La noche estaba colmada de estrellas, la luna en el cielo era testigo de tanto dolor. Sentada cerca a una de las fogatas Eugenia de pronto recordó un incidente ocurrido un año antes entre su padre y el hacendado Rodrigo de las Casas, padre de Lucrecia.
Era un día caluroso de pleno sol, Eugenia y su padre recorrían el fundo a caballo para supervisar el cultivo y los trabajos realizados. Padre e hija se encontraban en la zona donde se juntaban las tierras del fundo con la hacienda vecina. Compartían una frontera en común y a unos metros de distancia, al otro lado de la valla se encontraron con el padre de Lucrecia, éste los saludó y los invitó a pasar a sus tierras; Leopoldo el padre de Eugenia aceptó la invitación y ambos se saludaron con la amistad de siempre, avanzaban por el camino mientras Eugenia los seguía de cerca. El hacendado mostraba con orgullo sus cultivos de algodón y lo bien que se sentía por el trabajo en su hacienda.
Un trecho en el camino más adelante mientras ambos amigos conversaban se cruzó en el camino un menor de edad, hijo de uno de los peones. Rodrigo de las Casas inesperadamente comenzó a golpear al niño en la espalda sin detenerse, el muchacho solo atinó a cubrirse la cara por temor a ser golpeado en ella. El padre de Eugenia se bajó del caballo, le quitó de las manos el fuete diciendo: -¡basta, detente! no te das cuenta que solo es un niño- luego habló al menor: -muchacho ¡retírate!- Rodrigo montó en ira y gritó aun más fuerte -¿Quién eres tú para intervenir en los asuntos de mi hacienda?, aquí solo mando yo.
Leopoldo, el padre de Eugenia también levantó la voz para contestar: -¡no voy a discutir contigo delante de los peones! y tienes razón yo no debo intervenir en tus asuntos, pero delante mío no voy a permitir que maltrates a un menor ¿Quedó claro?- el padre de Eugenia arrojó el fuete al suelo, montó en su caballo y habló con su hija -vámonos Eugenia, aquí estamos demás-. ¿Cuál había sido el grave error del niño para ser castigado de manera tan cruel?, el no saludar a Rodrigo de las Casas cuando paso en el camino delante del patrón.
Por unos segundos Eugenia pensó que su padre y Rodrigo de las Casas se irían a las manos, ambos se habían hablado con tanta ira que temió lo peor. Ser testigo de este incidente la llenó de temor. Nunca había visto a su padre actuar de esa manera, siempre fue un hombre sereno pero el padre de Lucrecia había cruzado los limites de su paciencia. Desde ese día los dos no volvieron hablar, si acaso había algún tema que tratar por la frontera que compartían sus tierras, se comunicaban a través de sus administradores. La amistad había quedado suspendida, por esta razón a Eugenia le causó sorpresa ver al padre de Lucrecia asistir al velorio y presentar ante ella sus condolencias. El hacendado estaba sinceramente dolido por el accidente de su amigo y vecino.
La noche avanzaba y las personas presentes rezaban y rogaban al cielo por Lucrecia, Eugenia se puso de pie fue hasta el lugar donde se encontraba Martín y le dijo que regrese al fundo, ella se quedaría junto a la familia y los amigos allí presentes para seguir con la vigilia.
Martín de inmediato contestó -no señorita Eugenia, usted no se puede estar sola, yo me quedo para acompañarla-.
-Martín no es necesario pero si deseas quedarte nos espera una larga noche-. agregó.
En la playa nadie conversaba todos guardaban silencio por respeto a la familia y a su hija desaparecida, solo se escuchaban las oraciones y el ruego para que pronto amanezca.
Con los primeros rayos del sol, salieron dos botes para iniciar la búsqueda en uno de ellos iba el padre de Lucrecia. Aquí los hombres de mar eran los que dirigían las operaciones, ellos conocían bien la corriente y sabían por donde comenzar su búsqueda.
