz. Ahora era el más famoso ¡si!...pero por su gran destreza a la hora de volar.
Los demás animales, disfrutaban del sol y la tranquilidad que reinaba. En el río los manatíes, los delfines rosados, las pirañas y las nutrias conversaban y reían, había tiempo para la diversión. La poderosa boa constrictor conversaba con la tortugas de río que sorprendidas comentaban los últimos acontecimientos.
El otorongo, era el más feliz de los felinos en ese momento porque ya no tenía que esconderse, ni temer por su vida, ahora en cambio podía hacer largas caminatas, largas siestas y luego conversar con su amigos sin prisa.
Pelayo y Francisco disfrutaban de sus paseos y se detenían en la comunidad de papagayos para socializar con todos los miembros de la familia.
Después del almuerzo los dos primos descansaban en su árbol, Pelayo muy serio comentó a su primo:
-Francisco, ha llegado la hora de regresar a mi hogar, estas semanas que he pasado en el Manu, han estado llenas de aventura y buenos momentos. He conocido muchos amigos y han sido las mejores vacaciones de mi vida, nunca las olvidaré.
-Pelayo no, no puedes irte, quédate a vivir en el Manu con nosotros, todos te vamos a extrañar si te vas. Contigo hemos aprendido los peligros que pueden presentarse en la selva- decía Francisco con tristeza.
-Querido primo, no puede quedarme, tengo que regresar a mi hogar, allá también me espera mi familia, mis amigos y todo mi mundo.
Francisco volvió a insistir -Pelayo no puedes irte, debes quedarte, yo me siento muy bien con tu compañía.
-Gracias por tus palabras pero ahora que sabes volar y eres un experto, es necesario que te conviertas en el centinela que de la voz de alarma si observas algún peligro en la selva. Tú sabes que siempre debemos estar atentos. Ya conoces cómo son los humanos.
-Entonces Pelayo, de todas maneras te marchas de regreso a tu hogar.
-Si primo, mañana saldré muy temprano
Después de dos días de festejos el Manu volvía a la rutina de cada día.
Pelayo y Francisco volaban sin descanso para disfrutar de su libertad y de los maravillosos paisajes.
El sol en lo alto del cielo era testigo de tanta alegría, por momentos ambos primos se daban sendos baños en un recodo del río, donde se formaba una pequeña laguna y podían remojarse sin peligro. Ellos lavaban sus plumas y descansaban, luego levantaban el vuelo para posarse en el árbol más cargado de frutos y comer hasta repletarse, de ahí una larga siesta era indispensable.
Francisco no se cansaba de volar, él ahora iba a donde lo llevaba el viento y daba volteretas sin cesar, de árbol en árbol.
No había en toda la selva amazónica papagayo más feliz. Ahora era el más famoso ¡si!...pero por su gran destreza a la hora de volar.
Los demás animales, disfrutaban del sol y la tranquilidad que reinaba. En el río los manatíes, los delfines rosados, las pirañas y las nutrias conversaban y reían, había tiempo para la diversión. La poderosa boa constrictor conversaba con la tortugas de río que sorprendidas comentaban los últimos acontecimientos.
El otorongo, era el más feliz de los felinos en ese momento porque ya no tenía que esconderse, ni temer por su vida, ahora en cambio podía hacer largas caminatas, largas siestas y luego conversar con su amigos sin prisa.
Pelayo y Francisco disfrutaban de sus paseos y se detenían en la comunidad de papagayos para socializar con todos los miembros de la familia.
Después del almuerzo los dos primos descansaban en su árbol, Pelayo muy serio comentó a su primo:
-Francisco, ha llegado la hora de regresar a mi hogar, estas semanas que he pasado en el Manu, han estado llenas de aventura y buenos momentos. He conocido muchos amigos y han sido las mejores vacaciones de mi vida, nunca las olvidaré.
-Pelayo no, no puedes irte, quédate a vivir en el Manu con nosotros, todos te vamos a extrañar si te vas. Contigo hemos aprendido los peligros que pueden presentarse en la selva- decía Francisco con tristeza.
-Querido primo, no puede quedarme, tengo que regresar a mi hogar, allá también me espera mi familia, mis amigos y todo mi mundo.
Francisco volvió a insistir -Pelayo no puedes irte, debes quedarte, yo me siento muy bien con tu compañía.
-Gracias por tus palabras pero ahora que sabes volar y eres un experto, es necesario que te conviertas en el centinela que de la voz de alarma si observas algún peligro en la selva. Tú sabes que siempre debemos estar atentos. Ya conoces cómo son los humanos.
-Entonces Pelayo, de todas maneras te marchas de regreso a tu hogar.
-Si primo, mañana saldré muy temprano
con los primeros rayos de sol.
Francisco con emoción en la voz contestó -Pelayo siento pesar por tu partida y prometo que seré el vigía que cuide el Manu, estaré siempre atento a cualquier peligro. Además te prometo que el próximo año después que termine la estación de las lluvias, seré yo, quién vaya a visitarte, deseo conocer tu hogar y devolverte la visita.
Pelayo con alegría comentó:
-Francisco te tomo la palabra y espero tu visita, no me vayas a fallar.
-Francisco te tomo la palabra y espero tu visita, no me vayas a fallar.
-No Pelayo, te prometo que allí estaré.
