lunes, 29 de agosto de 2022

AL CALOR DE LOS RECUERDOS

Era domingo, día de la votación para elegir a la nueva administración  de los productores de algodón.  Eugenia entró al salón,  se acercó a la urna de votación y dejó su voto, luego se retiró del local. En la puerta de ingreso se encontró Alfredo de Santa María un próspero hacendado que recién llegaba. El padre ingresó al local para dejar su voto mientras, su hijo se quedó conversando con Eugenia, las familias de ambos se conocían desde hace muchos años. Ella sabía que Eduardo se había ido a la capital para estudiar y ahora imaginaba  que por unos días estaba visitando a su familia. Eduardo era algunos años mayor que Eugenia, tenía un porte atlético y atractivo, además de ser amable y educado. La conversación entre ellos se desarrollo en forma natural, él le dio sus condolencias por lo sucedido a su padre meses antes. Comentó que recién había llegado de la capital y se enteró de lo sucedido. Después recordaron la última vez que se vieron, ella era apenas una adolescente y el joven mayor. 
Eduardo invitó a Eugenia para almorzar, ella rechazó la invitación con gentileza con el pretexto de que en su casa la esperaban pero  sugirió que sería para otra ocasión. Se despidieron como buenos amigos, Eduardo la ayudó a subir a la carreta que la esperaba y partió con Martín rumbo al fundo. Se sintió halagada por las atenciones de Eduardo, el encuentro entre los dos fue una situación que no esperaba ese día. 
Al día siguiente comenzaba la nueva semana, el trabajo no esperaba, como era su costumbre salió con Odilo a recorrer el campo y comprobar que los trabajos se estaban haciendo y el cultivo se encontraba  en buen estado. Pasado el medio día terminó su jornada de trabajo y en la tarde se reunió en la biblioteca con el administrador del fundo Fermín Cerro para hablar sobre la contratación de los nuevos peones y los jornales a pagar, además de las compras que se necesitaban hacer para el fundo y la casa. 
-Señorita Eugenia después de revisar esta lista deberá ir mañana temprano al pueblo con Martín para comprar todo lo que necesitamos- señaló el administrador. 
-Gracias Fermín, es necesario estar al día con las compras y los gastos que se deben hacer-. contestó Eugenia.
Fermín hizo una venia y se retiró, en la puerta de entrada se encontró con Eduardo de Santa María, lo conocía y sabía quien era, se saludaron cordialmente. Su visita tomó por sorpresa a Eugenia, ella lo invitó a sentarse en el porche, a esa hora de la tarde era un lugar fresco y tranquilo, desde ahí se podía contemplar el campo lleno de cultivo de algodón.
-Eugenia- dijo Eduardo -me tomé la libertad de venir a visitarte, espero no interrumpir tu trabajo ni incomodar con mi presencia-.
-No, de ninguna manera interrumpes mi trabajo, al contrario siempre es agradable recibir en el fundo a gente amiga, mi trabajo por hoy, ha terminado- contestó Eugenia para que Eduardo no se preocupe. 
Filomena sirvió refrescos, mientras los nuevos amigos conversaban. Eduardo comentaba con Eugenia lo que había hecho durante los años de su estadía en la capital, de sus estudios de administración y de algunos viajes que había realizado. Él era el hijo mayor de cinco hermanos, su familia era gente adinerada y dueños de una gran hacienda. Conversaban sobre la ciudad de Lima y el momento político difícil que se vivía en el país, los dos tenían la esperanza y los mejores deseos que comience una nueva  etapa de paz y prosperidad. 
Eduardo sintió curiosidad por saber cual había sido su preferencia a la hora de votar, Eugenia no dudo y le comentó que había votado por la lista número 2, en este caso ambos estaban en polos opuestos porque su padre había votado por la lista número1. Para Eduardo eso no fue motivo de conflicto, estaba tranquilo y respetaba su decisión. 
La tarde con la visita de Eduardo fue especial, él era divertido, agradable y su conversación  entretenida. En un momento de la charla hablaron sobre lo sucedido con Lucrecia y su tragedia, el padre de Eduardo conocía al padre de ella: -Eugenia mi familia lamentó mucho lo que pasó, mi madre lloró por la tragedia, tú sabes muy bien que mi familia conocía a la familia de Lucrecia, su madre era muy amiga de mi madre-
La tarde casi terminaba, era hora de retirarse, Eduardo prometió a Eugenia visitarla de nuevo en dos días sino era molestia para ella. 
-No de ninguna manera es una molestia, puedes venir cuando desees-. contestó Eugenia mientras se despedían en la entrada principal. 
En la noche Filomena comentó :-señorita la visita de su amigo ha sido especial, la veo muy feliz, es un joven agradable y atractivo-.
-Si, debo reconocer que me siento feliz con su visita, no quiero pensar en nada más ni adelantar juicios, quiero disfrutar de nuestra amistad y punto- contestó con una sonrisa.
Como había prometido Eduardo, regresó dos días después, junto a Eugenia recorrió los alrededores de la casa, luego caminaron hasta la capilla y le mostró donde estaban enterrados sus padres, después entraron al jardín que estaba situado en la parte posterior de la casa.  
Eduardo estaba impresionado y exclamó -¡Eugenia tienes una hermosa propiedad! todo se ve tan cuidado-.
-Gracias, pero esto es el mérito de mi padre. él construyo todo, yo solo cuido el fundo como él me enseño- contestó Eugenia y le señaló el camino hacía el comedor para tomar un lonche a la media tarde. Disfrutaron de una buena conversación y un momento agradable y antes de despedirse dijo: 
-Eugenia me gustaría regresar de visita el domingo ¿tengo tu aprobación?- preguntó.
-Estoy de acuerdo, ese día podemos pasear por el fundo y luego almorzar en la casa- comentó Eugenia ocultando la felicidad que sentía por la visita de Eduardo.
Más tarde en la cocina Eugenia junto con Filomena planificaba el almuerzo del domingo, se usaría la vajilla fina de su madre, las copas de cristal para el vino, cubiertos de fantasía, manteles y servilletas de fino lino, todo debía estar bien decorado. Celestina sería la encargada del arreglo de las flores en los jarrones  y mantener impecable los ambientes, Martín se encargaría del arreglo del jardín. 
-Filomena la comida debe ser sabrosa pero nada complicada se trata de pasar un momento agradable sin demasiado protocolo- habló Eugenia para que no se complique a la hora de servir los platos. 
