Eugenia tenía en los brazos a su hija, se la entregó a Filomena para que termine de darle de comer y sorprendida dijo:
-¿Quienes pueden ser estos caballeros que desean hablar conmigo? es mejor que no los haga esperar más para salir de una vez de las dudas-.
Celestina venía por el pasillo y Eugenia comentó: -es mejor que te quedes cerca de la sala si acaso necesito tu ayuda-Celestina obedeció y se quedó en el pasillo.
Eugenia entró en la sala y los dos caballeros se pusieron de pie, uno de ellos era un inspector de la policía y el otro se identificó como representante legal de la naviera donde trabajaba Eduardo.
Después de la presentaciones del caso, tomaron asiento donde les señaló Eugenia. El representante legal de la naviera tenía en sus manos una gran bolsa de papel, la abrió y sacó un abrigo y dirigiéndose a Eugenia preguntó: -¿señora queremos saber si este abrigo pertenece a su esposo?-.
Eugenia sentía que le faltaba la respiración, reconoció de inmediato el abrigo de Eduardo, estaba segura que era de él. Apenas pudo contestar: -si, ese abrigo es de mi esposo-.
El representante de la naviera seguía hablando, trataba de explicar donde habían encontrado la prenda. Eugenia escuchaba atónita, creía que se iba a desmayar, en medio de su confusión se preguntaba ¿qué había pasado con su esposo?-.
Por la palidez de su rostro, el caballero de la naviera preguntó: -señora, ¿se siente bien?-.
-Si, si...estoy bien contestó Eugenia -¿donde han encontrado su abrigo? y ¿qué le ha sucedido a mi esposo?- preguntó recobrando la calma.
-Creemos que esta perdido en algún lugar del camino al norte, ni a él ni a su asistente se les ha podido ubicar pero no se preocupe nosotros no vamos a detenernos y seguiremos buscando hasta encontrarlos. Confié en que los vamos a encontrar-.
El inspector de policía le entregó el abrigo de Eduardo y el jefe de la naviera le dio su tarjeta y agregó:-ni bien ubiquemos a su esposo se lo vamos a comunicar-.
Se pusieron de pie y se retiraron. Eugenia en ese momento recién pudo llorar con desesperación, abrazó el abrigo de Eduardo, lo imaginó caminando perdido con hambre y con frío. Recordó la noche que escuchó claramente su voz que la llamaba, tal vez era un presentimiento del peligro en el que se encontraba su esposo.
Celestina entró en la sala al escucharla llorar: -señorita Eugenia ¿Qué sucede?- preguntó.
-Mi esposo está perdido en algún lugar y no lo ubican, solo han encontrado su abrigo. Celestina trae el agua de azahares, necesito calmar mis nervios- ordenó entre sollozos, no deseaba pensar en algo peor.
Filomena al enterarse de lo sucedido junto a Celestina, trataban de consolar a Eugenia que estaba casi aturdida con los terribles sucesos.
Una hora más tarde se preparó para ir a trabajar a la pastelería, si se quedaba en su casa sería peor, el trabajo la iba ayudar a no pensar en nada que no fuera encontrar sano y salvo a su esposo.
Cuando llegó a la pastelería, Felicia la notó silenciosa y triste, quería preguntarle que le pasaba pero no se atrevió. Después de una tarde de trabajo intenso a las seis de la tarde se cerraba la pastelería, atendieron a los últimos clientes y cerraron las puertas. En el camino de regreso a su casa Eugenia parecía una sombra, ya no traía la alegría de siempre, solo quería saber la noticia que habían encontrado a Eduardo.
En la noche a la hora de la cena casi no probó alimento. En su habitación abrazaba y besaba Azucena para hacerla dormir, luego la puso en su cuna, la bebé todavía compartía la misma habitación de sus padres. Eugenia se sentó en un sillón cerca a la cama, no tenía sueño, se acordó de los padres de Eduardo, cómo les daría la noticia que su hijo estaba perdido. Mejor era esperar unos días para tener noticias de él.
En el día, el ritmo de trabajo en la pastelería la aturdía por unas horas, el no tener todavía noticias la angustiaba. En su casa revisaba las cuentas y hacia esfuerzos por no llorar. Se dedicaba de lleno a su hija que inocente estaba ajena al drama que se vivía.
