domingo, 1 de julio de 2018

EL ESPÍRITU DE LA SELVA

PELAYO VISITA EL MANU: 
Con los gritos de Francisco tremendo alboroto se formó al rededor de los primos, las aves y demás loros de todos los tamaños y colores se sorprendían al escuchar a Francisco. Por tierra, río y aire los animales emitían mil ruidos para protestar. 
Las tortugas de río se arremolinaban en la orilla para ver y escuchar lo que sucedía, preguntaban a los delfines rosados ¿por qué tanto alboroto? 
Estos contestaban es Francisco que no quiere volar.  
Pelayo para tranquilizar a su primo se acercó a éste y con voz serena  dijo:
-Esta bien bien Francisco, calma no es necesario que te pongas así, ya no vamos a volver hablar del vuelo, te prometo que jamás voy a pronunciar esa palabra. 
Francisco se puso feliz, por fin su primo comprendía que él no quería volar ni alejarse del árbol que era su hogar, entonces de la alegría dio un pequeño salto, un tropiezo y cayó de la rama.
Pelayo miraba como caía su primo  y en su desesperación  gritaba para que éste lo escuche.
-¡Tus alas Francisco!...¡tus alas!...¡no olvides!. 
Francisco escuchó los gritos de Pelayo y abrió las alas, comenzó a batirlas, detuvo su caída y remonto el vuelo hacia los árboles. Era fantástico sus alas fuertes lo llevaban por doquier, él iba y venía de entre los árboles, daba volteretas y gritaba a la vez:
-¡Pelayooo! estoy volandooo... ¡Pelayooo puedo volarrr!-  decía feliz, más que feliz, lleno de algarabía, su pecho se inflamaba de alegría.  . 
De inmediato la voz se corrió por toda la selva del Manu, en segundos los animales del bosque estaban enterados de la gran noticia. Ya no más miedo de volar, Francisco era libre.   
Los papagayos que estaban en todos los árboles cercanos observaban absortos las piruetas que hacía  Francisco en su vuelo y éste por supuesto era él más sorprendido. 
-¡Si, si, si!- decía con entusiasmo. Su primo tenía razón, él podía volar e ir a donde lo lleve el viento y desde el cielo podía  dominar la selva.  Su cuerpo y sus alas era fuertes y estaban diseñadas  para llevarlo a donde él desee.  
Pelayo sentía una gran felicidad al ver a su primo volar, jamás había imaginado tanta alegría. 
Por fin Francisco se daba cuenta que no se iba a caer si se lanzaba al viento.  Él que en un momento estuvo dispuesto a no insistir más y dejar a su primo en paz.  Fue un  pequeño accidente que sufrió Francisco el que lo lanzó a volar.                
Adiós angustias, adiós y temores, Francisco ahora era un papagayo fuerte y feliz, ya toda la selva del Manu lo sabía. 
Al cabo de un rato Francisco seguía volando, no se detenía un segundo, ni se cansaba y en su ir y venir gritaba. 
-Pelayooo! mira cómo vuelo ¡Pelayooo!  ¡estoy volandooo!.
-¡Por qué!...¿por qué?...tengo un primo tan exagerado- decía Pelayo mientras se tocaba la cabeza molesto  - primero no quería volar y ahora casi me está volviendo loco con ¡Pelayooo...Pelayooo!...¡Pelayoooo! pero en el fondo se sentía feliz de verlo volar. 
Francisco  no se detenía, su nuevo ímpetu era real, él nunca antes había sentido este nuevo brío.  Sus sueños de volar y de comer las más deliciosas frutas de los árboles lejanos se hacia realidad.
El otorongo a los pies del árbol donde solía descansar, también escuchaba toda la algarabía de Francisco y todo el alboroto que se había formado en la selva del Manu.  
-No puede ser, Francisco está volando  y lo hace  con mucho ímpetu, que bien lo felicito, ahora si, esos papagayos parlanchines me van a dejar dormir, por fin tendremos paz en el Manu-  decía el otorongo impaciente, mientras trataba de relajarse.  
Cuando casi se ocultaba el sol por fin Francisco dejó de volar y fue a posarse al lado de Pelayo que de verlo volar todo el día estaba cansado. 