La gente que esperaba en la playa rogaba para que se encuentre a Lucrecia mientras tanto comían ligeros fiambres que un grupo de amigos había traído. Eugenia buscó a Martín y compartió la mitad de su fiambre con el muchacho que había esperado toda la noche cerca a los caballos.
La horas de la mañana pasaban lentamente, no había noticia alguna de los pescadores ni de los botes. Virginia se acercó a su amiga para decirle:
-Eugenia, no encuentran a Lucrecia, tengo miedo que no aparezca su cuerpo ¿Qué va pasar ahora?- comentó llorando.
-No pienses de esa manera a Lucrecia, la van a encontrarla, estoy segura, ella debe recibir cristiana sepultura- contestó Eugenia con el rostro bañado en lágrimas.
Alrededor del medio día, cuando el sol estaba en medio del cielo, divisaron los botes que se acercaban a la playa, la gente se puso de pie y se acercó a la orilla para enterarse que por fin habían encontrado a Lucrecia, su cuerpo se había quedado atrapado en medio de unas peñas no muy lejos del lugar, al parecer la corriente la había arrastrado a esas rocas. La familia lloraba desgarrada por el dolor, la madre apenas podía mantenerse en pie y el padre dio gracias a todos por estar con ellos en estos momentos difíciles. Eugenia a poca distancia vio pasar el cuerpo de su amiga, estaba cubierto por unas mantas y era transportado en un carreta para llevarla a su hogar.
Virginia se acercó a Eugenia -gracias a Dios encontraron a mi hermana, ahora nos vamos la hacienda, te esperamos más tarde en la casa- comentó y las dos amigas se abrazaron.
Eugenia caminó unos paso vio como todos los presentes se marchaban, se acercó a Martín, montó en su caballo y regresó al fundo. En la casa no deseaba hablar con nadie, Filomena y Celestina ya sabían la trágica noticia.
A solas en su habitación Eugenia recordaba a su amiga, desde que eran tan solo unas niñas, ellas estaban muy unidas, solo pudo murmurar unas palabras, el dolor la consumía. "Hasta siempre querida Lucrecia".
El velorio se celebró en la hacienda, los asistentes presentaban sus condolencias y por respeto a la familia, nadie comentaba ni preguntaba sobre la tragedia.
Eugenia presente en la sala acompañó a la familia hasta el final para darle el último adiós. Virginia a su lado lloraba por su hermana y se sostenía del brazo de Eugenia.
Después que todo había concluido y el padre de Lucrecia dijo sus últimas oraciones. La gente se despedía de la familia, Eugenia también se acercó a despedirse y se dio cuenta que los padres de Lucrecia no se hablaban, estaban lejos el uno del otro.
Una semana después de los trágicos acontecimientos, Virginia había llegado al fundo de visita. no se habían visto con Eugenia en todos esos días, ella comprendía a su amiga y no deseaba perturbar con su presencia a la familia. Era un día en el que hacía demasiado calor, Eugenia se encontraba en el porche disfrutando de una refrescante limonada cuando vio a Virginia que se acercaba por el camino. Al llegar junto a ella comentó: -querida amiga he venido a despedirme, me voy a vivir con mi madre a la capital, no vamos a regresar a la hacienda-.
Eugenia no salía de su estupor al escuchar las palabras de su amiga: -Virginia tu madre así lo ha decidido, ¿tu padre también va con ustedes?- preguntó.
-No, él no viene con nosotras, desde lo ocurrido a mi hermana no se hablan, el otro día discutieron tan fuerte que pensé que algo terrible iba a suceder. Mi madre culpa a mi padre de lo ocurrido y llora todos los días, siente la presencia de Lucrecia en cada habitación de la casa- señaló con tristeza y dolor Virginia al pensar en la tragedia de su hermana.
Frente a su amiga, Eugenia no se guardó lo que pensaba y comentó: -disculpa por lo que voy a decir pero tu madre recién reacciona cuando ya ha sucedido la tragedia. En su momento debió apoyar a su hija, ahora es demasiado tarde-.
Virginia no podía decir nada, sabía que Eugenia tenía razón, cuanto dolor se hubiera evitado al no escuchar a su hija. Sus padres ahora, no se comprendían y la casa era un lugar oscuro y frío para vivir.