Filomena tomaba con mucha seriedad su trabajo y después de terminar de elegir el menú para el almuerzo del domingo, comentó con Eugenia lo que se había enterado sobre el padre de Lucrecia por los peones que trabajaban en el campo:  -señorita según dicen, el señor no sale de la casa, camina de habitación en habitación, las ventanas se mantienen cerradas y la puerta de ingreso también, no quiere recibir ni hablar con nadie. La hacienda la maneja el administrador. Todo esto sucede desde que su esposa y la señorita Virginia se han ido a la capital, el hombre está destrozado y solo-.
Eugenia lamentó su situación y contestó: -es un momento difícil el que esta viviendo, ojalá pueda superarlo, la tristeza y la culpa lo pueden consumir. Lucrecia era su hija mayor y digan lo que digan es una pérdida irreparable- terminó de decir.
Sábado en la mañana, Eugenia no salió al campo, se concentró en ordenar el escritorio de su padre, era una tarea que venía aplazando desde su accidente. Revisaba con cuidado cada documento, cada factura, cartas y papeles que eran de su padre. De pronto entró en la biblioteca el Dr. Godofredo Murillo, traía en su portafolio los documento y títulos de propiedad debidamente registrados y en orden a nombre de Eugenia.
-Buenos días querida Eugenia, aquí traigo los documentos legalmente registrados a tu nombre como la nueva dueña del fundo La Aurora. Puedes firmar a tu nombre lo que sea necesario  como la propietaria universal de los bienes de tu padre-.
-Gracias Dr. Murillo, estos documentos los voy a guardar con mucho cuidado- Eugenia hablaba de esto, mientras revisaba los títulos de propiedad.
-Eugenia- comentó de nuevo el abogado -no sé si ya sabes los resultados de la votación de productores de algodón, ha ganado la lista número 2. Este domingo habrá una reunión para que la administración elegida tome posesión de su cargo. Supongo que vas a estar presente-.
-Por supuesto que voy ha estar presente, deseo hacer una propuesta a la nueva administración- contestó Eugenia. 
-También deseo informarte de la situación política en el país, de todas maneras vamos a tener nuevas elecciones para elegir un nuevo presidente. Los candidatos son los mismos, Miguel Iglesias y Andrés Avelino Cáceres. Ojalá estas elecciones sirvan para que el país se pacifique y se pueda vivir tiempo de paz- finalizó el abogado. 
-Estoy de acuerdo con usted, que se pacifique el país es lo más importante. En el local de los socios algodoneros, hay gran incertidumbre por lo que puede pasar si seguimos en una situación inestable, todo aquello afecta el precio del algodón a la hora de su venta- contestó Eugenia.
En la conversación que sostenía Eugenia con el Dr. Murillo salió el tema de la situación de Rodrigo de las Casas, los dos lamentaron el momento que vivía por la tragedia de su hija.
El abogado de Eugenia se retiró, se despidio como siempre, con mucha estima hacía su protegida. Eugenia terminó de ordenar el escritorio, solo se quedó con algunos papeles escritos  por su padre de su puño y letra, esto era sobretodo como un recuerdo.
El sábado terminó sin más novedades, guardó los documentos del fundo en su caja fuerte. Al día siguiente recibiría la visita de Eduardo, se sentía feliz y había seleccionado la ropa que se iba a poner, no quería vestir toda de negro y se animó para usar una blusa blanca de tela fina, con blondas en el cuello y los puños, una falda negra y un cinto para ajustar su pequeña cintura, zapatos de gamuza, aretes de oro, regalo de su padre y un broche de oro que era de su madre. 
En la noche durmió tranquila pero al amanecer del nuevo día se sintió nerviosa, trató de calmarse diciéndose asimisma que Eduardo era solo un amigo que venía de visita. En su habitación se vistió y arregló con cuidado, quería dar una buena impresión. La combinación que había escogido le sentaba bien y la falda negra estilizaba aun más su figura. Eugenia se sentío bien al mirarse en el espejo, peinó su cabello que caía sobre sus hombros, se perfumó con la colonia de agua de rosas y con esto terminó su arreglo. Desayuno en el comedor y después fue al escritorio de su padre para revisar las cuentas de los últimos gastos en el fundo. 
Nueve de la mañana, Eduardo de Santa María hacía su ingreso al fundo a caballo, con su impecable pantalón blanco y camisa del mismo color era un atuendo fresco para la mañana de pleno sol. Se presentó en la casa y Celestina lo anunció, Eugenia fue a su encuentro en el salón principal, Eduardo se puso de pie para saludarla, tomaron asiento y conversaron sobre las últimas novedades en el pueblo, ambos se sentían cómodos, Eugenia sugirió salir a cabalgar hasta el río para mostrar el fundo, él estuvo de acuerdo y salieron de la casa para el establo donde  ordenó a Martin ensillar su caballo.
Juntos cabalgaron hasta donde  Eugenia señaló, el paisaje era abrumador Eduardo estaba impresionado, ambos bajaron de sus caballos y se acercaron a la orilla del río, mientras Eugenia le señalaba algunos detalles del paisaje, Eduardo la escuchaba atento, se acercó a ella y dijo:
-Eugenia, quizás, si tú y yo, si me aceptas- y sin esperar su respuesta la tomó en sus brazos y la beso. Ella respondió a sus besos, se había enamorado de Eduardo, se separaron un instante Eduardo tomó sus manos y comentó con voz suave: -que bueno que me hayas aceptado porque yo estoy enamorado de ti,  Eugenia-.
Se sentía avergonzada y llena de emoción. Para ellos nada existía a su alrededor, solo el amor que sentía, se quedaron abrazados en silencio, miraban el río y escuchaban el suave caudal, el paisaje del lugar los invitaba al romance. 
Luego de unos instantes de silencio, Eugenia comentó: -Eduardo debemos regresar a la casa, ya casi es la hora de almuerzo-. 
Eduardo volvió a besarla como señal de la afirmación de su amor, luego la soltó suavemente para  caminar juntos tomados de la mano hasta los caballos y cabalgar hacia la casa. 
Al llegar Martín los esperaba en la puerta principal para recibirlos, Eugenia del brazo de Eduardo entró a su hogar, caminaron al comedor, sobre la mesa estaba todo dispuesto para el almuerzo y ambos se prodigaban atenciones.