-Pelayo, Pelayo- decía Francisco lleno de alegría,  mientras zarandeaba a su primo
Éste, un poco molesto contestó -calma Francisco, basta ya me estas alborotando las plumas- y se sacudió para alejarse un poco de su primo. 
-Pelayo, lo siento, estoy feliz, muy feliz, no sabes cuanto, tú tenías razón, yo podía volar solo tenía que intentarlo y ahora no quiero dejar de hacerlo. 
-Si,si...está bien, yo comprendo tu alegría pero tampoco tienes que exagerar, es necesario tomar las cosas con calma. Esto de volar es de cuidado, no puedes ir por ahí sin precaución-  decía Pelayo  para advertirle de los peligros que existen en la selva.    
Francisco escuchaba con atención  porque sabia que él tenía más experiencia.      
Cuando llegó la noche y era la hora de dormir, Francisco se acomodo en su rama y se durmió rápidamente, esta exhausto, había sido un día de muchas emociones y de algarabía.
En el Manu ya nadie podría decir Francisco no puede volar, ahora todos los animales del bosque celebraban a Francisco y volvía la calma a la selva.     
Al día siguiente mientras Pelayo se desperezaba y estiraba sus alas, vio que Francisco traía para él unas ricas frutas para el desayuno.
-¡Hey Francisco! has amanecido temprano y lleno de energía. 
-Si...Pelayo quería traer el desayuno para agradecer tu paciencia.
-Nada, nada Francisco olvida eso, tú eres mi primo y eso para mí es lo único que cuenta-  Pelayo decía esto mientras comía las jugosas frutas de su desayuno. 
Después de terminar de comer, Pelayo y Francisco se unieron a la familia de papagayos, conversaban felices, todos aceptaban ahora al nuevo miembro de la comunidad. 
 Pero en medio de esta alegría había algo que molestaba a Pelayo, él había observado desde hace algunos días movimientos  
extraños en el Manu, mientras entrenaba con Francisco, vio a seres humanos que caminaban entre los árboles y conversaban entre ellos.
Pelayo un momento se alejó de su grupo familiar y se acercó  lo más que podía al grupo de hombres quería saber que estaban tramando.  
Escondido entre las ramas de un árbol  se dio cuenta que los hombres conversaban de lo que iban hacer. Pelayo quedó petrificado, era lo que más temía, él ya conocía lo que hacían   -no puede ser, todos los animales de esta selva  estamos en peligro- 
Los hombres que tanto iban de un lado a otro estaban colocando trampas para cazar animales Pelayo había vivido ya esta situación en su hogar y siempre decía que ver humanos en el bosque no siempre era para el bien de los animales. 
¿Qué hacer?  ¿cómo solucionar este peligro qué acechaba en el Manú? pensaba Pelayo si estuviera su gran amigo el monito Tomás juntos buscarían la solución. 
Francisco al ver que su primo no venía fue a buscarlo y se acercó a él -¿qué sucede Pelayo? ¿qué?  ¿qué?-  y lo atacaba a preguntas.
-Calma Francisco, no me aturdas y no hagas bulla, solo puedo decir que todos en el Manu estamos en peligro, hay cazadores y nos quieren a nosotros. Vamos sígueme, tenemos que dar la alarma.
Lo primero que hizo Pelayo fue buscar al otorongo al árbol donde éste siempre descansaba y lo llamó:
-Otorongo, otorongo  ¿me escuchas?
-¡Qué quieres!... ¿por qué interrumpes mi descanso Pelayo?-  contestó molesto el otorongo.
-Tienes que esconderte pronto, hay cazadores en el bosque y tu serías una gran pieza de caza para ellos.
-No, no tengo que esconderme, yo soy el rey de esta selva y con mi fiereza me enfrentaré a ellos y los venceré.  
-No, no otorongo tú no puedes contra ellos, los humanos saben como cazar, es mejor que me hagas caso y te escondas. 
El otorongo disgustado se levantó y se retiró del lugar. El peligro había llegado al Manu, Pelayo lo presentía... 
CONTINUARÁ     
       

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