Y los dos primos se dieron un fuerte abrazo. El otorongo que había estado atento a la conversación dijo con autoridad:
-Ahora por fin, voy a poder descansar, ya no voy a escuchar a los papagayos parlanchines que interumpian mi sueño, todo el tiempo.
El otorongo decía esto para no demostrar su tristeza pero en el fondo sentía una gran pena con la partida de Pelayo.
-Que tengas buen viaje Pelayo y buena suerte- comentó ocultando su pesar, después de todo él era el rey de la selva.
Pelayo se daba cuenta del sentir de su amigo y contestó -Gracias otorongo por tus palabras, ya no vamos a interumpir tu sueño, eres en verdad un gran amigo.
Los escarabajo peloteros también se despedían de Pelayo, ellos habían sido testigos cercanos de sus acciones: -Pelayo que tengas un buen viaje y llegues pronto a tu hogar.
Así, en medio de una gran emoción se despedían todos los amigos de Pelayo, todos ellos agradecían por haberlos salvado del peligro y ahora habían aprendido cómo cuidarse.
En al comunidad de papagayos le hicieron una despedida, el papagayo mayor, dio un discurso a Pelayo y éste agradeció sus palabras comentando:
-Jamás hubiera podido hacer nada sin la ayuda de mi primo Francisco, del otorongo y del guarda bosques, a él también debemos darle el crédito; todos ellos me ayudaron en cada momento.
Después de las palabras del papagayo mayor, hubo una gran fiesta de despedida para Pelayo. Éste comió muy bien y festejó con sus amigos para despedirse.
Al día siguientes con los primeros rayos de sol, Pelayo se despertaba y estiraba sus alas, el día no podía ser más bello para volar. Francisco también se despertó y se desperezaba respirando profundamente y estirando cada músculo de su cuerpo.
-No te preocupes Pelayo, yo voy acompañarte un tramo del vuelo hasta donde el gran Manu termina.
-Es verdad primo, deseas acompañarme- contestó Pelayo con emoción
-Si, es verdad, te reto a un vuelo, quien llega primero a los confines del Manu.
Francisco abrió sus alas y se lanzó con el viento a volar y en voz alta decía -¡quien gana Pelayooo!.
Los dos papagayos volaban y volaban para alcanzar su meta, Francisco era veloz, Pelayo era sagaz y precavido y esto mismo le había advertido a su primo unos días antes para que tenga cuidado al volar.
Cuando llegaron a los confines donde terminaba el gran Manu los dos primos se posaron en la rama de un árbol y se despedían con un fuerte abrazo, las palabras de Francisco eran:
-Pelayo, de todas maneras nos vemos el próximo año.
-¡Si Francisco!... yo estaré esperando tu visita, no lo olvides.
Entonces Francisco abrió su alas y se lanzó a volar de regreso al fantástico Manu, Pelayo lo observó unos instantes y luego él también se lanzó a volar de regreso a su hogar, en el corazón de la exuberante y asombrosa...¡Selva Amazónica!
Los dos papagayos volaban y volaban para alcanzar su meta, Francisco era veloz, Pelayo era sagaz y precavido y esto mismo le había advertido a su primo unos días antes para que tenga cuidado al volar.
Cuando llegaron a los confines donde terminaba el gran Manu los dos primos se posaron en la rama de un árbol y se despedían con un fuerte abrazo, las palabras de Francisco eran:
-Pelayo, de todas maneras nos vemos el próximo año.
-¡Si Francisco!... yo estaré esperando tu visita, no lo olvides.
Entonces Francisco abrió su alas y se lanzó a volar de regreso al fantástico Manu, Pelayo lo observó unos instantes y luego él también se lanzó a volar de regreso a su hogar, en el corazón de la exuberante y asombrosa...¡Selva Amazónica!
FIN
domingo, 15 de julio de 2018
EL ESPÍRITU DE LA SELVA
PELAYO VISITA EL MANU:
Los cazadores después de algunos días habían regresado y revisaban sus trampas una y otra vez, querían estar seguros que éstas funcionen como era de esperar.
Mientras, en la cabaña el guardabosques esperaba que lleguen sus compañero para hacer la intervención de captura a los cazadores furtivos.
Joaquín Vásquez alistaba su equipo y también una escopeta, el tiempo pasaba y la ayuda ya no tardaba en llegar.
Afuera en el bosques Pelayo y Francisco ocultos entre las ramas de un árbol esperaban confiados los acontecimientos.
El otorongo agazapado entre la espesa vegetación miraba atento cualquier movimiento de los cazadores, ellos no debían verlo de lo contrario su vida correría peligro.
De pronto en la espesura de la selva, muy despacio y sin hacer ruido, llegó el equipo de guarda bosques. Por una de las ventanas de la cabaña, uno de ellos le avisaba a Joaquín de su presencia. Éste salio a recibirlos, con cuidado les indico el camino, él iba adelante del grupo de guardabosques que caminaban en silencio entre la vegetación. Lo importante era sorprender a los cazadores para que no puedan escapar o enfrentarse a tiros con ellos.
Hacer la captura sin el menor daño posible era indispensable, en los árboles de los alrededores los animales del bosque observaban atentos como ocurría la acción.
Cuando los guardabosques rodearon a los cazadores, uno de ellos con un altavoz en la mano decía: DETÉNGANSE, ESTÁN RODEADOS, NO DEBEN MOVERSE- un cazador al verse sorprendido hizo un tiro al aire para crear confusión y poder escapar pero en el pánico de ser detenidos, los cazadores corrieron a internarse en la profundidad de la selva.