CONTINUARÁ   
               
 
  
 
 
                       
 
      


 

lunes, 22 de agosto de 2022

AL CALOR DE LOS RECUERDOS

La noche estaba colmada de estrellas, la luna en el cielo era testigo de tanto dolor. Sentada cerca a una de las fogatas Eugenia de pronto recordó un incidente ocurrido un año antes entre su padre y el hacendado Rodrigo de las Casas, padre de Lucrecia. 
Era un día caluroso de pleno sol, Eugenia y su padre recorrían el fundo a caballo para supervisar el cultivo y los trabajos realizados. Padre e hija se encontraban en la zona donde se juntaban las tierras del fundo con la hacienda vecina. Compartían una frontera en común y a unos metros de distancia, al otro lado de la valla se encontraron con el padre de Lucrecia, éste los saludó y los invitó a pasar a sus tierras; Leopoldo el padre de Eugenia aceptó la invitación y ambos se saludaron con la amistad de siempre, avanzaban por el camino mientras Eugenia los seguía de cerca. El hacendado mostraba con orgullo sus cultivos de algodón y lo bien que se sentía por el trabajo en su hacienda. 
Un trecho en el camino más adelante mientras ambos amigos conversaban se cruzó en el camino un menor de edad, hijo de uno de los peones. Rodrigo de las Casas inesperadamente comenzó a golpear al niño en la espalda sin detenerse, el muchacho solo atinó a cubrirse la cara por temor a ser golpeado en ella. El padre de Eugenia se bajó del caballo, le quitó de las manos el fuete diciendo: -¡basta, detente! no te das cuenta que solo es un niño- luego habló al menor: -muchacho ¡retírate!- Rodrigo montó en ira y gritó aun más fuerte -¿Quién eres tú para intervenir en los asuntos de mi hacienda?, aquí solo mando yo. 
Leopoldo, el padre de Eugenia también levantó la voz para contestar: -¡no voy a discutir contigo delante de los peones! y tienes razón yo no debo intervenir en tus asuntos, pero delante mío no voy a permitir que maltrates a un menor ¿Quedó claro?- el padre de Eugenia arrojó el fuete al suelo, montó en su caballo y habló con su hija -vámonos Eugenia, aquí estamos demás-. ¿Cuál había sido el grave error del niño para ser castigado de manera tan cruel?, el no saludar a Rodrigo de las Casas cuando paso en el camino delante del patrón.  
Por unos segundos Eugenia pensó que su padre y Rodrigo de las Casas se irían a las manos, ambos se habían hablado con tanta ira que temió lo peor. Ser testigo de este incidente la llenó de temor. Nunca había visto a su padre actuar de esa manera, siempre fue un hombre sereno pero el padre de Lucrecia había cruzado los limites de su paciencia.  Desde ese día los dos no volvieron hablar, si acaso había algún tema que tratar por la frontera que compartían sus tierras, se comunicaban a través de sus administradores. La amistad había quedado suspendida, por esta razón a Eugenia le causó sorpresa  ver al padre de Lucrecia asistir al velorio y presentar ante ella sus condolencias. El hacendado estaba sinceramente dolido por el accidente de su amigo y vecino. 
La noche avanzaba y las personas presentes rezaban y rogaban al cielo por Lucrecia, Eugenia se puso de pie fue hasta el lugar donde se encontraba Martín y le dijo que regrese al fundo, ella se quedaría junto a la familia y los amigos allí presentes para seguir con la vigilia. 
Martín de inmediato contestó -no señorita Eugenia, usted no se puede estar sola, yo me quedo para acompañarla-. 
-Martín no es necesario pero si deseas quedarte nos espera una larga noche-. agregó.
En la playa nadie conversaba todos guardaban silencio por respeto a la familia y a su hija desaparecida, solo se escuchaban las oraciones y el ruego para que pronto amanezca.
Con los primeros rayos del sol, salieron dos botes para iniciar la búsqueda en uno de ellos iba el padre de Lucrecia. Aquí los hombres de mar eran los que dirigían las operaciones, ellos conocían bien la corriente y sabían por donde comenzar su búsqueda.
La gente que esperaba en la playa rogaba para que se encuentre a Lucrecia mientras tanto comían ligeros fiambres que un grupo de amigos había traído. Eugenia buscó a Martín y compartió la mitad de su fiambre con el muchacho que había esperado toda la noche cerca a los caballos. 
La horas de la mañana pasaban lentamente, no había noticia alguna de los pescadores ni de los botes. Virginia se acercó a su amiga para decirle:
-Eugenia, no encuentran  a Lucrecia, tengo miedo que no aparezca su cuerpo ¿Qué va pasar ahora?- comentó llorando.
-No pienses de esa manera a Lucrecia, la van a encontrarla, estoy segura, ella debe recibir cristiana sepultura- contestó Eugenia con el rostro bañado en lágrimas. 
Alrededor del medio día, cuando el sol estaba en medio del cielo, divisaron los botes que se acercaban a la playa, la gente se puso de pie y se acercó a la orilla para enterarse que por fin habían encontrado a Lucrecia, su cuerpo se había quedado atrapado en medio de unas peñas no muy lejos del lugar, al parecer la corriente la había arrastrado a esas rocas. La familia lloraba desgarrada por el dolor, la madre apenas podía mantenerse en pie y el padre dio gracias a todos por estar con ellos en estos momentos difíciles. Eugenia a poca distancia vio pasar el cuerpo de su amiga, estaba cubierto por unas mantas y era transportado en un carreta para llevarla a su hogar. 
Virginia se acercó a Eugenia -gracias a Dios encontraron a mi hermana, ahora nos vamos la hacienda, te esperamos más tarde en la casa- comentó y las dos amigas se abrazaron. 
Eugenia caminó unos paso vio como todos los presentes se marchaban, se acercó a Martín, montó en su caballo y regresó al fundo. En la casa no deseaba hablar con nadie, Filomena y Celestina ya sabían la trágica noticia. 
A solas en su habitación Eugenia recordaba a su amiga, desde que eran tan solo unas niñas, ellas estaban muy unidas, solo pudo murmurar unas palabras, el dolor la consumía. "Hasta siempre querida Lucrecia". 
El velorio se celebró en la hacienda, los asistentes presentaban sus condolencias y por respeto a la familia, nadie comentaba ni preguntaba sobre la tragedia.
Eugenia presente en la sala acompañó a la familia hasta el final para darle el  último adiós. Virginia a su lado lloraba por su hermana y se sostenía del brazo de Eugenia.
Después que todo había concluido y el padre de Lucrecia dijo sus últimas oraciones. La gente se despedía de la familia, Eugenia también se acercó a despedirse y se dio cuenta que los padres de Lucrecia no se hablaban, estaban lejos el uno del otro. 
Una semana después de los trágicos acontecimientos, Virginia había llegado al fundo de visita. no se habían visto con Eugenia en todos esos días, ella comprendía a su amiga y no deseaba perturbar con su presencia a la familia. Era un día en el que hacía demasiado calor, Eugenia se encontraba en el porche disfrutando de una refrescante limonada cuando vio a Virginia que se acercaba  por el camino. Al llegar junto a ella comentó: -querida amiga he venido a despedirme, me voy a vivir con mi madre a la capital, no vamos a regresar a la hacienda-.
Eugenia no salía de su estupor al escuchar las palabras de su amiga: -Virginia tu madre así lo ha decidido, ¿tu padre también va con ustedes?- preguntó.
-No, él no viene con nosotras, desde lo ocurrido a mi hermana no se hablan, el otro día discutieron tan fuerte que pensé que algo terrible iba a suceder. Mi madre culpa a mi padre de lo ocurrido y llora todos los días, siente la presencia de Lucrecia en cada habitación de la casa- señaló con tristeza y dolor Virginia al pensar en la tragedia de su hermana.
Frente a su amiga, Eugenia no se guardó lo que pensaba y comentó: -disculpa por lo que voy a decir pero tu madre recién reacciona cuando ya ha sucedido la tragedia. En su momento debió apoyar a su hija, ahora es demasiado tarde-.
Virginia no podía decir nada, sabía que Eugenia tenía razón, cuanto dolor se hubiera evitado al no escuchar a su hija. Sus padres ahora, no se comprendían y la casa era un lugar oscuro y frío para vivir.    
-Eugenia, si alguna vez vas a la capital no te olvides de visitarnos, yo voy a escribir para enviarte mi dirección-  y de su pequeño bolso, Virginia sacó una sortija de oro con un pequeño rubí, se lo entregó a Eugenia diciendo  -querida amiga esta sortija era de Lucrecia, quiero que tú la guardes, sé que a mi hermana le gustaría que la tengas como un recuerdo de nuestra amistad-.
-Virginia, no puedo aceptar esta sortija, tus padres se pueden molestar- contestó Eugenia.
-No, ellos no se van a molestar, saben muy bien que ese sería el deseo de Lucrecia-.
La dos jóvenes se abrazaron como una última despedida, lloraron porque tenían la seguridad que pasaría mucho tiempo para volverse a encontrar. El recuerdo de Lucrecia siempre estaría presente. 
Con el viaje de Virginia y su madre a la capital, Eugenia tenía gran tristeza, ya no recibiría la visita de sus amigas, ya no escucharía sus rizas, sus ocurrencias y conversaciones. Las tres jóvenes pensaban que su futuro estaba lleno de esperanza. 
Al siguiente domingo en la mañana, después de la partida de Virginia, en el pueblo había gran expectativa porque en el local de los productores de algodón se celebraban las votaciones para elegir una nueva junta administrativa. Eugenia como miembro de la asociación, se alistaba de prisa para no llegar tarde a la reunión. Se vistió con su traje de luto, se puso un broche de oro y en una de sus manos  llevaba como recuerdo la sortija de Lucrecia que le regalo Virginia. Se miró al espejo, la imagen que éste le devolvía era la de una mujer joven y atractiva. Martín la esperaba en la puerta de la casa con la carreta dispuesta para la ocasión de llevarla al pueblo. No tardaron en llegar, no era muy larga la distancia del recorrido, se detuvieron frente al local de la sociedad de productores. El salón estaba casi lleno, el comentario general entre los presentes eran las últimas noticias que llegaban de Lima con un poco de retraso debido a las circunstancias y lo difícil de la comunicaciones. La guerra fratricida entre los caudillos Miguel Iglesias y Andrés Avelino Cáceres, había terminado. Ahora se corrían las voces que Miguel Iglesias llamaría a elecciones para elegir a un nuevo presidente. Entre los presentes del salón se sentía un gran alivio, por fin la paz definitiva y la reconstrucción del pais, esto despertó entre la gente un sentimiento de patriotismo. El país no estaría fracturado y se podría iniciar una nueva etapa de desarrollo y esperanza con cara al futuro.
Al entrar en el recinto de la asociación, Eugenia se encontró con uno de los productores de algodón, Rigoberto Estrada, éste la saludo: -Eugenia buenos días que gusto verla- ella le devolvió el saludo y Rigoberto la detuvo un instante para decirle porque se había molestado en venir a la votación, mejor hubiera mandado a su administrador. Eugenia con una sonrisa contestó que como dueña de un fundo algodonero tenía que venir para ejercer su derecho de voto y elegir a la nueva administración. Agradeció al señor Estrada por preocuparse de su seguridad y pasó al salón para ocupar su lugar.
Antes de iniciar el proceso se entonó el Himno Nacional, se habló de las noticias que llegaban de la capital y se rogó al cielo que ilumine al gobierno para iniciar una nueva época de prosperidad.
Acto seguido la antigua administración habló sobre sus logros y de las buenas condiciones en que entregaban el cargo. Para finalizar cada miembro de la junta dijo algunas palabras de agradecimiento y luego se dio inicio a la votación. Eran dos listas las que se presentaban y estaban a la par en la preferencia de los productores de algodón.
Eugenia aún tenía dudas de cual sería su voto, quería que la nueva administración, cumpla con algunos pendientes y mejoras para los productores. Ella tenía algunas dudas y deseaba que se elija a los más aptos para ocupar el cargo durante cuatro años. 