Habían pasado cuatro días desde la visita del representante de la naviera y el inspector de policía, no se tenían noticias. El día anterior Eugenia visitó la jefatura y habló con el comisario, no quería perder la esperanza de encontrar a su esposo. Los caminos en aquellos tiempos, eran difíciles de transitar.
Al amanecer del quinto día, Eugenia terminaba de alistarse en su habitación para salir a trabajar, en ese instante Celestina tocó la puerta: -señorita Eugenia este papel estaba debajo de la puerta principal-.
Eugenia tomó el papel y lo reviso, se notaba que a propósito habian escrito con mala caligrafía para que no se identifique al autor. La nota decia -En esta dirección se encuentra su esposo. Calle la Esperanza # 353- puede usted misma comprobarlo- Era la único que estaba escrito, no tenía nombre ni firma. Era un anónimo enviado a su casa
El mensaje la hizo reaccionar -¡no puede ser!- decía -Eduardo se encuentra en esta dirección, tengo que ir a buscarlo-. Celestina ni Filomena sabían leer, ese era un gran problema, Eugenia les tuvo que explicar de que se trataba la nota.
-Señorita, no vaya a esa dirección, usted dice que no conoce quien la escribió, tenga cuidado es por su seguridad- hablaba Filomena para tratar de detener el entusiasmo de Eugenia.
-Tengo que ir Filomena, no puedo descartar ninguna posibilidad de encontrar a mi esposo. No me voy a poner en peligro, si noto algo que no esta bien de inmediato me retiro. Además no iré sola, Polonio me va acompañar-. Terminó de aclarar.
Antes de salir para la pastelería, Eugenia le dio algunas instrucciones a Filomena: -si acaso me sucede algo, busca de inmediato a mi madrina ella sabrá que hacer y por nada de este mundo te separes de Azucena-.
Celestina y Filomena suplicaban a Eugenia que no vaya a esa dirección, era mejor ir a la comisaria pero Eugenia no las escuchaba y salió de la casa tan rápido como podía.
Llegó a las pastelería cuando abría sus puertas, no quería perder tiempo, buscó a Polonio, le pidió que la acompañe a la dirección de la nota y dejó a Felicia al mando de todo. La joven no entendía que pasaba con su prima pero de nuevo, no se atrevió a preguntar. Eugenia tenía demasiada prisa como para explicar lo que sucedía.
En el camino, explicó a Polonio sobre la nota y lo que deseaba hacer, el joven empleado no dudo en apoyar a su jefa. La dirección que mencionaba el anónimo, quedaba a las afueras de la ciudad, se tenía que cruzar el puente sobre el río, era un terreno cercado y cerrado por un portón, estaba rodeado de un terral. Como era de día, Eugenia se animó a tocar, Polonio en silencio estaba a su lado. Esperaron un rato y nadie abría, volvieron a tocar con más fuerza y nadie contestó.
Entonces Polonio comentó: -señorita Eugenia iré hasta la esquina para ver si hay otra puerta- mientras el muchacho se alejaba, una de las hojas del portón se abrió sola. Eugenia empujó el portón y entró, avanzó unos pasos solo alcanzó a decir:
-¡buenos días!- porque lo que vio la dejó petrificada sin poder moverse, quiso retroceder para salir pero la puerta se cerró a su espalda, en el lugar no había nadie, solo unos enormes toros, jamás en su vida había visto animales tan grandes. Que clase de broma macabra era esa, el lugar era un corral donde criaban toros de lidia para la feria de octubre en la Plaza de Acho. Llamó con desesperación a Polonio pero éste no contestaba, golpeó la puerta para tratar de abrirla y nada, pasaron unos minutos los más largos de su vida, hasta que escuchó la voz de Polonio:
-Señorita Eugenia Calma- ella le contestó entre llantos que habían unos toros enormes -tengo miedo Polonio- señaló.
-Señorita, si usted se calma y no se mueve del lugar, los toros no la van atacar, ellos solo se acercan si ven algo que se mueve. Tranquila por favor- rogó Polonio.
-Sácame de este lugar, busca ayuda- decía Eugenia entre lagrimas y se aferró al portón.
Con la bulla y los golpes, la gente de los alrededores se acercó, llamaron al encargado del lugar y éste abrió el portón para sacar a Eugenia. Cuando ella estuvo frente al hombre, asustada le increpó que lo iba a denunciar a la policía pero él contestó que él no sabía nada, al parecer decía la verdad, se le notaba asustado y nervioso por la posibilidad de ir a prisión. Las personas de los alrededores lamentaban lo ocurrido y el encargado rogaba por su inocencia.