El guardabosque que tenía el altavoz les advertía -NO DEBEN INTERNARSE EN LA SELVA, ES PELIGROSO PERDERSE EN LA ENMARAÑADA VEGETACIÓN- los cazadores hicieron caso omiso a la advertencia y siguieron corriendo selva adentro.
Era lamentable pero el guardabosque tenía razón, perderse en las profundidades de la selva era para no regresar, ni siquiera los nativos que vivían en la zona se internaban más allá de lo necesario. Ellos mismos decían "Si te pierdes en la selva, ésta te devora y nunca más vuelves a salir".
El grupo de guardabosques los siguió unos pasos pero era inútil, se dieron cuenta que no debían ir más allá, era imposible detenerlos. Entonces todos ellos regresaron donde estaban las trampas y otros objetos de los cazadores, en una balsa cerca al rió encontraron varias cajas que en su interior tenían algunos animales que habían logrado cazar, estos estaban amontonados y al borde de la asfixia, de inmediato fueron dejados en libertad. Su presa mayor era un lagarto de gran tamaño que al verse libre corrió presuroso al río.
Las trampas fueron desarmadas para que nunca más vuelvan a ser usadas, las cajas y redes fueron llevadas por los guardabosques.
De los cazadores nunca más se volvió a saber, se había cumplido el presagio del peligro de perderse en la selva.
Joaquín Vásquez agradeció a sus compañeros la ayuda y antes que empiece anochecer se despidió de su grupo de amigos.
Pelayo y Francisco en el árbol daban pequeños saltos de felicidad, de nuevo el bosque estaba seguro y no había nada que temer.
El otorongo salio de su escondite, no cabía en su cuerpo de tanta alegría, el peligro se había ido con los cazadores.
El guardabosque sentado en el interior de su cabaña reflexionaba sobre los acontecimientos del día y el accionar de los pequeños papagayos. Él, ahora no dudaba de los misterios en el interior de la selva amazónica.
En el viaje de regreso a la comunidad de papagayos, Pelayo viajaba perezoso y feliz sobre el lomo del otorongo, ese era un lugar más seguro para él. Mientras tanto Francisco volaba revoloteando entre los arboles, él no se cansaba de volar, ahora que ya sabía cómo hacerlo.
Al paso de los amigos, el bosque estallaba en cientos de sonidos que hacían los animales, la voz se había corrido por todo el Manu, los cazadores ya no estaban y la felicidad reinaba de nuevo en la selva amazónica.
Mariposas de mil colores volaban al rededor de los tres amigos, pequeños sapos, lagartijas y hasta las peligrosas hormigas festejaban el acontecimiento. El gran lagarto que se había salvado, contaba a sus amigos en el río, su peligrosa experiencia.
Monos de las diferentes familias y tamaños, reptiles de todas la variedades respiraban tranquilos en un ambiente de festejo.
Al llegar a la comunidad de papagayos, Pelayo y Francisco volaron a su árbol, el otorngo que se sentía cansado se fue a su madriguera a dormir. Para todos había sido un día lleno de tensión y peligro.
Mientras, en la cabaña el guardabosques esperaba que lleguen sus compañero para hacer la intervención de captura a los cazadores furtivos.
Joaquín Vásquez alistaba su equipo y también una escopeta, el tiempo pasaba y la ayuda ya no tardaba en llegar.
Afuera en el bosques Pelayo y Francisco ocultos entre las ramas de un árbol esperaban confiados los acontecimientos.
El otorongo agazapado entre la espesa vegetación miraba atento cualquier movimiento de los cazadores, ellos no debían verlo de lo contrario su vida correría peligro.
De pronto en la espesura de la selva, muy despacio y sin hacer ruido, llegó el equipo de guarda bosques. Por una de las ventanas de la cabaña, uno de ellos le avisaba a Joaquín de su presencia. Éste salio a recibirlos, con cuidado les indico el camino, él iba adelante del grupo de guardabosques que caminaban en silencio entre la vegetación. Lo importante era sorprender a los cazadores para que no puedan escapar o enfrentarse a tiros con ellos.
Hacer la captura sin el menor daño posible era indispensable, en los árboles de los alrededores los animales del bosque observaban atentos como ocurría la acción.
Cuando los guardabosques rodearon a los cazadores, uno de ellos con un altavoz en la mano decía: DETÉNGANSE, ESTÁN RODEADOS, NO DEBEN MOVERSE- un cazador al verse sorprendido hizo un tiro al aire para crear confusión y poder escapar pero en el pánico de ser detenidos, los cazadores corrieron a internarse en la profundidad de la selva.
El guardabosque que tenía el altavoz les advertía -NO DEBEN INTERNARSE EN LA SELVA, ES PELIGROSO PERDERSE EN LA ENMARAÑADA VEGETACIÓN- los cazadores hicieron caso omiso a la advertencia y siguieron corriendo selva adentro.
Era lamentable pero el guardabosque tenía razón, perderse en las profundidades de la selva era para no regresar, ni siquiera los nativos que vivían en la zona se internaban más allá de lo necesario. Ellos mismos decían "Si te pierdes en la selva, ésta te devora y nunca más vuelves a salir".