CONTIMNUARÁ                                 
      


 

lunes, 15 de agosto de 2022

AL CALOR DE LOS RECUERDOS

Filomena irrumpió en la sala, trayendo consigo un vaso con agua de azahares como le había pedido Eugenia. Lucrecia recibió el vaso para tomar el agua y así calmar sus nervios que parecían estar fuera de si. Después de tomar el agua respiró profundamente, secó su rostro lleno de lágrimas con el pañuelo, espero un instante para calmarse y poder contar su tragedia a Eugenia que estaba a su lado consolándola.
Lucrecia tomó el último sorbo de agua y luego comenzó a relatar lo que había sucedido: 
-Eugenia, mi padre desde hace varios días, viene diciendo que ya es hora de casarme pero hoy en la mañana volvió a insistir con el tema del matrimonio, estaba demasiado ansioso. Yo escuchaba en silencio, según él ya tiene al pretendiente que iba hacer mi esposo. Lo miré sorprendida, al principio pensé que se trataba de una broma, luego me di cuenta que  hablaba en serio. En ese momento estábamos en el comedor tomando el desayuno. Me puse de pie para protestar, le dije que no podía decidir mi vida y menos decir con quien debía casarme. Mi padre reaccionó con ira y se armó una terrible discusión, yo me detuve di media vuelta y salí del comedor hablando en voz alta. Mi padre me siguió a la habitación y parado en la puerta grito más fuerte, diciendo: -¡Yo soy tu padre y tú tienes que obedecer mi mandato! ¡me escuchaste!- luego cerró la puerta y se fue. No he dejado de llorar de tristeza y desesperación y sin que nadie se de cuenta, salí de la casa, mis padres no saben donde estoy- terminó de decir Lucrecia entre sollozos.
-¿Querida amiga has hablado con tu madre para pedir su apoyo?- preguntó Eugenia.
-No, no he hablado con ella pero en plena discusión, mi madre se puso del lado de mi padre y dejó bien claro que yo debía obedecer. Ella nunca me va apoyar, eso no puedo pensarlo- contestó con apenas un suave tono en la voz. 
Lucrecia sentía que no tenía salida y su dolor crecía a cada instante. Eugenia para consolar a su amiga dijo -si quieres puedes venir a vivir a mi casa y quedarte el tiempo que gustes hasta que decidas que hacer-.
-No Eugenia, yo no puedo hacer eso, tu casa seria el primer lugar donde mi padre buscaría y levantaría hasta la última piedra del fundo para encontrarme. Después se lanzaría sobre ti con toda su ira ¡no puedo permitirlo! no debo causarte ese problema- Lucrecia más serena continuó -no deseo casarme en un matrimonio por obligación y conveniencia, quiero conocer y enamorarme del hombre que mi corazón elija y amanecer juntos con amor y confianza. Es tan complicado lo que pido-.
Ahora, Eugenia recién comprendía porque su amiga en los últimos días estaba tan triste y callada. Al parecer su padre le hablaba de ese tema y quería casarla sin su consentimiento.
-Lucrecia- volvió a decir Eugenia para consolar a su amiga -no estoy del lado de tu padre pero tal vez si conoces al pretendiente y hablas con él puede que te agrade y comiencen a tener una amistad. ¿sabes quién es?-. 
-No Eugenia, es imposible, sé de quien se trata y no siento nada por él, es uno de los amigos de mi padre, vive en Lima, tiene mucho dinero e influencias en las altas esferas del gobierno. Mi padre está ofreciendo a su hija para su conveniencia y obtener beneficios de ese trato. En plena discucion con él se lo dije y me lanzó una bofetada para callarme. Lo hizo porque sabe que en el fondo tengo razón- Lucrecia no ocultaba su dolor y continuó -quien como tú que eres independiente, tienes dinero y nadie te obliga a casarte, puedes elegir y decidir tu vida.
Su amiga tenía razón, Eugenia podía escoger su camino pero también estaba segura que de estar vivo su padre jamás la hubiera obligado a casarse sin su consentimiento, él siempre respeto sus decisiones.
Las dos amigas conversaban en la sala con más calma, entonces Lucrecia hizo un comentario. 
-Mejor hubiera nacido hombre ¿no crees? así mi padre no me obligaría a casarme con alguien que no deseo y podría escoger que hacer con mi vida ¿no te parece?- preguntó Lucrecia.
-Si, hasta un punto es razonable lo que dices, los hombres tiene más libertad que las mujeres en muchos casos, espero que con el tiempo eso cambie- argumentó Eugenia e hizo sonreír a su amiga.
Comenzaba a oscurecer, era el momento de despedirse, Lucrecia abrazó a Eugenia y dijo -gracias por escucharme ahora me siento mejor- las amigas se despidieron en la puerta y Martin acompañó a Lucrecia para evitar que regrese sola a su casa. 
La situación de su amiga entristeció a Eugenia, no existía peor tragedia que la obliguen a casarse con alguien que no amaba. El matrimonio es un tema que solo corresponde a dos personas y nadie más debe intervenir.
En el pasado Eugenia había conocido algunos jóvenes pero ninguno había sido el elegido de su corazón. Ella esperaba en un futuro cercano conocer a un hombre que pueda convertirse en su esposo.  Las mañanas en el campo podían ser todas iguales pero siempre había algo que revisar o arreglar, Eugenia y Odilo, su caporal regresaban de inspeccionar el campo y éste comentaba: 
-Señorita Eugenia pronto va a comenzar la cosecha y es importante avanzar en orden para llegar a campo abierto, de esta manera se trabaja mejor. 
-Esta bien Odilo, estoy de acuerdo, es razonable avanzar en orden, además necesitamos contratar más peones para la cosecha, debes ocuparte de ello- finalizó Eugenia justo al llegar ala puerta de la casa. 
-Si señorita hoy mismo me ocupo de ese asunto- contestó Odilo y siguió con los caballos para llevarlos a la caballeriza. 
Eugenia entró en la casa, como todas las tarde se cambio de ropa y se dispuso almorzar, luego pensaba dedicar su tiempo a revisar algunos documentos y contestar cartas a su tía y a su madrina. Era su costumbre después de almorzar, sentarse un rato en el jardin para disfrutar del fresco aire de la tarde. Los rosales lucían bien cuidados y la amapolas también. Que remansó de paz y tranquilidad pensaba, de pronto escuchó la voz de Virginia que la trajo a la realidad, ella gritaba en la puerta principal. Eugenia fue a su encuentro para enterarse que pasaba con su amiga.
Virginia al borde del colapso lloraba y gritaba mencionando a su hermana, Eugenia la hizo pasar al salón principal para que tome asiento y se calme -¿dime que sucede con Lucrecia?- preguntó al ver la desesperación de Virginia.