Eugenia sacudió su falda, llena de tierra, su blusa blanca estaba rota de una manga, nunca había experimentado tanto miedo. Se retiró del lugar, Polonio la seguía en silencio. Ella se preguntaba ¿Quién abrió el portón? ¿Quién o quienes enviaron el anónimo y con qué intención?.
En su casa Filomena y Celestina se asustaron al verla llegar en ese estado y la ayudaron a cambiarse, Eugenia estaba molesta y en silencio, no deseaba hablar de lo sucedido.
Mas tarde, ese mismo día, Eugenia se presentó en la comisaria con su abogado para hacer una denuncia. A la policía le explicó el incidente vivido, como prueba presentó la nota anónima que llegó a su casa y como testigo a Polonio Conde. La policía inicio las investigaciones del caso, citaron al dueño del lugar y al cuidador pero no se pudo llegar al autor o autores del anónimo.
Una semana más tarde mientras Eugenia atendía a su hija, recibía la noticia que nunca hubiera querido escuchar. El representante de la naviera y el inspector de policía, visitaron de nuevo su casa para comunicarle que habian encontrado a su esposo y a su asistente, los dos estaban sin vida.
Eugenia apenas podía contener las lágrimas: -señora lamentamos lo sucedido, estamos trayendo a Lima los cuerpos. De parte de la naviera y el mío propio le extendemos el pésame y la vamos apoyar en todo lo que sea necesario- aseguro el encargado de la naviera y el inspector de policía.
Eugenia no tenía palabras pero ella quería gritar porque la empresa mandó a su esposo hacia el norte por tierra, nada traería de nuevo a Eduardo. Cuando los visitantes se retiraron, no pudo contener más el llanto. Recordó las palabras de Eduardo: -querida estamos viviendo días turbulentos, no hay seguridad en ninguna parte-.
En esa época, existía mucho bandolerismo en los caminos, para nadie era seguro transitar, los asaltos eran lo común y si alguien se resistía no quedaba vivo. Se enteró después por a naviera que un campesino de la zona fue testigo del asalto y el desenlace fatal. No pudo hacer nada para ayudarlos son delincuentes que azotaban la región y los pobladores del lugar les temen.
El mismo día que se enteró de la noticia mandó un telegrama a los padres de Eduardo para comunicarles lo sucedido. No quería pensar ni por un segundo, el dolor que sentirían sus padres al enterarse de lo acontecido.
Por la prima Felicia, la tía Rosalía, sus primas, su madrina, su amiga Marcela, se enteraron de lo ocurrido y corrieron a su lado para darle su apoyo y su pésame. Para Eugenia era un sufrimiento que parecía no terminar.
Alonso de Santa María y su hijo Sergio, hermano segundo de Eduardo llegaron a la capital, querían hablar con Eugenia y saber los detalles de lo ocurrido. La madre de Eduardo, Anella. no había llegado con ellos. El padre comunicó a Eugenia que quería llevarse a su hijo a la hacienda: -espero no te opongas a la voluntad nuestra- comentó.
Eugenia pensó en oponerse pero luego recapacitó, como negarle a los padres el deseo de tener cerca a su hijo. Lamentó por siempre no poder acompañarlos hasta a la hacienda, Azucena era muy pequeña para hacer el viaje de ida y vuelta, no podía dejarla en la ciudad.
La naviera por su parte cumplió con su palabra y se encargó de todo lo necesario, facilitaron los trámites del traslado y el transporte en el barco para el último viaje de su esposo. Además le pagaron el seguro de vida que le correspondía, Eugenia tuvo tiempo para despedirse de él antes que se lo lleven, estuvo cerca todo el tiempo, lloraba su ausencia y suplicaba a Dios por su esposo.
Cuando el padre atribulado, se fue con Eduardo y Sergio, la casa quedó vacía, Eugenia sentía que la vida la había puesto al borde de un abismo y que iba a sucumbir. Abrazó a Azucena y sintió algo de alivio. Su pequeña hija se había quedado sin el padre que tanto la amaba. Filomena y Celestina eran testigos de su dolor, ellas también lloraban por lo ocurrido a su patrón. Nada volvería hacer igual después de esta tragedia.
CONTINUARÁ