El grupo de guardabosques los siguió unos pasos pero era inútil, se dieron cuenta que no debían ir más allá, era imposible detenerlos. Entonces todos ellos regresaron donde estaban las trampas y otros objetos de los cazadores, en una balsa cerca al rió encontraron varias cajas que en su interior tenían algunos animales que habían logrado cazar, estos estaban amontonados y al borde de la asfixia, de inmediato fueron dejados en libertad. Su presa mayor era un lagarto de gran tamaño que al verse libre corrió presuroso al río.
Las trampas fueron desarmadas para que nunca más vuelvan a ser usadas, las cajas y redes fueron llevadas por los guardabosques.
De los cazadores nunca más se volvió a saber, se había cumplido el presagio del peligro de perderse en la selva.
Joaquín Vásquez agradeció a sus compañeros la ayuda y antes que empiece anochecer se despidió de su grupo de amigos.
Pelayo y Francisco en el árbol daban pequeños saltos de felicidad, de nuevo el bosque estaba seguro y no había nada que temer.
El otorongo salio de su escondite, no cabía en su cuerpo de tanta alegría, el peligro se había ido con los cazadores.
El guardabosque sentado en el interior de su cabaña reflexionaba sobre los acontecimientos del día y el accionar de los pequeños papagayos. Él, ahora no dudaba de los misterios en el interior de la selva amazónica.
En el viaje de regreso a la comunidad de papagayos, Pelayo viajaba perezoso y feliz sobre el lomo del otorongo, ese era un lugar más seguro para él. Mientras tanto Francisco volaba revoloteando entre los arboles, él no se cansaba de volar, ahora que ya sabía cómo hacerlo.
Al paso de los amigos, el bosque estallaba en cientos de sonidos que hacían los animales, la voz se había corrido por todo el Manu, los cazadores ya no estaban y la felicidad reinaba de nuevo en la selva amazónica.
Mariposas de mil colores volaban al rededor de los tres amigos, pequeños sapos, lagartijas y hasta las peligrosas hormigas festejaban el acontecimiento. El gran lagarto que se había salvado, contaba a sus amigos en el río, su peligrosa experiencia.
Monos de las diferentes familias y tamaños, reptiles de todas la variedades respiraban tranquilos en un ambiente de festejo.
Al llegar a la comunidad de papagayos, Pelayo y Francisco volaron a su árbol, el otorngo que se sentía cansado se fue a su madriguera a dormir. Para todos había sido un día lleno de tensión y peligro.
En la rama de su árbol Pelayo comentaba con Francisco:
-Ha sido un día de mucha acción, no debemos olvidar que el peligro puede estar presente en cualquier momento.
-¡Si!... es verdad Pelayo siempre debemos estar atentos.
Francisco había aprendido algo nuevo.
Muy serio Pelayo contestaba:
-Los humanos son tercos, ellos no quieren comprender que la selva es nuestro único hogar y nuestro mundo, solo aquí somos felices, además el bosque está vivo gracias a nosotros los animales, sin nuestra presencia, el bosque moriría lentamente. Los humanos tiene que saber que no podemos vivir al lado de ellos y que deben dejar de insistir en cazarnos de una vez por todas.
Esto para Pelayo era una gran verdad, él ya lo había vivido antes y sabía como era la realidad en su día a día.
CONTINUARÁ
-Ha sido un día de mucha acción, no debemos olvidar que el peligro puede estar presente en cualquier momento.
-¡Si!... es verdad Pelayo siempre debemos estar atentos.
Francisco había aprendido algo nuevo.
Muy serio Pelayo contestaba:
-Los humanos son tercos, ellos no quieren comprender que la selva es nuestro único hogar y nuestro mundo, solo aquí somos felices, además el bosque está vivo gracias a nosotros los animales, sin nuestra presencia, el bosque moriría lentamente. Los humanos tiene que saber que no podemos vivir al lado de ellos y que deben dejar de insistir en cazarnos de una vez por todas.
Esto para Pelayo era una gran verdad, él ya lo había vivido antes y sabía como era la realidad en su día a día.
CONTINUARÁ
domingo, 8 de julio de 2018
EL ESPÍRITU DE LA SELVA
PELAYO VISITA EL MANU:
Con el nuevo peligro que acechaba en la selva del Manu, Pelayo comentaba con Francisco:
-Ahora que el otorongo se ha ido a ocultar me siento más tranquilo, los cazadores no deben verlo. Francisco tenemos que pensar en un plan para resolver este peligro que acecha en el Manu.
Pelayo guardó silencio un instante quería ordenar sus ideas, no estaba cerca su gran amigo el monito Tomás, con él era más fácil crear un plan pero...¿que podía hacer? de pronto Pelayo dio un brinco en la rama del árbol como él solía hacerlo cuando una idea venía a su cabeza.
-Francisco es el Manu, aquí tiene que existir un guarda bosque...¡Si!...¡si!...él tiene que vivir en algún lugar cercano- entonces, Pelayo de la emoción en segundos paso a la tristeza cuando se acordó... -primo, él no es Darío, él no puede hablar con nosotros y ¿cómo nos vamos a comunicar?, ¿cómo podemos decirle sobre los cazadores?
Francisco atento a cada palabra de Pelayo solo atinaba a mover la cabeza, no comprendía muy bien lo que éste decía.
Francisco atento a cada palabra de Pelayo solo atinaba a mover la cabeza, no comprendía muy bien lo que éste decía.
-No importa...¡no importa Francisco! lo primero que debemos hacer es encontrar la cabaña del guarda bosque ¿donde?...¿donde vivirá?- se preguntaba y se rascaba la cabeza en señal de impaciencia.