-¡Mi hermana Eugenia! ¡mi hermana!- repetía varias veces -¡se ahogado!- dijo al final y lloraba casi histérica.
-¿Qué dices qué estás hablando? ¡explícate por favor!- dijo Eugenia al escuchar tan terribles palabras, luego llamó a Celestina para que traiga un vaso con agua de azahares. Era un buen calmante, la muchacha obedeció y presurosa trajo el vaso, Virginia bebió unos sorbos de agua  para calmar sus nervios y entonces comenzó a relatar lo sucedido con su hermana.
-Mi querida Eugenia, todo comenzó hoy día en la mañana, mi padre volvió a insistir con el tema del matrimonio, se armó tremenda discusión, mi hermana se opuso a ello y él la amenazó con encerrarla en un convento del que nunca saldría, si no obedecía su orden. Tú sabes como es Lucrecia y su carácter, ella contestó que no le importaba que prefería eso a casarse con alguien que no amaba. Buscó el apoyo de mi madre pero ella le dio la espalda y continuó apoyando a mi padre. Fue horrible, yo no sabía que hacer, los gritos iban y venían. Lucrecia desesperada corrió a su habitación y cerró la puerta, no me permitió entrar. A la hora del almuerzo no se presentó en el comedor, todos pensamos que era lo mejor, así podía serenarse y pensar en su futuro. Pero estábamos equivocados, Lucrecia no estaba en su habitación, se había escapado por la ventana, fue a las caballerizas hizo que el mozo le ensille un caballo y salió sin rumbo fijo. Cuando mi padre se dio cuenta que no estaba, pensó que había venido a tu casa a buscarte y que regresaría antes de oscurecer. Una hora más tarde, uno de los pescadores del puerto llegó hasta nuestra casa, buscaba a mi padre para contarle que su hija Lucrecia se había ahogado. El pescador nos contó lo sucedido. Él y sus compañeros se encontraban en la orilla de la playa reparando sus redes de pesca, cuando divisaron a la lejos que Lucrecia venía en su caballo a todo galope, con el fuete golpeaba con fuerza al animal para obligarlo a entrar al mar, éste obedeció hasta perderse entre las olas pero su instinto de supervivencia lo hizo regresar a la playa. El horror de los pescadores fue comprobar que el caballo regresaba solo a la orilla y Lucrecia no estaba por ninguna parte, al parecer se había arrojado a las aguas profundas. Los pescadores se metieron al mar pero nada pudieron hacer, las olas se la habían llevado. El pescador que hablaba con mi padre dijo:-lo siento patrón pero todo paso muy rápido no pudimos hacer nada para ayudarla, reconocimos que era su hija, por eso aquí estoy para avisarle-. Ya puedes imaginar la reacción de mis padres. Mi madre lloraba y mi padre daba de gritos, fue algo horrible, después de unos instantes, mi padre y algunos de sus trabajadores junto con el pescador han ido a la playa para buscar a mi hermana. Mi madre en este momento esta encerrada en su habitación, yo no sabía que hacer y vine hasta aquí para contarte lo que pasó porque sé que tú querías mucho a Lucrecia- terminó de contar su tragedia Virginia.
Eugenia estaba paralizada por el dolor con el relato de Virginia, su amiga Lucrecia había conversado con ella un día antes y se fue a su casa más tranquila. Era una gran perdida lo sucedido, no comprendía el porqué de todo aquello, Lucrecia debió estar muy desesperada para no pensar en lo que hacia. Con el rostro bañado en lágrimas consolaba a Virginia. 
-¿Qué voy hacer sin mi hermana?- preguntaba.
Eugenia pensaba lo mismo, para ella Lucrecia y Virginia eran como sus hermanas su desaparición era un dolor muy fuerte. De pronto ya no quería estar sentada, se puso de pie y llamó a Celestina le ordenó que avise a Martín para que ensille su caballo y habló con Virginia: -nos vamos a la playa, no podemos estar llorando aquí sentadas, sin hacer nada-
-Eugenia, si mi padre nos ve en la playa puede molestarse-.
-Mi estimada, la playa es un lugar público todos podemos estar ahí-. contestó Eugenia.
A los pocos minutos llegó Martín con dos caballos uno para Eugenia y otro para él -Señorita yo voy  acompañarlas no pueden ir solas por el camino a la playa- señaló.  
Eugenia y Martín partieron adelante y Virginia en su caballo los seguía. La distancia del fundo a la playa era mas o menos de una hora a caballo. En el camino la tristeza de Eugenia se convirtió en rabia, como era posible que unos padres llevaran a su hija al borde de la desesperación para que ella tome la fatal decisión. 
Todavía no era tarde cuando llegaron a la playa, en el lugar estaban otras personas que se habían enterado de la tragedia y venían  para ayudar y apoyar a los padres. 
El padre de Lucrecia y unos pescadores salieron en bote al mar a pesar que ellos le dijeron que nada se podía hacer porque en una hora más comenzaría a oscurecer. El hacendado Rodrigo de Casas insistió y los pescadores obedecieron su voluntad.  
Sentada en la playa cerca de la orilla se encontraba la madre de Lucrecia, ella estaba en silencio, lloraba llena de dolor y vergüenza la tragedia de su hija, había llegado antes que Virginia a la playa. En sus manos llevaba puestos guantes blancos, los que siempre usaba, según decía para protegerlas  del sol. Era una mujer fuerte después de todo. Eugenia se acercó para saludarla y ofrecer su apoyo. La madre agradeció el gesto y guardó silencio. Virginia de quedó a su lado.   
La familia y algunos amigos se quedarían toda la noche en la playa para hacer vigilia. Tenían la esperanza que el mar devuelva el cuerpo de Lucrecia. A pesar que esto último sería casi imposible por la corriente y las profundidades del mar. 
La noche había llegado y el la playa se encendieron algunas fogatas. Las personas presentes rezaban por Lucrecia para que su cuerpo sea encontrado. El padre regresó con los pescadores, no tenia buenas noticias, estaba sufriendo en su rostro se dibujaba el dolor. Se quedó muy cerca de la orilla para hacer vigilia y pedir al cielo por su hija, en ese momento solo deseaba estar solo.
Eugenia retirada a poca distancia, lloraba por lo ocurrido a su querida amiga, no se acercó al padre de Lucrecia no podía hacerlo sentía demasiada tristeza y hablar con él hubiera sido peor. La rabia que tuvo en un momento se había disipado, pensó en cambio que el padre de Lucrecia tendría que carga por siempre con la culpa de esta tragedia. El hacendado Rodrigo de las Casas que pensaba que era dueño del mundo, estaba ahora vencido por el dolor y la tristeza de perder a su hija mayor.


