martes, 26 de mayo de 2020

ALIDA Y GERVACIO

El avión en el que viajaban Thelma y Santo cruzaba una zona de turbulencia, por ese motivo la nave se sacudía con fuerza, era una situación peligrosa, pero el capitán  sabía como maniobrar en esas circunstancias. 
Cuando Santo le hablaba a su esposa para que se calme, Thelma no lo escuchaba,  ella solo repetía que no quería morir, el pánico se había apoderado de su mente y no sabía como controlarse. 
Al cabo de unos instantes, el avión por fin paso la zona de turbulencia, la nave se estabilizó, el capitán explicaba a los pasajeros que todo estaba bien que no había problema, la turbulencia quedó atrás.   
Thelma respiraba agitada dejó de abrazar a Santo y lloraba. Su esposo sabía  que su pánico era real, él  comprendia la situación pero muy serio le dijo: 
-Es la última vez que viajamos en avión, el próximo viaje lo haremos por tierra, aunque  demoremos todo un día en llegar a la capital  veo que no puedes controlar el miedo y esta demás que yo trate de calmarte, porque tú no me escuchas-.
Thelma no contestó, ella seguía asustada  y solo rogaba que el avión pronto aterrize  en tierra.  
El capitán una hora y media más tarde y luego de un aterrizaje impecable, anunció a los pasajeros que habían llegado a la cálida ciudad de Tumbes, donde comienza el Perú. 
Santo y Thelma se quedaron en sus asientos hasta el final para bajar del avión. Él se sentía agotado el viaje había sido una pesadilla.
A la salida del aeropuerto tomaron un taxi que los llevó directo a su casa, en el trayecto los dos estaban en silencio. Thelma se sentía más tranquila, su respiración ya no estaba agitada.  
El taxi estacionó en la puerta de la casa y Albertina salió a recibirlos, se sentía feliz al ver a sus padres, los había extrañado,  pero notó que su padre la saludo serio y se preguntaba, ahora, ¿cuál era el problema? 
Thelma abrazó a su hija y agregó: -el vuelo fue horrible, nunca más quiero viajar en avión, pensé que nunca íbamos a llegar-.
-Mamá es el pánico que te hace pensar de esa manera,  el vuelo es tan rápido que no debes tener miedo-. decía  Albertina al ver el rostro de su madre  blanco como un papel.
-Hija, quien convence a tu madre de lo contrario, sí, ella no puede dominarse- comentó Santo para calmarse. Él ya no quería hablar más sobre el tema, no deseaba iniciar una discusión  que sabía no iba a ningún lado.
Para cambiar de conversación Santo comentó con su hija: -Albertina abre esa maleta, ahí  están algunos  regalos que hemos traído para ti-. Ella obedeció a su padre y feliz abrió la maleta, sacó varias bolsas con obsequios que sus padres le habían comprado. Eran diversos regalos que seguro Serena y Amada habian ayudado a elegir. Albertina agradeció los obsequios, sentía un gran alivio por el regreso de sus padres, luego los puso al corriente  sobre los últimos detalles de la casa, los inquilinos y la  última noticia era que  Alida y Gervacio se habian mudado. 
Thelma lamentó la mudanza de sus inquilinos, ellos eran personas agradables  y les habían tomado aprecio, comentaba esto con Albertina. 
-Madre pensé que ustedes se quedaban a vivir con mis hermanas, ya que demoraban varias semanas  su regreso-.
-No hija- contestó Santo -La demora fue porque tu madre no tenía cuando decidir la fecha de regreso, además teníamos que dejar todo en orden para Serena y Amada-.
Albertina miraba a su madre,  sabía que ella muchas veces podía ser muy terca y perfeccionista. Thelma ahora se sentía mejor, sus miedos se habían                
ido y conversaba más tranquila con su hija y esposo, a él le tenía que dar la razón, el próximo viaje sería por tierra, no quería pensar ni  un segundo en subir de nuevo a un avión. 
Lamentaba el trance que le hizo pasar a Santo, ella estaba avergonzada con su actuación y no sabía como decirlo. 
Al día siguiente Thelma subió escaleras arriba, al segundo piso para entrar al departamento que se encontraba vacío y  ver si necesitaba algún arreglo o pintura. Recorrió los distintos ambientes, todo estaba limpio y en orden, no había ningún trabajo que hacer, entonces podía poner el departamento de nuevo en alquiler, solo esperaba  que los próximos inquilinos sean tan agradables y cumplidos como los anteriores, ellos se habían convertido en buenos amigos.   
Los días de intenso calor continuaban, la mudanza a la ciudad de Zarumilla había sido un arduo trabajo y con las altas temperaturas todo se complicaba. Gervacio, Alida  y Sebastian por fin estaban instalados en su nuevo hogar. 
Los adornos, cuadros y utensilios de cocina fueron guardados en sus lugares, la casa lucía limpia y ordenada. Los muebles eran de estilo moderno y todo el conjunto se veía bien decorado. Alida podía respirar tranquila, la mudanza y todo el desorden se habían terminado, ahora los esposos podían decir que vivían en la ciudad de Zarumilla.
Zarumilla era una ciudad de frontera con Ecuador, tenía gran actividad comercial en el distrito de Aguas Verdes, diariamente se comercializaba con Huaquillas ciudad de Ecuador: frutas, plásticos, telas y todo tipo de objetos por varios millones de soles. La actividad agrícola y la crianza de ganado eran otras de la actividades de la ciudad.   
Tarde de domingo, el bebé Sebastian dormía la siesta, Alida y Gervacio tomaban unos vasos de fresca limonada en el porche de la casa, comentaban la paz y tranquilad que se respiraba a esa hora de la tarde. El sol les daba una tregua y juntos planificaban los trabajos que realizarían en el jardín.  
El terreno de la oficina y la casa donde vivian Alida y Gervacio, pertenecía a la familia Noble Arredondo, ellos eran personas notables del lugar, tenían varios  terrenos y casas en el pueblo, además en el pasado, fueron dueños de una gran hacienda que fundó su abuelo y que después de la reforma agraria quedó reducida a menos de la mitad. 
La principal actividad de la familia era la ganadería,  en su fundo tenían 150 cabezas de ganado, además de ser propietarios de un grifo a las afueras de la ciudad. Ellos contaban con una buena situación económica y vivían en una casa grande y elegante  frente a la plaza principal. 
El padre de familia había fallecido después de una larga enfermedad y los hijos se hacían cargo de todos los negocios de la familia.   
En pocos días, Gervacio había hecho amistad con Mauricio, el hijo mayor, él administraba el negocio de los alquileres y el fundo, Agustín era el segundo hermano,  administraba el grifo y su hermana Mariví la última de los tres hermanos, era profesora y enseñaba en la escuela primaria de Zarumilla. 
Mauricio había ido a visitar a Gervacio a los tres días de la mudanza, así conoció Alida y a Sebastian, él quería saber si todo en la casa estaba conforme y si necesitaban algo más. Gervacio le respondió que todo estaba en orden y que habían terminado de instalarse. Conversaron unos instantes y luego Mauricio se despidió de los nuevos inquilinos, no sin antes decirles: -si algo necesitan por favor no tengan problema en comunicarlo-.
Gervacio agradeció la visita de Mauricio, le agradó su gesto y preocupación por los detalles.  
 
