PELAYO VISITA EL MANU:
Los cazadores después de algunos días habían regresado y revisaban sus trampas una y otra vez, querían estar seguros que éstas funcionen como era de esperar.
Mientras, en la cabaña el guardabosques esperaba que lleguen sus compañero para hacer la intervención de captura a los cazadores furtivos.
Joaquín Vásquez alistaba su equipo y también una escopeta, el tiempo pasaba y la ayuda ya no tardaba en llegar.
Afuera en el bosques Pelayo y Francisco ocultos entre las ramas de un árbol esperaban confiados los acontecimientos.
El otorongo agazapado entre la espesa vegetación miraba atento cualquier movimiento de los cazadores, ellos no debían verlo de lo contrario su vida correría peligro.
De pronto en la espesura de la selva, muy despacio y sin hacer ruido, llegó el equipo de guarda bosques. Por una de las ventanas de la cabaña, uno de ellos le avisaba a Joaquín de su presencia. Éste salio a recibirlos, con cuidado les indico el camino, él iba adelante del grupo de guardabosques que caminaban en silencio entre la vegetación. Lo importante era sorprender a los cazadores para que no puedan escapar o enfrentarse a tiros con ellos.
Hacer la captura sin el menor daño posible era indispensable, en los árboles de los alrededores los animales del bosque observaban atentos como ocurría la acción.
Cuando los guardabosques rodearon a los cazadores, uno de ellos con un altavoz en la mano decía: DETÉNGANSE, ESTÁN RODEADOS, NO DEBEN MOVERSE- un cazador al verse sorprendido hizo un tiro al aire para crear confusión y poder escapar pero en el pánico de ser detenidos, los cazadores corrieron a internarse en la profundidad de la selva.
El guardabosque que tenía el altavoz les advertía -NO DEBEN INTERNARSE EN LA SELVA, ES PELIGROSO PERDERSE EN LA ENMARAÑADA VEGETACIÓN- los cazadores hicieron caso omiso a la advertencia y siguieron corriendo selva adentro.
Era lamentable pero el guardabosque tenía razón, perderse en las profundidades de la selva era para no regresar, ni siquiera los nativos que vivían en la zona se internaban más allá de lo necesario. Ellos mismos decían "Si te pierdes en la selva, ésta te devora y nunca más vuelves a salir".
El grupo de guardabosques los siguió unos pasos pero era inútil, se dieron cuenta que no debían ir más allá, era imposible detenerlos. Entonces todos ellos regresaron donde estaban las trampas y otros objetos de los cazadores, en una balsa cerca al rió encontraron varias cajas que en su interior tenían algunos animales que habían logrado cazar, estos estaban amontonados y al borde de la asfixia, de inmediato fueron dejados en libertad. Su presa mayor era un lagarto de gran tamaño que al verse libre corrió presuroso al río.
Las trampas fueron desarmadas para que nunca más vuelvan a ser usadas, las cajas y redes fueron llevadas por los guardabosques.
De los cazadores nunca más se volvió a saber, se había cumplido el presagio del peligro de perderse en la selva.
Joaquín Vásquez agradeció a sus compañeros la ayuda y antes que empiece anochecer se despidió de su grupo de amigos.
Pelayo y Francisco en el árbol daban pequeños saltos de felicidad, de nuevo el bosque estaba seguro y no había nada que temer.
El otorongo salio de su escondite, no cabía en su cuerpo de tanta alegría, el peligro se había ido con los cazadores.
El guardabosque sentado en el interior de su cabaña reflexionaba sobre los acontecimientos del día y el accionar de los pequeños papagayos. Él, ahora no dudaba de los misterios en el interior de la selva amazónica.
En el viaje de regreso a la comunidad de papagayos, Pelayo viajaba perezoso y feliz sobre el lomo del otorongo, ese era un lugar más seguro para él. Mientras tanto Francisco volaba revoloteando entre los arboles, él no se cansaba de volar, ahora que ya sabía cómo hacerlo.
Al paso de los amigos, el bosque estallaba en cientos de sonidos que hacían los animales, la voz se había corrido por todo el Manu, los cazadores ya no estaban y la felicidad reinaba de nuevo en la selva amazónica.
Mariposas de mil colores volaban al rededor de los tres amigos, pequeños sapos, lagartijas y hasta las peligrosas hormigas festejaban el acontecimiento. El gran lagarto que se había salvado, contaba a sus amigos en el río, su peligrosa experiencia.
Monos de las diferentes familias y tamaños, reptiles de todas la variedades respiraban tranquilos en un ambiente de festejo.
Al llegar a la comunidad de papagayos, Pelayo y Francisco volaron a su árbol, el otorngo que se sentía cansado se fue a su madriguera a dormir. Para todos había sido un día lleno de tensión y peligro.
Mientras, en la cabaña el guardabosques esperaba que lleguen sus compañero para hacer la intervención de captura a los cazadores furtivos.
Joaquín Vásquez alistaba su equipo y también una escopeta, el tiempo pasaba y la ayuda ya no tardaba en llegar.
Afuera en el bosques Pelayo y Francisco ocultos entre las ramas de un árbol esperaban confiados los acontecimientos.
El otorongo agazapado entre la espesa vegetación miraba atento cualquier movimiento de los cazadores, ellos no debían verlo de lo contrario su vida correría peligro.