CONTINUARÁ        
                     
    
 


 

lunes, 8 de agosto de 2022

AL CALOR DE LOS RECUERDOS

Eugenia escuchó atentamente la lectura de cada documento que había traído su abogado el Dr. Murillo, después firmó en cada lugar que le indicaba su asesor legal. Luego  éste comentó: -con las firmas de estos documentos podemos dar curso a los trámites para que en poco tiempo pasen los títulos de propiedad a tu nombre y seas la dueña legal de todo el patrimonio, así puedes firmar cualquier documento. Eugenia te felicito ahora eres la dueña de los bienes heredados de tu padre. 
-Gracias Dr. Murillo por las molestias de estos trámites y por traerme cartas del correo- contestó Eugenia.
-No debes darme las gracias- aseguró el Dr. Murillo -recuerda que además de ser tu amigo, soy tu asesor legal y estos trámites son parte de mi trabajo- el abogado se interrumpió unos segundos para guardar los documentos firmados y luego agregó -ahora que venía caminando por la vereda hasta tu casa, he podido observar que el cultivo de algodón en el campo está en todo su esplendor. Se puede ver el cuidado y la dedicación con que se cultiva. Tengo que decir que estás logrando un gran trabajo, tu padre estaría muy orgulloso de los resultados y que el fundo no ha sido abandonado. 
Eugenia sonrió, agradeció las palabras de su abogado y comentó: -con la ayuda del administrador y de mi caporal de campo lo estamos logrando, ellos son conocedores del manejo del fundo y un gran apoyo para mí-.
-Si, esto es verdad- agregó el abogado -tu padre confiaba en ellos y sabía que eran hombres de trabajo muy serios-.
-Dr. Murillo dijo Eugenia cambiando el tema -¿qué noticias tiene sobre los problemas y el ambiente político en la capital? ¿se ha enterado de algo reciente?- preguntó preocupada la joven. 
-Lamentablemente mi estimada Eugenia, tengo noticias pero no son muy buenas. Cómo es de tu conocimiento,  un colega que vive en la capital me envía información y algunos diarios con los últimos acontecimientos políticos. En estos días nos encontramos enfrascado en una guerra civil, con la lucha entre dos presidentes Miguel Iglesias y Andrés Abelino Cáceres, ellos ahora mismo están combatiendo en el norte. La inestabilidad y los enfrentamientos entre peruanos no nos ayuda a encontrar la paz. Las últimas noticias nos dicen que Cáceres estaba ganando y que la mayoría de la población lo apoya porque están en contra de Miguel Iglesias. Todo esto solo crea zozobra y la economía y el comercio se ven afectados. Es lamentable enterrarse de esta terrible situación  pero esa es la realidad de nuestros días. Roguemos Eugenia para que esta guerra termine pronto y que el país se pacifique- se lamentaba el Dr. Murillo -mi querida amiga debo despedirme, en unos días tendrás los títulos de propiedad a tu nombre y todos los demás documentos registrados para ser la nueva heredera de tu padre- el Dr. Murillo se despidió y salió de la casa para subir al coche que lo esperaba en la puerta principal para llevarlo de regreso al pueblo. 
La conversación con Godofredo Murillo su abogado, dejó a Eugenia inquieta, salió de la biblioteca y se dirigió a la capilla que quedaba al costado de la casa, ella no esperaba escuchar tan malas noticias. Esta guerra solo hacía más daño al pais y no permitía se encuentre un clima de paz.
Frente a la capilla estaban las tumbas de sus padres, Eugenia se acercó y rezó por ellos.  Sus oraciones eran más que una plegaria, eran un bálsamo de paz estar junto a ellos y hablar sobre sus dudas y temores. Había pasado recién un mes de la muerte de su padre y lo seguía extrañando, cuidaba con esmero las dos tumbas que alrededor había sembrados lirios y geranios. 
Eugenia quería recordar solo los momentos felices vividos al lado de sus padres, siempre que deseaba encontrar paz iba a la capilla para orar y luego visitar sus tumbas. 
De regreso de nuevo a la biblioteca, abrió primero la carta de su madrina que había traído el Dr. Murillo. En ella decía que sentía una gran tristeza por lo ocurrido y le pedía que tenga fuerza para soportar la terrible pérdida, sus palabras eran de consuelo: -Eugenia debes de tener fe, Dios te acompaña querida ahijada. No puedo viajar al fundo para acompañarte, no sabes cuanto lo lamento- las líneas que seguian eran de palabras reconfortantes y bellos recuerdos vividos en casa de los padres de Eugenia.
La carta de su tía Rosalía decía mas o menos lo mismo, ella también lamentaba lo sucedido a su padre y rogaba que pronto puedan conversar juntas -espero que en algún momento puedas viajar a la capital, sabes que yo estoy feliz de recibirte en mi hogar. Tus primas envían su pésame y desean que estés bien-. 
Unos días mas tarde de la visita del Dr. Murillo, la familia D' Cruze que eran sus inquilinos en la casa del pueblo, le habían mandado una invitación para almorzar con ellos. Eugenia aceptó y mandó una esquela de agradecimiento, estaba un poco intrigada no era común recibir una invitación de sus inquilinos.  
Al día siguiente, Eugenia se alistaba para asistir al almuerzo, se puso uno de los vestidos recién confeccionados por Filomena, tenía que aceptar que ella había realizado un buen trabajo. El traje le quedaba perfecto, sus zapatos hacían juego con su vestimenta y para finalizar su arreglo, se puso unos aretes y un broche de oro, que eran recuerdos de su madre. Peinó su cabello con delicadeza y se perfumo con una de sus finas colonias. Estaba lista para partir a la casa de la familia D' Cruze 
en la carreta que Martín preparó temprano para llevarla al pueblo. Eugenia partió en compañía del muchacho. 
En el camino, la joven se preguntaba cual sería el motivo de la invitación, no eran muy seguidos los encuentros con la familia. Sus inquilinos eran personas educadas. Estaban en el pueblo para trabajar con uno de los hacendados que deseaba cultivar viñedos para la producción de vino. El padre de familia era experto en el cultivo de vid para hacer vino. Ellos eran portugueses y pensaban vivir muchos años en Cañete para realizar el trabajo junto al hacendado. 
El padre de Eugenia había mudado a su familia a la casa del fundo porque era un lugar más privado que le ofrecía la sensación de libertad, además podía evitar comentarios desagradables de un pueblo pequeño.
Cuando la carreta llegó frente a la casa de sus inquilinos, Eugenia se llevó una grata impresión de lo bien cuidada que se veía, era una satisfacción verla de esa forma. Tocó la puerta y de inmediato, una empleada la hizo  pasar, ella traía un ramo de flores como presente para Fedra la señora de la casa y si su impresión fue agradable al ver la fachada, estar en el interior fue aun mejor. La casa no solo estaba bien cuidada si no, el decorado de los muebles, cuadros y adornos eran de buen gusto y delicadeza. El salón principal lucía impecable y lleno de luz. 