La mañana del día siguiente era propicia para trabajar en el jardín, Alida comenzó a sembrar las rosas  y las hortensias que Gervacio había traído. Trabajo toda la mañana en ello y al terminar, el frente de la casa lucia hermoso y lleno de color, las flores le habían  dado vida al jardín.
Con Sebastian en sus brazos conversaba y le mostraba las flores. El pequeño parecía comprender cada palabra de su madre y sonreía: 
-Ahora tendrás un gran espacio para jugar cuando pronto comiences a dar tus primeros pasos- decía esto y abrazaba a su hijo con devoción.
Cuando regresó Gervacio de sus tareas, vio el jardín y felicitó el trabajo de Alida, ella lo había hecho muy bien sin su ayuda.   
Todas las mañanas el padre se encargaba de Sebastian antes de ir a trabajar, también le hablaba y le contaba los juegos y planes futuro que realizarían juntos, estaba feliz con este nuevo cambio en sus vidas.
El siguiente domingo Gervacio se levantó muy temprano, quería trabajar en el huerto que estaba en la parte de atrás de la casa. Había conseguido semillas de melón y se puso a trabajar mientras Alida dormía, quería darle una sorpresa. 
Preparó el terreno para sembrar las semillas, eran cinco surcos donde crecerían deliciosos melones que podrían comer en ensaladas a la hora del desayuno. 
Alida encontró a Gervacio en pleno trabajo en el huerto, éste se acercó a ella y le contó lo que estaba haciendo: -Alida en unos meses tendremos una gran cosecha de melones, no te perece extraordinario comer lo que sembramos-. Alida estuvo de acuerdo, ella pensaba lo mismo.
Gervacio abrazó a su esposa y agregó -si cuidamos la tierra, ella nos devuelve con generosidad sus frutos en una gran cosecha para disfrutar-. No podían ser más ciertas las palabras de Gervacio pensaba Alida. 

CONTINUARÁ            


             
             

    
     

        

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