-Eugenia, si alguna vez vas a la capital no te olvides de visitarnos, yo voy a escribir para enviarte mi dirección- y de su pequeño bolso, Virginia sacó una sortija de oro con un pequeño rubí, se lo entregó a Eugenia diciendo -querida amiga esta sortija era de Lucrecia, quiero que tú la guardes, sé que a mi hermana le gustaría que la tengas como un recuerdo de nuestra amistad-.
-Virginia, no puedo aceptar esta sortija, tus padres se pueden molestar- contestó Eugenia.
-No, ellos no se van a molestar, saben muy bien que ese sería el deseo de Lucrecia-.
La dos jóvenes se abrazaron como una última despedida, lloraron porque tenían la seguridad que pasaría mucho tiempo para volverse a encontrar. El recuerdo de Lucrecia siempre estaría presente.
Con el viaje de Virginia y su madre a la capital, Eugenia tenía gran tristeza, ya no recibiría la visita de sus amigas, ya no escucharía sus rizas, sus ocurrencias y conversaciones. Las tres jóvenes pensaban que su futuro estaba lleno de esperanza.
Al siguiente domingo en la mañana, después de la partida de Virginia, en el pueblo había gran expectativa porque en el local de los productores de algodón se celebraban las votaciones para elegir una nueva junta administrativa. Eugenia como miembro de la asociación, se alistaba de prisa para no llegar tarde a la reunión. Se vistió con su traje de luto, se puso un broche de oro y en una de sus manos llevaba como recuerdo la sortija de Lucrecia que le regalo Virginia. Se miró al espejo, la imagen que éste le devolvía era la de una mujer joven y atractiva. Martín la esperaba en la puerta de la casa con la carreta dispuesta para la ocasión de llevarla al pueblo. No tardaron en llegar, no era muy larga la distancia del recorrido, se detuvieron frente al local de la sociedad de productores. El salón estaba casi lleno, el comentario general entre los presentes eran las últimas noticias que llegaban de Lima con un poco de retraso debido a las circunstancias y lo difícil de la comunicaciones. La guerra fratricida entre los caudillos Miguel Iglesias y Andrés Avelino Cáceres, había terminado. Ahora se corrían las voces que Miguel Iglesias llamaría a elecciones para elegir a un nuevo presidente. Entre los presentes del salón se sentía un gran alivio, por fin la paz definitiva y la reconstrucción del pais, esto despertó entre la gente un sentimiento de patriotismo. El país no estaría fracturado y se podría iniciar una nueva etapa de desarrollo y esperanza con cara al futuro.
Al entrar en el recinto de la asociación, Eugenia se encontró con uno de los productores de algodón, Rigoberto Estrada, éste la saludo: -Eugenia buenos días que gusto verla- ella le devolvió el saludo y Rigoberto la detuvo un instante para decirle porque se había molestado en venir a la votación, mejor hubiera mandado a su administrador. Eugenia con una sonrisa contestó que como dueña de un fundo algodonero tenía que venir para ejercer su derecho de voto y elegir a la nueva administración. Agradeció al señor Estrada por preocuparse de su seguridad y pasó al salón para ocupar su lugar.
Antes de iniciar el proceso se entonó el Himno Nacional, se habló de las noticias que llegaban de la capital y se rogó al cielo que ilumine al gobierno para iniciar una nueva época de prosperidad.
Acto seguido la antigua administración habló sobre sus logros y de las buenas condiciones en que entregaban el cargo. Para finalizar cada miembro de la junta dijo algunas palabras de agradecimiento y luego se dio inicio a la votación. Eran dos listas las que se presentaban y estaban a la par en la preferencia de los productores de algodón.
Eugenia aún tenía dudas de cual sería su voto, quería que la nueva administración, cumpla con algunos pendientes y mejoras para los productores. Ella tenía algunas dudas y deseaba que se elija a los más aptos para ocupar el cargo durante cuatro años.
CONTIMNUARÁ
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