-No sé...¡no sé! Pelayo donde vive el guarda bosque, no lo conozco. tal vez si volamos hacia el sur encontremos su cabaña.
-No podemos estar adivinando Francisco, tenemos que ir por el camino seguro, no hay tiempo que perder, nuestros amigos están en peligro.
El otorongo que estaba oculto muy cerca de ahí, podía escuchar la conversación de Pelayo y su primo, entonces salio de su madriguera, se acercó al árbol de los papagayos y con voz sonora dijo:
-Pelayo yo sé donde vive el guarda bosque y además conozco un camino escondido por donde podemos llegar más rápido.
-Otorongo, es peligroso para ti salir de tu madriguera, no puedes acompañarnos, los cazadores están cerca.
-Es peligroso lo sé pero si vamos con cuidado podemos llegar a salvo hasta la cabaña, tu mismo lo has dicho, no hay tiempo que perder.
El otorongo tenía razón pensó Pelayo, era importante ponerse en camino de una vez.
-Vamos Francisco debemos ponernos en camino- y los dos primos bajaron del árbol, se acercaron al otorongo y Pelayo comentó:
-Tú señala el camino y nosotros te seguimos, pero tenemos que ir con mucho cuidado, los cazadores no deben vernos.
El otorongo señaló un camino entre los árboles, los tres se pusieron en marcha. Los primos iban adelante, los amigos avanzaban sigilosamente por el sendero oculto de la selva.
Con la partida de éstos, el lugar quedó en silencio, las nutrias en el río cercano preguntaban a los manatíes ¿donde están los papagayos? no escuchamos su cháchara. Los escarabajos peloteros guardaban silencio, ellos sabían donde se habían ido Pelayo, Francisco y el otorongo.
Después de un largo rato de caminata, el otorngo comenzó a sentir hambre, tenía adelante dos pequeñas presas que las podía cazar de un zarpazo, por unos segundo se detuvo y luchaba contra su instinto cazador, él era un carnívoro por excelencia
pero pensaba: ¿cómo me los voy a comer?, ellos son mis amigos, no puedo hacer eso, además tenemos que seguir hasta encontrar la cabaña.
La lucha interna del gran felino lo hizo desistir de su intento de comerse a Pelayo y Francisco, se dio media vuelta y desapareció entre los árboles.
Pelayo al darse cuenta que el otorongo se había marchado comentó con su primo:
-Francisco hemos estado frente a un gran peligro porque nuestro amigo tenía intenciones de tomarnos como su almuerzo. Ahora ¿qué hacemos?, tenemos que seguir adelante, volemos a ese árbol para ver el horizonte y encontrar la cabaña del guarda bosque.
Pelayo comprendía muy bien la situación del otorngo y el porqué se había retirado, sus años de experiencia le habían enseñado.
A una distancia no muy lejana, estaba la pequeña cabaña, Pelayo la podía ver.
-Francisco, ahí está la cabaña la puedo ver- decía con entusiasmo -volemos para acercarnos, tenemos que crear un plan para llamar su atención, no sé cómo nos vamos a comunicar con él.
Cuando ambos papagayos se posaron en la rama del árbol más cercano a la cabaña, Pelayo preocupado comentó:
-Francisco, ahora tenemos que encontrar la forma de comunicarnos con el guarda bosque para que sepa que hay cazadores ocultos en el Manu.
Se vivían unos segundos de tensión, Francisco seguía los movimientos de Pelayo éste pensaba y pensaba que hacer, daba una vuelta aquí y allá en la misma rama del árbol...dio un brinco y por fin tenía una idea, era un poco osada pero había que intentarlo.
-¡Qué pasa! ¿qué pasa Pelayo?- preguntaba Francisco con insistencia, al ver a su primo feliz.
-¡Acércate Francisco!...¡tengo una idea!... voy a contarte de que se trata.
Pelayo le dijo al oído su plan, no quería hacer demasiado ruido, Francisco con asombro escuchó a su primo: -espero que funcione tu idea Pelayo, si no...estamos perdidos.
-¡Vamos Francisco a la carga!- levantó la voz lleno de entusiasmo.
Entonces los dos pequeños papagayos levantaron el vuelo y se lanzaron con todas sus fuerzas una y otra vez sobre la puerta de la cabaña querían que el guarda bosque abra la puerta. Francisco era el más entusiasta y ponía toda su fuerza al arrojarse contra la puerta.
Joaquín Vasquez como se llamaba el guarda bosque al escuchar los golpes, abrió la puerta y se encontró con los dos papagayos que muy osados se lanzaban sobre ella.
¿Qué sucede? pensó, ¿porqué estos papagayos se lanza sobre mi puerta? y acto seguido los ahuyentó para que se alejen y volvió a cerrar la puerta. Pelayo y Francisco no desistieron de su acción y continuaron arrojándose sobre la puerta, sus pequeños cuerpos comenzaban a sentir dolor pero ellos no se detenían. Joaquín Vasquez volvió abrir la puerta y vio de nuevo a los papagayos suspendidos en el aire que avanzaban hacia él.
-¡Qué quieren!...estos pájaros, revoltosos- dijo y entonces se dio cuenta que las aves insistían para que los siga.
