La celebración del Año Nuevo había terminado, la ciudad recobraba su habitual rutina. Los días se hacían más largos, el verano calentaba los termómetros y el entusiasmo de la gente por vivir el nuevo año se hacia más notable.
Octavia acompañó a Rubí para dejarla en el internado como la madre superiora lo había ordenado.
Antes de despedirse comentó: -no te preocupes mi niña, los días pasan muy rápido y pronto será de nuevo domingo, yo vendré a recogerte para ir a la boda de Rosalina, recuerda que sin la niña de las flores no hay boda-. Abrazó a Rubí con la promesa de regresar por ella el próximo domingo.
La niña contestó: -si madrina, yo desde temprano voy a estar lista esperando por usted-. Octavia la besó en la frente y se retiró del convento con tristeza en el corazón, hubiera sido tan bueno que la pequeña viva con la familia, pero eso no podía ser y había que aceptarlo.
Cuando llegó a su casa como siempre fue directo a su pequeño salón, tenía que revisar algunos documentos y hacer las cuentas del mes, Felicitas pidió permiso para entrar y organizar con su señora el almuerzo y la cena del día, Octavia conversaba con ella, de pronto Ondina interrumpió la conversación, venía cargando en sus brazos dos cajas grandes: -señora llegaron los vestidos- decía con emoción.
-¡Que bueno!, Ondina pon las cajas sobre mi escritorio y ve a llamar a Emiliana. Felicitas ayúdame abrir las cajas-. contestó Octavia y se puso de pie.
La modista había enviado con un mensajero los vestidos que Emiliana y Rubí iban a usar el día de la boda, eran un sueño como bien comentó Hortensia en la reunión de las Damas días antes.
Emiliana entró al salón y exclamó -madre los vestidos son preciosos, el color, la tela y el modelo ni que decir-. exclamaba con entusiasmo la joven, mientras levantaba su vestido.
Los dos vestidos eran bellos y estaban bien confeccionados, los acabados impecables. Emiliana y Rubí estarían a la altura de la ocasión con sus vestidos de un suave color melón.
Manuelito al escuchar todo el alboroto que se armaba en el salón fue a ver que pasaba y pensó, tanto ruido por unos vestidos ¡qué hacer!.
-Ondina, acompaña a Emiliana para guardar los vestidos es importante que no se arruguen-. Ondina y Emiliana se llevaron los vestidos en sus cajas, estaban felices y comentaban en el corredor.
Octavia se quedó con Felicitas para seguir organizando el menú del día.
Hortensia en su casa daba los últimos toques a los detalles de la boda, la sala que era bastante grande y el comedor habian sido despejados y decorados para la fiesta, nada debía quedar sin su aprobación.
Un asistente de Hipólito llegó hasta la casa para traer unos documentos que su jefe necesitaba, Hipólito lo hizo pasar a la biblioteca y en el escritorio examinaba los documentos y un informe escrito por el asistente, unos segundos se mantuvo paralizado, esa letra él la conocía y podía compararla, abrió un cajón de su escritorio y sacó uno de los anónimos que tenía guardado, entonces exclamó en voz alta.
-Tú, has sido tú el autor de los anónimos- se acercó a él, lo tomó del saco y lo zarandeó con fuerza
-todo el tiempo has estado cerca de mí, cuales eran tus intenciones al enviar estos anónimos-.
El asistente contestó nervioso:- señor Hipólito cálmese por favor, yo no he querido faltar a su familia lo único que yo pretendía era pedir la mano de su hija, no quería que se comprometiera con nadie-.
-Todo este tiempo hemos vivido en zozobra y preocupación, hemos pensado mal de Quinto y tú jugabas a los anónimos. ¡Fuera de mi casa! si no quieres que llame a la policía y te denuncie, es inconcebible tu actitud, yo te di toda mi confianza, jamás te hubiera dado permiso para cortejar a mi hija- gritaba con ira y lo empujaba a la puerta de la calle -ya veré que voy hacer contigo- gritaba más fuerte.
Hortensia escuchó a su esposo y se acercó a la biblioteca solo para ver salir al asistente a toda prisa, mientras Hipólito lo seguía atrás.
-¿Qué sucede por favor, por qué gritas así?- preguntaba a su esposo.
A una de las empleadas le pidió que traiga un vaso con agua cuando vio a Hipólito que se sentaba en una de la sillas del zaguán y se aflojaba el cuello de la camisa. Entonces Hortensia pensó ahorita le da algo a este hombre.
-Calma Hipólito ya no puedes respirar- decía preocupada por él y le alcanzó el vaso de agua.
Hipólito tomó el vaso y contestó -Ya, ya estoy bien, solo necesito calmarme, lo que me acabo de enterar es tan inverosímil - luego contó a su esposa sobre su asistente y los anónimos, ella por una parte estaba indignada con el asunto pero por otra parte sentía un gran alivio que las cosas se aclaren y no sean más graves.
-Mi Dios Hipólito, que tranquilidad saber quién es el autor de esos anónimos, pero no debemos decir nada a Quinto, imagina lo que podría hacerle a ese joven, es mejor guardar silencio y contar los días que faltan para la boda-. comentó Hortensia y su esposo estuvo de acuerdo.
Las palabras de Hortensia fueron reales, los días pasaron tan rápido que ya era domingo día de la boda. Su casa esa mañana era un verdadero ir y venir, la madre ayudaba a Rosalina con sus arreglos y a ponerse el vestido, la joven se veía deslumbrante el traje era hermoso y ella lucía más bella aun.
-Rosalina, mi niña estás perfecta con el vestido y le entregó en las manos un precioso bouquet de novia especialmente hecho para ella, Sí, era verdad Rosalina lucía perfecta y bella.