De pronto en la espesura de la selva, muy despacio y sin hacer ruido, llegó el equipo de guarda bosques. Por una de las ventanas de la cabaña, uno de ellos le avisaba a Joaquín de su presencia. Éste salio a recibirlos, con cuidado les indico el camino, él iba adelante del grupo de guardabosques que caminaban en silencio entre la vegetación. Lo importante era sorprender a los cazadores para que no puedan escapar o enfrentarse a tiros con ellos.
Hacer la captura sin el menor daño posible era indispensable, en los árboles de los alrededores los animales del bosque observaban atentos como ocurría la acción.
Cuando los guardabosques rodearon a los cazadores, uno de ellos con un altavoz en la mano decía: DETÉNGANSE, ESTÁN RODEADOS, NO DEBEN MOVERSE- un cazador al verse sorprendido hizo un tiro al aire para crear confusión y poder escapar pero en el pánico de ser detenidos, los cazadores corrieron a internarse en la profundidad de la selva.
El guardabosque que tenía el altavoz les advertía -NO DEBEN INTERNARSE EN LA SELVA, ES PELIGROSO PERDERSE EN LA ENMARAÑADA VEGETACIÓN- los cazadores hicieron caso omiso a la advertencia y siguieron corriendo selva adentro.
Era lamentable pero el guardabosque tenía razón, perderse en las profundidades de la selva era para no regresar, ni siquiera los nativos que vivían en la zona se internaban más allá de lo necesario. Ellos mismos decían "Si te pierdes en la selva, ésta te devora y nunca más vuelves a salir".
El grupo de guardabosques los siguió unos pasos pero era inútil, se dieron cuenta que no debían ir más allá, era imposible detenerlos. Entonces todos ellos regresaron donde estaban las trampas y otros objetos de los cazadores, en una balsa cerca al rió encontraron varias cajas que en su interior tenían algunos animales que habían logrado cazar, estos estaban amontonados y al borde de la asfixia, de inmediato fueron dejados en libertad. Su presa mayor era un lagarto de gran tamaño que al verse libre corrió presuroso al río.
Las trampas fueron desarmadas para que nunca más vuelvan a ser usadas, las cajas y redes fueron llevadas por los guardabosques.
De los cazadores nunca más se volvió a saber, se había cumplido el presagio del peligro de perderse en la selva.
Joaquín Vásquez agradeció a sus compañeros la ayuda y antes que empiece anochecer se despidió de su grupo de amigos.
Pelayo y Francisco en el árbol daban pequeños saltos de felicidad, de nuevo el bosque estaba seguro y no había nada que temer.
El otorongo salio de su escondite, no cabía en su cuerpo de tanta alegría, el peligro se había ido con los cazadores.
El guardabosque sentado en el interior de su cabaña reflexionaba sobre los acontecimientos del día y el accionar de los pequeños papagayos. Él, ahora no dudaba de los misterios en el interior de la selva amazónica.
En el viaje de regreso a la comunidad de papagayos, Pelayo viajaba perezoso y feliz sobre el lomo del otorongo, ese era un lugar más seguro para él. Mientras tanto Francisco volaba revoloteando entre los arboles, él no se cansaba de volar, ahora que ya sabía cómo hacerlo.
Al paso de los amigos, el bosque estallaba en cientos de sonidos que hacían los animales, la voz se había corrido por todo el Manu, los cazadores ya no estaban y la felicidad reinaba de nuevo en la selva amazónica.
Mariposas de mil colores volaban al rededor de los tres amigos, pequeños sapos, lagartijas y hasta las peligrosas hormigas festejaban el acontecimiento. El gran lagarto que se había salvado, contaba a sus amigos en el río, su peligrosa experiencia.
Monos de las diferentes familias y tamaños, reptiles de todas la variedades respiraban tranquilos en un ambiente de festejo.
Al llegar a la comunidad de papagayos, Pelayo y Francisco volaron a su árbol, el otorngo que se sentía cansado se fue a su madriguera a dormir. Para todos había sido un día lleno de tensión y peligro.
En la rama de su árbol Pelayo comentaba con Francisco:
-Ha sido un día de mucha acción, no debemos olvidar que el peligro puede estar presente en cualquier momento.
-¡Si!... es verdad Pelayo siempre debemos estar atentos.
Francisco había aprendido algo nuevo.
Muy serio Pelayo contestaba:
-Los humanos son tercos, ellos no quieren comprender que la selva es nuestro único hogar y nuestro mundo, solo aquí somos felices, además el bosque está vivo gracias a nosotros los animales, sin nuestra presencia, el bosque moriría lentamente. Los humanos tiene que saber que no podemos vivir al lado de ellos y que deben dejar de insistir en cazarnos de una vez por todas.
Esto para Pelayo era una gran verdad, él ya lo había vivido antes y sabía como era la realidad en su día a día.
CONTINUARÁ
-Ha sido un día de mucha acción, no debemos olvidar que el peligro puede estar presente en cualquier momento.
-¡Si!... es verdad Pelayo siempre debemos estar atentos.
Francisco había aprendido algo nuevo.
Muy serio Pelayo contestaba:
-Los humanos son tercos, ellos no quieren comprender que la selva es nuestro único hogar y nuestro mundo, solo aquí somos felices, además el bosque está vivo gracias a nosotros los animales, sin nuestra presencia, el bosque moriría lentamente. Los humanos tiene que saber que no podemos vivir al lado de ellos y que deben dejar de insistir en cazarnos de una vez por todas.
Esto para Pelayo era una gran verdad, él ya lo había vivido antes y sabía como era la realidad en su día a día.
CONTINUARÁ
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