El guarda bosque siguió a los papagayos por el camino estrecho, se ocultó entre las matas y pudo ver desde ahí a los cazadores que en silencio revisaban las trampas:
-Cazadores furtivos en el Manu, no puede ser esta es una región protegida, la caza esta prohibida- decía en voz baja -son tres cazadores y están armados, no puedo hacerles frente, tengo que buscar ayuda- y se retiró del lugar tan despacio como había llegado.
De regreso a su cabaña se comunicó por radio con la estación central para pedir ayuda, hizo la advertencia que los cazadores estaban armados para que tengan cuidado al venir. Luego de ello no le quedaba otra cosa que esperar.
En el silencio de su cabaña, el guarda bosques recapacitó sobre el actuar de los papagayos, ellos lo habían alertado sobre los cazadores.
Pelayo le dijo al oído su plan, no quería hacer demasiado ruido, Francisco con asombro escuchó a su primo: -espero que funcione tu idea Pelayo, si no...estamos perdidos.
-¡Vamos Francisco a la carga!- levantó la voz lleno de entusiasmo.
Entonces los dos pequeños papagayos levantaron el vuelo y se lanzaron con todas sus fuerzas una y otra vez sobre la puerta de la cabaña querían que el guarda bosque abra la puerta. Francisco era el más entusiasta y ponía toda su fuerza al arrojarse contra la puerta.
Joaquín Vasquez como se llamaba el guarda bosque al escuchar los golpes, abrió la puerta y se encontró con los dos papagayos que muy osados se lanzaban sobre ella.
¿Qué sucede? pensó, ¿porqué estos papagayos se lanza sobre mi puerta? y acto seguido los ahuyentó para que se alejen y volvió a cerrar la puerta. Pelayo y Francisco no desistieron de su acción y continuaron arrojándose sobre la puerta, sus pequeños cuerpos comenzaban a sentir dolor pero ellos no se detenían. Joaquín Vasquez volvió abrir la puerta y vio de nuevo a los papagayos suspendidos en el aire que avanzaban hacia él.
-¡Qué quieren!...estos pájaros, revoltosos- dijo y entonces se dio cuenta que las aves insistían para que los siga.
El guarda bosque siguió a los papagayos por el camino estrecho, se ocultó entre las matas y pudo ver desde ahí a los cazadores que en silencio revisaban las trampas:
-Cazadores furtivos en el Manu, no puede ser esta es una región protegida, la caza esta prohibida- decía en voz baja -son tres cazadores y están armados, no puedo hacerles frente, tengo que buscar ayuda- y se retiró del lugar tan despacio como había llegado.
De regreso a su cabaña se comunicó por radio con la estación central para pedir ayuda, hizo la advertencia que los cazadores estaban armados para que tengan cuidado al venir. Luego de ello no le quedaba otra cosa que esperar.
En el silencio de su cabaña, el guarda bosques recapacitó sobre el actuar de los papagayos, ellos lo habían alertado sobre los cazadores.
Joaquin Vasquez, salio al bosque para buscar a los papagayos que estaban parados en el árbol y solo atino a decir -gracias amigos esto se los debo.
Pelayo y Francisco saltaban de felicidad por fin habían sido comprendidos.
El otorongo había regresado y oculto cerca de la cabaña observaba, no quería ser visto para no asustar al guarda bosque.
Por el momento la situación estaba controlada, se esperaba que la ayuda llegue pronto.
En cambio en el lugar de los cazadores, las trampas estaban vacías no había caído animal alguno ¿qué sucede? se preguntaban porqué no funcionan. Lo que ellos ignoraban era que la voz de alarma había sido dada por Pelayo y Francisco a todos sus amigos.
CONTINUARÁ.
domingo, 1 de julio de 2018
EL ESPÍRITU DE LA SELVA
PELAYO VISITA EL MANU:
Con los gritos de Francisco tremendo alboroto se formó al rededor de los primos, las aves y demás loros de todos los tamaños y colores se sorprendían al escuchar a Francisco. Por tierra, río y aire los animales emitían mil ruidos para protestar.
Las tortugas de río se arremolinaban en la orilla para ver y escuchar lo que sucedía, preguntaban a los delfines rosados ¿por qué tanto alboroto?
Estos contestaban es Francisco que no quiere volar.
Pelayo para tranquilizar a su primo se acercó a éste y con voz serena dijo:
-Esta bien bien Francisco, calma no es necesario que te pongas así, ya no vamos a volver hablar del vuelo, te prometo que jamás voy a pronunciar esa palabra.
Francisco se puso feliz, por fin su primo comprendía que él no quería volar ni alejarse del árbol que era su hogar, entonces de la alegría dio un pequeño salto, un tropiezo y cayó de la rama.
Pelayo miraba como caía su primo y en su desesperación gritaba para que éste lo escuche.
-¡Tus alas Francisco!...¡tus alas!...¡no olvides!.
Francisco escuchó los gritos de Pelayo y abrió las alas, comenzó a batirlas, detuvo su caída y remonto el vuelo hacia los árboles. Era fantástico sus alas fuertes lo llevaban por doquier, él iba y venía de entre los árboles, daba volteretas y gritaba a la vez:
-¡Pelayooo! estoy volandooo... ¡Pelayooo puedo volarrr!- decía feliz, más que feliz, lleno de algarabía, su pecho se inflamaba de alegría. .
De inmediato la voz se corrió por toda la selva del Manu, en segundos los animales del bosque estaban enterados de la gran noticia. Ya no más miedo de volar, Francisco era libre.