Los esposos D'Cruze tenían tres hijos pequeños que podían jugar felices en el jardin interior. Mientras ella estaba encantada con todo lo que veía, entró en el salón Fedra D'Cruze, Eugenia se puso de pie para saludarla y se dio cuenta que la ropa que usaba disimulaba apenas su cuarto embarazo. La dos mujeres se saludaron y Eugenia le entregó el ramo de flores que había traído. Fedra mandó a poner las flores en un jarro con agua y le pidió tomar asiento.  Conversaron sobre el clima, las amistades del pueblo y la feria que se abriría la próxima semana. De pronto se escuchó que la puerta de calle se abría y  Olimpo D'Cruze hizo su ingreso en el salón. Saludó a su esposa y después a Eugenia, luego tomó asiento junto a Fedra. 
La conversación entre los tres se torno amable y entretenida, una de las empleadas avisó a los esposos que ya podían pasar al comedor. Al parecer los niños ya habían almorzado y jugaban en el jardín.
Fue Olimpo el primero en hablar después de servir la ensalada. 
-Eugenia, sé que usted esta sorprendida por nuestra invitación, hemos tenido poco tiempo de conocernos y lamentamos mucho lo que sucedió a su padre, nosotros éramos buenos amigos. El motivo de nuestra invitación es proponer a usted la compra de esta casa, aquí mi familia se siente cómoda, la propiedad es muy bonita y amplia. Nosotros vamos a radicar definitivamente en el pueblo y queremos saber si acepta nuestra propuesta-.
Eugenia estaba algo desconcertada con la propuesta pero era de esperar, ella misma con sus padres  vivió algunos años en la casa y tenía buenos recuerdos, no era de extrañar que la familia D'Cruze quisiera vivir por siempre en la propiedad. Se tomó unos segundos para meditar y luego comentó: 
-Debo decir que su propuesta me ha sorprendido pero lo entiendo, la casa en verdad es muy cómoda para vivir y está cerca del centro del pueblo. Aquí mis padres y yo vivimos momentos felices y no me he planteado vender la casa, porque tiene para mí  un significado especial. Señor D'Cruze usted y su familia pueden vivir el tiempo que deseen en la propiedad,  veo que la cuidan con demasiado esmero. Si algún día decido venderla créame que su familia será la primera en recibir mi propuesta-.
Olimpo D´Cruze lamentó la decisión de Eugenia pero no insistió, comprendía a la joven y no quería perturbar las buenas relaciones que había con ella ahora que era, la nueva propietaria.  
El almuerzo terminó en una hora, la conversación continuó siendo agradable y se hablaron de diversos temas, después de tomar el café en el salón, Eugenia se despidió. Olimpo y Fedra la acompañaron hasta la puerta. Se  dijeron mutuamente palabras amables y quedaron como buenos amigos. 
Unos días después de la agradable visita a la familia D'Cruze, Eugenia recibió la visita de sus amigas, Lucrecia y Virginia comentaba sobre la fiesta de compromiso de Lucero Encino.
-No imaginas querida amiga, lo bonito y elegante que fue todo, Lucero se veía muy hermosa y la fiesta fue  excelente. La comida, los músicos y por supuesto los vestidos de las invitadas deslumbraron. Bailamos y probamos platos deliciosos; que pena que no podías asistir, te perdiste una gran fiesta que la gente todavía sigue  comentando- terminó de señalar Lucrecia.
-No dudo que fue un gran evento, se nota que lo pasaron muy bien, pero tú sabes que tengo motivos muy grandes para no asistir. Yo estoy segura que ustedes me van a contar los detalles de la fiesta- dijo Eugenia a sus amigas y estas no dudaron un segundo en describir cada instante  y cada vestido de las damas que asistieron.  
-En pocas semanas será la boda y de nuevo no vas asistir, comprendemos tus motivos y no te preocupes nosotras vamos a ponerte al corriente de todos los detalles de la boda y tú sentirás que en verdad has estado presente- intervino Virginia para asegurarle a Eugenia que ellas le traerían las novedades de la boda. 
Los festejos de la boda de Lucero Encino se celebró unas semanas después de la fiesta de compromiso, Lucrecia y Virginia asistieron y comentaban de nuevo con Eugenia los pormenores de la boda: 
-Si la fiesta de compromiso fue excelente, la boda fue más elegante, sus padres no escatimaron dinero para que la fiesta sea recordada por mucho tiempo. Mi querida Eugenia los novios lucían felices y Lucero estaba bella con su vestido de novia. El velo era largo y fino- comentaba Virginia y seguía describiendo cada detalle de la fiesta. Lucrecia también comentaba con entusiasmo la boda de su amiga. Las tres jóvenes pasaron la tarde conversando con entusiasmo los detalles y los festejos y la celebración de la fiesta.
-Cuando me case quiero que mi boda sea elegante y la fiesta dure tres días-comentaba Virginia.
-No seas exagerada con realizar una fiesta es suficiente, tú y tus sueños- señaló Lucrecia a su hermana.
-Lucrecia deja que Virginia sueñe, soñar no hace daño a nadie- agregó Eugenia que no quería que las hermanas discutan por algo que pertenecía al futuro.
Desde el día de la boda de Lucero Encino la actitud de Lucrecia había cambiado, ya no era la amiga alegre que venia a visitarla, ella por momentos lucia triste y silenciosa. Esto llamó la atención de Eugenia que no sabia a que se debía su comportamiento. Una tarde que sus amigas no habian llegado de visita, comentaba con Filomena: -No se que sucede con Lucrecia, la noto distinta a veces triste, ella no es así, su carácter es alegre y feliz- decia Eugenia con pesar. 
-Que puede ser lo que la entristece, su amiga no le ha comentado nada- contestó Filomena.
-No, no me ha contado nada- agregó Eugenia -solo espero que no sea algo grave y que tenga pronta solución-.
Distraída en la conversación, escuchó de pronto la voz de Lucrecia que la llamaba entre llantos desde el recibidor. Estaba sola, Virginia no la acompañaba y su amiga no dejaba de llorar. Eugenia fue a recibirla, pensó por un segundo que al padre de Lucrecia le había pasado algo grave. 
De uno de los cajones de la mesita de centro, sacó un pañuelo de bordado fino y se lo dio a su amiga para que seque sus lagrimas.
-¿Qué ha pasado Lucrecia dime qué tienes? preguntó Eugenia al ver que su amiga no se calmaba.
Lucrecia se puso de pie secó sus lagrimas con el pañuelo y dijo llena de ira -¡no quiero! ¡no aceptó! ¡no puede ser!- levantó la voz. 
Eugenia no sabia lo que estaba atormentando a su amiga, ella estaba fuera de si, ¿qué hacer para que se calme? se preguntó
-Lucrecia vamos a la sala para que te calmes y me digas que está pasando- habló con firmeza para que su amiga se tranquilice, luego llamó a Filomena para que traiga un vaso con agua de azahares. 
Eugenia esperaba que Lucrecia le diga qué estaba pasando y así  poderla ayudar. El llanto de su amiga era una respuesta algo que la hacia sufrir y no sabia qué podía ser. 