Octavia y su familia también se preparaban para la boda, Emiliana se puso su vestido con ayuda de Ondina mientras a Rubí la ayudaba su madrina, las dos niñas lucían lindas con sus trajes Octavia las miraba y se sentía feliz: -madrina ahora si soy el Hada de las flores- y se dio una vuelta completa para lucir su vestido. Octavia colocó en el cabello de las dos jovencitas flores, según lo convenido con Hortensia.
La familia se reunió en la sala, Aníbal y Manuelito lucían impecables y guapos con sus ternos, Octavia con un vestido fino de encaje también se veía bella, Emiliana y Rubí estaban perfectas con sus vestidos para acompañar a la novia en la iglesia.
Ondina y Felicitas partieron a su día de descanso y la familia salía de la casa para la iglesia de San Pedro donde se iba a realizar la ceremonia religiosa a las doce del día. Un coche alquilado para llevarlos a la iglesia los esperaba.
En la iglesia los invitados esperaban a la novia y su séquito. Quinto de pie junto al altar estaba nervioso, se escuchaba un murmullo general entre los asistentes, ¿Quiénes eran esos caballeros que acompañaban al novio?, por fin todos se enteraron que eran los hermanos de Quinto que vinieron para acompañar a su hermano. Lucían impecables en sus ternos y el novio se había esmerado especialmente en su arreglo. Segundo, Ángel y Teo llegaron un día antes de la boda, el mismo Quinto estaba sorprendido y agradecido por su visita. Segundo traía una carta de Fausto el hermano mayor que se había quedado en la hacienda al frente del trabajo. En una de las líneas de la carta, Fausto le recomendaba a su hermano que se maneje con cuidado, él no lo iba ayudar siempre -Quinto de aquí en adelante es tu responsabilidad, no quiero oír problemas de tu parte- luego lo felicitaba por su boda y le deseaba lo mejor.
La novia entró a la iglesia espléndida con su vestido bello y romántico, adelante del séquito iba Rubí que traía en sus manos una pequeña canasta con pétalos de rosas y los arrojaba al aire, la seguían las damas de honor con Emiliana entre ellas, cada una lucia muy linda con sus vestidos. Rosalina del brazo de su padre sonreía, mientras avanzaban por el pasadizo central hacia el altar. Quinto recibió a la novia de los brazos de su padre, éste le advirtió -te entregó a mi hija, debes cuidarla con amor-. Él prometió que así lo haría.
El sacerdote que oficio la ceremonia habló y aconsejó a los novios, sus palabras fueron escuchadas con atención por todos los feligreses que no dejaban de sorprenderse por la visita inesperada de los hermanos del novio. Al terminar la ceremonia religiosa, el padre felicitó a los ahora esposos, les deseo dicha y parabienes.
Después de salir de la iglesia los recién casados, los padres e invitados se dirigían a la casa de la familia donde se iba a festejar la boda con un almuerzo, baile y brindis.
La casa estaba llena de invitados, familiares, amigas de Hortensia, algunos invitados de Quinto y sobretodo sus hermanos a los que Quinto agradeció en voz alta cuando habló y agradecio también a los padres de la novia.
Cuando los nuevos esposos abrieron el baile todos los invitados los siguieron, Teo no dejó de bailar con Emiliana, él tenía muchas atenciones con la joven, Aníbal estaba atento a cada paso de su hija. Octavia sonreía al ver a su esposo cuidar a su niña. Manuelito comía dulces y bocaditos al lado de Rubí y Hortensia se acercó a Octavia en un momento para decirle -querida amiga por fin puedo descansar tranquila ya sabemos quien era el autor de los anónimos y cuál era su intención-. Petra y Ana Luisa también escucharon el comentario y se alegraron por su amiga.
Octavia recomendó a Rubí y a Manuelito no comer tantos dulces porque se iban a empachar y enfermar.
La fiesta duró hasta la media noche, se bailó, se brindó por la felicidad de los novios, Quinto se sentía feliz, Rosalina ya era su esposa. Los recién casados antes de la media noche se despedían de los invitados y familiares y se marcharon a su luna de miel con rumbo desconocido. Los invitados hicieron lo propio y agradecían a los dueños de casa por la invitación.
Aníbal Octavia y sus hijos también se despedían de Hipólito y Hortensia, los felicitaban porque la fiesta había sido perfecta y Rosalina había estado muy bella.
En su casa Aníbal y Octavia comentaban los detalles de la fiesta y lo felices que se veían los padres de Rosalina después de vivir varios días de preocupación.
Hipólito y Hortensia antes de irse a dormir conversaban sobre el destino del mensajero ¿Qué había sucedido con él se preguntaban?. El padre de Rosalina se sentiría culpable si le ocurriese algo malo a Víctor Sifuentes... el mensajero.
Pero Hipólito no tenía conocimiento que él estaba en la hacienda bien vigilado y sin las posibilidades de poder salir a sitio alguno.
Fausto al día siguiente de la boda de su hermano, habló con Sifuentes: -mañana temprano puedes irte de la hacienda, Hernán mi hermano menor y dos empleados te acompañaran hasta el camino que lleva a la capital, fuiste nuestro huésped pero es tiempo de regresar con los tuyos- y antes que el mensajero pueda hablar le ordenó retirarse de su presencia.
Al día siguiente al despuntar el alba, Víctor Sifuentes, acompañado por Hernán, Quispe y Rodo sus vigilantes salían de la hacienda, lo acompañaron hasta el camino general y ahí lo despidieron, no se movieron del sitio hasta ver que el mensajero y su caballo desaparecían a lo lejos en el camino.
CONTINUARÁ