Los papagayos que estaban en todos los árboles cercanos observaban absortos las piruetas que hacía Francisco en su vuelo y éste por supuesto era él más sorprendido.
-¡Si, si, si!- decía con entusiasmo. Su primo tenía razón, él podía volar e ir a donde lo lleve el viento y desde el cielo podía dominar la selva. Su cuerpo y sus alas era fuertes y estaban diseñadas para llevarlo a donde él desee.
Pelayo sentía una gran felicidad al ver a su primo volar, jamás había imaginado tanta alegría.
Por fin Francisco se daba cuenta que no se iba a caer si se lanzaba al viento. Él que en un momento estuvo dispuesto a no insistir más y dejar a su primo en paz. Fue un pequeño accidente que sufrió Francisco el que lo lanzó a volar.
Las tortugas de río se arremolinaban en la orilla para ver y escuchar lo que sucedía, preguntaban a los delfines rosados ¿por qué tanto alboroto?
Estos contestaban es Francisco que no quiere volar.
Pelayo para tranquilizar a su primo se acercó a éste y con voz serena dijo:
-Esta bien bien Francisco, calma no es necesario que te pongas así, ya no vamos a volver hablar del vuelo, te prometo que jamás voy a pronunciar esa palabra.
Francisco se puso feliz, por fin su primo comprendía que él no quería volar ni alejarse del árbol que era su hogar, entonces de la alegría dio un pequeño salto, un tropiezo y cayó de la rama.
Pelayo miraba como caía su primo y en su desesperación gritaba para que éste lo escuche.
-¡Tus alas Francisco!...¡tus alas!...¡no olvides!.
Francisco escuchó los gritos de Pelayo y abrió las alas, comenzó a batirlas, detuvo su caída y remonto el vuelo hacia los árboles. Era fantástico sus alas fuertes lo llevaban por doquier, él iba y venía de entre los árboles, daba volteretas y gritaba a la vez:
-¡Pelayooo! estoy volandooo... ¡Pelayooo puedo volarrr!- decía feliz, más que feliz, lleno de algarabía, su pecho se inflamaba de alegría. .
De inmediato la voz se corrió por toda la selva del Manu, en segundos los animales del bosque estaban enterados de la gran noticia. Ya no más miedo de volar, Francisco era libre.
Los papagayos que estaban en todos los árboles cercanos observaban absortos las piruetas que hacía Francisco en su vuelo y éste por supuesto era él más sorprendido.
-¡Si, si, si!- decía con entusiasmo. Su primo tenía razón, él podía volar e ir a donde lo lleve el viento y desde el cielo podía dominar la selva. Su cuerpo y sus alas era fuertes y estaban diseñadas para llevarlo a donde él desee.
Pelayo sentía una gran felicidad al ver a su primo volar, jamás había imaginado tanta alegría.
Por fin Francisco se daba cuenta que no se iba a caer si se lanzaba al viento. Él que en un momento estuvo dispuesto a no insistir más y dejar a su primo en paz. Fue un pequeño accidente que sufrió Francisco el que lo lanzó a volar.
Adiós angustias, adiós y temores, Francisco ahora era un papagayo fuerte y feliz, ya toda la selva del Manu lo sabía.
Al cabo de un rato Francisco seguía volando, no se detenía un segundo, ni se cansaba y en su ir y venir gritaba.
-Pelayooo! mira cómo vuelo ¡Pelayooo! ¡estoy volandooo!.
-¡Por qué!...¿por qué?...tengo un primo tan exagerado- decía Pelayo mientras se tocaba la cabeza molesto - primero no quería volar y ahora casi me está volviendo loco con ¡Pelayooo...Pelayooo!...¡Pelayoooo! pero en el fondo se sentía feliz de verlo volar.
Francisco no se detenía, su nuevo ímpetu era real, él nunca antes había sentido este nuevo brío. Sus sueños de volar y de comer las más deliciosas frutas de los árboles lejanos se hacia realidad.
El otorongo a los pies del árbol donde solía descansar, también escuchaba toda la algarabía de Francisco y todo el alboroto que se había formado en la selva del Manu.
-No puede ser, Francisco está volando y lo hace con mucho ímpetu, que bien lo felicito, ahora si, esos papagayos parlanchines me van a dejar dormir, por fin tendremos paz en el Manu- decía el otorongo impaciente, mientras trataba de relajarse.
Cuando casi se ocultaba el sol por fin Francisco dejó de volar y fue a posarse al lado de Pelayo que de verlo volar todo el día estaba cansado.
-Pelayo, Pelayo- decía Francisco lleno de alegría, mientras zarandeaba a su primo
Éste, un poco molesto contestó -calma Francisco, basta ya me estas alborotando las plumas- y se sacudió para alejarse un poco de su primo.
-Pelayo, lo siento, estoy feliz, muy feliz, no sabes cuanto, tú tenías razón, yo podía volar solo tenía que intentarlo y ahora no quiero dejar de hacerlo.
-Si,si...está bien, yo comprendo tu alegría pero tampoco tienes que exagerar, es necesario tomar las cosas con calma. Esto de volar es de cuidado, no puedes ir por ahí sin precaución- decía Pelayo para advertirle de los peligros que existen en la selva.
Francisco escuchaba con atención porque sabia que él tenía más experiencia.
Cuando llegó la noche y era la hora de dormir, Francisco se acomodo en su rama y se durmió rápidamente, esta exhausto, había sido un día de muchas emociones y de algarabía.