CONTINUARÁ
            
 
           
          
  
        


 

lunes, 1 de agosto de 2022

AL CALOR DE LOS RECUERDOS

Eugenia seguía a su caporal por el camino, a esas horas de la mañana el clima era suave y corría un viento fresco, el sol todavía no despuntaba con fuerza y se podía trabajar en el campo. 
Con los primeros pasos en el terreno de cultivo, Odilo comentaba lleno de entusiasmo: 
-Señorita Eugenia, como puede ver el campo esta lleno de copos de algodón que comienzan a despuntar, este año vamos a tener una gran cosecha como yo le aseguraba a su padre cuando salía conmigo a controlar el cultivo.
Odilo guardó silencio, tal vez no debió nombrar al padre de Eugenia por estar tan cerca su fallecimiento.
Eugenia reparó en sus palabras y contestó: -no se preocupe Odilo, mi padre siempre va estar presente entre nosotros, el fundo es su obra y yo solo lo estoy cuidando para que continúe su legado. Con respecto al campo, está hermoso y se puede apreciar que ha sido cuidado con esmero y dedicación-.
Esto era verdad, Eugenia, también se sentía feliz porque  el campo había sido cuidado  en cada detalle, en cada paso, desde la preparación de la tierra, plantar las semillas, abonar el campo y cuidar las plantas de las plagas que podían destruir el cultivo. Todo aquello era un trabajo duro pero necesario si se quería tener una buena campaña. 
La mañana avanzaba, Eugenia y Odilo continuaban por el camino, éste ultimo le señalaba en cada paso las plantas y le contaba algunas anécdotas que vivieron en tiempos de su padre; como cuando habian salvado el cultivo de una terrible plaga que casi destruye el campo y los destruye económicamente.
-Señorita Eugenia, con su padre hemos trabajado muy duro para que estos campos se vean así, ahora debemos seguir haciéndolo de la misma forma- terminó de decir Odilo con el mismo entusiasmo.
Eugenia tomó nota de lo que decía el caporal y le daba la razón, sin un trabajo cuidadoso, el campo no estaría así de hermoso con plantas fuertes y saludables. Además del trabajo del fundo dependía la economía de varias familias y de ella misma.
Al medio día, el sol abrazador los obligó a detenerse, seguir trabajando en esa circunstancia era difícil. Casi habían terminado de recorrer la zona norte y los peones descansaban a la sombra para almorzar, tomar un descanso y después continuar con el trabajo al bajar la intensidad del sol. 
Desde ese día, todas las mañanas, Eugenia saldría con Odilo para controlar que todo marchaba bien en el campo y asegurarse que se cumpla el trabajo. Luego de terminar el recorrido por el campo,  regresó a la casa, se sentía cansada pero feliz, sus días de trabajo recién comenzaban y este había sido solo el primer día.  
Filomena la recibió en la puerta para preguntar si se disponía almorzar, la respuesta de Eugenia fue. 
-Mi estimada Filomena por supuesto que deseo almorzar, el trabajo del campo  ha sido fuerte pero me siento bien y con mucha hambre- contestó la joven y se retiró a su habitación para asearse y cambiarse de ropa. 
Después de almorzar, tomó el refresco en el jardín mientras conversaba con Filomena sobre su mañana de trabajo: -mi estimada Filomena el trabajo ha sido arduo, recorrer el campo en algunos lugares a pie para ver el cultivo me agotó pero me siento feliz y recién estoy aprendiendo todo sobre el manejo del terreno y de las plantas. Cuando comience la cosecha según Odilo será más fuerte el trabajo y se debe contratar más peones para realizar las tareas- señaló Eugenia. 
Filomena que se encargaba de llevar las tareas de la casa, tomó atención a sus palabras y luego le comentó que se habían realizado algunos trabajos como el arreglo de la ventanas y algunos rincones del jardín, también le sugirió -señorita debemos comprar la tela para sus vestidos de luto solo tiene dos y se pueden estropear-. 
La joven había olvidado ese detalle, estaba de luto y no tenía ropa, el trabajo se llevó toda su atención.
-No te preocupes Filomena, el domingo iremos a comprar la tela en el almacén El regalo y haremos los vestidos que necesito con la moldería que mi madre guardaba en el baúl de su habitación- Eran vestidos sencillos de diario para llevar al campo o estar en casa, si necesitaba un vestido más especial y adornado recurría a la modista del pueblo que era experta en esas tareas.  
Los días transcurrían lentamente y Eugenia seguía con su trabajo, aceptar lo ocurrido a su padre era doloroso pero debía continuar con los recorridos en el campo que le daba paz y la mantenían ocupada. Estaba aprendiendo administrar el fundo y a llevar los libros contables.          
Sus amigas Lucrecia y Virginia la visitaban algunas tardes, ellas no habían olvidado a su amiga.
-Querida Eugenia- decía Lucrecia -venimos para contarte el gran acontecimiento en el pueblo, nuestra amiga Lucero Encino se va a casar y sus padres ofrecen una fiesta para anunciar el compromiso, supongo que vas asistir, ella es amiga nuestra desde el colegio y como sabes su padre es juez del pueblo y una persona importante. Seguro van ha asistir las familias más sobresalientes de la region. La fiesta será por todo lo alto-.
Virginia intervino: -Dicen que el novio es de la capital y después de la boda se irá a vivir con su esposo a la ciudad, ¡te imaginas!. El vestido de novia se lo traen de Lima y el velo es precioso y de fino encaje-.
-Mis queridas amigas, recién va ser la fiesta de compromiso y la boda será después de dos meses, yo debo aclarar, que estoy de duelo y no puedo ni deseo ir a fiesta alguna, por favor no insistan. Siento no poder asistir a la boda de Lucero pero sé que su familia comprenderá los motivos- habló con énfasis Eugenia para que no quede duda de su decisión. Sus amigas no insistieron, después de todo, ella tenía razón.
La tarde pasó muy rápido mientras conversaban las tres jóvenes de cómo sería la fiesta de compromiso y luego la boda de Lucero Encino, se sabía que sus padres no escatimarían gastos para ello. Para las tres jovencitas era un sueño lejano pensar en boda, ninguna había conocido todavía a un posible candidato. 
-Con el carácter que tiene mi padre- decia Lucrecia -ningún joven se atrevería acercarse para hablar conmigo, creo que me voy a quedar soltera- terminó de decir con voz triste.
-No digas eso amiga, tú eres hermosa y siempre habrá un joven valiente que se atreva acercarse a tu padre y pida tu mano- comentó Eugenia a sus amigas, mientras sonreía para animarlas.
-No sé Eugenia pero mi padre es algo especial, tú lo conoces y sabes cómo es- señaló Lucrecia con algo de resignación. 
A la hora de despedirse Virginia  comentó: -Mañana no podemos venir, vamos acompañar a nuestra madre  para comprar las telas de nuestros vestidos para la fiesta de Lucero, tú sabes que eso nos llevará tiempo-. Al final de la tarde Eugenia despidió a sus amigas y se retiró a la biblioteca para continuar su trabajo en el libro contable.     
La primera semana de trabajo en el fundo se había cumplido para Eugenia. Llegó el día sábado y todos los trabajadores cobraban su semana. En el libro de cuentas que preparaba el contador, Fermín Cerro, cada peón  ponía una X junto a su nombre como señal de haber recibido su paga. Esto era algo que inquietaba a la joven, ninguno de los peones del campo sabía escribir y menos leer, por el momento no podía hacer nada para remediar el problema pero en la próxima reunión de los productores de algodón hablaría del tema para ver como se podía cambiar esa realidad.
Los domingos eran días de descanso, Eugenia aprovechaba la oportunidad para ir al pueblo, pasear,  visitar algunas amistades y hacer pequeñas comprar personales, como sus jabones perfumados, colonias y una crema natural para el cuidado de la piel, ahora que salía al campo debía tener  cuidado con el sol. Todos estos productos los adquiría en la botica de Anselmo, él era boticario y especialista en hacer preparados naturales para el cuidado de la piel. Además Eugenia seguía una receta que su madre le había enseñado, lavarse siempre la cara con agua de arroz, este tratamiento era excelente para mantener la piel limpia y fresca. 
Al terminar de hacer sus compras en el pueblo y regresar al fundo llamó a Filomena para enseñarle la tela que había comprado  en el almacén El Regalo para confeccionar sus vestidos de luto. Filomena sería la encargada de hacer la confección después de cortar la tela con los moldes que fueron de la madre de Eugenia. Filomena aprobó la calidad de la tela y con manos experta cortó los vestidos con los moldes de su antigua señora. En la máquina de coser a pedal, unió las piezas y con la rapidez de quien sabe lo que hace, confeccionó los vestidos que quedaron listos para que Eugenia tenga algunos  más que ponerse.
La vida tomaba un nuevo rumbo, la joven señora de la casa se sentía confiada y tranquila. Las cosas marchaban bien en el fundo bajo su mando. Una tarde mientras tomaba un descanso, se acercó a la ventana de la biblioteca  y se dio cuenta que el árbol del limonero pronto comenzaría a florecer y llenaría con su aroma de flores cada rincón de la casa. Era inevitable recordar que siendo pequeña sus padres sembraron ese árbol que daba una hermosa sombra a la entrada principal.
En horas de la tarde, el abogado Godofredo Murillo visitaba la casa de Eugenia, en las manos llevaba una carpeta llena de documentos que su protegida debía firmar y algunas cartas de su madrina y de su tía que había llegado de la capital. El abogado caminaba a toda prisa y con un pañuelo se secaba el sudor de la frente, se detuvo en la puerta de la casa para recobrar el aliento, estaba agitado la caminata lo había agotado, fue directo a la biblioteca donde sabía que encontraría a Eugenia. 
-Buenas tardes mi querida Eugenia- saludó y acercó para sentarse frente al escritorio, abrió la carpeta que traía y dijo -aquí tengo los documentos que debes firmar para que pueda pasar  a tus manos el patrimonio de tu padre y quede todo en orden registrado. 
-Buenas tardes Dr. Murillo que gusto tenerlo en casa- contestó Eugenia.
El Dr. Murillo extendió la carpeta sobre el escritorio y dio lectura a cada uno de los documentos, en pocas palabras la herencia de Eugenia era: El fundo con todo lo que existía dentro de él, la casa del pueblo que en esos momentos se encontraba alquilada por una familia. Además de estas propiedades heredó dinero en efectivo y otra cantidad mayor guardada en el banco. Eugenia era una heredera solvente con una fortuna respetable que le otorgaba tranquilidad económica y una gran responsabilidad para mantener vivo el legado de sus padres. Esto último era lo que más le preocupaba estar a la altura de lo que su padre había construido.


CONTINUARÁ