El doctor Martel iba en su carro atento al camino, uno de sus pacientes lo había llamado con urgencia, se trataba del empresario Marcelo Haro dueño de dos grandes empresas de lanificios donde se fabricaban finas telas de lana de alpaca, todas para la exportación. Cuando habló con su paciente por teléfono, éste le explicaba que se sentía mal y deseaba una consulta, se encontraba en su domicilio. Eran las ocho de la mañana.
El doctor Martel conocía a Marcelo Haro desde hace diez años, él era su médico de cabecera, su paciente vivía en lo alto de los cerros de la Molina en una zona muy exclusiva, su casa era elegante y bien decorada con objetos finos, su esposa Cintia lo ayudaba en la empresa que ambos dirigían.
Cuando llegó a la puerta de la casa de la familia Haro y se presentó como el doctor, de inmediato el personal de servicio le abrió la puerta y lo condujo a la habitación del matrimonio, su paciente yacía en cama y su esposa Cintia salió a su encuentro para saludar y decirle: -doctor Martel buenos días que gusto saludarlo y gracias por venir tan pronto lo llamamos, se trata de mi esposo, como usted puede ver, se encuentra postrado pero no habló más y que él sea el que le explique lo que le ocurre-.
-¡Oscar gracias!- exclamó Marcelo con voz adolorida -aquí estoy en mi lecho como puedes ver y no puedo moverme, es delicado lo que tengo-.
El doctor ya estaba preocupado porque los esposos y amigos lo saludaban pero no le decían hasta ese momento que tenía el paciente -bien Marcelo dejemos los saludos a un lado y dime que es lo que tienes, cual es tu problema de salud-.
Marcelo levantó la colcha que lo abrigaba y sacó el pie lastimado, descubrió la venda y le enseñó al doctor el pie desnudo, lo suyo no era una herida cualquiera, lo que se veía era muy serio. El doctor tomó de su maletín guantes quirúrgicos y comenzó a examinar el pie con cuidado porque el paciente se quejaba de dolor, la piel se había oscurecido desde el talón hasta la pantorrilla y más abajo del tobillo para ser exactos, en medio del talón tenía una herida tan profunda que se le había desprendido la piel y se podía ver el hueso.
El doctor estaba perplejo y preguntó enfático -¿por qué te has demorado tanto en llamarme? esto es realmente grave, sabes que con esto puedes perder el pie, si en este instante te envió al hospital, ahí no tendrían ninguna contemplación y te lo cortarían - señaló el doctor y agregó -esta herida tiene más de cuatro días ¿cómo comenzó?-
-Empezó la semana pasada- respondió Marcelo sintiéndose culpable -primero noté un punto negro muy pequeño y luego fue creciendo, no hice caso y seguí trabajando, para mí era urgente enviar diez fardos de telas de lana de alpaca a Italia, es un compromiso que tenía que cumplir, no debía fallar, existe un contrato de por medio-.
No puede ser, pensó el doctor, éste es otro paciente que piensa solo en el trabajo y no delega funciones: -no tienes un supervisor que haga ese trabajo- dijo un poco impaciente Oscar Martel -¿Tú eres el único qué puede hacerlo?- preguntó al final.
-No puedo confiar en nadie más, tenía que enviar esos rollos- contestó Marcelo.
-Por lo que puedo observar esta es una picadura de araña, no sé si es en tu hogar o en la empresa donde te pico, pero es algo que ha ido empeorando, al punto de ser muy grave, te pueden cortar el pie y eso te va quitar movilidad y agilidad, ni los fardos de tela que tengas que entregar te lo van a devolver. Te hablo de esta manera porque somos amigos y tengo que decir la verdad. La herida desprende un mal olor, has curado el pie con algún ungüento-.
-Todos estos días mi esposa me ha lavado el pie y luego me pone una crema para curar la herida pero no ha mejorado, si no todo lo contrario se ha puesto peor- contestó Marcelo con tono preocupado.
El doctor Martel preparó una inyección con un antibiótico potente para detener la infección, el paciente debía aplicarse una inyección diaria, luego le aplicó otra inyección contra el veneno de araña. Por más pequeñas que sea una araña casera, éstas son peligrosas, su veneno puede ser mortal si no se trata a tiempo. Para curar la herida le mandó una crema que debía ponerse todos los días después de lavar el pie con un líquido especial para estos casos y la venda tenía que cambiarse seguido.
-Marcelo, escucha bien lo que voy a decir, durante una semana va a venir una enfermera para curar el pie herido, vendarlo y ponerte las inyecciones que necesitas. Por nada de este mundo trajines, ni pongas el pie en alto, la sangre debe seguir llegando como hasta ahora, de no se ser así sería fatal que se congele el pie y ahí no habría otro camino que cortarlo.
Estas últimas palabras del doctor asustaron a Marcelo, jamás pensó que una simple picadura de araña fuera a ponerlo en peligro, reconocía su ignorancia en el tema de arácnidos y medicina.
El doctor después de dejar todas las indicaciones por escrito y conversar con su amigo Marcelo y la esposa de éste, se retiró del hogar de la familia pero antes de salir advirtió a Cintia: - cualquier cambio grave que observes me llamas de inmediato-.
En el camino de regreso, el doctor Oscar Martel reflexionaba sobre sus amigos y el afán de anteponer primero el trabajo a la salud, teniendo en la empresa empleados en los que pueden delegar funciones.
El caso de Marcelo Haro sin querer hizo retroceder al doctor a una época muy difícil de su vida, tuvo que detenerse en el camino, para estacionar el auto, un recuerdo trágico lo llenó de tristeza. Cinco años antes cuando su padre aun estaba vivo, celebraron en familia sus noventaicinco años, era toda una esperanza tenerlo en el hogar disfrutando de salud y lucidez. De pronto dos meses después de celebrar el cumpleaños, su estado de ánimo comenzó a decaer, su cuerpo lentamente empezó a colapsar y diferentes órganos no funcionaban como debía ser. El padre del doctor Martel entró en estado delicado de salud, lo mas terrible fue que a sus pies no llegaba la sangre y los tejidos comenzaron a morir lentamente, tuvieron que vendarlo desde las rodillas hasta los pies, sus dolores eran insoportables y no podía moverse. Operarlo fue imposible por la edad y su estado de salud. Oscar Martel se sentía impotente y atado de manos para ayudar a su padre. Una tarde intentó ponerle una inyección de morfina y el padre se negó rotundamente, con voz casi apagada rogó -hijo mío no prolongues mi agonía, deja que muera, es tiempo de partir-.
-Padre- contestó su hijo -es una inyección de morfina para que no sientas dolor y estés más tranquilo-.
Pero el padre fue rotundo al contestar -deja que me vaya te suplicó por favor-.
La familia entera sufrió mucho al ver el dolor del padre. Una semana duró su agonía. Hasta que un día domingo en la madrugada, dejó de existir, por fin podía descansar en paz.
Esta dura etapa lo marcó para siempre, era una ironía, ser doctor y no poder aliviar el dolor de su padre. Un poco más sereno, Oscar Martel volvió al presente y pensó que la vida continuaba y él debía seguir adelante por su familia y sus pacientes.
CONTINUARÁ
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