En el Manu ya nadie podría decir Francisco no puede volar, ahora todos los animales del bosque celebraban a Francisco y volvía la calma a la selva.
En el Manu ya nadie podría decir Francisco no puede volar, ahora todos los animales del bosque celebraban a Francisco y volvía la calma a la selva.
Al día siguiente mientras Pelayo se desperezaba y estiraba sus alas, vio que Francisco traía para él unas ricas frutas para el desayuno.
-¡Hey Francisco! has amanecido temprano y lleno de energía.
-Si...Pelayo quería traer el desayuno para agradecer tu paciencia.
-Nada, nada Francisco olvida eso, tú eres mi primo y eso para mí es lo único que cuenta- Pelayo decía esto mientras comía las jugosas frutas de su desayuno.
-¡Hey Francisco! has amanecido temprano y lleno de energía.
-Si...Pelayo quería traer el desayuno para agradecer tu paciencia.
-Nada, nada Francisco olvida eso, tú eres mi primo y eso para mí es lo único que cuenta- Pelayo decía esto mientras comía las jugosas frutas de su desayuno.
Después de terminar de comer, Pelayo y Francisco se unieron a la familia de papagayos, conversaban felices, todos aceptaban ahora al nuevo miembro de la comunidad.
Pero en medio de esta alegría había algo que molestaba a Pelayo, él había observado desde hace algunos días movimientos
extraños en el Manu, mientras entrenaba con Francisco, vio a seres humanos que caminaban entre los árboles y conversaban entre ellos.
Pelayo un momento se alejó de su grupo familiar y se acercó lo más que podía al grupo de hombres quería saber que estaban tramando.
Escondido entre las ramas de un árbol se dio cuenta que los hombres conversaban de lo que iban hacer. Pelayo quedó petrificado, era lo que más temía, él ya conocía lo que hacían -no puede ser, todos los animales de esta selva estamos en peligro-
Los hombres que tanto iban de un lado a otro estaban colocando trampas para cazar animales Pelayo había vivido ya esta situación en su hogar y siempre decía que ver humanos en el bosque no siempre era para el bien de los animales.
¿Qué hacer? ¿cómo solucionar este peligro qué acechaba en el Manú? pensaba Pelayo si estuviera su gran amigo el monito Tomás juntos buscarían la solución.
Francisco al ver que su primo no venía fue a buscarlo y se acercó a él -¿qué sucede Pelayo? ¿qué? ¿qué?- y lo atacaba a preguntas.
-Calma Francisco, no me aturdas y no hagas bulla, solo puedo decir que todos en el Manu estamos en peligro, hay cazadores y nos quieren a nosotros. Vamos sígueme, tenemos que dar la alarma.
Lo primero que hizo Pelayo fue buscar al otorongo al árbol donde éste siempre descansaba y lo llamó:
-Otorongo, otorongo ¿me escuchas?
-¡Qué quieres!... ¿por qué interrumpes mi descanso Pelayo?- contestó molesto el otorongo.
-Tienes que esconderte pronto, hay cazadores en el bosque y tu serías una gran pieza de caza para ellos.
-No, no tengo que esconderme, yo soy el rey de esta selva y con mi fiereza me enfrentaré a ellos y los venceré.
-No, no otorongo tú no puedes contra ellos, los humanos saben como cazar, es mejor que me hagas caso y te escondas.
El otorongo disgustado se levantó y se retiró del lugar. El peligro había llegado al Manu, Pelayo lo presentía...
CONTINUARÁ
Pelayo un momento se alejó de su grupo familiar y se acercó lo más que podía al grupo de hombres quería saber que estaban tramando.
Escondido entre las ramas de un árbol se dio cuenta que los hombres conversaban de lo que iban hacer. Pelayo quedó petrificado, era lo que más temía, él ya conocía lo que hacían -no puede ser, todos los animales de esta selva estamos en peligro-
Los hombres que tanto iban de un lado a otro estaban colocando trampas para cazar animales Pelayo había vivido ya esta situación en su hogar y siempre decía que ver humanos en el bosque no siempre era para el bien de los animales.
¿Qué hacer? ¿cómo solucionar este peligro qué acechaba en el Manú? pensaba Pelayo si estuviera su gran amigo el monito Tomás juntos buscarían la solución.
Francisco al ver que su primo no venía fue a buscarlo y se acercó a él -¿qué sucede Pelayo? ¿qué? ¿qué?- y lo atacaba a preguntas.
-Calma Francisco, no me aturdas y no hagas bulla, solo puedo decir que todos en el Manu estamos en peligro, hay cazadores y nos quieren a nosotros. Vamos sígueme, tenemos que dar la alarma.
Lo primero que hizo Pelayo fue buscar al otorongo al árbol donde éste siempre descansaba y lo llamó:
-Otorongo, otorongo ¿me escuchas?
-¡Qué quieres!... ¿por qué interrumpes mi descanso Pelayo?- contestó molesto el otorongo.
-Tienes que esconderte pronto, hay cazadores en el bosque y tu serías una gran pieza de caza para ellos.
-No, no tengo que esconderme, yo soy el rey de esta selva y con mi fiereza me enfrentaré a ellos y los venceré.
-No, no otorongo tú no puedes contra ellos, los humanos saben como cazar, es mejor que me hagas caso y te escondas.
El otorongo disgustado se levantó y se retiró del lugar. El peligro había llegado al Manu, Pelayo lo presentía...
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